Mundo de ficçãoIniciar sessão«Tres años de amante secreta y jamás logré ganar su corazón.» Rosalind Taylor, una joven pintora inglesa, entregó tres años de su vida a un amor prohibido: su jefe, Alphonse Ainsworth. Entre una intensa pasión y encuentros secretos, creyó que algún día él la elegiría. Pero todo se derrumba cuando descubre su traición. Alphonse le confiesa que se casará con otra, que aunque la ama, ella siempre será su amante oculta. Rosalind, herida y humillada, rompe con él… hasta que el hombre amenaza con usar al frágil hermano enfermo de ella como arma para retenerla. En ese instante aparece el CEO Donovan Ainsworth, el poderoso y enigmático tío de Alphonse. Con una sola llamada, le ofrece a Rosalind un trato que podría cambiarlo todo: casarse con él y darle un heredero, a cambio de proteger a su hermano y liberarla de su sobrino. Lo que Rosalind no esperaba era que detrás del contrato se encendiera una pasión aún más peligrosa e intensa… una que la pondría a prueba, y le demostraría a su destrozado corazón, que puede volver a amar… una vez más.
Ler maisSus ojos recorrieron la mesa con una mezcla de esperanza y nerviosismo: comida, rosas, un pastel decorado con esmero y una vela en forma de número “3”.
Hoy se cumplían tres años de su relación secreta con su jefe, el dueño de la galería inglesa de prestigio.
—¿Dónde está? —murmuró para sí mismo, sus dedos buscando inconscientemente el pequeño bulto en el bolsillo de su bata. No. Ahí no estaba. Su mirada recorrió la estancia y se posó en el sofá. Ahí descansaba, sobre un revoltoso montón de encaje rojo oscuro. La lencería que se pondría más tarde, su audaz plan para la noche, y sobre ella, la pequeña caja de terciopelo azul. La tomó con cuidado, abriéndola una vez más. En su interior, el pasador de corbata de platino relucía bajo la luz tenue. Un diseño minimalista, elegante, con un pequeño zafiro incrustado que coincidía con el color de sus ojos. Había vendido tres de sus mejores cuadros, había ahorrado cada libra durante meses… todo por este momento. Por la forma en que imaginaba que sus ojos dorados se iluminarían, solo por un instante, solo para ella. Tick~ Tack~ Rosalind volvió a mirar el reloj de pared… ¡Y su corazón dio un saltito al ver que ya casi era la hora! Una sonrisa tímida, llena de expectativa, curvó sus labios. Ella tomó la lencería y corrió a cambiarse y… Cuando salió de la habitación, vio la puerta del departamento abrirse. Clack~ Allí estaba él. Alphonse. Como siempre, ostentaba una autoridad innegable. Un traje gris oscuro, bien entallado, perfilaba sus anchos hombros, y su habitual gabardina beige le colgaba del brazo. Su rostro apuesto y cincelado denotaba cansancio tras una negociación, y sus ojos dorados recorrieron rápidamente la habitación. Su mirada se detuvo un instante en la mesa del comedor. Rosaline contuvo la respiración, con el corazón latiéndole con fuerza en el pecho, esperando una sonrisa cómplice o una simple palabra. Pero no hubo ninguna. Su mirada lo recorrió todo, como si examinara un mueble insignificante. Tiró su gabardina con naturalidad sobre el sofá más cercano y, con un familiar toque de irritación, extendió la mano para aflojarse la corbata. —Te dije que comieras sin mí, Rosalind —dijo ese hombre, su voz un tono más bajo de lo usual—. Ya cené en una reunión de negocios. Ella parpadeó, la vergüenza caliente subiéndole por el cuello hasta teñir sus mejillas. El vestido de encaje rojo, que momentos antes se sentía audaz y sexy, ahora le parecía ridículo. Con manos que de pronto se sentían torpes y temblorosas, corrió hacia donde él estaba con la cajita de terciopelo. —Feliz aniversario mi amor… —murmuró ella, con la voz quebradiza, extendiéndole el regalo—. Yo… Lo compré para ti… Lo tomó con indiferencia y lo abrió. No había sorpresa en sus ojos, solo una fría mirada. Vio la marca, una firma de un diseñador talentoso pero no de las casas de lujo exclusivas que él solía frecuentar. Sin una palabra, cerró la caja de un golpe, se acercó al armario de la entrada y la arrojó dentro sobre un montón de bufandas y guantes olvidados. ¡CLANK! ¡El azote a la puerta, causó un brinquito en Rosalind! —No compres estas cosas innecesarias otra vez, Rosalind. No las necesito. ¡Rosalind se quedó helada, inmóvil, como si le hubiera caído un baldazo de agua fría! ¿Qué sucedió? ¿Por qué Alphonse parecía tan distante esa noche? Preguntas llenaron su mente, y aunque abrió sus labios… No fue capaz de hacer ninguna ante la sensación de nudo en su garganta. Sus ojos se llenaron de lágrimas… ¡Pero trató de no dejarlas caer! Y justo en ese maldito momento… Tililing~ Tililing~ Un sonido llenó el aire, una llamada telefónica que ingresó al teléfono de Alphonse, pero… ¡No era el tono habitual que ella conocía! ¡Era uno personalizado!, uno especial… La transformación en Alphonse fue instantánea y devastadora.La fatiga y la indiferencia se esfumaron de su rostro. Una suavidad que ella nunca había visto, ni en sus momentos más íntimos, iluminó sus ojos.
