Entre la Espada y la Pared
Entre la Espada y la Pared
Por: yumaryp93
5 años y una mentira

Nunca pensé que cinco años podían resumirse tan rápido cuando alguien te roba el suelo bajo los pies. Y sin embargo, ese día descubrí que todo lo que había construido con Manuel podía quebrarse en cuestión de segundos.

Cinco años.

Cinco años de mi vida entregados a un hombre al que creía conocer, a un hombre que pensé que sería mi refugio, mi estabilidad, el compañero perfecto para construir una familia. Manuel… ese médico brillante, encantador, de mirada segura, que alguna vez me juró que yo era su única razón.

Me engañé pensando que éramos felices. No lo niego: yo estaba enamorada. De verdad lo estaba. Cada guardia, cada madrugada compartida en el hospital, cada café a la carrera antes de una cirugía… todo eso me parecía suficiente para sostenernos. Y lo fue, hasta que el mundo me cayó encima con una crudeza que jamás imaginé.

Ese día, además, era especial. Nuestro quinto aniversario. Había pasado toda la mañana con una mezcla de nervios y emoción, porque por fin tenía algo que contarle a Manuel. Algo que había estado guardando como un tesoro.

Estaba embarazada.

Lo había confirmado hacía dos semanas. Todavía no tenía panza, pero mi cuerpo lo sabía. Yo lo sabía. Cada latido de mi corazón me gritaba que no estaba sola, que una nueva vida crecía dentro de mí. Y, aunque me asustaba, me sentía feliz. Quería darle la noticia a Manuel en la cena que habíamos planeado. Imaginaba su sonrisa, sus ojos brillando, sus manos rodeando mi vientre con ternura.

Pero entonces, mientras entregaba mi guardia en el hospital, mi teléfono sonó.

Era él.

—Amor, lo siento mucho —dijo con voz apresurada—. Me salió una emergencia de último minuto. No voy a poder ir a cenar esta noche.

Tragué saliva, forzando una sonrisa que él no podía ver.

—Está bien, Manuel. Lo entiendo. —Mentí. Porque no lo entendía. Pero prefería creer que de verdad era una emergencia.

Colgué y un vacío me invadió el pecho. ¿Cómo iba a darle la noticia ahora? ¿Cómo iba a decirle que íbamos a ser padres si él ni siquiera podía estar conmigo en nuestro aniversario?

Con el corazón encogido, seguí firmando papeles, entregando indicaciones, intentando no pensar demasiado. Pero entonces llegó. Ese mensaje que me destruyó.

Un número desconocido. Una foto.

Era Manuel. Mi Manuel.

En un restaurante elegante.

Besando a otra mujer.

El aire se me fue de golpe. Me faltó el oxígeno. El estómago me ardió. Quise vomitar. Y entonces las manos me empezaron a temblar, la vista se me nubló, las piernas me fallaron.

—¡Isabela! —exclamó Clara, una residente que estaba a mi lado.

—No… —jadeé, llevándome la mano al pecho.

—¿Estás bien? —preguntó Clara, acercándose alarmada.

—No… no puedo respirar… —dije con un hilo de voz.

El aire no entraba. El corazón me latía tan fuerte que pensé que iba a desmayarme. Un zumbido me llenó los oídos, las manos me sudaban, los dedos me temblaban. Ansiedad. Un ataque de ansiedad brutal.

—¡Alguien tráigame agua! —gritó Clara.

Sentí varias manos sujetándome, voces que me hablaban, pero yo solo podía pensar en esa foto. Manuel, su boca, esa mujer. La traición mordiéndome como un animal rabioso.

—Tranquila, respira conmigo —dijo Daniel, otro de los médicos, poniéndose frente a mí—. Inhala… exhala… mírame, inhala… exhala.

Me dio un ataque de ansiedad tan brutal que tuvieron que sentarme en una camilla. Clara me sostenía el cabello, Daniel me agarraba la mano, un enfermero me puso oxígeno. Sentía que me moría, pero lo que en realidad se estaba muriendo era todo lo que yo había construido en cinco años.

—¿Qué pasó? —preguntó Daniel con voz dura, preocupado.

No pude hablar. Pero mi teléfono aún estaba en mi mano. Él lo tomó, vio la foto, y su expresión cambió de inmediato.

—Hijo de… —murmuró apretando los dientes.

Me invadió un llanto silencioso, desgarrador.

—Llévame allí —susurré.

—¿Dónde?

—Al restaurante. Conozco ese lugar. Llévame, Daniel.

Él negó con la cabeza.

—Isabela, estás en shock, no puedes…

—Por favor —lo interrumpí, mirándolo con desesperación—. Necesito verlo. Necesito saber si esto es real.

Él dudó. Me sostuvo la mirada largo rato. Y finalmente asintió.

—Está bien. Te llevo.

Salimos del hospital. El aire frío de la noche me golpeó en la cara, pero no me devolvió el control. Todo me parecía lejano, como si estuviera soñando. Daniel me ayudó a subir a su coche. Yo iba en silencio, abrazándome el vientre con ambas manos. Mi secreto. Mi bebé. ¿Cómo podía estar trayéndolo al mundo en medio de esta pesadilla?

—Isa —dijo Daniel suavemente mientras conducía—. ¿Estás segura de querer hacerlo?

—Sí —respondí, con lágrimas quemándome los ojos—. Necesito la verdad.

Cuando llegamos, el restaurante estaba iluminado con luces cálidas, elegante, perfecto para cenas románticas. El tipo de lugar al que Manuel debería haberme llevado a mí esa noche. El tipo de lugar donde pensaba decirle que íbamos a ser padres.

—¿Quieres que suba contigo? —preguntó Daniel, estacionando.

—No. —Negué con la cabeza, respirando hondo—. Esto es entre él y yo.

Me bajé. Caminé hacia la entrada. Cada paso me pesaba como plomo. Subí a la terraza con el corazón a punto de estallar.

Y allí estaba.

Manuel.

El hombre al que había amado cinco años. El padre de mi hijo.

Sonriendo.

Besando a otra mujer.

Sentí que el mundo se me partía en dos.

Me llevé la mano al vientre. Mi secreto, nuestro bebé, seguía ahí, latiendo dentro de mí. Pero Manuel ya no.

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