Alana, hija del rey de la manada Azuleja, nació con una marca sobre su destino: una cicatriz que surca su ojo derecho y un pacto sellado antes de su primer llanto. Su vida estaba destinada a unirse con Daren, el futuro alfa de la manada Sombra de Hierro, como símbolo de alianza entre dos reinos que llevaban siglos enfrentados. Pero el día de la unión, ante toda la asamblea de licántropos, Daren la rechazó brutalmente: “No me uniré a una mujer marcada, una luna imperfecta.” Humillada, herida y cubierta de la sangre que él mismo derramó al golpearla, Alana huyó al bosque, jurando no volver jamás. Sin embargo, el juramento ancestral entre ambas manadas exigía que su linaje se consumara antes de la próxima luna llena o su alma —y el poder de su familia— se extinguirían. Y con ellos, las tierras Azulejas caerían bajo el dominio de los Sombra de Hierro. Desesperada, Alana deberá elegir entre entregar su vida al destino que la desprecia, o buscar su propio camino, incluso si eso significa unirse a otro alfa… o a una bestia aún peor.
Ler maisEl espejo frente a mí devolvía una imagen que no me gustaba mirar demasiado.
El vestido azul grisáceo, con bordes plateados, resaltaba la cicatriz que cruzaba mi ceja y subía hasta perderse en el cuero cabelludo. No importaba cuántas veces la cubriera con mi cabello o maquillaje, siempre volvía a mostrarse, como si quisiera recordarme que no era como las demás.Cumplí veinte años hace unos días, y en este mundo, eso significaba que ya no había escapatoria. Los lobos adultos podíamos controlar nuestras transformaciones después de los veintiún años, pero antes de eso, nuestros cuerpos y emociones eran un campo de batalla. A los dieciséis, cuando tuve mi primera transformación, mi padre lo celebró como si fuera el logro de un hijo varón. Fue la primera y última vez que me abrazó.
Soy la séptima de mis hermanos. La única mujer.
Y la menospreciada de la familia Azuleja.Nuestra manada vivía dentro de los Bosques Azules, un territorio cubierto por neblina y rodeado por montañas donde la Luna parecía más cercana que en cualquier otro lugar. Entre los árboles se alzaban las mansiones antiguas, herencia de los reyes licanos. Las torres estaban cubiertas de musgo, y las luces permanecían encendidas toda la noche para protegernos de los espíritus que rondaban el bosque.
Desde pequeña me gustaba subir a la torre norte y mirar el reflejo de la luna sobre los tejados de piedra. Era el único momento en que sentía que el mundo no me pesaba tanto.Pero aquella mañana, la paz se rompió.
El consejo de mi padre había decidido que debía casarme con Daren Kirk, el Alfa de la manada Sombra de Hierro.Daren.
El nombre que me revolvía el estómago desde que lo escuché por primera vez.Recibí la noticia mientras me vestía para la ceremonia del Equinoccio. Mi doncella apenas alcanzó a decir “felicitaciones” antes de que el aire se me escapara del pecho. Me quedé frente al espejo, inmóvil, intentando procesar las palabras: “Te casarás con Daren Kirk. La unión fortalecerá el tratado entre las manadas.”
Era un matrimonio político, arreglado desde antes de mi nacimiento, o eso decía mi padre. Pero habían pasado años sin mencionarlo, y pensé que esa antigua promesa había muerto junto con mi madre.
—No puede ser —susurré.
La puerta se abrió lentamente y mi madrastra, la nueva reina de los Azuleja, entró con su perfume de jazmín que me resultaba insoportable.
—Es un honor para la familia —dijo sin mirarme—. Daren es el Alfa más poderoso de nuestra era. Con su manada al mando, los Azuleja nunca serán atacados.
—Prefiero que me maten —respondí, conteniendo las lágrimas—. No pienso casarme con un monstruo.
Ella arqueó una ceja y se cruzó de brazos.
—Hablas de un monstruo, pero olvidas que tú también lo eres. Todos lo somos, Alana. Algunos solo aprendemos a disimularlo mejor.
Apreté los puños, deseando tener el valor de gritarle todo lo que pensaba. Pero sabía que sería inútil. En mi familia, una mujer no tenía voz, ni siquiera si era la heredera.
Cuando se fue, golpeé el tocador con el puño. Las botellas de perfume cayeron al suelo, y por un instante deseé romper también el espejo. Pero me quedé allí, respirando con dificultad, mirando a esa chica de ojos ámbar que parecía estar a punto de romperse.
—No voy a casarme con él —murmuré al reflejo—. No lo haré.
El viento golpeó las ventanas. Desde la torre se escuchaban los aullidos de los centinelas que vigilaban el bosque. En nuestro mundo, las noches pertenecían a los lobos jóvenes que aún no dominaban su naturaleza. Yo recordaba lo que era eso: la furia, el dolor, la transformación que te partía los huesos y la mente.
