Nacieron la misma noche, bajo el aullido de una luna llena escarlata. Pero el destino los separó antes de que pudieran abrir los ojos el uno al otro. Uno, Kael, creció en el corazón de una manada salvaje. Alfa implacable, su nombre hace temblar a los más valientes. Temido, respetado, reina por la sangre y el fuego, gobernando a los suyos con mano de acero. El otro, Liam, fue criado lejos de los suyos, en las luces heladas de la ciudad. CEO temible de un imperio tentacular, ignora todo de sus orígenes sobrenaturales hasta que cruza su mirada. La de la única mujer capaz de avivar su bestia interior. Su alma gemela. A kilómetros de allí, Kael siente una desgarradura brutal. Un dolor desconocido. Una rabia sin nombre. Alguien acaba de tocar lo que le pertenece. Sin saber por qué, está consumido por una feroz celosía… y una sed de sangre que no puede contener. Dos lobos. Dos mundos. Una verdad a punto de estallar: no están solos. Y cuando sus caminos finalmente se crucen, el choque hará temblar la manada… y el mundo de los hombres. Hermanos de sangre. Rivales por el destino. El amor los reunirá… o los destruirá.
Leer másKael
El viento muerde mi piel, una mordida helada que me hace tensar el cuerpo. Cierro los ojos un instante para aceptarlo, pero no estremezco por el frío. No. No es eso. Es algo más, algo que nace en lo profundo de mis entrañas y que hace retumbar mi pecho.
Un escalofrío primordial, viejo como el mundo.
Estoy aquí, en esta colina desierta, con la respiración pesada, la mirada fija en el bosque frente a mí. Los pinos negros se dibujan contra el resplandor carmesí de la luna. Parecen observarme, como un ejército silencioso, un antiguo círculo de vida y muerte, un murmullo de advertencia. El aire está cargado de una energía que nunca he sentido antes, una presión invisible en mi pecho. Algo que empuja contra mis huesos, que roza mi mente.
No es la luna llena la que me hace temblar. La luna es roja. Roja como la sangre, roja como una herida abierta en el cielo, una promesa de dolor. Brilla de manera amenazante, casi arrogante, como si supiera lo que iba a suceder esta noche, como si fuera la guardiana de un secreto que no puedo desentrañar.
Cierro los puños. Mis músculos están tensos, mis garras se forman bajo la piel, listas para liberarse. Pero esta sensación que me recorre no es la de la transformación. No es el hambre que me habita, ni la violencia que caracteriza mi naturaleza. No. Lo que retumba en mí es mucho más sutil, más delicado y igualmente devastador. Es un llamado.
Un llamado lejano, como una onda magnética que perfora mi corazón. Un llamado que aún no comprendo, pero que no puedo ignorar.
Dejo escapar un suspiro que ni siquiera sabía que retenía, y siento la tierra bajo mis pies. La tierra vibra bajo mí. El bosque murmura. Sabe. Siente lo que yo siento. Contiene su aliento tanto como yo.
Cierro los ojos para sumergirme en esta sensación, para aceptarla, para comprender lo que me impulsa a sentir esto, este vínculo invisible que me une a ella, esta... presencia.
Y allí, en la oscuridad, la veo. Está ahí, casi tangible, en la oscuridad de mi mente, un destello de luz en esta noche infinita. Su rostro se dibuja lentamente ante mis ojos, suave, perfecto, cautivador. No tiene nombre, aún. Pero su rostro está grabado dentro de mí, como un tatuaje indeleble.
Veo sus ojos. Esos ojos que me miran con una intensidad loca, que parecen sondear mi alma, agitar emociones enterradas. Su mirada... es a la vez extraña y familiar, dulce y salvaje, una promesa y una amenaza. Es un enigma, un paradoja encarnada. Sus labios se entreabren, apenas, y un escalofrío me sacude, un llamado silencioso que me hace avanzar, tenderme hacia ella, perderme en su mirada.
No está lejos. No. Está más cerca de lo que puedo imaginar.
Pero mientras me pierdo en sus ojos, siento el frío de la noche que me regresa a la realidad. Sigo aquí, solo, en esta colina, bajo esta luna escarlata. El viento se levanta, golpeándome de nuevo, recordándome que estoy atrapado en un deseo más vasto que yo mismo, más fuerte que todo lo que he conocido hasta ahora.
Ella está ahí. Pero no sé dónde.
Un escalofrío me atraviesa, esta vez, más oscuro. Mi mente lucha por entender este vínculo invisible que se teje a mi alrededor, pero todo lo que sé es que este llamado no me deja escapatoria. Es una quemadura que se enciende en mí, un incendio que no cesará hasta haberlo consumido todo.
