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Un legado de sangre

Luego del partido que terminó alrededor de las once pm, la noche apenas empezaba para Scott y Julieta.

En el restaurante, las luces suaves iluminan el rostro de Julieta, que se encontraba sentada frente a Scott, mientras el suave sonido de la música de fondo está mezclándose con sus conversaciones.

A pesar de las largas horas de tensión previa al juego, la atmósfera entre ellos era diferente, tranquila, casi perfecta. El mundo parecía haberse reducido a ese espacio pequeño entre ellos.

El camarero de aspecto latino, trajo un plato de pasta, y mientras servía, Julieta no dejaba de observar a Scott, como si fuera un libro abierto que no quería dejar de leer. La fragilidad en sus ojos azules, el misterio que se escondía tras su rostro de estrella del béisbol, la fuerza que emanaba de su cuerpo, todo parecía enigmático y atrayente. Pero, por encima de todo, estaba la conexión que sentía cuando sus miradas se cruzaban, cuando sus manos se tocaban, y cuando él le sonreía.

Son de ese tipo de personas que se enamoran a primera vista.

Scott también la miraba con intensidad, como si quisiera descifrar lo que ella pensaba, lo que sentía, porque al igual que ella, él sabía que lo que había entre ellos era especial. Pero había algo en él que lo mantenía alerta. Julieta era increíblemente hermosa. Sus rasgos mexicanos resaltaban de la mayoría, mirada profunda, pelo largo, labios horribles y una figura de infarto.

Además, la presión del béisbol era un peso que sentía sobre sus hombros, un futuro incierto que acechaba cada paso que daba. Sin tomar en cuenta a su familia adinerada que siempre quise controlarlo a pesar de sus 26 años.

Y, aunque Julieta era una distracción deliciosa de tan sólo 24 años, algo que realmente quería, la vida en el mundo del deporte siempre traía consigo inseguridades.

Habían muchas mujeres dispuestas a usarlo como escalón para llegar más alto, interesadas hasta la taza, pero no era el caso de su musa, o su amuleto de la suerte como a veces la llamaba.

Por primera vez en mucho tiempo, algo en su vida parecía genuina, y estaba decidido a disfrutarlo, al menos por ahora.

—Creo que este lugar es el perfecto escape del caos que es el béisbol —dijo Scott, rompiendo el silencio mientras tomaba un sorbo de vino.

Julieta asintió, sonriendo.

-Perder. —Su voz era suave, pero firme—. Es raro encontrar un lugar tan tranquilo en medio de todo esto. Texas es maravilloso.

Scott observó la manera en que Julieta se relajaba. Algo en ella lo hacía sentirse diferente, y aunque él no era de hablar mucho sobre sus sentimientos, esa noche se sintió más abierta. Quizás era la confianza que Julieta le transmitía, o la forma en que su energía le hacía olvidar por un rato las presiones del juego o su familia. No le importaba si tenía que jugar un par de días más para salir del embrollo de la liga, o si tenía que lidiar con los constantes rumores de las chicas que siempre lo acechaban. En ese momento, lo único que importaba era ella.

—¿Te asusta todo esto? —pregunta él, con un tono grave y sincero, mientras no podía apartar la mirada de sus ojos.

Julieta dejó el tenedor a un lado y lo miró. La pregunta era directa, tal vez demasiado directa, pero no le molestó. Se sintió vulnerable por un segundo, pero también confiada en su respuesta.

—No lo sé… —dijo finalmente, con una pequeña sonrisa, una que escondía muchas cosas, pero que se sentía honesta—. A veces, sí, me asusta. Todo esto es nuevo para mí. Pero también me siento… viva. Desde el día que te conocí mi vida no ha sido la misma. Como si estuviera aprendiendo algo nuevo cada día.

Scott la observó durante unos momentos. Sus palabras, aunque simples, resonaron en él de una forma que no esperaba. Era lo mismo que él sentía en el fondo. La vida en el béisbol le había robado la oportunidad de ser verdaderamente libre, de disfrutar de los momentos que realmente importaban. Y, por alguna razón, Julieta lo hacía recordar que había más allá del juego. Algo mucho más grande que el deporte. Era formal una familia a su lado.

—Nunca me imaginé que alguien como tú entraría en mi vida —dijo él, con un toque de sinceridad que Julieta no había esperado. Pero, a la vez, sentí que esas palabras eran una pequeña confesión, una revelación en medio de una noche perfecta.

Julieta se sintió más cerca de él en ese momento, como si todo el mundo pudiera desmoronarse, pero ellos seguirían allí, firmes, entrelazados en algo que no podía evitar.

La cena continuó sin prisas, y aunque había mucho que decir, ambos se entendían sin necesidad de palabras. La comunicación entre ellos era diferente, como si sus corazones ya hablaran en su propio idioma.

Hablaban de todo, menos de sus familias. Ella solo sabía que él había venido de Italia para avanzar en su carrera y que su familia lo apoyaba. Y por parte de ella, él sabe que ella vive sola y visita a sus abuelos en un campo de México.

Cuando llegó el postre, ambos se miraron de reojo, como si supieran que la noche aún no había terminado. Los dos sabían que la vida los había reunido en una situación difícil, pero también sabían que no podían evitarlo.

— ¿Qué vamos a hacer ahora? —pregunta Julieta con un tono juguetón, mientras terminaba su copa de vino.

Scott se inclinó hacia ella, mientras sus ojos brillan.

—Lo que quieras, Julieta. Esta noche es nuestra.