Pero Daren… él había nacido dominando el caos. A los quince años ya lideraba batallas, y a los diecisiete se proclamó Alfa de su manada, tras derrotar a su propio padre. Tenía los ojos más oscuros que la noche, sin reflejo, sin alma. Lo había visto una vez, cuando asistió al funeral de mi madre. Me miró apenas unos segundos, pero bastaron para que sintiera miedo. En aquel entonces tenía solo nueve años, y él ya imponía una presencia que helaba la sangre.—Todos mueren—, dijo sin más al acercarse a mi.
—¿Se supone que eso me haga sentir mejor?—fue la pregunt aque le hice sintiendo como mi cuerpo se llenaba de rabia. —Si no tienes respeto por mi madre...
—A los muertos no se les debe nada.
—Eres un...
—Cuida tus palabras niña.
—¿Como te atreves?—me giré a el y lo confronté. Vi sus ojos y supe que aquel adolescente no era normal.
—Llora si queires. Serás mi esposa. Ya mi padre me lo dicho. Tu debes saberlo también.
—Jamás me...
—Lo harás. —dijo simplemente, y me sonrió. —Disfruta la solteria niña.
Ahora, doce años después, el destino pretendía unirnos.
De verdad.
Salí de mi habitación con el corazón apretado. Afuera, el bosque vibraba con vida. Las hojas susurraban nombres antiguos, los riachuelos brillaban bajo la luz de la luna, y el aire tenía ese olor a tierra húmeda que solo los licanos podían percibir como promesa.
Más allá, se veía la mansión principal de los Sombra de Hierro, una fortaleza oscura entre los árboles, con torres de piedra negra. Sabía que en ese momento Daren debía estar allí, riendo con sus consejeros, aceptando el acuerdo que para mí era una condena.Bajé las escaleras del ala norte buscando a mi madre… o a la mujer que tomaba su lugar desde su muerte.
La encontré en el gran salón, revisando documentos junto al consejero. No me atreví a entrar hasta que se quedó sola.—Por favor —dije apenas crucé el umbral—. No me obligue a hacerlo.
Ella levantó la vista, sorprendida por mi tono.
—Alana, no es una decisión mía. Tu padre firmó el pacto con la familia Kirk hace veinte años. Debe cumplirse antes del solsticio o nuestra manada perderá la protección del tratado.—No me importa la política —dije, la voz temblando—. No puedo casarme con él. No puedo.
Por un segundo, vi algo parecido a compasión en su mirada. Pero desapareció rápido.
—No tienes elección. El destino de los Azuleja depende de ti.
Di un paso atrás, sintiendo cómo me faltaba el aire.
—Entonces que el destino se muera conmigo.Ella no respondió. Me giré y corrí hacia los jardines, sin importar los gritos detrás. Afuera, el bosque se abría como un refugio. Las luciérnagas iluminaban el camino y el murmullo de los lobos jóvenes se escuchaba a lo lejos.
Me senté junto a la fuente de piedra y miré el reflejo de la luna sobre el agua.“¿Por qué yo?”, pensé. “¿Por qué siempre yo?”
Las palabras de mi madre biológica volvían a veces en sueños: “Serás fuerte, Alana. Tu sangre es vieja. La luna no marca defectos, marca destinos.”
Nunca entendí lo que quiso decir. Pero esa noche, por primera vez, quise creerle.Si tenía que enfrentarme al Alfa de los Sombra de Hierro, lo haría.
Si mi familia me quería usar como moneda de paz, aprendería a jugar con sus reglas. Y si el destino había decidido que Daren Kirk sería mi esposo…Entonces el destino iba a arrepentirse.
El amanecer llegó gris y silencioso.El humo seguía flotando sobre las ruinas como un manto espeso. El viento arrastraba cenizas que se pegaban a la piel como polvo de hueso.Había pasado toda la noche sin dormir. No podía.Cada vez que cerraba los ojos veía los cuerpos, las casas ardiendo, el símbolo grabado en la pared.Deerk estaba afuera, revisando el perímetro.Dijo que cuando el sol terminara de salir, partiríamos hacia el norte para seguir el rastro de nuestro padre.Yo, en cambio, no podía moverme.El peso del dolor me mantenía clavada al suelo.Escuché pasos.Al principio lentos, arrastrados. Después más firmes.Me giré.Reyk y Leo aparecieron entre la bruma.Por un instante, el corazón me dio un salto.Corrí hacia ellos sin pensar.—¡Reyk! ¡Leo! —grité.Reyk levantó la vista, cansado. Tenía el rostro cubierto de hollín y una mancha rojiza en la mejilla, como un golpe reciente.Leo cojeaba, sujetándose el muslo derecho con una mano ensangrentada.Me lancé a los brazos de Reyk