Él sacó el teléfono y respondió al instante, como si no pudiera perdonarse hacer esperar un segundo a la persona por la que puso un tono único. —Bueno, estaré ahí pronto… Sí, espérame. Eran solo unas palabras, pero el tono era un mundo entero. Él colgó, tomó las llaves del coche de la entrada y se dirigió hacia la puerta sin mirar atrás, como si ella, la mesa, el pastel, el “3”, simplemente dejaran de existir. —¡Amor…! —exclamó Rosalind con su voz quebradiza—. Hoy es nuestro aniversario… Tres años. ¿No podrías quedarte conmigo y…? ¡CLANK! ¡Él salió! ¡Le cerró la puerta en la cara y se marchó con indiferencia! No hubo respuesta, ni una mirada, ni un ápice de vacilación. —Al… —susurró pero sus palabras no salieron, y su cuerpo no se movió. ¡ERA COMO SI FUERA UNA PESADILLA!—Tres años… —susurró hacia la nada, su voz cargada de un dolor—. Más de mil días y noches, y resulta que… ¿nunca podremos tener un aniversario formal?
La llama de la vela titileó una última vez, y se apagó.
Tick~ Tack~
El sonido del reloj era lo único que se escuchaba en el lujoso Penthouse.
Rosalind estaba en shock, con sus manos apoyadas sobre el borde de la mesa. Se aferraba con fuerza al mantel blanco… Sus lágrimas caían una tras de otra.
Tres años. La promesa de hacer pública su relación. El sueño de una boda de cuento de hadas. Todo se desvanecía.
—¡NO! ¡NO PUEDO RENDIRME! —gritó ella con voz quebrada pero decidida.
Agarró su bolso, se envolvió en la primera chaqueta que encontró y salió a la noche húmeda de Londres.
—Siga ese coche, por favor —dijo, su voz extrañamente serena mientras señalaba el Bentley familiar de Alphonse que se alejaba calle abajo. El conductor asintió, sumergiéndose en el tráfico nocturno.
El corazón le latía con tanta fuerza que le dolía el busto.
¿Qué esperaba encontrar? ¿Una explicación razonable? Sabía, en el fondo de su alma, que no. Pero necesitaba verlo…
¡Necesitaba que la realidad le diera el golpe final!
✧✧✧ Más tarde esa noche. En la mansión Ainsworth. ✧✧✧ La lluvia seguía cayendo, al otro lado de los ventanales. Rosalind Ainsworth había terminado de preparar todo. El cuarto estaba bañado en una luz tenue, dorada. Sobre la mesa baja, cerca de la cama, Patrick había dejado cuidadosamente las velas aromáticas que ella le pidió: notas suaves de lavanda blanca y un toque cálido de vainilla. No era un aroma pesado, ni dulce en exceso. Ella llevaba puesto un babydoll blanco, delicado, con encaje transparente que caía suave sobre su piel. El color resaltaba la palidez de sus hombros y la curva serena de su cuello. Su cabello estaba suelto, cayendo suavemente hasta su cintura. La rubia respiró hondo. ¡Estaba nerviosa! Pero era un nervio dulce, un nervio que nacía del amor. Tap~ Tap~ Tap~ El sonido de los pasos de Donovan se escuchó desde el pasillo antes de que la puerta se abriera. Clack~ Donovan entró, aflojándose el nudo de la corbata con una mano. Su gabardina aún
✧✧✧ Más tarde. En Brighton, Inglaterra. ✧✧✧ La noche estaba despejada. El cielo tenía un tono azul profundo, casi negro, y la luna se elevaba grande y redonda, suspendida sobre el mar. En la mansión Ainsworth de Brighton. Doña Jacqueline Ainsworth estaba sentada con la espalda recta en un sillón de respaldo alto. Su postura era impecable. En la pantalla frente a ella, aparecía Louis Auguste Leroy. El patriarca de los Leroy, con sus ojos grises gélidos. Su expresión apenas cambiaba, incluso cuando hablaba. Parecía un hombre que había visto demasiados años, demasiados negocios, demasiados secretos… y había aprendido a no reaccionar. —Mi hijo Donovan viajará la próxima semana —dijo Jacqueline con voz suave, sin perder la compostura—. Junto con su esposa, Rosalind. Louis asintió lentamente, sin apartar los ojos de la pantalla. —Esperamos entonces discutir el acuerdo matrimonial entre ambas familias —respondió, con su tono igual de tranquilo. Jacqueline sonrió apenas. Una sonri
