Mundo ficciónIniciar sesiónAdelia fue rechazada frente a toda la manada por su pareja destinada, el Alfa Kael, quien la ve solo como una loba débil y sin linaje. Humillada, desterrada y rota, huye lejos… solo para descubrir que su verdadero poder apenas comienza a despertar. Entre visiones proféticas, criaturas demoníacas, y secretos enterrados por siglos, Adelia deberá enfrentar su pasado, aceptar su magia y decidir a quién confiar su alma: al protector que nunca la abandona, al vampiro que conoce su linaje, o al destino que la llama desde los portales prohibidos. Magia, un romance candente, traiciones y fuego blanco se entrelazan en una historia de segundas oportunidades, alianzas imposibles y una protagonista que descubrirá que la fuerza más poderosa nace en quienes alguna vez fueron rotos.
Leer másAdelia corrió durante días, a veces como humana, otras como loba. El bosque era un laberinto húmedo y salvaje. Su cuerpo, agotado. Su alma, hecha pedazos.
Las hojas crujían bajo sus pies descalzos. Las ramas arañaban su piel. El frío le calaba los huesos. Pero nada dolía tanto como la traición.Kael. Su pareja. Su vínculo. Había negado algo sagrado. Y lo había hecho frente a todos, sin compasión, sin vacilar.
“Eres débil.”
La frase se repetía en su mente como un eco cruel.
No sabía cuántas veces cayó. No sabía cuántas lágrimas derramó. Solo sabía que debía seguir corriendo. Porque si se detenía, el dolor la alcanzaría por completo.
En algún momento, sin saber cómo, comenzó a recordar fragmentos de su infancia: la primera vez que transformó parcialmente en loba, a los nueve años, por miedo a un lobo mayor que la molestaba. Su madre, que la consoló aquella noche, le dijo: “No todos tenemos la misma fuerza al principio. Pero eso no significa que no la tengamos.”
Y entonces, fue el cuerpo quien decidió.
Cayó.Sus sueños la remontaron solo unos días atrás. Ella nunca olvidaría la primera vez que sintió cómo el lazo la quemaba por dentro. Era la prueba de que el destino la había elegido… y también el inicio de su ruina. Porque en lugar de aceptación recibió rechazo. En lugar de amor, condena. Y aquella noche, bajo la mirada de toda su manada, comprendió que incluso lo sagrado podía ser destruido con una sola palabra:
—Rechazo.
El aire estaba denso. El claro del bosque, sagrado entre los suyos, era iluminado por una luna llena tan blanca que parecía arrancada de un sueño. Las antorchas rodeaban el círculo ceremonial, sus llamas parpadeaban con secretos antiguos. La manada Luna Azul estaba reunida. Los ancianos, en sus mantos oscuros, formaban un semicírculo. El resto observaba, callado, expectante.
Adelia permanecía de pie, justo en el centro del claro, con la espalda erguida por fuera y el corazón temblando por dentro. Sus dedos se cerraban y abrían en puños al costado de su vestido de lino, y su respiración, aunque calmada en apariencia, traicionaba su ansiedad. Era joven —solo dieciocho inviernos vividos—, de figura esbelta, cabello plateado que le caía hasta la cintura, y unos ojos azules que recordaban a un lago en calma… o a uno al borde de una tormenta.
Frente a ella estaba él, Kael. El Alfa. Su pareja predestinada.
El impacto había sido inmediato. En cuanto sus ojos se encontraron aquella mañana, el lazo vibró entre ellos. Una conexión antigua, visceral, poderosa. Su lobo interior rugió de reconocimiento, estremecida por el vínculo mágico que los unía más allá de la razón. Pero Kael no reaccionó de la misma forma. Su mirada café, profunda y silenciosa, no mostró alegría, sorpresa ni aceptación. Solo... resistencia.
Ahora, bajo la luna y ante toda la manada, esa resistencia se transformaba en algo más.
—Te rechazo, yo no acepto este vínculo —dijo Kael finalmente, con voz grave y firme.
