El desayuno transcurría en un silencio incómodo, roto solo por el tintineo de la vajilla. Camila, sentada frente a mí, dejó su taza sobre el platillo con un suave clic.
—La semana próxima comenzarás en la misma escuela que Rian —anunció sin preámbulos—. Es necesario que recibas la educación que merece tu posición. Tu madre ya ha enviado todo lo necesario: libros, uniformes y algunos objetos personales.
Asentí, concentrado en mi plato. Un momento después, su voz volvió a sonar, esta vez con una curiosidad sutil pero punzante.
—Tu madre es muy poderosa, ¿verdad?
La miré con cautela. Su expresión era serena, casi inocente, como si la pregunta no tuviera mayor trascendencia. Sin querer profundizar, asentí con un breve movimiento de cabeza, evitando dar más detalles. Ella no insistió, pero sentí que el comentario quedó flotando en el aire entre nosotros.
Al no tener que ir a la escuela aún, el día se extendía libre ante mí. Decidí pasar la mañana con mi hermanita Marlín. La acompañé a su e