Un desliz

Dos días después de su maravillosa cena, Scott se siente un poco inquieto, yendo consigo la típica presión del día de partido.

La habitación del hotel estaba iluminada suavemente por los primeros rayos del sol que se colaban por los enormes ventanales, pero la cabeza de Julieta aún estaba llena de recuerdos de la noche anterior.

Miles de besos y caricias, las promesas hechas sin palabras, el cariño que sentía por Scott... todo parecía tan perfecto. Pero, como siempre en ese mundo tan competitivo, había sombras que acechaban desde todas las direcciones.

Scott, por su parte, ya se encontraba de pie, caminando de un lado a otro de la habitación. Él también había dormido pocas horas, pero sus pensamientos eran aún más tormentosos que los de Julieta.

Sabía que el futuro de su carrera, la misma que había trabajado durante años para alcanzar, estaba al alcance de su mano. Pero también sabía que, por primera vez, algo más estaba tomando su lugar en su corazón, algo que podría cambiarlo todo.

Era temprano cuando recibió el mensaje en su celular: “Los scouts estarán presentes hoy. Tienes que impresionar”. Era el recordatorio de lo que significaba estar en las ligas menores: una evaluación constante, una presión que nunca cesaba. Scott sabía que los ojos de los expertos estaban sobre él, esperando que cada movimiento fuera perfecto, que cada jugada fuera impecable.

Julieta, mientras tanto, aún estaba en la cama, mirando al techo, con su mente divagando, desnuda bajo las sábanas. La relación con Scott era algo trascendental, algo que nunca había anticipado.

Ella, que siempre había sido fuerte y decidida, ahora se encontraba vulnerable, temerosa de que ese amor tan inesperado pudiera ser una distracción para él, sobre todo en este mundo de presión constante.

Sabía que el béisbol era un juego cruel, un mundo donde la fama y el poder no perdonaban, donde los corazones se rompían tan fácilmente como las promesas.

Cuando Scott volvio a su lado en la cama, con la mirada fija y algo sombría, Julieta no pudo evitar notar la diferencia en él. Había algo en su postura, algo que lo hacía parecer más distante, como si ya no fuera el mismo de la noche anterior.

—Todo bien? —pregunta ella, levantándose lentamente de la cama, preocupada.

Scott se detuvo frente a ella, mirando sus ojos como si buscara algo en su interior. Finalmente, habló, pero su voz era fría, calculadora.

—No sé si esto es una buena idea, Julieta —dijo, con una sinceridad brutal—. Hoy es un día importante para mí. Los exploradores estarán observándome. Y, la verdad, no quiero que… lo que sea que esto es, me arruine.

—Estará bien, recuerda que soy el amuleto de tu suerte.

Horas después se dirigieron al terreno del juego para calentar y entrenar un poco. A la hora del juego, Scott buscó algunos minutos a solas con Julieta, para tener su ritual de aparición antes del juego.

Terminado el juego los invitaron a todos a una discoteca exclusiva y más tarde a una fiesta en una villa en la costa, con bebidas, mujeres y comidas para ganar el partido y dejar millas de millones de ganancias.

Horas después, la música retumbaba en el aire, mezclándose con las risas y gritos de los asistentes a la fiesta. Julieta estaba rodeada de sus amigas, pero su mirada no podía apartarse de la zona VIP. Ahí, entre las luces brillantes y el bullicio de la multitud, Scott estaba acompañado por una mujer rubia que no le era desconocida: Pamela Simone Villa, la patrocinadora mexicana del equipo.

Las risas de los demás hacían que Julieta se sintiera incómoda. Pamela estaba cerca de Scott, tocándolo y sonriéndole de una manera que a Julieta le parecía... demasiado cercana.

—¿La ves? —pregunta Babel, una de sus amigas, señalando a Pamela—. Es una arpía, Julieta. Siempre se tira a los jugadores jóvenes. ¿No te lo había dicho?

Julieta no podía evitar sentir una punzada en su pecho. La mujer a su lado, claramente, no era una figura secundaria en la vida de Scott, aunque ella quisiera creer lo contrario.

Estaba tan cerca de él, su risa tan coqueta, que Julieta comenzó a sentirse pequeña.

¿De verdad Scott estaba dejándose seducir por alguien como Pamela?

De repente el grupo se levantó y dejo la sala Vip.

—¿A dónde van?—pregunta la mexicana.

—Escuché a Luis que habrá una fiesta privada solo para los jugadores—interviene Babel.

—Vamos a seguirlos —sugiere Sofía, con una mirada de complicidad.

