Mundo ficciónIniciar sesiónArianna Stoica baila en la oscuridad del crimen organizado, seduciendo con movimientos que ocultan secretos y silencios peligrosos. En un mundo donde la belleza puede ser un arma, ella aprendió a no pertenecerle a nadie. Pero cuando Dominic Todorov, un hombre endurecido por la pérdida, llega a Bulgaria para tomar el control, sus caminos chocan con una intensidad imposible de ignorar. Él quiere someterla. Ella no está dispuesta a caer. Lo que ninguno de los dos sabe es que el peligro acecha más cerca de lo que imaginan… y que, en el juego de la mafia, el deseo puede costar más que la vida.
Leer másEl metal frío de la navaja oxidada mordió su piel como la advertencia de una serpiente, y el aliento fétido del ladrón invadió su rostro mientras sus dedos sucios se cerraban alrededor de su muñeca con una fuerza brutal. La noche en el mercado bajo de Tebas se había tornado silenciosa de repente, como si hasta los dioses contuvieran la respiración ante lo que estaba por suceder.
—Bonita túnica para una plebeya —gruñó el hombre, sus ojos inyectados en sangre recorriendo el cuerpo de Neferet con una lujuria que la hizo temblar—. ¿Cuánto oro escondes debajo, pequeña mentirosa?
Neferet había cometido un error. Un error estúpido y arrogante. Había escapado de la mansión familiar con tanta prisa que no se había cambiado completamente, y ahora el lino fino de su túnica interior, apenas visible bajo la capa raída que había robado de los establos, la delataba como lo que era: una intrusa en un mundo que no le pertenecía.
—No tengo nada —mintió, su voz más firme de lo que su corazón galopante sugería—. Solo soy una sirvienta que...
El segundo ladrón, un hombre más bajo pero con cicatrices que contaban historias de violencia, se rio con una carcajada que resonó en el callejón vacío.
—Las sirvientas no huelen a aceite de loto —escupió, acercándose por su espalda—. Ni tienen manos tan suaves.
El primer ladrón presionó el cuchillo con más fuerza, y Neferet sintió la humedad cálida de su propia sangre deslizándose por su cuello. El pánico amenazó con devorarla, pero algo más fuerte se encendió en su pecho: la rabia. La misma rabia que la había impulsado a huir de esa cena insoportable, donde su madre la había exhibido como ganado ante un mercader de especias con aliento a cebolla y manos que se aventuraban demasiado cerca de sus rodillas bajo la mesa.
"Eres la última esperanza de esta familia", le había susurrado su madre con esa sonrisa helada que usaba cuando planeaba algo terrible. "Tu hermano maneja el negocio, pero tú... tú puedes elevarnos. Solo necesitas casarte bien."
Casarse bien. Como si ella fuera una de las telas preciosas que su familia comerciaba, lista para ser vendida al mejor postor.
La mano del ladrón comenzó a descender por su costado, y Neferet supo que tenía segundos antes de que la situación se volviera irreversible. Cerró los ojos, preparándose para morder, para luchar, para morir si era necesario, cuando una sombra se materializó detrás de sus atacantes.
El primer ladrón ni siquiera tuvo tiempo de gritar. Una mano emergió de la oscuridad, atrapó su muñeca con precisión quirúrgica, y el sonido del hueso quebrándose resonó en el callejón como el chasquido de una rama seca. El cuchillo cayó al suelo con un tintineo metálico, y el hombre se desplomó, aullando de dolor.
El segundo ladrón giró, pero la sombra ya estaba sobre él. Un movimiento fluido, casi demasiado rápido para seguir con la vista, y el hombre quedó inconsciente en el suelo polvoriento.
Neferet retrocedió, jadeando, su espalda chocando contra la pared de adobe mientras sus ojos intentaban enfocar al recién llegado. La luz de la luna llena, que se filtraba entre los edificios apretados del barrio bajo, iluminaba solo fragmentos: una capa oscura, hombros anchos, manos que se movían con la gracia letal de un depredador.
