En "El Pecado Oculto", la Hermana Danishka, una monja corazón compasivo, visita una cárcel alta seguridad para bendecir el cuerpo de un hombre moribundo. En su camino, se encuentra con Roman, un recluso que despierta su curiosidad. Esa misma noche, Roman intenta escapar y revela que conoce a la hermana desde hace años. Obsesionado, desea corromper sus votos y poseerla para sí mismo. Danishka se encuentra en un dilema moral mientras lucha contra la tentación de un amor prohibido en un ambiente lleno de peligros y deseos oscuros. Historia registrada. Prohibido su copia.
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"Volveré por ti."Esa era la frase que, año tras año se repetía en mi cabeza, como un disco rayado de una canción que no conocía.Había un pasado, un pasado que decidí dejarlo allí, al no obtener una respuesta.El sol ardía en el cielo, pero dentro de mí, un frío intenso me recorría las entrañas. Hoy, al despertar, sentí un peso extra en mi pecho, como si una sombra se hubiera posado sobre mí, augurando desgracias. Mis manos temblaban mientras me preparaba para mi día habitual en la prisión. Como monja, mi deber era visitar estos lugares, para llevar consuelo y esperanza a aquellos que parecían haber perdido todo. Sin embargo, en esta ocasión, mi corazón estaba lleno de un presentimiento oscuro.La Hermana Superiora, siempre atenta a las necesidades de las hermanas bajo su cuidado, notó mi inquietud. Me detuvo en el pasillo con una mirada de preocupación en sus ojos bondadosos.— ¿Qué sucede, Danishka? — preguntó con voz suave, pero firme —. Pareces perturbada esta mañana.Traté de controlar mi respiración agitada antes de responder.— Sólo me siento un poco nerviosa. No sé por qué.Ella me observó por un momento más, como si intentara leer mi alma. Luego, con un suspiro compasivo, asintió.— Entiendo. A veces, la ansiedad puede ser inexplicable. Pero confía en que Dios está contigo, incluso en los momentos de mayor temor.Asentí, agradecida por sus palabras reconfortantes, aunque no lograron calmar el torbellino de emociones dentro de mí. Sabía que algo estaba mal, pero no podía ponerle nombre. Con una plegaria silenciosa en mi corazón, me dirigí hacia la entrada de la prisión.Al cruzar el umbral, el aire pesado y viciado me golpeó como un puñetazo en el estómago. Las voces de los reclusos resonaban en los pasillos, llenos de dolor, arrepentimiento y rabia. Mi misión era simple en teoría: ofrecerles consuelo, esperanza y, sobre todo, la palabra de Dios. Pero en la práctica, era una tarea monumental, enfrentándome a las sombras más oscuras del alma humana.Recorrí los pasillos con paso firme pero vacilante, sintiendo la mirada penetrante de los prisioneros posarse sobre mí. Algunos me miraban con desconfianza, otros con curiosidad o indiferencia. Pero todos llevaban consigo el peso de sus errores pasados, tallados en sus rostros marcados por el tiempo y la adversidad. A otros simplemente les daba igual sus pecados.Me detuve frente a una celda, donde un hombre de semblante sombrío me observaba con ojos cansados pero desafiantes. A través de los barrotes oxidados, intercambiamos miradas por un instante, como dos almas perdidas en la vastedad del universo.Era sorprendente, pero me sentía perdida como este hombre, pero en diferentes términos y condiciones.— ¿Qué quieres, monjita? — gruñó él, rompiendo el silencio incómodo.— Vengo a ofrecerte la palabra de Dios — respondí con voz suave pero firme —. El perdón y la redención están al alcance de todos, incluso en los momentos más oscuros.El hombre soltó una carcajada amarga, sacudiendo la cabeza con incredulidad.Bien, había iniciado mal la conversación. No debí decir directamente eso.— Dios se olvidó de mí hace mucho tiempo, hermana. Ya es demasiado tarde para redimirme.