Mundo ficciónIniciar sesión💔Aniversario: ¡Él elige un anillo para otra, y yo me caso con su tío implacable. —¡llámame tía, cabrón!💍 Rosalind Taylor, una joven pintora inglesa, entregó tres años de su vida a un amor prohibido: su jefe, Alphonse Ainsworth. Entre una intensa pasión y encuentros secretos, creyó que algún día él la elegiría. Pero todo se derrumba cuando descubre su traición. Alphonse le confiesa que se casará con otra, que aunque la ama, ella siempre será su amante oculta. Rosalind, herida y humillada, rompe con él… hasta que el hombre amenaza con usar al frágil hermano enfermo de ella como arma para retenerla. En ese instante aparece el CEO Donovan Ainsworth, el poderoso y enigmático tío de Alphonse. Con una sola llamada, le ofrece a Rosalind un trato que podría cambiarlo todo: casarse con él y darle un heredero, a cambio de proteger a su hermano y liberarla de su sobrino. Lo que Rosalind no esperaba era que detrás del contrato se encendiera una pasión aún más peligrosa e intensa… una que la pondría a prueba, y le demostraría a su destrozado corazón, que puede volver a amar… una vez más.
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—Señor Ainsworth. Se acabó.
La voz de Rosalind tembló, pero las palabras fueron claras, cortando el aire.
Alphonse, que acababa de colgar su gabardina, se volvió con lentitud. Una risa cortante y incrédula se escapó de sus labios.
—¿Se acabó? —preguntó, sus ojos dorados empezaban a arder con una furia oscura—. ¿Crees que puedes decidir cuándo termina esto, Rosalind?
Ante la mirada gélida de él, la mente de Rosalind retrocedió en el tiempo, hasta apenas una hora antes…
El Bentley se detuvo frente a Boodles, la joyería más exclusiva.
Desde el taxi, con la lluvia azotando los cristales, Rosalind lo vio todo.
Alphonse ingresó a la joyería y acercó a una joven elegante.
Ella eligió un anillo de compromiso, el gerente y sus empleadas asintieron con sonrisas…
Alphonse saludó con un sutil beso en su mejilla, y dedicarle una mirada llena de cariño…
¡Una mirada que fue como una puñalada para Rosalind!
Lo vio decirle algo a la gerente, y entonces sacaron un par de exquisitos anillos de boda.
La joven jadeó, tapándose la boca con asombro, ¡segura que estaba diciendo lo hermosos que eran!
Alphonse estaba encantado. Tomó el anillo y se lo deslizó suavemente en el dedo anular.
Luego la joven se lo puso a él también.
Alzaron las manos juntos, y los diamantes, iluminados por la luz, deslumbraron a Rosalind.
Era una escena que había imaginado incontables veces... por primera vez, supo que un corazón podía doler tan profundamente.
Los demás aplaudiaron con entusiasmo, como elogiándolos como una pareja perfecta.
Rosalyn recordó cuando le había pedido ir a la joyería. Su respuesta siempre había sido: “¿Por qué? Nuestra relación debe ser discreta.”
Ahora lo entendía. La discreción solo le correspondía a ella.
—¿Señorita, nos vamos o bajará?
¡La voz del taxista hizo a Rosalind salir abruptamente del shock!
—¿Ah? ¡Sí! —exclamó ella—. Saldré…
Rosalind pagó y bajó del vehículo, sintiéndose irremediablemente fuera de lugar con su camisón de encaje rojo oculto bajo la gabardina.
Esta noche iba a ser su tercer aniversario. Ella había preparado meticulosamente la cena y un regalo, pero él desapareció tras una llamada telefónica y acabó aquí, con otra mujer.
Se quedó afuera, del otro lado de la calle, con el agua cayendo sobre ella mientras hacía sus manos en puños temblorosos.
Cuando Alphonse y la mujer salieron de la joyería… Él abrió su paraguas y la escoltó del brazo, como todo un caballero. Llevándola hacia el vehículo que esperaba por ella.
—Gracias, mi amor… —susurró ella, con una voz melosa, llena de intimidad y amor—. ¿Nos veremos pronto?~
—Por supuesto, mi vida —respondió Alphonse—. Para mí ya es una tortura tener que alejarme de ti, Candice —susurró.
—¡Oh, cariño mío! —exclamó ella.