Donovan bajó la pantalla del móvil despacio. Lo sostuvo entre sus dedos unos segundos más, como si su mente aún estuviera entrelazada con la información que había leído. Luego levantó la mirada hacia Rosalind. Ella lo observaba con esos ojos azules suaves, abiertos, sinceros. No presionaba, solo quería entender qué pasaba. Donovan exhaló, sus hombros, que se habían tensado apenas, se relajaron de nuevo. Entonces guardó el teléfono en el bolsillo interior de su gabardina y acercó una mano a su rostro. Sus dedos rozaron la mejilla de ella. —Nada que deba preocuparte, mi señora —dijo ese hombre con voz baja—. Solo asuntos que puedo manejar. Rosalind lo miró en silencio unos segundos más. No le creyó del todo. Pero tampoco dudó de él. No era desconfianza hacia su esposo… era ese sentimiento suave de querer verlo descansar un poco. De querer cargar aunque fuera una brizna de lo que él siempre cargaba. Ella bajó los ojos. Sus manos se apretaron una contra la otra sobre su regazo
El corazón de Rosalind dio un vuelco. Donovan la miró suavemente… y en ese instante ella frunció un poco el ceño. Sintió el olor de la fruta, el pan tostado… y su estómago respondió con una ola extraña. Ella llevó una mano a su boca, respirando despacio. Donovan la observó al instante. —Rosalind… —dijo, inclinado hacia ella. —Estoy bien —susurró la mujer—. Solo… no tengo mucho apetito. Donovan negó suave. —No te esfuerces. Tu cuerpo está cambiando. Es normal. Por eso hoy iremos a ver a la doctora. Anthony la miró preocupado. —¿El bebé está bien? Rosalind sonrió débil, pero dulce, y le tomó la mano. —Está bien, o eso esperamos. Es normal. Solo es cansancio. …………… ✧✧✧ Más tarde en la limusina del CEO Ainsworth. ✧✧✧ La lluvia seguía cayendo. Las ventanas de la limusina estaban empañadas. El interior era amplio, silencioso. Rosalind estaba recostada contra Donovan, con la cabeza en su hombro. Sus dedos jugaban con los de él, despacio, como si estuviera pensando sin pensar.
✧✧✧ Esa mañana en la mansión del CEO Ainsworth. ✧✧✧ La lluvia continuaba cayendo. El cielo estaba gris, sin brillo. El aire era fresco, pero dentro la temperatura era cálida, tranquila, envolvente. Las cortinas gruesas dejaban pasar apenas un destello tenue de luz. Rosalind abrió lentamente sus ojos azules. Parpadeó una vez, despacio. Vio el contorno del techo, la suave caída de las cortinas, el movimiento sutil de la lluvia detrás de los cristales. Sintió ese calor… ese cuerpo junto al suyo. La respiración firme, profunda, conocida. Volteó su rostro. Ahí estaba él. Donovan Ainsworth, su esposo. Dormido. Su brazo la sostenía por la cintura, como si mientras dormía también supiera que ella era su centro. Su frente estaba relajada, su cabello negro caía desordenado sobre la almohada. Se veía diferente cuando dormía… menos serio, menos estratega, menos frío para el mundo. Solo era su esposo. Solo era su amado hombre. Rosalind levantó una mano y, con la punta de los dedo
Donovan deslizó su mano hacia su vientre, no presionando, solo tocándola. Su gesto era lento, cálido, casi juguetón. —Piensa en él —murmuró—. O en ella. Rosalind parpadeó, sus mejillas se ruborizaron suavemente. —Yo… pensé que… quizá… si era niño, sería más fácil para todos. La familia Ainsworth espera un heredero y… Donovan soltó una suave risa, apenas una exhalación, negando con la cabeza. —Es una tontería —susurró él, acercándose un poco más—. Si es niña, será una heredera capaz. Tan hermosa como su madre. Tan talentosa. Tan inteligente. ¿Y sabes? —su voz bajó aún más— No hay nada más peligroso que una mujer que sabe lo que vale. Rosalind lo miró como si esas palabras la hubieran tocado directamente en el alma. Sus manos rodearon su cuello, despacio. Se acercó, y lo abrazó. Se quedaron así un momento. Sólo respirando. —Mañana tendré reunión temprano —dijo Donovan, sin alejarse de ella, su voz cálida contra su oído—. Pero a mediodía haré una cita para tu contro





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