El consultorio se convirtió en un campo de batalla en cuestión de segundos. La mujer rubia que sostenía la foto de Manuel me miraba con una mezcla de desafío y burla, sus labios curvados en una sonrisa sarcástica.
—¿Embarazada? —dijo con ironía, alzando una ceja—. Pues yo también… estoy esperando.
Mi corazón se detuvo. Por un momento, sentí que la ira y el miedo se mezclaban en un torbellino imposible de controlar.
—¡¿Cómo te atreves?! —grité, señalándola con el dedo mientras mis manos temblaban—. ¿Crees que puedes jugar con eso, conmigo y con mi hijo?
—¿Jugar? —replicó con desprecio—. Solo digo la verdad. Y si crees que puedes asustarme… te equivocas, Manuel es mío, tenemos tres años viéndonos a tus espaldas, me compro una casa, un auto, somos la familia feliz, solo necesito que te quites de el medio.
El calor subió a mi rostro, y la impotencia me volvió temblorosa, me había metido todo este tiempo ¿Pero que era todo esto? ¿Cómo no me dí cuenta? Antes de que pudiera reaccionar, ella