Siento la tierra vibrar bajo mis pies, como si ella también respondiera al llamado, como si también estuviera lista para revelar los secretos enterrados.
Aprieto los puños. Mi respiración es más rápida. El lobo en mí ruge, desgarrado entre el deseo de correr hacia el origen de este llamado y la necesidad de mantener el control de la situación. Pero incluso en esta calma aparente, nace en mí una certeza.
Ella me llama. Ella es mía.
Siempre lo supe.
Nunca he estado tan seguro de nada.
Liam
Estoy en mi oficina, solo. A mi alrededor, la ciudad despliega sus luces brillantes, un mar de acero y vidrio que se extiende hasta el horizonte. Pero no le presto atención. No es la agitación de la ciudad lo que me hace temblar.
No, lo que me hace estremecer esta noche es un calor extraño, que se difunde lentamente, insidiosamente, a través de mi pecho. Un fuego que arde en lo profundo de mis entrañas. Retumba, sube, desgarrando cada fibra de mi ser, sacudiéndome como si algo en mí despertara. Debería estar relajado, en control de mí mismo, como siempre lo he estado. Pero esta noche, es imposible ocultar lo que se desata dentro.
Dejo mi vaso, observando el whisky girar en el cristal. La luz lunar entra a través de la ventana, un resplandor rojo sangre que tiñe la habitación de una atmósfera irreal. La luna... no es ordinaria esta noche. Roja, como un fuego ardiente. Un fuego que siento hasta en mis huesos.
Me levanto. Mis movimientos son mecánicos, casi ajenos. Una fuerza me arrastra, una energía que no controlo. Está ahí, en el aire, palpable, densa, lista para invadirme. Y sé que debo seguirla.
Soy un hombre de control, un maestro de mi destino. Pero esta noche, algo se escapa de ese control.
Entonces la veo.
Su nombre roza mi mente incluso antes de que mis ojos la capten. Neriah.
La vi, hace unos días. Un simple cruce de miradas. Un instante. Pero desde ese momento, ella acecha cada uno de mis pensamientos, cada momento de mi soledad. Sus ojos, su piel, la promesa que se oculta tras sus labios… Están grabados en mi mente como una obsesión.
Ella está ahí, al borde de una fiesta a la que no desea unirse, su cuerpo elegante, pero su postura distante, casi salvaje. Me observa, sin desviar la mirada, y me siento abrumado, atrapado por esta atracción que me quema.
No hay razón para que me sienta atraído por ella así. No es más que una mujer entre tantas. Pero no es como las demás.
Sus ojos. Me escrutan, me sondean. Tengo la sensación de que saben cosas sobre mí, cosas que ni siquiera me he atrevido a enfrentar.
Todo en ella parece incompatible con lo que soy. Sin embargo, una parte de mí, una parte que no reconozco, desea poseerla.
Un deseo carnal, insensato, que ninguna lógica puede explicar.
KaelNo duermo más.Desde que la vi, el descanso se ha convertido en un lujo que incluso mis insomnios se niegan a ofrecerme.Ella ronda en mis pensamientos como una loba rabiosa, arañando mis venas, respirando en mi cuello cada vez que cierro los ojos. Y ni siquiera es su olor lo que me atormenta, ni la curva precisa de su cadera, ni el fuego de su mirada. Es otra cosa.Algo inscrito en lo más profundo de mí.Un llamado. Un recuerdo antiguo. Como si mi sangre la reconociera antes de que yo pudiera comprender.Pero soy Kael.Soy el Rey.Y los reyes no se doblegan a los caprichos de sus sentidos.Ellos toman.Ellos eligen.Y nunca se atan.¿Las hembras? Nunca las guardo.Las siento venir incluso antes de que crucen el umbral de mi habitación. No necesitan hablar. Un vestido más abierto de lo habitual, una mirada baja cuando paso, una respiración que se suspende, saben lo que quieren. Y yo les ofrezco exactamente lo que esperan: la ilusión de ser devoradas por un rey.En la oscuridad, l
Kael He crecido sin madre. Ni siquiera una voz, ni siquiera una canción de cuna. Nada de ella me fue transmitido. Ni talismán, ni cartas. Ni un pañuelo impregnado de su perfume. Ni una foto, ni un mechón de cabello. Solo una ausencia. Un vacío tejido alrededor de mi cuna como un sudario invisible. Algunos niños crecen en el amor. Otros, en la indiferencia. Yo, he crecido en el silencio. Fue mi padre quien me crió. El Rey de las Tierras Grises. Frío, austero, construido de rocas y silencio. Un hombre cuya piel llevaba más cicatrices que arrugas, cuya palabra valía más que un decreto, precisamente porque la distribuía con parsimonia. Me enseñó a sobrevivir. A golpear. A calcular. Pero nunca me enseñó a amar. Nunca me mintió, no realmente. Pero me crió en el mito más que en la verdad. Me dijo que mi madre había muerto al darme a luz, y que su último aliento había sido para mí. Lo creí. ¿Qué podía hacer más? No había nadie más para decirme lo contrario. No hice preguntas h
