Mundo ficciónIniciar sesión¿Qué harías si tu herencia fuera una sentencia de muerte? —¿Crees que por ser hijo de Kharid mereces este lugar? Eres solo un humano débil.— Esas palabras, escupidas con desprecio, son mi nueva realidad. Soy Vastyr, y acabo de heredar el puesto más peligroso entre los hombres lobo: ser el Alfa que nadie quiere. Mi padre fue asesinado, y mi madrastra, Camila, me sonríe mientras prepara mi tumba. En este mundo de garras y traiciones, solo una persona me ve como algo más que un error de la naturaleza. —¿Siempre sonríes así, Lilith?— le pregunté, sin saber que esa simple pregunta cambiaría todo. Ella, una esclava de misteriosos poderes y sonrisa impenetrable, es mi única aliada en una manada que ansía verme caer. Juntos descubriremos la verdad que todos ocultan: Mi padre no murió accidentalmente. Lo asesinaron. Y ahora, quien lo hizo viene por mí. Pero no saben con quién se están metiendo. Porque cuando un humano sin nada que perder se alía con una mujer con todo que ganar, la verdad se convierte en el arma más letal. ¿Podré vengar a mi padre sin convertirme en el monstruo que todos esperan que sea?
Leer másMi padre solo venía una vez al año. Dos semanas exactas. Siempre a la misma hora, el mismo día. Y aunque esa rutina me parecía suficiente en la infancia, en el fondo siempre deseé tenerlo cerca más tiempo. Él era un hombre enigmático, poderoso, alguien a quien admiraba incluso en la distancia. Sin embargo, jamás imaginé que aquella espera anual se transformaría en el principio del fin de la vida que conocía.
Ese día cumplía diecisiete años. Rebosaba de emoción, ansioso por mostrarle mis logros: una aplicación que había desarrollado junto con mi mejor amiga, capaz de generar ganancias que ni siquiera soñé a mi edad. Mamá había preparado un festín, como cada año. El ambiente estaba lleno de expectativa, de aromas deliciosos y de la ilusión de que, aunque fueran solo catorce días, tendríamos nuevamente a papá con nosotros.
Los minutos comenzaron a alargarse hasta convertirse en horas. Mamá reacomodaba los platos por tercera vez, una sonrisa tensa dibujada en su rostro mientras murmuraba: «Seguro es solo el tráfico». Pero en el fondo, ambos sabíamos la verdad: en toda mi vida, mi padre jamás había fallado a su promesa.
El celular sonó, rompiendo la tensión como un trueno. Mamá contestó con esperanza en los ojos, pero segundos después, su grito desgarrador se clavó en mi pecho. Las palabras que no dijo eran más claras que cualquier explicación: mi padre estaba muerto.
Quise salir corriendo, buscarlo, confirmar por mí mismo que aquello no era real. Pero mamá me sostuvo con una fuerza extraña, casi fría. Sus lágrimas pronto se detuvieron y, como si llevara años preparándose para este momento, me miró con una seriedad que heló mi sangre.
—Vastyr… —su voz temblaba, pero sus ojos eran firmes—. Tu padre no era solo un hombre importante. Era el Alfa de la manada Cumbre de la Niebla. Un hombre lobo. Y tú... podrías ser como él.
Me quedé en silencio, incapaz de procesar lo que acababa de escuchar. El mundo que conocía se desmoronaba a mi alrededor, y las piezas del rompecabezas empezaban a encajar de la manera más dolorosa posible.
Mamá siguió hablando. Me contó que, años atrás, había vivido con él en la manada, pero que los lobos nunca aceptaron a una humana como su Luna. El rechazo y la hostilidad fueron insoportables, así que huyó embarazada de mí. Mi padre, obligado por su consejo, terminó casándose con una loba y formando otra familia. Nunca me reconoció ante los suyos.
El dolor de esa revelación fue insoportable. ¿Cómo aceptar que mi padre me había ocultado como si fuera un error? ¿Cómo aceptar que tenía hermanos que ni siquiera sabían que yo existía?
Pero había algo más que me quitaba el sueño: el destino que se cernía sobre mí. Mamá confesó que no sabríamos hasta mi cumpleaños número dieciocho si tendría un lobo en mi interior. Si lo tenía, podría reclamar el lugar de mi padre como Alfa. Si no, seguiría siendo un humano... un extraño en ambos mundos.
De pronto entendí que el misterio de su doble vida no era solo un secreto familiar. Era una condena. Una herencia peligrosa que ahora caía sobre mis hombros.