—¿Estás herida? —preguntó una voz, y Neferet sintió que algo en su interior se contraía ante el sonido grave y aterciopelado.
El hombre se acercó, y por primera vez ella pudo verlo. Una capucha ocultaba la mayor parte de su rostro, dejando visible solo una mandíbula fuerte, marcada por una cicatriz pálida, y unos labios que parecían diseñados para el pecado. Pero fueron sus ojos los que la dejaron sin aliento: dorados como el sol poniente sobre el Nilo, intensos como el fuego, y fijos en ella con una concentración que hizo que su piel ardiera.
—Yo... —Neferet llevó una mano temblorosa a su cuello, sintiendo la pequeña herida que ya había dejado de sangrar—. Estoy bien.
—Mentirosa —dijo él, y había algo parecido al humor en su voz mientras sacaba un paño limpio de su cinturón—. Nunca he visto a alguien "bien" temblar así.
Se acercó más, tanto que Neferet pudo oler su aroma: cuero, arena caliente, y algo más oscuro, más salvaje. Sin pedir permiso, él presionó el paño contra su cuello, y el contacto de sus dedos contra su piel envió una descarga eléctrica por todo su cuerpo.
—¿Qué hace una mujer como tú en un lugar como este? —preguntó él, su voz apenas un murmullo mientras limpiaba la sangre con una suavidad que contrastaba brutalmente con la violencia que acababa de desplegar.
—Podría preguntarte lo mismo —replicó Neferet, encontrando su coraje—. ¿Qué hace un soldado patrullando los barrios bajos sin escolta?
Algo parpadeó en esos ojos dorados. ¿Sorpresa? ¿Diversión?
—¿Quién dice que soy un soldado?
—Tus movimientos. Tu postura. La forma en que desarmaste a esos hombres sin siquiera respirar fuerte —Neferet inclinó la cabeza, estudiándolo—. Y esa espada en tu cadera es demasiado fina para ser de un guardia común. Eres de la guardia real.
El silencio se extendió entre ellos, cargado de algo peligroso y magnético. Entonces, para sorpresa de Neferet, él se rio. Una risa baja y ronca que reverberó en su pecho y despertó sensaciones que no sabía que su cuerpo podía experimentar.
—Peligrosamente perceptiva —dijo él, retirando el paño de su cuello pero sin alejarse—. ¿Debería preocuparme?
—Tal vez —respondió Neferet, sorprendida por su propia audacia—. Depende de cuántos secretos estés guardando.
La mirada de él descendió a sus labios, y Neferet sintió que el aire entre ellos se espesaba, se volvía casi tangible. El corazón le golpeaba contra las costillas con tanta fuerza que estaba segura de que él podía escucharlo.
—Estás lejos de casa —observó él, cambiando de tema con una facilidad que sugería que también sentía la tensión—. Déjame acompañarte.
—No necesito...
—No era una pregunta.
Había autoridad en su voz, el tipo de autoridad que venía de años de dar órdenes y esperar obediencia. Pero también había algo más: una preocupación genuina que derritió las defensas de Neferet más rápido que cualquier comando.
Comenzaron a caminar por el laberinto de callejones, manteniéndose en las sombras, y Neferet se dio cuenta de que tendría que mentir sobre su destino. Si él descubría que vivía en la zona noble de la ciudad, donde las mansiones de los comerciantes ricos se alzaban como pequeños palacios, su anonimato terminaría.
—¿Huyes de algo? —preguntó él después de un momento, su voz más suave ahora.
La pregunta la tomó desprevenida por su precisión.
—De alguien —admitió Neferet, antes de poder detenerse—. De muchos alguienes, en realidad.
—Ah —dijo él, y había comprensión en ese sonido—. Yo también.
Neferet lo miró de reojo, intrigada.
