CAPÍTULO 8: Millones desaparecidos
Henry repasaba una y otra vez con su abogado las estrategias para blindar su patrimonio. La idea era clara: Rebecca no debía llevarse ni una piedra de su compañía. Sin embargo, lo que sonaba tan simple en su cabeza empezaba a enredarse en la práctica. El olor a café frío se mezclaba con el de los papeles recién impresos sobre la mesa, y el silencio de la oficina era apenas interrumpido por el ruido lejano del tráfico.
—¡Es que no hay nada aquí que sea beneficioso para ella! —exclamó el licenciado Sagan como si eso lo confundiera demasiado—. No pidió pensión, no quiere indemnización, ni propiedades ni… Nada en este contrato es beneficioso para ella, ¡solo para ti!
—¿Entonces dónde está el problema? —lo increpó Henry.
—El problema —dijo el abogado, con ese tono pausado que usaba cuando venía una mala noticia— …es la lista de gastos de los últimos dos años.
Henry levantó la vista, con el ceño fruncido.
—¿Qué pasa con esa lista?
—Es… excesiva. —Sagan car