El viaje en helicóptero fue un silencio sepulcral. No hubo lágrimas, solo el zumbido de las aspas como un lamento constante. Por la ventana, el mundo que conocía —con sus calles pavimentadas y sus reglas humanas— se desdibujaba, reemplazado por una extensión salvaje de pinos y montañas que parecían devorar la luz. Cada kilómetro que nos acercaba a la Cumbre de la Niebla era un kilómetro que me alejaba de quien era.
Cuando llegamos, la vista me dejó sin aliento. La montaña se alzaba como un guardián helado, y la nieve sobre las rocas brillaba con reflejos plateados. El viento cortaba la piel y traía consigo un aroma a frío puro, a soledad y misterio. Era hermoso... y mortal.
—Ponte esto, cariño —dijo mi madre, entregándome ropa gruesa de invierno. Su voz era firme, pero sus ojos reflejaban preocupación—. No te sorprendas por lo poco cubiertos que ellos están; su anatomía los protege de lo que a nosotros nos mataría.
Aterrizamos con cuidado y, al descender, nos esperaba un grupo imponente. Sus miradas no eran curiosas, eran de evaluación. Midieron cada uno de mis movimientos, la fragilidad de mi humanidad, con la misma intensidad con la que yo observaba sus cicatrices y sus músculos tensos. No había calidez en sus ojos, solo el brillo frío de un depredador.
Entre ellos, un hombre más alto y robusto que los demás destacaba como líder. Llevaba una espada en la cintura y una daga en las botas.
—Hola, Rod. ¿Cómo has estado?
La casa de la manada era un complejo impresionante, frío y austero, como un cuartel militar. Nos asignaron una habitación con dos camas. Rod se disponía a irse, pero mamá lo detuvo:
—¿Puedes decirme cómo pasó? Por favor, necesito saberlo —su voz quebrada me arrancó un nudo del pecho.
Rod asintió con pesadumbre. —Bien, después de todo, tarde o temprano se enterarían... —Se dejó caer en la cama más cercana, como si el peso de lo que iba a decir le imposibilitara permanecer de pie.
—Tú sabes que cuando te fuiste, él te buscó. No podía vivir sin ti —dijo, clavando la mirada en mi madre. Yo lo agarré de los hombros, listo para defenderla.
Mis ojos se abrieron desmesuradamente. Una bruja. Las palabras de Rod cortaban el aire frío de la habitación.
—La bruja contuvo su lazo —continuó, con la voz cargada de un dolor ajeno—. Pero como consecuencia, él sufría mucho. Cada noche, el cuerpo le ardía. Lo único que lo consolaba era saber que tú lo amabas. Con el tiempo, el dolor lo consumía más, sobre todo después de tomar a la Luna como esposa. Después de eso, empezó a desaparecer durante largos periodos, como un muerto en vida. Pero cuando volvía de estar con ustedes, era diferente... como si le hubieran devuelto el alma.
La desesperación no me abandonaba.No era un golpe repentino ni un arrebato de dolor. Era algo peor: una presencia constante, pesada, que caminaba conmigo, respiraba conmigo, pensaba por mí.A veces escuchaba la voz de Kael con tanta claridad que giraba la cabeza, convencido de que estaba a unos pasos detrás de mí.Vas a ver, Vastyr. Todo saldrá bien.Y otras veces era otra voz. Más baja. Más cruel.La mía.Todo esto es tu culpa.No hablaba.No me quejaba.No vivía.Solo avanzaba.Mientras Azura estuviera viva… mientras yo hubiera hecho algo por ella, mi existencia aún tenía una justificación mínima. No esperanza. No futuro. Solo una razón para no dejarme caer en la nieve y quedarme ahí hasta desaparecer.Las palabras de Lilith no me dejaban en paz. Me ardían en la cabeza como una herida abierta.“En esta guerra, las buenas intenciones no bastan.”“Y a veces, amar es aprender a retroceder.”“Tu compasión quema a todos los que toca.”Era verdad.Nunca supe defender a nadie.Nunca supe
Cuando entré en la enfermería, bajé la cabeza y contuve la respiración. Antes de que pudiera avanzar, escuché a dos esclavos hablando en voz baja cerca del fondo del pasillo.—Dicen que el anciano Lorcan mandó traer a una bruja —susurró uno—. Para ayudar al joven.—Sí… pero ni siquiera ella puede salvarlo —respondió el otro—. Solo logra contener el veneno. Sigue ahí, corriendo por su cuerpo. No hay nada que pueda curarlo.No pude seguir escuchando.Cada palabra era un golpe seco en el pecho.Me obligué a avanzar, con pasos silenciosos, esquivando miradas y sombras. Esperaba encontrar guardias, curanderos, esclavos entrando y saliendo… pero para mi sorpresa, no había nadie.La sala estaba casi vacía.Kael yacía tendido sobre la camilla, inmóvil, como si simplemente estuviera dormido. Su rostro se veía pálido, demasiado quieto. Su respiración era débil, apenas perceptible, como un hilo a punto de romperse.Me acerqué despacio.Y entonces no pude evitarlo.Las lágrimas comenzaron a caer
