La desesperación no me abandonaba.
No era un golpe repentino ni un arrebato de dolor. Era algo peor: una presencia constante, pesada, que caminaba conmigo, respiraba conmigo, pensaba por mí.
A veces escuchaba la voz de Kael con tanta claridad que giraba la cabeza, convencido de que estaba a unos pasos detrás de mí.
Vas a ver, Vastyr. Todo saldrá bien.
Y otras veces era otra voz. Más baja. Más cruel.
La mía.
Todo esto es tu culpa.
No hablaba.
No me quejaba.
No vivía.
Solo avanzaba.
Mientras Azura estuviera viva… mientras yo hubiera hecho algo por ella, mi existencia aún tenía una justificación mínima. No esperanza. No futuro. Solo una razón para no dejarme caer en la nieve y quedarme ahí hasta desaparecer.
Las palabras de Lilith no me dejaban en paz. Me ardían en la cabeza como una herida abierta.
“En esta guerra, las buenas intenciones no bastan.”
“Y a veces, amar es aprender a retroceder.”
“Tu compasión quema a todos los que toca.”
Era verdad.
Nunca supe defender a nadie.
Nunca supe