Un murmullo recorrió el círculo como un escalofrío colectivo. Varios lobos se inclinaron hacia adelante, desconcertados. Los ancianos no dijeron palabra. Solo observaban.
Adelia sintió un vértigo súbito. El mundo giró, y sus pies parecieron perder contacto con el suelo.
—¿Qué...? —murmuró, apenas audible, la garganta cerrada por la incredulidad.
Kael no apartó la mirada. Estaba erguido, imponente, con sus veinticuatro años de fuerza y liderazgo marcados en cada línea de su cuerpo. Sus hombros anchos, su altura cercana a los dos metros, su porte decidido... todo en él irradiaba dominio. Pero también frialdad.
—El lazo puede existir —continuó—, pero eso no lo hace válido. No eres adecuada para ser mi Luna.
—¿Adecuada? —repitió ella con incredulidad. El aire en sus pulmones ardía, y no sabía si era de rabia o de vergüenza.
—Eres débil, Adelia. No controlas tus transformaciones. No tienes linaje digno. Eres apenas una loba sin rango. ¿Cómo puede alguien como tú guiar a esta manada conmigo?
Sus palabras no fueron solo un rechazo. Fueron una condena pública.
La joven no pudo evitar dar un paso atrás. Las miradas de los otros lobos eran cuchillas: unas de lástima, otras de desprecio. Algunas de simple curiosidad morbosa. Ninguna de comprensión.
—¡El destino eligió! —exclamó una voz masculina entre la multitud. Era el Beta, el segundo al mando. Había visto lo que ocurrió cuando ambos se encontraron. Había sentido el estremecimiento del lazo.
Pero Kael no se inmutó.
—El destino puede equivocarse —espetó.
Silencio.
Adelia temblaba. Pero no de miedo. Su lobo interior, usualmente silencioso, gimoteaba con una mezcla de dolor y furia. El lazo estaba allí. Podía sentirlo, aún vibrante, aún vivo. ¿Cómo podía él ignorarlo?
—No puedes simplemente negarlo —dijo ella, con voz temblorosa pero decidida—. Esto... esto es más grande que nosotros.
Kael la miró largo rato. Por un momento, una sombra de duda cruzó su rostro. Un instante en que sus pupilas parecieron suavizarse. Pero fue efímero. Una chispa de compasión, aplastada por el peso de sus propias decisiones.
—Lo que tú sientes no es mutuo —mintió.
La miró con asco y repitió:
—Te rechazo, no serás mi Luna y con este juramento corto nuestros lazos sagrados.
Y con esas palabras, lo destruyó todo.
Adelia retrocedió otro paso. Sus piernas cedieron y cayó de rodillas. El círculo no se movió. Nadie se acercó a consolarla. Nadie la defendió. La ley del vínculo predestinado era sagrada, pero no obligatoria. Un Alfa podía rechazar. Aunque pocos lo hacían. Y menos de forma tan cruel.
—No hay lugar para ti aquí —sentenció Kael, y se volvió de espaldas.
La sentencia estaba dictada. Pero no fue él quien pronunció la última palabra.
Una voz femenina, firme y aguda, se alzó entre los presentes.
—No podemos permitir que una loba rechazada y descontrolada permanezca entre nosotros. Su presencia pone en peligro el equilibrio de la manada.
Era Selira. Una loba de alto rango, cercana al Alfa. Siempre ambiciosa. Siempre a la espera de una oportunidad para brillar.
—Propongo su destierro —añadió, con una mirada venenosa dirigida a Adelia.
Los ancianos murmuraron. Uno de ellos asintió lentamente. Otro simplemente cerró los ojos. Nadie objetó.
Adelia quiso hablar, defenderse, gritar. Pero no tenía fuerzas. No tenía palabras. Solo vacío.
Y entonces, sin juicio, sin defensa, sin consuelo...
Fue desterrada.Despertó envuelta en mantas ásperas, con olor a humo y hierbas secas. La habitación era pequeña, acogedora. Afuera, el sonido de pájaros y el murmullo de un arroyo cercano.
