El aire en la sala del consejo se había vuelto denso, casi irrespirable. Lía observaba las miradas divididas entre los ancianos, algunos con temor, otros con desconfianza. El chamán Orestes permanecía de pie en el centro, sosteniendo un pergamino amarillento que parecía desmoronarse entre sus dedos arrugados.
—Lo que estoy a punto de revelar ha permanecido oculto por generaciones —anunció con voz grave—. Pero los signos son innegables. La luna roja, los trillizos nacidos bajo su influjo, los poderes manifestándose antes de tiempo... Todo estaba escrito.
Lía sintió un escalofrío recorrer su espalda. Esa mañana, había encontrado a Arián levitando inconscientemente mientras dormía, a casi un metro sobre su cama. Elian había provocado que todas las plantas del jardín florecieran en pleno invierno con solo tocarlas. Y Amaia... Amaia había mirado a uno de los lobos adultos que la molestaba y lo había paralizado con solo un parpadeo.
Sus hijos estaban cambiando, y ella no sabía cómo controla