La luna le dio tres hijos, pero le negó el amor. Lía huyó con el corazón roto y un secreto latiendo bajo su piel: esperaba a los hijos del Alfa que la rechazó. Durante cinco años vivió en las sombras, protegiendo a sus trillizos… hasta que el destino la obligó a regresar a la manada que le dio la espalda. Kael jamás olvidó a su mate, aunque fue él quien la alejó. Pero cuando la ve volver con tres pequeños que comparten su mirada y un aura imposible de ignorar, sabe que su error ha despertado consecuencias que podrían destruirlo todo. Los trillizos no son niños comunes. Son hijos de la luna roja, marcados por el poder, y ahora, clanes enemigos los codician para alterar el equilibrio entre manadas. Entre secretos, traiciones y una pasión que nunca murió, Lía y Kael deberán enfrentarse a su pasado… y decidir si su vínculo está realmente roto o si la Luna les ha guardado una segunda oportunidad. Porque cuando el destino llama a la puerta, ni siquiera un Alfa puede escapar.
Leer másEl claro del bosque estaba colmado de murmullos y miradas cargadas de incertidumbre. La manada se había reunido nuevamente, y el aire se había vuelto un campo de batalla invisible, lleno de tensiones que ni la calma aparente podía disimular. Cada rostro reflejaba una mezcla de esperanza frágil y desesperación punzante, como si estuviéramos al borde de un precipicio, sin certezas de hacia dónde nos llevaría el siguiente paso.Kael estaba a mi lado, fuerte y firme, pero en sus ojos podía ver el peso que esa responsabilidad le arrebataba. Mi corazón se oprimía al pensar en los trillizos, en el destino que se cernía sobre ellos como una sombra interminable. Y fue justo en ese momento, cuando creí que ya nada podía sorprenderme, que llegó la verdad más oscura.—Hay algo que no les hemos contado —dijo el anciano, su voz grave resonando en el silencio—. Uno de los trillizos tiene una conexión directa con la fuente de esta fuerza oscura. No solo eso: su poder puede ser la llave que abra el po
La atmósfera en el campamento estaba más densa que nunca, como si el aire mismo temblara bajo el peso de una amenaza invisible. Las ramas de los árboles crujían con el viento, pero había algo más, algo siniestro que parecía acechar entre las sombras. El silencio, lejos de ser un respiro, se sentía como un presagio oscuro.Los trillizos, mis hijos, se movían con inquietud, sus ojos brillando con un fuego interior que ni siquiera ellos comprendían del todo. Durante días habíamos observado cómo sus poderes se intensificaban, y ahora empezaban a perder el control. El pequeño Mikael soltaba aullidos en mitad de la noche, su cuerpo temblaba como si luchara contra una tormenta interna. El mayor, Elias, se aislaba en el bosque, sus manos vibraban con energía contenida, y la niña, Sira, parecía absorber el ambiente, temerosa, con una mirada que me atravesaba el alma.Sentí un nudo en la garganta cada vez que los miraba, porque sabía que esa fuerza que corría por sus venas era tanto su mayor do
El aire en el territorio parecía haberse espesado, como si la misma naturaleza contuviera la respiración, preparada para un evento que todos sabíamos que llegaría. La manada estaba en vilo, y cada sombra parecía esconder algo más que solo oscuridad. Era como si el bosque mismo se hubiera vuelto cómplice del miedo que nos invadía. Podía sentir esa tensión latente, esa energía cargada que electrizaba la atmósfera y hacía que todos los sentidos se agudizaran.Las reuniones en el claro se habían vuelto constantes y breves. Nadie quería revelar más de lo necesario, pero todos sabíamos que el peligro era real, cercano, inevitable. Kael se movía entre nosotros con la determinación de un guerrero, pero había algo en su mirada que me inquietaba. Era un filo frío que no había visto en él antes. Algo oscuro, como una sombra oculta bajo la superficie de su implacable control.Mis hijos corrían por el perímetro, bajo la vigilancia de los guardianes. Ellos todavía no entendían la magnitud de lo que
La manada está al borde del abismo, y yo siento cómo ese borde se desmorona bajo mis pies. No es solo la fría madrugada o el viento que se cuela entre las ramas. No. Es algo más oscuro, más profundo. Algo que se mete en los huesos y no te deja respirar. Desde hace días, la sensación de ser observados, acechados, no nos abandona. Ni siquiera en los momentos más seguros, en el calor del fuego, cuando los niños duermen y el silencio debería ser un refugio, el miedo se cuela por las rendijas.—Lía, tenemos que prepararnos. Esto ya no es un simple aviso —me dijo Kael aquella mañana, sus ojos fijos en mí, pero distantes, con la dureza que solo los líderes conocen—. La sombra que nos persigue quiere destruirnos.Su voz era grave, y cargaba la urgencia de una tormenta que se avecina. Le vi respirar hondo, sus músculos tensos bajo la piel. Por un instante, me pareció ver al hombre que no quería mostrar nunca: vulnerable, preocupado, humano. Y en ese momento, algo en mí se quebró.—¿Qué sabes?
