—¿Eres sorda o simplemente estúpida? —La voz de Astrid, la futura beta e hija de Rod, cortó el aire como un latigazo. Cuando las cosas no salían como ella quería, siempre buscaba desahogarse con quienes no podíamos defendernos. Sus palabras eran más afiladas que cualquier garra y dejaban cicatrices más profundas.Bajé la vista, como tantas veces antes, y esbocé una sonrisa. Era mi escudo, mi armadura. Si mi rostro mostraba placidez, quizás no notarían las grietas que recorrían mi alma.—Astrid, por favor, date prisa —su amiga Daniela tiró de su brazo—. Los guerreros están por llegar y quiero ver a Atlas. Hace meses que no viene, y aunque estemos de duelo, al menos podremos verlo. Astrid se detuvo, clavándome sus ojos cargados de desprecio.—No servirás a los guerreros esta noche. En cambio, subirás a la montaña a buscarme frutas silvestres. Lavarás mi ropa a mano, cumplirás con mis deberes y no descansarás hasta terminar. —Pero, señorita, mis anfitriones esperan que... — —¿¡Ac
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