—¿Un soldado de la guardia real huye? ¿De qué?
—De mi vida —respondió él con una amargura que sorprendió a Neferet—. O de lo que se supone que debe ser mi vida. A veces es lo mismo.
Algo en su tono hizo eco de su propia frustración, de su propio anhelo por algo más que el destino que otros habían trazado para ella. Sin pensar, Neferet extendió su mano y tocó su brazo, deteniéndolo.
—¿Cuánto tiempo tienes? —preguntó—. Antes de que tengas que volver.
Él giró para mirarla, y en la penumbra del callejón, con la luna proyectando sombras dramáticas sobre su rostro parcialmente oculto, parecía una deidad oscura emergida de las leyendas antiguas.
—Hasta el amanecer —dijo—. Después... después tengo que ser alguien que no quiero ser.
—Entonces hasta el amanecer —susurró Neferet, acercándose un paso—, eres libre de ser quien quieras.
No supo quién se movió primero. Tal vez ambos. Pero de repente los labios de él estaban sobre los suyos, hambrientos y desesperados, y Neferet sintió que el mundo se incendiaba. Él la empujó suavemente contra la pared del callejón, su cuerpo grande y cálido presionándose contra el de ella mientras sus manos se enredaban en su cabello.
El beso fue diferente a todo lo que Neferet había imaginado en sus fantasías secretas. No fue suave ni tímido, sino salvaje y urgente, como si ambos supieran que esto era todo lo que tendrían. La lengua de él rozó la suya, y Neferet gimió contra su boca, sus propias manos aferrándose a su capa como si fuera lo único que la mantenía anclada a la tierra.
Cuando finalmente se separaron, ambos respiraban con dificultad. Él apoyó su frente contra la de ella, sus ojos dorados brillando con una intensidad que la dejó temblando.
—No puedo volver a verte —dijo, y el dolor en su voz era palpable—. Mi vida no me pertenece. No tengo nada que ofrecerte excepto complicaciones y peligro.
Neferet lo miró, este hombre misterioso que había aparecido de la nada para salvarla, que la besaba como si fuera el aire que necesitaba para respirar, y supo que estaba tomando una decisión que cambiaría todo.
—Entonces esta noche —dijo, sus dedos trazando la línea de su mandíbula—, esta noche me perteneces a mí. Solo a mí.
Él cerró los ojos como si sus palabras le causaran dolor físico. Cuando los abrió de nuevo, había una rendición en ellos que hizo que el corazón de Neferet se acelerara.
—Sí —dijo simplemente, antes de capturar sus labios nuevamente.
Este beso fue más lento, más profundo, una exploración en lugar de una conquista. Las manos de él descendieron por sus costados, memorizando cada curva, mientras Neferet arqueaba su cuerpo contra el de él, hambrienta de más. Sintió la evidencia de su deseo presionándose contra su vientre, y un calor líquido se extendió por su interior.
—Ven conmigo —susurró él contra su boca—. Conozco un lugar. Solo por esta noche.
Neferet sabía que debería negarse. Sabía que esto era peligroso, imprudente, potencialmente desastroso. Pero mientras lo miraba a los ojos, vio reflejado en ellos el mismo anhelo desesperado que la consumía a ella: el anhelo de ser libre, aunque fuera por unas pocas horas robadas.
—Sí —susurró.
La tomó de la mano, y corrieron juntos por las calles oscuras de Tebas como conspiradores, como amantes, como dos almas perdidas que habían encontrado refugio mutuo en medio del caos. Neferet no sabía hacia dónde la llevaba, y no le importaba. Por primera vez en su vida, estaba eligiendo su propio camino.
Cuando el amanecer finalmente los encontró, Neferet regresó a la mansión familiar con pasos silenciosos, su cuerpo todavía vibrando con los recuerdos de la noche. La despedida había sido dolorosa, un último beso que sabía a promesas imposibles y futuros que nunca serían.