Todo el bosque estaba en silencio.No el silencio normal que precede al aullido de los lobos o a la carrera de una presa asustada. No. Era un silencio contenido, profundo, como si los árboles mismos contuvieran el aliento. Como si la tierra estuviera a punto de abrirse y revelarnos sus secretos más oscuros.Estaba arrodillada junto a mis hijos, el corazón latiéndome con una fuerza dolorosa en el pecho, los nudillos blancos de tanto apretar sus pequeñas manos. Sentía sus dedos temblar dentro de los míos, y quise mentirles. Decirles que todo estaría bien. Que esto era solo un ritual. Que la luna no iba a devorarlos desde el cielo.Pero los tres me miraban como si ya supieran la verdad. Como si sus dones, ahora apenas contenidos bajo la superficie, ya les estuvieran susurrando cosas que yo no podía oír.—Mamá... —susurró Élan, el más callado de los tres, el que tenía los ojos del mismo color que Kael. Un gris tormenta que nunca lograba mirar sin sentir un escalofrío.—Aquí estoy, mi amor
El aire olía a madera húmeda, tierra removida… y anticipación. Era el tipo de noche que hace que el lobo dentro de ti se despierte antes de tiempo. Esa clase de noche donde todo tiembla, donde los ojos se posan más en la luna que en el suelo que pisan.Los preparativos para el ritual habían comenzado desde temprano. El claro fue despejado, los ancianos convocados, los guerreros apostados en los límites del bosque como si un enemigo invisible acechara entre las sombras.Pero no era invisible.Estaba dentro de mis hijos.—¿Crees que deberíamos vestirlos con túnicas rituales? —me preguntó Nora, una de las lobas sanadoras, mientras colocaba hierbas en una bolsa de cuero.—No. Que el clan los vea como lo que son. Ni monstruos. Ni santos. Solo niños —respondí sin titubear, aunque por dentro, el temblor ya empezaba a crecer.Mis hijos estaban en el centro de todo esto. Otra vez. Como si haber nacido con poderes extraordinarios fuera su culpa. Como si el fuego, las visiones y la empatía desco
El consejo me espera con rostros que ya no reconozco. No porque hayan cambiado, sino porque yo ya no soy el mismo Alfa que solía rendirles cuentas. Ahora, cada palabra que escupo parece nacer de una garganta que no me pertenece.—La manada exige respuestas, Alfa Kael —gruñe el más anciano de ellos, Drestan—. Esos niños alteran el equilibrio. Las señales son claras. El territorio tiembla. La luna gime.Mis hijos, pienso, sin atreverme aún a decirlo en voz alta.Sí, míos. Aunque cinco años de ausencia me roben el derecho. Aunque Lía me mire como si fuera un extraño… o peor aún, como si me hubiera convertido en el enemigo.—Los niños no son una amenaza —respondo, firme, cruzando los brazos—. Son sangre de esta tierra. Hijos del linaje antiguo.—¿Y de qué linaje exactamente provienen? —pregunta otra voz. Es la única mujer del consejo, Ysera, que nunca ocultó su desdén por mí. Tal vez porque la rechacé hace años. Tal vez porque huele el miedo que intento ocultar.Mis ojos se deslizan por l
LíaLa noche nunca fue amiga de la tranquilidad cuando los secretos del bosque comenzaban a despertar. Mientras la luna giraba lenta y orgullosa sobre el cielo, yo estaba despierta, mirando a través del cristal de la ventana de nuestra pequeña cabaña, donde los susurros parecían cobrar vida propia. Esa sensación de que el viento no era solo viento, que las hojas no solo caían, sino que hablaban, me tenía en vela.Los niños dormían, o al menos eso creía, pero sus respiraciones eran agitados, sus cuerpos se movían inquietos bajo las mantas. Sus sueños no eran simples juegos de inocencia, sino mundos oscuros y fragmentados donde voces desconocidas cantaban canciones que yo no reconocía.Me acerqué a sus camas para tocar sus frentes, comprobar que estaban cálidas, vivas. Eian, el mayor, murmuró palabras inconexas. “Mamá… papá… peligro… luna roja…” Me congelé. Su voz, pequeña y temblorosa, parecía traspasar mi pecho, arrancando viejas heridas que aún sangraban en silencio.Mis dedos rozaro
KaelNunca imaginé que regresaría a esa cabaña con una mezcla de miedo, esperanza y culpa clavados en el pecho como cuchillas. La misma cabaña donde la luna nos había marcado a fuego, donde nuestras vidas se habían torcido para siempre. Cinco años habían pasado desde que Lía desapareció, llevándose consigo algo que no supe cómo retener: su amor... y mis hijos.Ahora estaba frente a ella, con la esperanza —quizás loca, quizás suicida— de que me diera la oportunidad de ser algo que había negado, o que me había negado a mí mismo: padre y compañero.—Lía —mi voz sonaba áspera, rota—. No quiero excusas. No quiero culpas. Solo quiero conocerlos. Quiero que me dejes ser su padre.Ella me miró, y en sus ojos vi todo el fuego y hielo que siempre me había encantado y aterrorizado. Sosteniendo las manos de los trillizos, tan parecidos a mí y, sin embargo, tan diferentes, la veía como quien se acerca a una roca que sabe que puede partirle la cabeza.—¿Y por qué debería? —su tono fue desafiante,