Ella no podía dejar de sonreír. Algo en sus palabras, la forma en que él la miraba, la hacía sentir como si todo fuera posible. Y, en ese momento, se dio cuenta de algo importante: las promesas en la vida no siempre venían con garantías, pero lo que realmente importaba era aprovechar lo que se tenía cuando se tenía.

Una vez fuera del restaurante, el aire nocturno los envolvió, fresco y cargado de posibilidades. El sonido de los coches y la ciudad vibrando en la distancia los hizo sentir aún más cercanos. Mientras caminaban hacia el coche, el futuro parecía una promesa por cumplir.

—Mañana tengo entrenamiento con las demás chicas.

—Yo no tengo nada tan importante que hacer. Solo una visita rutinaria al médico. Mi partido es en dos días. Mi madre quiere venir de visita, y estoy nervioso...aún no le hablo de nosotros.

—Si ya me dijiste que es muy controladora y no quiere que se entrometa en lo nuestro. Así que lo dejo a tu criterio.

A lo largo del camino hacia el carro, los dos intercambiaron algunas bromas y risas. Aunque la tensión de la vida de Scott, la presión del béisbol y su familia. Julieta le había dado un espacio para respirar, una razón para luchar por algo más allá de las expectativas del equipo y de la fama pero estaba casi segura que la rechazaría por su estatus social.

Cuando llegaron al coche, Scott se detuvo antes de abrir la puerta.

—Quiero que sepas algo —dijo, mirando a Julieta con una seriedad que la hizo sentir algo en el pecho—. No me importa lo que digan los demás, no me importa lo que venga después. Pero lo que sí quiero es estar contigo, sin juegos, sin mentiras. Hablaré con ella.

Julieta sintió una oleada de emoción, como si su corazón latiera más fuerte por él. Sabía que no era fácil para él decirlo, no en un mundo como el de ellos. Y, aunque había muchas incertidumbres por delante, esa promesa la hizo sentir que había algo real entre ellos. Algo que valía la pena luchar por ello.

—Yo también quiero estar contigo, Scott —responde, con una sonrisa sincera que le mostró todo lo que sentía.

La noche terminó con ellos en la habitación del hotel de Scott, llena de un amor que ninguno de los dos había planeado, pero que ahora, de alguna manera, no podía dejar ir. En ese silencio, en dónde solo sus cuerpos hablaban, ambos sabían que el camino sería largo, lleno de obstáculos, pero juntos, sabían que podían enfrentarlos.

Y ahora, lo que realmente importaba no era el béisbol, ni los rumores, ni las intrigas que los rodeaban. Era el amor, puro, inquebrantable, el amor que los había unidos en la oscuridad, en el momento en que menos lo esperaban. Y ese amor, al final, sería lo único que nunca se perdería.

Eso creían...

Al día siguiente, Scott se ajustó la manga de la camiseta mientras el doctor le extraía la muestra de sangre. Ya era rutina para él: cada cierto tiempo debía hacerse requisitos completos para mantener su licencia como jugador profesional.

—Bueno, campeón —dijo el doctor Lewis mientras etiquetaba el tubo de sangre—, como siempre, en excelente forma. Tu corazón late como un tambor afinado.

Scott apenas se siente molesto. Últimamente, su mente estaba en otro lugar. En otra pequeña persona.

— ¿Algo fuera de lo normal? —preguntó, aunque sabía la respuesta.

El doctor negó con la cabeza mientras llenaba el informe en la computadora.

-No. Pero hay algo de ti que nunca dejo de encontrar fascinante, Scott —comentó el doctor, recostándose en su silla con una sonrisa—. Tu sangre.

Scott ladeó la cabeza, curioso.

—¿Mi sangre?

Lewis asintió.

—Tienes Rh nulo. "Sangre Dorada". El tipo más raro del planeta. —Se cruzó de brazos—. Sabes que menos de cincuenta personas en el mundo lo tienen documentado, ¿verdad?

Scott ascendió. Era algo que había sabido desde la adolescencia. Algo que siempre lo había hecho sentir... diferente. Especial, de alguna manera.

-Si. —Respondió, distraído. Mi padre la tiene al igual que mi abuela paterna.

El doctor lo observó unos segundos, como calibrando sus palabras. Luego, sonó de medio lado.

—Eso es algo que, además de tu fama y tu dinero, tus hijos van a heredar —comentó en tono casual—. No solo serás recordado en los libros de historia del deporte... sino también en la medicina, si alguna hereda tu tipo de sangre.

Scott se tensó ligeramente. No era solo un comentario cualquiera para él. No ahora.

— ¿Cómo funciona eso exactamente? —preguntó, encontrando una indiferencia que no sentía.

Lewis se acomodó los lentes.

—La sangre Rh nulo se hereda solo si ambos padres tienen una mutación genética muy rara. Es decir, incluso si solo uno de los padres la tiene, es complejo que el hijo la herede completa, pero podría portar el gen. —Se inclinó hacia adelante—. Si el niño hereda Rh nulo de ambos o de solo uno, entonces sí: tendría sangre dorada también.

Scott avanza lentamente, sintiendo cómo las piezas comenzaban a encajar en su cabeza.

—Y si yo no lo hubiera heredado de mi padre Rh nulo? —preguntó, casi conteniendo la respiración.

—Bueno... en casos así, el niño podría tener algún tipo de sangre negativa o, muy raramente, Rh nulo si el otro padre porta la mutación de manera recesiva.Pero tu sangre y genes son muy dominantes. Aunque sea un hijo debería sacar tu sangre.

Scott se recostó en el asiento, mirando al techo. Se imagina teniendo hijos con Julieta y que lleven su sangre, pero era muy pronto.

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