— No es nunca demasiado tarde — insistí al oír aquellas palabras, con la fe inquebrantable que había guiado mi vida —. El amor y la misericordia de Dios son infinitos, incluso para aquellos que han perdido toda esperanza.— Dios, Dios, Dios… Eres pésima en tu trabajo.Nuestras palabras fueron interrumpidas por un estruendo repentino, seguido de gritos y sirenas que resonaban por todo el recinto. Mi corazón dio un vuelco en mi pecho, presintiendo que algo terrible estaba a punto de suceder. La Hermana Superiora apareció a mi lado, con una expresión de alarma en su rostro apacible.— ¡Tenemos que salir de aquí, ahora mismo! — exclamó, agarrándome del brazo con urgencia.Sin comprender completamente lo que estaba pasando, miré al hombre tras las rejas, al igual que yo, alarmado.— No podemos dejarlo.— Ya vienen los guardias a liberarlo. Debemos irnos.La seguí obedientemente mientras nos apresurábamos hacia la salida. Pero no pude continuar, solté su mano y volví hasta esa celda, saqué la pequeña hebilla de mi cabello y saqué el seguro para liberar al hombre, quien me miró entre sorprendido y agradecido. Iba a hacer lo mismo con los otros, pero la Hermana superiora me jaló de las manos, haciendo que la hebilla caiga y se pierda.Los reclusos se agitaban en sus celdas, gritando y golpeando las rejas con desesperación. El caos reinaba en la prisión, y el miedo se apoderaba de cada rincón.Fuera, nos encontramos con una escena de caos y confusión. Policías corrían de un lado a otro, tratando de contener una revuelta que amenazaba con salirse de control. El sonido de disparos resonaba en el aire, mezclado con los gritos de los prisioneros y el clamor de las sirenas.— ¿Qué está pasando? — pregunté, sintiendo el pánico comenzar a apoderarse de mí.Ella me miró con gravedad, sus ojos reflejando el miedo que también sentía.— No lo sé, Danishka. Pero parece que estamos en medio de algo muy peligroso.Una sensación de impotencia y desesperación se apoderó de mí mientras observaba el caos que se desarrollaba a mi alrededor. En ese momento, supe que el presentimiento oscuro que había sentido desde la mañana había sido una advertencia, un presagio de la tragedia que estaba a punto de desatarse.El caos reinaba en la prisión mientras la Hermana Superiora y yo nos aferrábamos mutuamente, tratando desesperadamente de abrirnos paso entre la multitud enloquecida. El sonido de los disparos y los gritos se entrelazaba en el aire espeso, mientras los reclusos aprovechaban el tumulto para rebelarse contra sus captores. La confusión era total, y el miedo se aferraba a mi pecho con garras de acero.— ¡Sigue mi paso, Dani! — gritó la Superiora sobre el estruendo, su voz apenas audible entre el clamor —. ¡No te sueltes de mí!Agarré con fuerza su mano, aferrándome a ella como si fuera mi única tabla de salvación en medio del mar embravecido. Juntas, nos abrimos paso entre la multitud frenética, esquivando cuerpos y evitando a toda costa caer bajo las miradas hostiles de los reclusos desesperados.Pero entonces, en medio del tumulto, la mano de la Hermana se soltó de la mía como si fuera impulsada por una fuerza invisible. Giré instintivamente en su dirección, buscando desesperadamente su rostro entre la multitud agitada, pero era como buscar una aguja en un pajar en llamas. La perdí de vista en cuestión de segundos, y un frío gélido se apoderó de mi corazón.— ¡Hermana Superiora! — grité, mi voz ahogada por el estruendo que me rodeaba. Pero mis palabras se perdieron en el caos, y no había rastro de ella a la vista.La sensación de desamparo me abrumó, dejándome paralizada por un instante en medio del caos que se desataba a mi alrededor. Pero entonces, el instinto de supervivencia se apoderó de mí, y me lancé hacia adelante, corriendo tan rápido como mis piernas podían llevarme.Tropecé varias veces, mi respiración entrecortada por el esfuerzo y el miedo que me consumía desde adentro. Pero cada vez que caía, me levantaba con renovada determinación, consciente de que la única opción era seguir adelante, sin importar los obstáculos que se interpusieran en mi camino.Fue entonces, en medio de la confusión y el caos, que una mano se extendió hacia mí desde la oscuridad, ofreciéndome un rayo de esperanza en medio de la desesperación. Levanté la mirada, encontrando los ojos de un extraño que me observaban fijamente. Era siniestra y seductora. Peligrosa y atrayente.— ¡Agarra mi mano! — me instó, su voz firme pero llena de bondad —. Conozco una salida. Te encontrarás con tu amiga.Sus palabras eran firmes, y solo lo decidí, cuando alguien estiró de mi velo tan fuerte, haciéndome gritar del susto.Sin dudarlo un segundo más, alcancé su mano con la mía, dejando que me ayudara a ponerme de pie una vez más. Juntos, nos abrimos paso a través del laberinto de pasillos y cuerpos entrelazados, cada paso acercándonos un poco más a la libertad que parecía tan lejana y esquiva.El fuego rugía a nuestro alrededor, devorando todo a su paso con voracidad implacable. Pero en medio de las llamas y el humo, encontré un destello de esperanza en los ojos del extraño que me había tendido la mano en mi momento de mayor necesidad; sin negar, la electricidad que me carcomía con su toque masculino.DANISHKA.Varios meses habían pasado desde que descubrí que estaba embarazada. La emoción y el nerviosismo de esos primeros días se habían transformado en una rutina de espera ansiosa. Ahora, sentada en el salón de mi casa, sentía que todo estaba a punto de cambiar. El sol de la tarde se filtraba por las cortinas y el reloj en la pared marcaba las cuatro y media. De repente, un dolor agudo recorrió mi abdomen. Solté un pequeño gemido y llevé la mano a mi vientre, tratando de calmar la sensación. Pero las contracciones no cedían, al contrario, se intensificaban con cada segundo que pasaba.— ¡Ayuda! — grité, tratando de levantarme del sofá. Las piernas me temblaban y apenas podía mantener el equilibrio —. ¿Por qué carajos duele tanto?Justo en ese momento, la puerta se abrió y apareció el tío de Roman. Él había venido a visitarnos y al verme en ese estado, comprendió de inmediato lo que estaba sucediendo. Sin decir una palabra, se acercó rápidamente a mí y me ayudó a mantenerme en pie.
DANISHKA.Eran las siete de la tarde y me encontraba sentada en la sala, mirando distraídamente la televisión. Había sido un día tranquilo en el orfanato y los nuevos guardaespaldas que Roman contrató parecían estar haciendo un buen trabajo cuidando de mí.De repente, escuché la puerta abrirse y supe que era Roman llegando de su recorrido rutinario, observando los almacenes. Sonreí cuando lo vi entrar y se acercó para saludarme con un beso suave en los labios.— ¿Cómo estás, mi amor? — preguntó con esa voz grave que tanto me gusta.— Bien, ha sido un día tranquilo — respondí, acariciando su mejilla —. ¿El tuyo qué tal?— Cansador. Sin Saúl haciéndose cargo, todo se torna más difícil — responde.Saúl. Hablar de él se había prácticamente prohibido en la casa. Nadie siquiera menciona su nombre ni por error. Después de todo lo que habíamos pasado, la muerte de Saúl y la de Lucía, cada uno de nosotros llevábamos nuestro luto de una manera personal. Pero cuando llegaba la noche y estábamos
