Fuera de base

El ruido del estadio, era como una orquesta en pleno apogeo, retumbaba a través de las paredes de la habitación de descanso, pero en ese instante, parecía distante. En el rincón más apartado, Julieta se encontraba sola, mientras se retocaba el maquillaje que había comenzado a borrarse durante la intensa pasión del encuentro con Scott.

Sus pensamientos se deslizaban como las ondas de un río tranquilo, pero sabía que todo había cambiado, que el momento que había vivido con él no era uno más. No, esta era diferente.

Lo había sentido en cada caricia, en cada mirada. Sabía que Scott no era el tipo de hombre que se entregaba a la ligera, al menos no a alguien como ella. Él tenía el mundo a sus pies, el futuro en sus manos, pero algo en ella lo había atraído, algo que ni él parecía poder resistir. Y eso la perturbaba y la excitaba al mismo tiempo.

El sonido de los pasos que se acercaban interrumpió sus pensamientos. Cuando levantó la mirada, vio a Scott aparecer nuevamente por la puerta. Su camisa ya estaba medio arrugada, el cabello un poco más desordenado, pero aún así, él mantenía esa presencia que lo hacía destacar en cualquier lugar. No podía dejar de pensar en lo que había ocurrido entre ellos, pero lo que más le intrigaba era el hecho de que no había dudas en él. Había algo en su forma de mirarla, en su actitud, que la hacía sentir como si fuera lo único importante en su vida en ese momento.

—Todo bien? —preguntó Scott, sus ojos azules brillando con una mezcla de deseo y ternura. En su rostro, se veía una expresión que Julieta no podía descifrar del todo, pero que la hacía sentirse especial.

Julieta, aún un poco nerviosa por la intensidad del encuentro, avanzaba con la cabeza, aunque su respiración seguía entrecortada.

—Sí, todo bien. Solo… solo necesitaba un momento para ponerme en orden. —Se sintió tonta al decirlo, pero era la verdad.

Su mente aún estaba en otro lugar, atrapada entre lo que había sucedido y lo que podría llegar a ser.

Scott se acercó con calma, dejando que el silencio entre ellos hablara por sí mismo. No necesitaban más palabras. A veces, lo mejor en una conversación era simplemente compartir una mirada, un gesto. Y eso fue lo que hicieron. Sin decir nada más, Scott tomó la mano de Julieta, guiándola hacia la puerta.

—El juego está por empezar. —Su voz estaba cargada de emoción, de esa energía que siempre lo rodeaba en el campo. Pero ahora, en la habitación de descanso, esa misma energía parecía estar dirigida a ella, a Julieta.

Afuera, la multitud comenzaba a corear, el sonido de los bates y las pelotas chocando con la fuerza del deporte. Scott la miró por última vez antes de salir, su mano aún aferrada a la de ella.

—Al terminar el juego, te llevaré a cenar. Solo tú y yo. No quiero que haya más distracciones. —Y, con una sonrisa de promesa, se despidió, dejándola con la sensación de que el día no había hecho más que comenzar, que el futuro estaba lleno de nuevas oportunidades.

Mientras él se perdía entre los pasillos hacia el campo, Julieta se quedó allí, viendo cómo el resto del equipo se preparaba para el siguiente desafío. En su pecho, su corazón latía con fuerza, sabiendo que había algo más allá del béisbol, algo que no podía ignorar. Y mientras miraba el campo, pensó que, quizás, el juego no era solo dentro de las líneas blancas del estadio, sino también fuera de base, en el terreno incierto de lo que sentía por Scott.

Al final del juego, como había prometido, Scott la encontró al borde del vestuario. La miró con una mezcla de orgullo y deseo. Sabía que ella lo había esperado. Sus ojos brillaban como si todo en la vida hubiera tenido sentido solo en ese momento, cuando al fin estaban juntos.

—¿Lista para nuestra cita? —le preguntó con una sonrisa traviesa, mientras la tomaba de la mano.

Julieta solo se acercó, dejando que el silencio hablara por ella. Los dos caminaban hacia la salida del estadio, el bullicio a su alrededor se desvanecía, y lo único que importaba era ese momento, ese instante entre ellos. Cuando llegaron al auto, Scott le abrió la puerta, un gesto que Julieta no pudo evitar notar. Su estaba atención en él, en cómo la trataba con tanta delicadeza, como si fuera lo más valioso que tenía.

La cena fue en un pequeño restaurante con luces suaves y ambiente tranquilo, un lugar donde los ruidos del mundo no podían alcanzarlos. Julieta no dejaba de mirarlo, su mente llena de pensamientos contradictorios. Sabía que algo entre ellos había cambiado, pero no sabía si debía dejarse llevar por completo o mantener cierta distancia. El mundo del béisbol era implacable, y los rumores siempre estaban a la orden del día. Pero lo que sentía por Scott era tan real, tan palpable, que no podía ignorarlo.

Durante la cena, Scott la observaba con una intensidad que la hacía sentirse como la única mujer en el mundo. Cada palabra que decía, cada sonrisa, parecía más sincera que la anterior. Estaba claro que no era solo un jugador de béisbol. Había algo más profundo en él, algo que lo hacía especial, algo que la atraía más allá de su atractivo físico.

—¿Sabes? —dijo Scott, mientras dejaba su copa de vino sobre la mesa, su mirada fija en ella—. No suelo hacer esto. No soy de citas formales ni de hablar de mis sentimientos. Pero contigo… me siento diferente.

Julieta sintió una punzada en el pecho, una mezcla de emoción y miedo. No quería que esto fuera solo una aventura pasajera, una relación fugaz. Pero también sabía que el futuro de Scott, el deporte que lo rodeaba, podría complicar todo. El béisbol era un mundo lleno de mentiras, intrigas y poder. Y aunque sentía que lo que tenía con él era real, también sabía que ese mundo podría destruirlo todo.

—¿Y qué sientes, Scott? —preguntó Julieta, desafiando sus propios miedos.

Scott irritante, y por un momento, Julieta vio la vulnerabilidad detrás de sus ojos azules.

—Te siento, Julieta. Y eso es más que suficiente.

Aunque las palabras parecían sencillas, la forma en que las dijo la hicieron sentir como si estuviera entrando en un mundo completamente nuevo. Un mundo donde solo existían ellos, sin reglas ni barreras.

—Ve a cambiarte, yo también lo haré. Chico problema.

—Mi pequeña traviesa—la nalguea.

Era el inicio de algo que ninguno de los dos podría predecir, pero que ambos deseaban más que nada. En ese momento, se dio cuenta de que el amor podía ser más peligroso que cualquier juego de béisbol. Y aunque sabían que el mundo los presionaría, algo dentro de ellos les decían que lo que compartían era más fuerte que cualquier desafío que pudiera venir.

El juego apenas comenzaba, y su historia iba más allá de las bases del campo de juego.

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