Volví a la casa de doña Teresa casi sin darme cuenta de cómo había llegado. Caminé en automático, con el cuerpo sucio, sudado y agotado, cuidando no llegar tarde a la hora de entrada. Cada paso se sentía pesado, como si arrastrara algo más que cansancio.Mi mente estaba nublada.Por momentos, todo lo ocurrido me parecía un sueño confuso, irreal…Pero los papeles que aún conservaba apretados entre mis manos me devolvían a la realidad. El roce del papel contra mi piel era la prueba de que no había imaginado nada.Había sido real.Todo.Entré sin hacer ruido. Como siempre, fui directo a la cocina. Era lo que se esperaba de mí. Preparar la comida, no llamar la atención, existir solo lo necesario.El aroma de la sopa calentándose llenaba el espacio cuando escuché voces en la habitación contigua.Me quedé quieta.Era Orion.—Padre… —dijo, con un tono que no le había escuchado antes—. ¿Fuiste parte de los que la decapitaron?Mi respiración se detuvo.Hubo un silencio breve. Luego, la voz gra
Corrí hacia ella sin pensarlo, casi tropezando con la tierra suelta del suelo. La luz temblorosa que emitía la esfera en mi mano proyectaba sombras agitadas por toda la habitación, pero aun así pude verla con claridad:La mujer seguía allí, tirada sobre el suelo frío, atada de ambos tobillos con cadenas gruesas, la piel marcada, los ojos hinchados por el llanto… y con un vientre que revelaba sin duda que estaba embarazada.Una visión que desgarraba el alma.—Voy a sacarte de aquí —le prometí, arrodillándome junto a ella.Acercando mi mano a la cadena, intenté concentrarme. Sentí el pulso de esa energía desconocida en la esfera que sostenía… una calidez que pensaba que podría transformarse en fuego.Pero no.Cuando la acerqué al metal, la esfera solo brilló más… nada de fuego, nada de calor suficiente. Era solo un haz de luz, brillante, hermoso… pero completamente inútil para liberarla.—No… no puede ser… —murmuré con desesperación, apretando los dientes.La mujer me tomó de la muñeca
Camila no me lo impidió.Al contrario: tomó mi brazo con firmeza y me guió por los pasillos como si hubiera estado esperando que yo reaccionara.—Rápido —susurró—. Está en el mismo edificio… solo que tú estabas arriba. Ella… abajo.Bajamos una escalera estrecha de piedra. A medida que descendíamos, el aire se volvía más húmedo, más denso, más… podrido.El sótano no era una instalación digna de la manada.Era un agujero en la tierra. Un hueco excavado a prisa, apenas reforzado con vigas viejas y una puerta oxidada.Cuando Camila abrió la puerta, el olor a sangre me golpeó como un puñetazo.No pude contener el aliento.¿Cómo se atrevían?¿A ella?¿Con qué derecho?Entré casi tropezando.Azura estaba en el suelo… encadenada a la pared.Su cuerpo era un mapa de golpes: sangre seca, sangre fresca, heridas abiertas, moretones superpuestos. Su respiración era débil, irregular, casi inexistente.—Azura… —mi voz se quebró apenas dije su nombre.Pero no respondió.Me arrodillé junto a ella. Mis
Llevo horas en esta habitación a la que me trajeron después de la fiesta. Es un lugar pulcro, demasiado ordenado para lo que esperaba. Tiene una mesa sencilla, una silla y hasta una cama perfectamente tendida, como si me invitaran a descansar… pero ¿cómo podría hacerlo?Cada vez que cierro los ojos vuelvo a ver a Kael cayendo.Escucho los gritos de la gente.La curandera declarando que no sobreviviría.Y si ya no está vivo… ¿qué voy a hacer sin él?Kael ha sido, el único que realmente estuvo conmigo. Mi consejero, mi apoyo, el único que me ofreció amistad sin pedir nada a cambio, sin miedo, sin máscaras. Él era mi ancla en un mundo que no terminaba de entender. Pensar que pueda haberse ido… es como si me arrancaran algo del pecho.Me apoyo contra la pared, tratando de organizar mis pensamientos, pero apenas puedo.Y luego está Azura.Supongo que también la estarán interrogando. Sé que no me delatará; confío en ella más de lo que debería, más de lo que es prudente. Pero me preocupa. El
Último capítulo