Inicio / Hombre lobo / EL ALFA HUMANO / El heredero no deseado
EL ALFA HUMANO
EL ALFA HUMANO
Por: Janet
El heredero no deseado

Mi padre solo venía una vez al año. Dos semanas exactas. Siempre a la misma hora, el mismo día. Y aunque esa rutina me parecía suficiente en la infancia, en el fondo siempre deseé tenerlo cerca más tiempo. Él era un hombre enigmático, poderoso, alguien a quien admiraba incluso en la distancia. Sin embargo, jamás imaginé que aquella espera anual se transformaría en el principio del fin de la vida que conocía.

Ese día cumplía diecisiete años. Rebosaba de emoción, ansioso por mostrarle mis logros: una aplicación que había desarrollado junto con mi mejor amiga, capaz de generar ganancias que ni siquiera soñé a mi edad. Mamá había preparado un festín, como cada año. El ambiente estaba lleno de expectativa, de aromas deliciosos y de la ilusión de que, aunque fueran solo catorce días, tendríamos nuevamente a papá con nosotros.

Los minutos comenzaron a alargarse hasta convertirse en horas. Mamá reacomodaba los platos por tercera vez, una sonrisa tensa dibujada en su rostro mientras murmuraba: «Seguro es solo el tráfico». Pero en el fondo, ambos sabíamos la verdad: en toda mi vida, mi padre jamás había fallado a su promesa.

El celular sonó, rompiendo la tensión como un trueno. Mamá contestó con esperanza en los ojos, pero segundos después, su grito desgarrador se clavó en mi pecho. Las palabras que no dijo eran más claras que cualquier explicación: mi padre estaba muerto.

Quise salir corriendo, buscarlo, confirmar por mí mismo que aquello no era real. Pero mamá me sostuvo con una fuerza extraña, casi fría. Sus lágrimas pronto se detuvieron y, como si llevara años preparándose para este momento, me miró con una seriedad que heló mi sangre.

—Vastyr… —su voz temblaba, pero sus ojos eran firmes—. Tu padre no era solo un hombre importante. Era el Alfa de la manada Cumbre de la Niebla. Un hombre lobo. Y tú... podrías ser como él.

Me quedé en silencio, incapaz de procesar lo que acababa de escuchar. El mundo que conocía se desmoronaba a mi alrededor, y las piezas del rompecabezas empezaban a encajar de la manera más dolorosa posible.

Mamá siguió hablando. Me contó que, años atrás, había vivido con él en la manada, pero que los lobos nunca aceptaron a una humana como su Luna. El rechazo y la hostilidad fueron insoportables, así que huyó embarazada de mí. Mi padre, obligado por su consejo, terminó casándose con una loba y formando otra familia. Nunca me reconoció ante los suyos.

El dolor de esa revelación fue insoportable. ¿Cómo aceptar que mi padre me había ocultado como si fuera un error? ¿Cómo aceptar que tenía hermanos que ni siquiera sabían que yo existía?

Pero había algo más que me quitaba el sueño: el destino que se cernía sobre mí. Mamá confesó que no sabríamos hasta mi cumpleaños número dieciocho si tendría un lobo en mi interior. Si lo tenía, podría reclamar el lugar de mi padre como Alfa. Si no, seguiría siendo un humano... un extraño en ambos mundos.

De pronto entendí que el misterio de su doble vida no era solo un secreto familiar. Era una condena. Una herencia peligrosa que ahora caía sobre mis hombros.

El viaje en helicóptero fue un silencio sepulcral. No hubo lágrimas, solo el zumbido de las aspas como un lamento constante. Por la ventana, el mundo que conocía —con sus calles pavimentadas y sus reglas humanas— se desdibujaba, reemplazado por una extensión salvaje de pinos y montañas que parecían devorar la luz. Cada kilómetro que nos acercaba a la Cumbre de la Niebla era un kilómetro que me alejaba de quien era.

Cuando llegamos, la vista me dejó sin aliento. La montaña se alzaba como un guardián helado, y la nieve sobre las rocas brillaba con reflejos plateados. El viento cortaba la piel y traía consigo un aroma a frío puro, a soledad y misterio. Era hermoso... y mortal.

—Ponte esto, cariño —dijo mi madre, entregándome ropa gruesa de invierno. Su voz era firme, pero sus ojos reflejaban preocupación—. No te sorprendas por lo poco cubiertos que ellos están; su anatomía los protege de lo que a nosotros nos mataría.

Aterrizamos con cuidado y, al descender, nos esperaba un grupo imponente. Sus miradas no eran curiosas, eran de evaluación. Midieron cada uno de mis movimientos, la fragilidad de mi humanidad, con la misma intensidad con la que yo observaba sus cicatrices y sus músculos tensos. No había calidez en sus ojos, solo el brillo frío de un depredador.

Entre ellos, un hombre más alto y robusto que los demás destacaba como líder. Llevaba una espada en la cintura y una daga en las botas.

—Hola, Rod. ¿Cómo has estado?

—Bien, mi señora. Me alegra verla de nuevo, aunque sea en estas circunstancias —respondió con respeto, pero con un dejo de tristeza en su voz.

—Te presento a mi hijo, Vastyr.

—¿Él es? —preguntó Rod. Mi madre asintió, y él me abrazó como si me conociera de toda la vida—. Lo siento, muchacho. No quería que te enteraras así.

—Él es Rod, beta de tu padre.

—Me disculpo, soy Roderg, beta... para los amigos, Rod —dijo, lanzándole una sonrisa a mamá—. Los llevaré a la casa de la manada para que se preparen para la ceremonia de mañana.

La casa de la manada era un complejo impresionante, frío y austero, como un cuartel militar. Nos asignaron una habitación con dos camas. Rod se disponía a irse, pero mamá lo detuvo:

—¿Puedes decirme cómo pasó? Por favor, necesito saberlo —su voz quebrada me arrancó un nudo del pecho.

Rod asintió con pesadumbre. —Bien, después de todo, tarde o temprano se enterarían... —Se dejó caer en la cama más cercana, como si el peso de lo que iba a decir le imposibilitara permanecer de pie.

—Tú sabes que cuando te fuiste, él te buscó. No podía vivir sin ti —dijo, clavando la mirada en mi madre. Yo lo agarré de los hombros, listo para defenderla.

—¡No te atrevas a culparla de esto!

Él me miró, y en sus ojos no había desafío, sino una resignación que me calmó de inmediato.

—No es así, escúchenme primero, por favor. —Respiró hondo—. Cuando te encontró y supo del pequeño Vastyr, también se enteró de lo que te ocurrió después de que él se fue. Supo que no podría obligarte a volver, pero tampoco quería sacarlos de su vida. Entonces... llamó a una bruja.

Mis ojos se abrieron desmesuradamente. Una bruja. Las palabras de Rod cortaban el aire frío de la habitación.

—La bruja contuvo su lazo —continuó, con la voz cargada de un dolor ajeno—. Pero como consecuencia, él sufría mucho. Cada noche, el cuerpo le ardía. Lo único que lo consolaba era saber que tú lo amabas. Con el tiempo, el dolor lo consumía más, sobre todo después de tomar a la Luna como esposa. Después de eso, empezó a desaparecer durante largos periodos, como un muerto en vida. Pero cuando volvía de estar con ustedes, era diferente... como si le hubieran devuelto el alma.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
capítulo anteriorcapítulo siguiente
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP