La luna le dio tres hijos, pero le negó el amor. Lía huyó con el corazón roto y un secreto latiendo bajo su piel: esperaba a los hijos del Alfa que la rechazó. Durante cinco años vivió en las sombras, protegiendo a sus trillizos… hasta que el destino la obligó a regresar a la manada que le dio la espalda. Kael jamás olvidó a su mate, aunque fue él quien la alejó. Pero cuando la ve volver con tres pequeños que comparten su mirada y un aura imposible de ignorar, sabe que su error ha despertado consecuencias que podrían destruirlo todo. Los trillizos no son niños comunes. Son hijos de la luna roja, marcados por el poder, y ahora, clanes enemigos los codician para alterar el equilibrio entre manadas. Entre secretos, traiciones y una pasión que nunca murió, Lía y Kael deberán enfrentarse a su pasado… y decidir si su vínculo está realmente roto o si la Luna les ha guardado una segunda oportunidad. Porque cuando el destino llama a la puerta, ni siquiera un Alfa puede escapar.
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El aire huele igual que cuando me fui. A bosque húmedo, a tierra recién removida, a sangre escondida entre raíces viejas… y a él.
Maldita sea, todavía huele a él.
Mis botas pisan el límite del territorio y el silencio me corta la respiración. Mis hijos están a cada lado, sus pequeñas manos aferradas a las mías. No dicen nada. No tienen que hacerlo. Saben que esto no es una visita cualquiera. Esto es regresar al lugar que me dio todo… y me quitó aún más.
—¿Este es el lugar, mami? —pregunta Evan, el del medio, siempre el primero en hablar.
Asiento sin mirarlo. No puedo. No todavía. No con la garganta cerrada y la maldita punzada en el pecho que amenaza con arrastrarme de vuelta al pasado.
—Se siente raro —dice Elian, el mayor por tres minutos, frunciendo el ceño mientras mira los árboles como si esperara que alguien saltara de ellos.
—Hay muchas voces —susurra Emma, la más callada de los tres, y aprieta mi mano más fuerte.
No le respondo. Porque sí. Hay voces. Muchas. Algunas dentro de su cabeza… y otras, más reales, que empiezan a aparecer entre los árboles.
Ya nos vieron.
Mi corazón da un salto extraño cuando reconozco algunos rostros. Guerreros que una vez entrenaron a mi lado. Mujeres que alguna vez me saludaron con sonrisas… y que ahora me miran como si hubiese regresado del infierno. Quizás sí. Quizás este lugar era mi propio infierno.
—¿Quién los llama? —murmura Elian de pronto.
Lo miro de reojo. Su tono es tan tranquilo que me aterra. Como si supiera algo que yo no. Como si la luna ya le hubiera susurrado cosas que aún no está listo para entender.
—¿Qué dijiste? —le pregunto, deteniéndome.
—La luna —dice Emma, mirando hacia arriba—. Está más cerca. Nos llama, mami.
Un escalofrío me recorre la espalda. No ahora. No tan pronto.
Y entonces lo huelo.
Antes de verlo, su esencia me golpea como una tormenta vieja y conocida: madera quemada, cuero húmedo, la furia contenida de un lobo que nunca supo domarse.
Kael.
Mi cuerpo reacciona antes que mi mente. Mis hombros se tensan. El corazón se me dispara. Y los niños… los niños se quedan en silencio.
Lo veo aparecer entre los árboles como si el tiempo no hubiera pasado. Alto, más fuerte que en mis recuerdos, con esa mirada dorada que no necesita palabras para atravesarte. Los demás se hacen a un lado. Claro que lo hacen. Sigue siendo el Alfa.
Y por unos segundos, solo estamos él y yo.
Cinco años no borraron nada. El lazo sigue ahí. No se ha roto. No del todo.
—Lía —dice mi nombre con esa voz rasposa que solía colarse en mis sueños.
No digo nada. Si hablo ahora, mi voz temblará, y no puedo permitírmelo.
Sus ojos bajan. A los niños. A sus ojos. A sus bocas. A la forma en que Elian se adelanta un poco… como si ya supiera quién es ese hombre.
—¿Son…? —Kael se detiene. Traga saliva.
Sí. Lo son. Pero no se lo daré tan fácil.
—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunta, la mandíbula apretada.
—Volviendo. Por un tiempo.
—Este no es tu lugar.
—Tampoco lo fue nunca, ¿recuerdas?
Silencio. Esa clase de silencio que duele.
—Deberías habérmelo dicho —masculla, dando un paso hacia mí.
Los niños retroceden instintivamente, y yo alzo un brazo delante de ellos, protectora, feroz.
—Cinco años tarde para eso, Kael.
Sus ojos se oscurecen. Su lobo está en la superficie. Lo sé porque el mío lo siente. Quiere salir. Quiere rugirle. Quiere que me toque otra vez como aquella vez, cuando todo parecía real.
—Uno de ellos… —empieza a decir, pero Elian lo interrumpe.
—Tú nos soñaste.
Kael lo mira, confundido.
—En tus pesadillas. Estábamos ahí —dice con toda la tranquilidad del mundo.
Kael palidece. Elian sonríe apenas.
Y yo quiero salir corriendo.
Porque el secreto está arañando la superficie. Mis hijos no son normales. Son la consecuencia de una luna maldita, de un rechazo sin romper, de un destino que se empeña en arrastrarnos una y otra vez al mismo punto.
Y ese punto siempre es Kael.
—Los voy a proteger —digo. No pido permiso. No explico. Solo afirmo.
—¿Protegerlos de mí? —Kael levanta una ceja, dolido.
—No lo sabes aún, pero sí.
Sus ojos se clavan en los míos, y hay tanto ahí que se me corta la respiración.
No he olvidado el sabor de sus labios. Ni el peso de su cuerpo sobre el mío. Ni el instante exacto en que su voz quebrada me dijo “no puedo amarte”.
Mentira. Todo fue mentira.
—Quiero hablar contigo —dice. No pregunta. Ordena.
—No estoy lista.
—Yo sí.
Silencio otra vez. Me arde todo.
—¿Quién es él? —susurra Emma, pegándose a mí.
Kael escucha. Y se estremece.
—Él es… alguien que se equivocó —le respondo.
Kael retrocede un paso. Como si le hubiera golpeado el alma.
Elian se suelta de mi mano y camina hacia él. Lentamente. Como un cachorro que no teme al fuego.
—Tu lobo… —dice con voz suave—. Está llorando.
Kael se agacha, como si el peso de esas palabras lo aplastara. Lo observa de cerca. Muy de cerca.
Y entonces, ocurre.
Los ojos de Kael se agrandan.
Porque en la mirada de Elian hay algo que no puede negar. Algo salvaje, antiguo. Algo que lo conecta directamente a él.
Su reflejo.
Su maldito reflejo.
—Dioses… —susurra, más para sí mismo.
Mi pecho se oprime. El aire se vuelve más denso. Sé lo que viene. Sé lo que sigue.
Kael extiende una mano, casi sin pensar. Su instinto lo guía. Su lobo ruge de reconocimiento.
Y entonces, Elian le sonríe.
La misma sonrisa torcida que Kael usa cuando miente.
Ahí lo tiene. Su hijo. Su sangre. Su condena.
Y por primera vez en años, lo veo tambalearse.
—¿Qué… qué son ellos? —pregunta.
—Lo que tú no supiste proteger.
Kael me mira. Y esta vez, no hay rabia.
Solo dolor.
Y algo más.
Algo que me asusta.
Esperanza.
El claro del bosque estaba colmado de murmullos y miradas cargadas de incertidumbre. La manada se había reunido nuevamente, y el aire se había vuelto un campo de batalla invisible, lleno de tensiones que ni la calma aparente podía disimular. Cada rostro reflejaba una mezcla de esperanza frágil y desesperación punzante, como si estuviéramos al borde de un precipicio, sin certezas de hacia dónde nos llevaría el siguiente paso.Kael estaba a mi lado, fuerte y firme, pero en sus ojos podía ver el peso que esa responsabilidad le arrebataba. Mi corazón se oprimía al pensar en los trillizos, en el destino que se cernía sobre ellos como una sombra interminable. Y fue justo en ese momento, cuando creí que ya nada podía sorprenderme, que llegó la verdad más oscura.—Hay algo que no les hemos contado —dijo el anciano, su voz grave resonando en el silencio—. Uno de los trillizos tiene una conexión directa con la fuente de esta fuerza oscura. No solo eso: su poder puede ser la llave que abra el po
La atmósfera en el campamento estaba más densa que nunca, como si el aire mismo temblara bajo el peso de una amenaza invisible. Las ramas de los árboles crujían con el viento, pero había algo más, algo siniestro que parecía acechar entre las sombras. El silencio, lejos de ser un respiro, se sentía como un presagio oscuro.Los trillizos, mis hijos, se movían con inquietud, sus ojos brillando con un fuego interior que ni siquiera ellos comprendían del todo. Durante días habíamos observado cómo sus poderes se intensificaban, y ahora empezaban a perder el control. El pequeño Mikael soltaba aullidos en mitad de la noche, su cuerpo temblaba como si luchara contra una tormenta interna. El mayor, Elias, se aislaba en el bosque, sus manos vibraban con energía contenida, y la niña, Sira, parecía absorber el ambiente, temerosa, con una mirada que me atravesaba el alma.Sentí un nudo en la garganta cada vez que los miraba, porque sabía que esa fuerza que corría por sus venas era tanto su mayor do