La mujer con coquetería, rodeó su cuello con sus brazos, se puso de puntillas y… ¡Lo besó!
Rosalind contuvo el aliento, esperando que él la rechazara.
Pero no lo hizo.
En cambio, sus brazos rodearon su cintura, atrayéndola hacia sí, y le devolvió el beso con una pasión y una entrega que Rosalind nunca había conocido.
Era un beso público, posesivo, afirmativo. Todo lo contrario de sus encuentros secretos.
¡ROSALIND QUEDÓ CONGELADA, CON SUS OJOS ABIERTOS DE PAR EN PAR!
La correa de su bolso se deslizó de su hombro, y este cayó a la baldosa mojada.
Pof~
Ni siquiera ese sonido la sacó de su shock…
¡Su pareja, su jefe, el hombre del que ella estaba perdidamente enamorada por tres largos años, besando con pasión a otra mujer!
Fue entonces cuando Candice, sobre el hombro de Alphonse, la vio.
No hubo sorpresa, sino una lenta y victoriosa sonrisa. Un desafío.
Se aferró con más fuerza a Alphonse, enterrando el rostro en su cuello, afirmando su soberanía sobre el hombre que Rosalind amaba.
Casi al instante, Alphonse siguió su mirada. Sus ojos dorados encontraron los de Rosalind.
¡Alphonse abrió sus ojos de par en par por un momento!, y rápidamente recuperó la compostura.
—Cuídate, mi amor —dijo Alphonse, una vez le abrió la puerta a la mujer.
La mujer de cabello oscuro se fue en la limusina que la esperaba.
Cuando el coche se marchó, se volvió. Toda su calidez se evaporó, reemplazada por el frío glacial que ella conocía demasiado bien. Cruzó la calle con pasos decididos.
Rosalind se agachó mecánicamente para recoger su bolso. Observó la figura del hombre que se acercaba.
Sus primeras palabras no fueron una disculpa. No fueron una explicación.
—¡¿Me sigues, Rosalind?! —había sido su único reproche, como si ella fuera la intrusa, la pecadora.
Jacqueline giró hacia él de golpe. —¡¡¿Y QUÉ QUERÍAS QUE HICIERA?!! —gritó la mujer. Donovan se mantuvo quieto. Viendo fijamente a su madre. —¿DEJAR QUE TODO SE DERRUMBARA? —continuó doña Jacqueline, dando un paso hacia él—. ¿Que el matrimonio de Raphael fracasara trayendo vergüenza a la familia?, ¿que Alphonse sufriera, que Sebastian se destruyera, que tú también cayeras? ¡No! ¡Nunca iba a permitirlo! Las llamas de la chimenea se alzaron un poco más, lanzando destellos anaranjados que iluminaron el temblor de las manos de Jacqueline. —¿Que todo se hiciera pedazos por esa zorra de Elizabeth? —añadió, sin bajar la voz—. Planeé también su muerte. Pero sería después de utilizarla, para que dejaras a Rosalind. Donovan abrió sus ojos con sorpresa. Indignado al saber el último plan de su madre, y furioso al pensar de que lo hubiera llevado acabo si él no la descubría y tomaba medidas drásticas. Jacqueline temblaba. No era debilidad, era una mezcla de furia, cansancio y convicc
Donovan se quedó helado. No retrocedió ni dio un paso atrás, no alzó la voz ni frunció el ceño de inmediato. Simplemente se quedó ahí, de pie, con el cuerpo rígido y la mirada fija, como si el tiempo se hubiese detenido. Doña Jacqueline no apartó la vista de las llamas de la chimenea. No lo miró a él, no lo enfrentó todavía. Ella habló con un tono bajo, cansado, como si decir la verdad le costara físicamente. —En ese entonces… —dijo la señora de edad madura— obligué a Elizabeth a hacerse una prueba de ADN. Donovan no se movió. Ni un músculo de su rostro reaccionó. Sus manos permanecieron a los costados del cuerpo, tensas, con los dedos apenas curvados. —Usé muestras tuyas —continuó Jacqueline—, de tu chequeo de rutina. No fue difícil. Nadie cuestiona a una madre cuando pide resultados médicos de su propio hijo. El silencio se volvió espeso. Afuera, la lluvia golpeaba los ventanales con constancia. Tip… Tip… Tip… —El bebé nació en Francia —añadió Jacqueline—, ah