"No me busques", le había dicho él, sus ojos dorados brillando con lágrimas no derramadas. "Por favor. Sería peligroso para ambos."
Pero cuando Neferet empujó la puerta principal de su casa, encontró a su madre esperándola en el vestíbulo de mármol, vestida con sus mejores joyas y luciendo una sonrisa que helaba la sangre.
—Llegas justo a tiempo, hija mía —dijo Rashida con una voz dulce que no presagiaba nada bueno—. Tenemos noticias maravillosas.
El corazón de Neferet se detuvo. Algo en la postura de su madre, en el brillo triunfal de sus ojos, le advirtió que su mundo estaba a punto de colapsar.
—¿Qué noticias? —preguntó, su voz apenas audible.
Rashida se acercó, tomó las manos sucias de su hija entre las suyas perfectamente cuidadas, y pronunció las palabras que destruyeron todo.
—Prepárate, Neferet. El palacio ha enviado un mensajero esta mañana. El príncipe heredero ha elegido esposa entre todas las hijas de las familias distinguidas de Tebas.
El silencio se extendió, pesado y sofocante.
—Y esa esposa —continuó Rashida, su sonrisa expandiéndose—, eres tú.
Unos días despuésKazanlakDominicEl beso con Arianna sigue clavado en mi cabeza como una espina que no puedo arrancarme. Me irrita que me afecte, me irrita que la recuerde, pero sobre todo me irrita la idea de que ella piense que me domina. Ese beso solo reforzó mi deseo de doblegarla, de dejarle claro que Kazanlak tiene un dueño nuevo, uno que no va a permitir que Divinas siga siendo el centro del poder en la mafia.Ahí se negocian alianzas, se lavan fortunas, circula información que vale más que el oro. Mientras ese territorio siga bajo su corona, no habrá control absoluto para mí. La ecuación es simple: o derroco a su reina o le quito el trono pedazo por pedazo.Y por fin llegó la noche de la inauguración de Aurum, los guardias en la entrada vigilando, las bailarinas caminado entre unos cuantos clientes, la música estridente de fondo, pero el lugar debería estar reventando, nada más alejado de la realidad.Siento un nudo de frustración subirme por la garganta. Me saco el habano d
El mismo díaKazanlakAriannaNovak era un problema, pero que no me quitaba el sueño, menos el imbécil de Dominic Todorov, pero pronto la aparente calma se vino abajo con un ataque que no lo vi venir.Unas horas más tarde me encontraba escuchando a Carla, una de las bailarinas, darme una noticia que me cayó como un balde de agua helada.—Arianna, sabes que te agradezco que me hayas tendido una mano cuando nadie quería darme trabajo… por eso no acepté la oferta de Dominic Todorov —dijo, bajando la voz, como si temiera que alguien más pudiera escucharla.La miré fijamente, arqueando una ceja.—¿Qué acabas de decir? —pregunté, incrédula, sintiendo cómo el calor comenzaba a subir por mi cuello.Carla tragó saliva antes de continuar, sin mirarme directamente.—Uno de los matones de Todorov ha estado hablando con las chicas… quiere convencerlas de ir a bailar a su club. Ofrece tres veces lo que tú pagas.El golpe de rabia me fue directo al estómago.—¿Por qué recién me lo dices? —repliqué c