El aire en el territorio parecía haberse espesado, como si la misma naturaleza contuviera la respiración, preparada para un evento que todos sabíamos que llegaría. La manada estaba en vilo, y cada sombra parecía esconder algo más que solo oscuridad. Era como si el bosque mismo se hubiera vuelto cómplice del miedo que nos invadía. Podía sentir esa tensión latente, esa energía cargada que electrizaba la atmósfera y hacía que todos los sentidos se agudizaran.Las reuniones en el claro se habían vuelto constantes y breves. Nadie quería revelar más de lo necesario, pero todos sabíamos que el peligro era real, cercano, inevitable. Kael se movía entre nosotros con la determinación de un guerrero, pero había algo en su mirada que me inquietaba. Era un filo frío que no había visto en él antes. Algo oscuro, como una sombra oculta bajo la superficie de su implacable control.Mis hijos corrían por el perímetro, bajo la vigilancia de los guardianes. Ellos todavía no entendían la magnitud de lo que
La manada está al borde del abismo, y yo siento cómo ese borde se desmorona bajo mis pies. No es solo la fría madrugada o el viento que se cuela entre las ramas. No. Es algo más oscuro, más profundo. Algo que se mete en los huesos y no te deja respirar. Desde hace días, la sensación de ser observados, acechados, no nos abandona. Ni siquiera en los momentos más seguros, en el calor del fuego, cuando los niños duermen y el silencio debería ser un refugio, el miedo se cuela por las rendijas.—Lía, tenemos que prepararnos. Esto ya no es un simple aviso —me dijo Kael aquella mañana, sus ojos fijos en mí, pero distantes, con la dureza que solo los líderes conocen—. La sombra que nos persigue quiere destruirnos.Su voz era grave, y cargaba la urgencia de una tormenta que se avecina. Le vi respirar hondo, sus músculos tensos bajo la piel. Por un instante, me pareció ver al hombre que no quería mostrar nunca: vulnerable, preocupado, humano. Y en ese momento, algo en mí se quebró.—¿Qué sabes?
Todo el bosque estaba en silencio.No el silencio normal que precede al aullido de los lobos o a la carrera de una presa asustada. No. Era un silencio contenido, profundo, como si los árboles mismos contuvieran el aliento. Como si la tierra estuviera a punto de abrirse y revelarnos sus secretos más oscuros.Estaba arrodillada junto a mis hijos, el corazón latiéndome con una fuerza dolorosa en el pecho, los nudillos blancos de tanto apretar sus pequeñas manos. Sentía sus dedos temblar dentro de los míos, y quise mentirles. Decirles que todo estaría bien. Que esto era solo un ritual. Que la luna no iba a devorarlos desde el cielo.Pero los tres me miraban como si ya supieran la verdad. Como si sus dones, ahora apenas contenidos bajo la superficie, ya les estuvieran susurrando cosas que yo no podía oír.—Mamá... —susurró Élan, el más callado de los tres, el que tenía los ojos del mismo color que Kael. Un gris tormenta que nunca lograba mirar sin sentir un escalofrío.—Aquí estoy, mi amor
El aire olía a madera húmeda, tierra removida… y anticipación. Era el tipo de noche que hace que el lobo dentro de ti se despierte antes de tiempo. Esa clase de noche donde todo tiembla, donde los ojos se posan más en la luna que en el suelo que pisan.Los preparativos para el ritual habían comenzado desde temprano. El claro fue despejado, los ancianos convocados, los guerreros apostados en los límites del bosque como si un enemigo invisible acechara entre las sombras.Pero no era invisible.Estaba dentro de mis hijos.—¿Crees que deberíamos vestirlos con túnicas rituales? —me preguntó Nora, una de las lobas sanadoras, mientras colocaba hierbas en una bolsa de cuero.—No. Que el clan los vea como lo que son. Ni monstruos. Ni santos. Solo niños —respondí sin titubear, aunque por dentro, el temblor ya empezaba a crecer.Mis hijos estaban en el centro de todo esto. Otra vez. Como si haber nacido con poderes extraordinarios fuera su culpa. Como si el fuego, las visiones y la empatía desco
Último capítulo