KaelLa bruma de la mañana aún cubría las colinas cuando dejé la casa de piedra.El suelo bajo mis pies vibraba suavemente, cargado de los murmullos de la tierra, de sus llamados sordos que solo los míos podían oír. En el aire flotaba el olor acre del rocío, mezclado con el de la selva, más primitivo. Y en mis venas… el mismo fuego. El mismo vértigo. Como un escalofrío bajo la piel del mundo.Ya no dormía. No realmente. Desde hacía días.Mis noches estaban habitadas. Poseídas.Siempre por el mismo sueño. O más bien, por el mismo rostro.Una mujer.Su mirada me quitaba el aliento. Sus ojos eran vastos como un cielo después de la tormenta, pero aún más peligrosos. Su olor, que no conocía, resonaba en mí como un recuerdo antiguo. Una quemadura dulce, obsesionante, dolorosa. Una obsesión que nada apaciguaba. Ni siquiera la caza. Ni siquiera las peleas. Ni siquiera la sangre.Nunca le había hablado. No conocía su nombre.Pero me atormentaba.Y en las brumas de mis pesadillas, en los silenc
LiamElla no responde, murmuré en el vacío, el teléfono pegado a mi oído por cuarta vez consecutiva.Nada. Ni siquiera el tono tranquilizador de un buzón de voz. Solo este silencio clínico, metálico, que me atravesaba las sienes.Dejé el aparato lentamente sobre el escritorio, mis dedos aún crispados alrededor del vaso de whisky a medio acabar. Podría haberme convencido de olvidarla. Hacer como si no hubiera sido más que un espejismo, un paréntesis en la austeridad de mis días. Pero desde esa maldita reunión… desde esa mirada… solo había un nombre dando vueltas en mi cabeza.Neriah.Vibraba en mí como un eco antiguo. Una exigencia imperiosa. Como si mi propio cuerpo la recordara, aunque mi memoria no guardara nada.Rebusqué nerviosamente entre las pilas de papeles en el escritorio, apartando carpetas, sobres, hasta que encontré ese pequeño trozo de papel arrugado garabateado apresuradamente el día de su llegada. Su número, tembloroso, escrito con tinta negra. Lo desplegué con una lent
NeriahLa puerta se cerró detrás de mí con un susurro metálico. El apartamento me recibió en una penumbra suave, como si supiera que no quería luz. Me quité el abrigo lentamente, la tela deslizándose contra mi piel como una caricia no deseada, demasiado cercana al recuerdo.Cada habitación parecía vacía, pero saturada de su ausencia. O de su presencia fantasma.Puse mi bolso sobre el aparador, dudé. Mis dedos temblaban ligeramente, los observé sin comprender. ¿Por qué ahora? ¿Por qué él?Bastó con una mirada.Y esa mirada me había penetrado hasta los huesos.No quería pensar en ello. No quería volver a pensarlo.Pero era imposible.Él estaba en mí.Su aliento en mi cuello, que nunca había sentido.Su mano en mi cadera, que nunca había tocado.Pero lo sentía.Como una huella invisible. Como una mordida dejada por un sueño prohibido.Me dirigí hacia el baño, despojándome lentamente de mi ropa, dejándola caer al suelo una a una, como si así pudiera deshacerme de esos pensamientos. El agu
NeriahLa oficina se alejaba detrás de mí mientras mis pasos resonaban en el vestíbulo, frío e impersonal. El ascensor, lento e implacable, parecía tragar mi aliento a medida que descendía hacia la calle.El estruendo de la ciudad se colaba en mis oídos, pero con cada bocina, cada susurro, mi mente no dejaba de volver a él. Liam. Su rostro, sus palabras calladas, esa mirada que me quemaba más que todas las luces.El frío mordía mis mejillas, pero no sentía nada. El viento deslizaba sobre mi abrigo negro, el ritmo regular de mis tacones en la acera marcaba una melodía dolorosa. Cada paso me acercaba a ese apartamento que temía tanto como deseaba volver a encontrar.Quería huir, sumergirme en la multitud, pero era él quien acechaba mis pensamientos, quien cavaba un vacío ardiente en mi pecho. ¿Qué estaba haciendo, en este momento? ¿Pensaba en mí, en el peso invisible que ambos llevábamos?El trayecto parecía interminable, cada semáforo en rojo se convertía en una pausa insoportable, un
Último capítulo