✧✧✧ Esa madrugada. En la propiedad Ainsworth, en las afueras de Londres. ✧✧✧ La lluvia había comenzado a caer hacía apenas unos minutos. Era una lluvia fina, constante, que golpeaba el suelo y los ventanales con un sonido repetitivo. Tip… Tip… Tip… La propiedad Ainsworth permanecía iluminada solo en algunas zonas. La casa, antigua y elegante, se alzaba silenciosa entre los árboles oscuros. La madrugada envolvía todo con una calma inquietante. El helicóptero ya se había ido. Donovan Ainsworth avanzó por el corredor principal escoltado por uno de los guardaespaldas. Liam caminaba a su lado, serio, atento, sin decir una palabra. Sus pasos resonaban suaves sobre la madera pulida. Tap~ Tap~ La puerta del salón privado estaba entreabierta. El calor de la chimenea se filtraba hacia el pasillo. Donovan empujó la puerta. Click~ Jacqueline Ainsworth se encontraba de pie junto a la chimenea. Vestía una bata blanca, elegante, y sobre ella llevaba un abrigo largo qu
En el pasillo, Darrell, uno de los guardaespaldas principales, se enderezó de inmediato al verlo salir de la habitación. El hombre llevaba años trabajando para los Ainsworth, y aun así, la expresión de Donovan aquella noche era distinta. No era furia. No era prisa. Era algo más tenso… más peligroso. —Señor —dijo Darrell, con voz firme—. ¿Verá a Elizabeth y al niño? Donovan se detuvo apenas un segundo. Negó con la cabeza. —Después —respondió—. Cuando llegue Roland Black. Darrell asintió sin preguntar nada más. —Entendido. —Ahora iré con mi padre —añadió Donovan—. Y con Alphonse. No esperó respuesta. Se dio la vuelta y avanzó por el pasillo largo con paso rápido. Sus zapatos resonaban con un sonido seco sobre el suelo pulido. Tap~ Tap~ Su rostro permanecía imperturbable. Nadie habría adivinado lo que pasaba por su mente. Sacó su teléfono del bolsillo con un movimiento preciso. Click~ Marcó un número. Ring~ Ring~ —¿Señor Ainsworth? —respondió Liam—. ¿Todo bien? Donovan
✧✧✧ Casi una hora atrás. ✧✧✧ En el pasillo de la planta superior de la mansión de Sebastián Ainsworth. Los pasillos eran iluminados por las elegantes farolas de pared. Desde abajo llegaba el eco lejano de la música de la fiesta. Donovan Ainsworth avanzaba con firmeza. Su expresión era seria, contenida. Ese hombre llevaba el peso de demasiadas cosas sobre los hombros, pero no permitía que nada se filtrara hacia el exterior. Ajustó el saco negro con un gesto automático, elegante, como si ese simple movimiento le ayudara a mantener el control. Tap~ Tap~ El sonido de sus zapatos resonó con claridad sobre el suelo pulido. Dos guardas de seguridad se encontraban en el pasillo, rectos, atentos, con las manos cruzadas al frente. Al verlo acercarse, ambos se enderezaron un poco más. —Señor —dijo uno de ellos, inclinando levemente la cabeza—. María está en la habitación norte. En la otra habitación, ala este, se encuentran Elizabeth Milton y el niño… Ashton Milton. Donovan se detuv
—Este niño es su hijo. Su primogénito. El salón principal de la mansión Ainsworth quedó atrapado en un silencio rotundo. La orquesta, con los instrumentos aún en posición, aguardaba inmóvil. El CEO Donovan Ainsworth fue el primero en reaccionar. No dio un paso atrás, no elevó la voz, no negó algo de lo que no estaba seguro… pero tampoco lo confirmó. Enderezó los hombros con una lentitud medida, calculada, peligrosa. Su postura recuperó en un instante esa presencia que tantos temían y respetaban en los salones de juntas y en los tribunales. Sus ojos verdes se clavaron en Elizabeth Milton con una frialdad absoluta, sin una sola grieta visible. —Esta no es una conversación para este lugar —dijo finalmente, con una voz grave y firme que atravesó el salón como una orden imposible de desobedecer. No había enojo en su tono. Tampoco sorpresa… solo un control gélido. Elizabeth sostuvo su mirada. Sus labios se curvaron apenas en una sonrisa mínima, contenida, que no buscaba provoca
Último capítulo