La noche parecía moverse lentamente mientras observaban a Scott y Pamela salir de la fiesta, riendo y hablando en voz baja. Julieta intentó ignorar la incomodidad que sentía, pero cada vez se sintió más atraída por la necesidad de saber cómo sería todo. No podía seguir esperando en la oscuridad de sus pensamientos.

Las tres amigas se acercaron sigilosamente, tratando de no ser vistas, mientras la mirada de Julieta se mantenía fija en Scott. Su estómago se revolvía con cada paso que daban hacia la salida. Ellos subieron a una limosina y las chicas los siguieron detrás.

Al llegar a la entrada de una villa cercana, las tres amigas porristas fueron detenidas por la seguridad, pero, al parecer, los guardias pensaron que también formaban parte del grupo de Scott. Sin preguntas, las dejaron pasar, y ellas aprovecharon la oportunidad para continuar el seguimiento encubierto.

La villa era impresionante, llena de lujo y elegancia. Julieta pudo ver a través de las ventanas que había mucha gente, pero sus ojos sólo buscaban a una persona: Scott. Lo vio caminar hacia el interior con Pamela, y sus piernas temblaron. Su corazón latía con fuerza mientras veía cómo se adentraban, ignorando completamente el peligro de lo que estaba a punto de suceder.

Dentro, la música era aún más fuerte, las luces brillaban en tonos oscilantes, y la atmósfera era cargada de alcohol y seducción.

Julieta comenzó a sentirse mareada, como si todo estuviera fuera de su control. Pamela no dejaba de sonreír y de tocar a Scott de manera sugerente.

—Esa tipa es una descarada.

—¿No vas a acercarte amiga?

—No lo sé...

A lo lejos, Julieta ve cómo Scott y Pamela desaparecen hacia una de las habitaciones privadas del evento. El corazón se le acelera.

—Tienes que ir a ver, Julieta —le dice Babel, su amiga, empujándola suavemente hacia el pasillo.

—No... no quiero, ¿y si sí...están hablando de negocios o lo meto en problemas? no deberíamos estar aquí —responde ella, temblorosa.

—¡Pues mejor salir de dudas! —añade Sofía, con el ceño fruncido.

Con los nervios a flor de piel, Julieta camina hasta la entrada de la habitación y da un paso más hacia la puerta que acaban de cerrar. Su respiración se vuelve pesada.

El sonido de la música ahoga todo, pero su intuición es más fuerte. Coloque la mano temblorosa en la perilla y empújela ligeramente. La puerta está entreabierta.

Dentro, Scott está sin camisa. Pamela está de pie frente a él. No se tocan, pero la cercanía entre ellos la hace arder por dentro. Julieta no escucha palabras, solo ve cuando Pamela se inclina... y lo besa.

Su mundo se detiene. Todo se desmorona. El aire le falta.

—¡No puede ser! —murmura, retrocediendo, con los ojos llenos de lágrimas.

Detrás de ella sobre una repisa un jarrón cayó destrozándose al instante. Scott dirige su mirada a la puerta y ahí estaba su novia corriendo para escapar.

Ella sale corriendo del lugar. Sus amigas la llaman, pero no las escuchan. Su pecho duele, el corazón le late con violencia.

En medio de su huida, alguien la detiene. Miguel. La sujeta por la cintura con fuerza.

—Julieta, tranquila, soy yo —dice él, y sin darle tiempo a reaccionar, la abraza —Que diablos sucede para que salgas corriendo así?

Julieta no responde, está congelada. El abrazo la toma por sorpresa. Todo es confusión.

Justo entonces aparece Scott. Solo pudo ver una figura escapando y supo que era ella. Avanza con furia en los ojos, con sus pasos rápidos, y la respiración agitada.

—¡Julieta! —grita al ver la escena.

Michael suelta a Julieta y da un paso atrás, con una media sonrisa en los labios. Julieta se gira, atónita, al ver a Scott mirándola como si no comprendiera nada.

—¿Julieta? —pregunta él, con su voz quebrada—¿Qué significa esto?

Ella tiembla. Intenta hablar, pero solo logra sollozar.

—¿Qué está pasando? —insiste Scott, mirando a Michael como si fuese su peor enemigo.

—Yo... yo no quiero hablar ahora, no te acerques—le grita Julieta.

—Te llevo a tu casa—le dice Michael.

—No la llevas a ningún lado.

Y cuando Scott ve que Michael la toma de la mano, todo en ese momento se convierte en un caos.

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