— ¿Qué se siente ver morir a tu mujer frente a tus ojos? — cuestionó con altanería Marta.Vladimir no paraba de mirarla. Estudiar sus movimientos. Sus nudillos se volvían blancos por la presión que ejercía en su arma. Él, más que nadie, quería matarla.— Yo conseguiste el suero. ¿Qué más quieres? — pregunté —. ¿Él es otra de tus marionetas?Aquella pregunta molestó al hombre al que ninguno de los dos conocía.— Soy su esposo — Se auto presentó el imbécil.— Así que por esta deformidad me has cambiado — murmuró Vladimir —. ¿Qué se siente caer tan bajo?El sujeto levantó su arma y apuntó a Vlad, yo seguía apuntando a Marta, y ella, por ende, apuntaba a mi mujer, junto con otros sujetos más.— Admito, que esperaba que nuestros hombres sean más letales, pero al parecer, nadie puedo con el carnicero. Con el Don de la Mafia. Ridículos — masculló la mujer —. Sé perfectamente que no saldremos vivos de aquí, pero…— Ustedes no saldrán vivos de aquí — interrumpí.El hombre soltó una carcajada y
Mientras yo me comunicaba con Vladimir, escuchaba que mi tío le hacía preguntas a Saúl, y este simplemente mantenía un rostro sereno. No entendía exactamente por qué de repente mi tío comenzó a dudar de él.— Primero, necesitamos averiguar más sobre lo que realmente pasó — dijo mi tío —. Saúl, ¿recuerdas algo más? ¿Algo que pudiera darnos una pista sobre dónde están ahora?Saúl se frotó la cabeza, como si tratara de recordar detalles.— Nada. Solo recuerdo eso — Saúl me miró —. Lo siento Roman… yo debí ser más atento.— Sí, debiste serlo — respondí molesto, en el momento en que me contestaba la m*****a llamada el ruso —. Al fin contestas.— Parece que estamos de mal humor por ahí — respondió irónico.Miré a Saúl y a mi tío y me alejé.— La zorra de tu mujer secuestró a la mía — solté y un silencio se formó al otro lado de la línea.— Dime que necesitas y allí estaré — sonreí.— Hombres — mascullé.— ¿Por qué m****a necesitas hombres? ¿Acaso los tuyos renunciaron? — cuestionó burlesco.
ROMANLa casa estaba en silencio cuando escuché la puerta principal abrirse de golpe. Me levanté del sofá rápidamente, dejando caer el libro que estaba leyendo. El corazón me latía con fuerza, una sensación de inquietud se apoderaba de mí. Me dirigí hacia la entrada, esperando ver a mi esposa, pero en su lugar, apareció Saúl, completamente golpeado.— ¡Dios mío, Saúl! — exclamé, corriendo hacia él —. ¿Qué demonios te ha pasado?Saúl apenas podía mantenerse en pie. Su rostro estaba cubierto de moretones, un corte profundo cruzaba su ceja izquierda, y su ropa estaba rasgada y ensangrentada. Lo ayudé a sentarse en una silla del comedor, tratando de mantener la calma a pesar del pánico que se apoderaba de mí.— ¿Dónde está ella? ¿Dónde está Dani? — pregunté, la desesperación evidente en mi voz.Saúl levantó la cabeza con dificultad, sus ojos llenos de dolor y culpa.— Nos tendieron una trampa, Román — dijo con voz entrecortada —. Íbamos camino al orfanato cuando nos atacaron. Lucía... Lucí
La habitación estaba oscura y el aire era espeso, cargado de un olor metálico que no podía identificar del todo. Podía sentir el miedo recorriendo mi piel como una corriente eléctrica, pero sabía que tenía que mantenerme fuerte, por mi hijo, por Lucía. Ella estaba desfalleciendo, su respiración era cada vez más superficial y podía ver cómo sus párpados se cerraban lentamente.— ¡Lucía! — grité, sacudiéndome, como si con eso pudiera alcanzarla —. ¡No te duermas, por favor! Necesito que te mantengas despierta.Pero mis palabras parecían no llegarle. Estaba tan débil, su cuerpo apenas respondía. De repente, la puerta se abrió de golpe y tres hombres entraron, sus pasos resonando en el suelo de cemento. Antes de que pudiera reaccionar, dos de ellos la tomaron por los brazos y la arrastraron a otra silla frente a mí.— ¡Suéltenla! — grité desesperada, luchando contra mis propias ataduras —. ¡No le hagan más daño!Mis palabras cayeron en oídos sordos. La colgaron delante de mí, sus muñecas
Último capítulo