La manada está al borde del abismo, y yo siento cómo ese borde se desmorona bajo mis pies. No es solo la fría madrugada o el viento que se cuela entre las ramas. No. Es algo más oscuro, más profundo. Algo que se mete en los huesos y no te deja respirar. Desde hace días, la sensación de ser observados, acechados, no nos abandona. Ni siquiera en los momentos más seguros, en el calor del fuego, cuando los niños duermen y el silencio debería ser un refugio, el miedo se cuela por las rendijas.—Lía, tenemos que prepararnos. Esto ya no es un simple aviso —me dijo Kael aquella mañana, sus ojos fijos en mí, pero distantes, con la dureza que solo los líderes conocen—. La sombra que nos persigue quiere destruirnos.Su voz era grave, y cargaba la urgencia de una tormenta que se avecina. Le vi respirar hondo, sus músculos tensos bajo la piel. Por un instante, me pareció ver al hombre que no quería mostrar nunca: vulnerable, preocupado, humano. Y en ese momento, algo en mí se quebró.—¿Qué sabes?
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