El mismo díaKazanlakAriannaDetesto caminar entre la incertidumbre. Detesto no saber qué sucede a mi alrededor… mucho más cuando alguien pide mi ayuda. En mi mundo de tinieblas, no es tan simple abrir la puerta y dejar entrar a cualquiera. La regla es clara: ojos abiertos, oídos atentos y boca cerrada. Soy una espectadora silenciosa… hasta que las reglas me obligan a romperse. Y por más que odie sentirme acorralada, no puedo negarle la ayuda a Novak. Su presencia puede ser útil para enfrentar al mafioso Dominic Todorov… aunque eso no significa que tenga vía libre.Me enderezo. Cruzo los brazos, dejo que la tensión se asiente en mis hombros y mi voz sale firme, cortante.—Russell —lo llamo, helada—, claro que Divinas es territorio neutro bajo mi ley… pero hasta en el Pentágono se puede filtrar un enemigo y convertir todo en caos.Sus labios se curvan en una media sonrisa amarga.—Una metáfora sin punto de comparación… porque en Kazanlak tú eres inmune. Nadie se atreve a levantar un d
Unos días despuésKazanlak, BulgariaAriannaTodo parece estar en orden. Las chicas llegan puntuales, los clientes se acomodan como si Divinas fuera su segunda casa, los proveedores no se retrasan ni un minuto. Todo funcionaba como un maldito reloj suizo. Sin embargo, en este negocio, cuando todo parece ir demasiado bien, es porque alguien está preparando tu caída.Por eso no me fui a casa aún, a pesar de que ya amaneció. Camino entre las mesas vacías, observo el camión de licor estacionarse en la parte trasera y entonces escucho la voz de Petar.—Escuché algo que te interesa —dice Petar, que aparece a mi lado sin hacer ruido, como siempre.—¿Algo sobre Dominic? —pregunto, sin mirarlo directamente.—Si. Uno de los proveedores me contó que a unas cuadras de aquí están terminando un club nuevo. Al parecer, el dueño es él… Dominic Todorov. —Hace una pausa—. Dicen que lo está montando con todo. Seguridad, chicas traídas de Europa del Este, dinero fresco.Suelto una risa suave.—Puede pone
La misma nocheKazanlak, BulgariaDominicSer como yo significa vivir con cicatrices que nunca sanan. La lealtad se compra, el amor es debilidad y el respeto se arranca con sangre. Cometí un error imperdonable: enamorarme y hacerla mi esposa. Natasha era mi luz y mi debilidad… y mis enemigos no tardaron en arrebatármela.Tres años atrás. Belgrado.Volvía de una reunión y el teléfono vibró: Milos. La palabra en la voz fue más que aviso. Aceleré hasta la casa. Sirenas, luces ajenas, un olor a pólvora que me recibió antes que la visión.Entré y fue un golpe seco: vidrios hechos lluvia, muebles volcados, sangre que brillaba donde antes había vida. Ella en el suelo, un disparo en el pecho. La sostuve y su mano se enfrió en la mía como una piedra. Sus ojos se fueron.—¡No! —grité hasta quedarme sin voz. —No me hagas esto…Enterré a mi esposa y con ella enterré lo que quedaba de mí. Desde entonces dejé de ser hombre; me hice depredador. Las mujeres calman la bestia, pero ninguna permanece. N
ActualidadKazanlak, BulgariaAriannaAlgunos dicen que los gitanos somos viajeros andantes sin lazos, sin ataduras, con el misterio como nuestra carta de presentación. Nos miran con desconfianza, como si naciéramos con una daga bajo la lengua y una mentira en los bolsillos. Les incomoda no poder encasillarnos, no saber de qué parte del mapa venimos ni a qué Dios rezamos cuando la noche nos toca. Y, sin embargo, no pueden ignorarnos. Porque nos temen. Porque intuimos lo que otros callan, porque olemos la traición antes de que se pronuncie, porque sobrevivimos donde muchos se quiebran.En mi caso, mi sangre gitana ha sido tanto mi amuleto como mi condena. Me enseñó a sobrevivir, pero también me obligó a endurecerme. Aprendí a golpes, a pérdidas que dejaron cicatrices más hondas que cualquier bala. Pero fue ese mismo dolor el que me forjó. El que me enseñó a valerme por mí misma. Ahora, mi nombre se pronuncia en voz baja, con respeto disfrazado de miedo. Como si decirlo en alto les quit
Último capítulo