El aire olía a ceniza y muerte.A medida que avanzábamos por lo que quedaba del territorio Azuleja, el fuego seguía devorando el horizonte.Las llamas se reflejaban en los ojos de Deerk, que caminaba delante de mí con el cuerpo rígido, los músculos tensos y el rostro cubierto de hollín.El bosque que solía cantar con los lobos ahora estaba en silencio.Solo se oían los crujidos de la madera derrumbándose y los gemidos lejanos de los heridos.—Dios… —susurré, con la garganta apretada—. ¿Qué pasó aquí?Deerk no respondió. Solo siguió caminando, con la mirada fija en el camino.Cuando llegamos al claro principal, el corazón se me detuvo.El poblado estaba destruido.Casas derrumbadas, cuerpos carbonizados, humo espeso cubriendo el cielo.El olor era insoportable, una mezcla de sangre, fuego y desesperación.Corrí sin pensar, esquivando los escombros. Quería encontrar algo que me dijera que no todo estaba perdido.—Padre —grité—. ¡Padre!—Cállate —ordenó Deerk, sujetándome del brazo—.—¿Q
El bosque parecía contener la respiración.Cuando di un paso atrás para irme, el desconocido avanzó uno hacia mí.Su movimiento fue tan rápido que el instinto me gritó peligro. Pensé que iba a tomarme del brazo, pero antes de que pudiera hacerlo, Leo se interpuso con una velocidad que apenas vi.—No te atrevas a tocar a mi hermana, híbrido —gruñó, con el pecho inflado y los ojos encendidos.La palabra me congeló.Híbrido.Nunca había visto uno.Había escuchado historias —de seres nacidos de uniones prohibidas entre humanos y licántropos, mitad instinto, mitad raciocinio—, pero siempre creí que eran mitos, fantasmas contados para asustar a los cachorros.Y sin embargo, ahí estaba uno. De carne y hueso. Respirando frente a mí.El desconocido no retrocedió. Sus ojos brillaban con un tono imposible de definir bajo la luna: a ratos grises, a ratos casi verdes. El aire entre ambos se tensó, y el olor que desprendía era distinto a cualquier otro.Madera, tierra húmeda y canela.Un olor cálid
El cuerpo del lobo en el suelo volvió a moverse.Los músculos se contrajeron con espasmos, las patas se agitaban con torpeza, como si el cuerpo no recordara cómo ser un cuerpo.El desconocido lo observaba con atención, con la mandíbula tensa y las manos listas. Cuando el animal intentó incorporarse, él lo sujetó del cuello con una sola mano, apretando con una fuerza que parecía imposible.—No te levantes —gruñó.El lobo soltó un gemido ahogado, un gruñido corto, y volvió a caer.El olor a sangre y sudor llenó el aire.Yo no podía moverme.Tenía el corazón golpeándome el pecho, las manos temblando, y la mente llena de preguntas que no encontraba cómo ordenar.—¿Qué… qué le pasa? —pregunté apenas.El desconocido no me miró.Su atención seguía fija en el animal.—Hace demasiadas preguntas —respondió con calma—. Tal vez deberías guardarlas para tu futuro esposo. Él parece saber bastante sobre estas cosas.Lo miré, incrédula.—¿Qué insinúas? —mi voz sonó más frágil de lo que quise. —Acabas
El sonido del bosque cambió.Ya no eran ramas moviéndose o el viento entre los pinos. Era algo más pesado, más rápido.Un gruñido bajo retumbó desde los arbustos, profundo y rabioso.El desconocido se tensó al instante, el cuerpo inclinado hacia adelante, los músculos preparados para atacar o defender.—Quédate detrás de mí —dijo con voz grave.No tuve tiempo de preguntar nada.Una sombra salió disparada de entre los árboles y se abalanzó sobre él con una velocidad que apenas pude seguir.Era un lobo enorme, el pelaje sucio, los ojos desorbitados y llenos de espuma en el hocico. Su olor era fuerte, ácido, mezclado con sangre y algo químico.No era un lobo común.Estaba drogado.El desconocido apenas alcanzó a girar el cuerpo.El animal le saltó al cuello, las garras se clavaron en su hombro y ambos cayeron al suelo con un golpe seco.El rugido que salió del desconocido no fue humano.Un sonido profundo, brutal, de pura furia.Intenté retroceder, pero tropecé con una roca.El corazón m
El bosque seguía en silencio.Solo el sonido del agua moviéndose lentamente contra la orilla.Me quedé quieta, observando esa figura entre los árboles. Alta, firme, demasiado tranquila para ser un enemigo al acecho.—¿Quién está ahí? —pregunté de nuevo.El hombre salió de las sombras sin prisa. Caminaba erguido, con los hombros anchos y el paso seguro. La luz de la luna caía sobre él, revelando una silueta imponente.Debía medir más de seis pies.Su cabello oscuro y algo desordenado le caía sobre la frente.No pude distinguir el color de sus ojos. Tal vez eran azules. Tal vez grises. La oscuridad no me dejaba saberlo.—No te asustes —dijo con voz grave, profunda. —No soy el enemigo aqui. Su tono no sonaba amenazante, pero tampoco amable.Era la voz de alguien acostumbrado a que lo obedecieran.Me hundí más en el lago, hasta que el agua me cubrió el pecho.—No te acerques —advertí.Él se detuvo, sin mostrar interés por avanzar. Solo se inclinó ligeramente y se sentó sobre una roca en
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