Intentó moverse, pero un gemido escapó de sus labios. Dolía todo.
—No te apresures —dijo una voz grave y tranquila.
Un anciano, de barba larga y blanca, se inclinó sobre ella con ojos sabios y una sonrisa amable. Vestía una túnica sencilla y llevaba un bastón de madera nudosa. El aire a su alrededor olía a magia antigua.
—¿Dónde... estoy? —logró preguntar ella.
—En Aster. Un pequeño pueblo humano, lejos de las tierras de los tuyos. Aquí, el odio no tiene garras —respondió el anciano.
—¿Quién eres?
—Cedric. Mago retirado, jardinero aficionado y ocasional recolector de lobas perdidas —dijo con una sonrisa.
Ella frunció el ceño.
—¿Por qué me salvaste?
Cedric se sentó junto a la cama y suspiró.
—Porque el mundo está cambiando. Y tú... tú eres una pieza clave en ese cambio. Aunque aún no lo sepas.
Adelia no respondió. Cerró los ojos. No confiaba. No entendía. Pero estaba viva. Y, por primera vez desde que fue desterrada, no sentía miedo.
Cedric se levantó, dejando a su lado una taza humeante.
—Bebe cuando puedas. Y descansa. Tu historia no ha terminado, pequeña loba. Apenas comienza.
Y así, entre sombras y dolor, Adelia dio su primer paso hacia una nueva vida. Una que aún no comprendía. Una que iba a escribir con sus propias garras.
Siguieron hacia el sur-sureste en línea compacta.El terreno se abrió en un domo bajo de sal con vetas de cuarzo y tres entradas marcadas por piedras planas. Taren miró las bocas y negó.—Esto no es cueva. Es umbral.Auren respondió con un pulso claro hacia la entrada central. Al cruzarla, la luz cambió. No había amenazas visibles, tampoco rastro del Vacío. Solo un corredor pulcro y seco con símbolos gastados. Al fondo, una losa cuadrada con círculos concéntricos y tres huecos poco profundos.—Prueba druídica —dijo Darel—. Pide tres llaves.Kal sacó una bolsa y dejó granos de sal en el primer hueco. Taren dejó polvo de cuarzo en el segundo. Nada ocurrió.—La tercera es palabra —indicó Taren, tensando la mandíbula—. No truco. Verdad.Adelia dio un paso. Puso la mano sobre el tercer hueco. La losa estaba fría.—No soy reina. No quiero serlo. Vengo a cerrar y a vivir.El domo respiró. Los anillos de la losa giraron un cuarto, encastraron con un clic y mostraron una escalera corta. Bajar
Reanudaron la marcha sin dispersarse. El aire todavía guardaba el mal sabor de la pelea y las miradas iban por delante, no hacia atrás.Kael tomó la vanguardia con dos de los suyos y no cruzó palabra con nadie.Ethan caminó junto a Adelia, atento a cada cambio del terreno y a cada gesto en su rostro. La piedra de Auren marcaba un rumbo constante hacia el sureste, tibia en el cinto como una brújula viva.En su marcha el suelo cambió de textura. La costra de sal se abrió en corredores entre cuchillas bajas, con vetas de cuarzo que asomaban como costillas. Auren respondió con un leve aumento de calor que Adelia reconoció de inmediato. Había algo en esa dirección, no un portal, pero sí una señal relacionada con los fragmentos.Doblaron sin romper formación. El aire vibraba con una resonancia baja que no provenía del Vacío. Era más bien el eco de algo enterrado. Darel se agachó, removió polvo y descubrió una marca en forma de medialuna. Taren la reconoció como señal de “nido”, usada por dr
El sol apenas había levantado el frío de la noche cuando el campamento empezó a moverse. Auren vibró, leve, contra el cinto de Adelia; la tibieza de siempre, sin alarmas. Ethan se acomodó el chaleco y cargó dos cuencos de sopa espesa para ambos. Kael, a unos pasos, siguió cada gesto como si le fuera la vida en ello. Habían compartido combate el día anterior y nada más. Ni palabras viejas ni cuentas pendientes. Solo la ruta al quinto sello.Adelia se inclinó para alcanzar una cantimplora. La nauseas llegaron sin perdonar. Le ardió la garganta mientras el sabor acido le subía, apretó la boca con el antebrazo y vomitó sin poder evitarlo. Preocupado, Ethan dejó los cuencos en el suelo y fue hacia ella. Kal también se acercó, atento, listo para ayudar.—Estoy bien —dijo Adelia, respirando por la nariz—. Se me pasará, debe ser algo que comí.Ethan le pasó agua. Ella enjuagó su boca y bebió un sorbo. Fue un gesto mínimo, pero bastó para que Kael oliera la verdad. Miró a Adelia. Su pecho subi
El amanecer fue limpio y el aire no cortaba la piel. Levantaron el campamento con el orden que ya era costumbre. Adelia aseguró el relicario rúnico con el fragmento del quinto sello, comprobó la tibieza regular de la piedra de Auren en su cinto y dio el visto bueno a Kal. Los alados despegaron a baja altura para vigilar sectores. Ethan se incorporó por su cuenta, caminó unos pasos para probar fuerzas y se colocó junto a Adelia con paso firme.El terreno seguía áspero. Costras de sal, vetas de cuarzo y cuencos erosionados por lluvias antiguas marcaban el suelo. Auren indicaba correcciones suaves hacia el sureste, como una guía discreta que evitaba los espejismos de la planicie.Las náuseas habituales llegaron temprano, un malestar que subió por la garganta sin aviso. Una sutil arcada resonó bajo y bebió un sorbo de agua para pasar la acides y amargura en su boca, respiró hondo y sostuvo el paso aguantando la sensación de estómago revuelto.—¿Estas bien? —dijo Ethan, evidentemente preoc
La marcha hacia el Reino de los Vampiros comenzó al amanecer. Bajo la protección de la neblina matutina, la caravana se ponía en movimiento: los aldeanos, cargando lo poco que pudieron rescatar, el titán en su papel de guardián silencioso, los faes desplegados como sombras vigilantes entre los árboles. Y en el centro de todo, Elzareth y Drak, caminando lado a lado, sin hablar mucho, pero compartiendo una conexión que crecía con cada paso.A pesar del cansancio que aún pesaba en sus cuerpos, el grupo avanzaba con determinación. Elzareth mantenía la vista en el horizonte, pero sus pensamientos viajaban en otra dirección. Las palabras de la figura en su visión no dejaban de repetirse en su mente: El amor o el ciclo eterno. ¿Qué significaba eso realmente? ¿De verdad su unión con Drak podía romper el equilibrio del mundo?Mientras tanto, muy lejos de los senderos recorridos por la caravana, el Reino de los Cielos ya no guardaba silencio. En las esferas superiores, los arcángeles habían con
Dejaron atrás los pórticos de Thalen al anochecer. Al amanecer siguiente tomaron rumbo sureste. La sal crujía bajo las botas. Auren latía tibia en el cinto de Adelia y corregía el rumbo cuando el terreno engañaba. Kal marcó distancias cortas. Los alados hicieron vuelos bajos. Los druidas avanzaron atentos a las vetas. La camilla de Ethan iba entre dos lobos y un mago.A media mañana apareció una falla. Era un corredor hundido que respiraba hacia adentro. Bajaron por paredes de sal bruñida y cuarzo lechoso. El aire dejó de cortar y empezó a pesar. Taren tocó la roca.—Respira desde abajo.—Agua —dijo Adelia.El corredor terminó en una bóveda baja. En el centro había un pozo redondo y oscuro, con el borde pulido por manos antiguas. Seraine había sido clara: sumergirse por completo para recuperar energía. Sin contar. Sin llamar. Confiar.—Perímetro —ordenó Kal—. Estacas en la orilla. Silencio.Adelia se quitó capa y botas. Comprobó a Ethan. Auren quedó pegada a la piel. Se sentó en el bo
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