Ella nació para ser sacrificada. Él nació para dominarla. Pero el destino tenía otros planes. Nerea Cruz es una joven fotógrafa con un oscuro secreto familiar: su linaje está maldito. Cada mujer primogénita de su familia ha desaparecido la noche en que cumple 25 años, bajo la luna llena. Nerea jura que no será la siguiente. Lo que no sabe es que su sangre es el ingrediente final para liberar al Alfa Supremo, un lobo encerrado desde hace siglos por su propia manada. Pero cuando ella y el Alfa cruzan caminos en el momento de su despertar, algo cambia. El Alfa, Aleksei Drakov, está sediento de venganza… y de ella. Pero no contaba con que su “presa” despertara algo en él que llevaba siglos dormido: humanidad. Deseo. Conflicto. Mientras una guerra de clanes sobrenaturales estalla en las sombras, Nerea se ve atrapada entre la lucha por sobrevivir… y la rendición total a una pasión salvaje que podría destruirlos a ambos.
Ler maisEl sueño siempre comenzaba igual. Un bosque denso, la luna llena suspendida como un ojo vigilante, y el sonido. Ese aullido que le erizaba la piel y le aceleraba el pulso hasta sentir que el corazón se le saldría por la garganta.
Nerea corría descalza entre los árboles. Las ramas le arañaban los brazos, las piedras le cortaban los pies, pero no podía detenerse. Algo la perseguía. Algo hambriento.
Podía sentir su respiración en la nuca, el calor de su aliento. Cuando finalmente se atrevía a mirar atrás, lo veía: un lobo de pelaje negro como la obsidiana y ojos que brillaban con un fuego sobrenatural. No eran ojos de animal. Eran ojos que entendían, que sabían, que querían.
Y entonces llegaba la sangre. Siempre la sangre.
Nerea despertó de golpe, jadeando. La camiseta se le pegaba al cuerpo por el sudor frío. Miró el reloj digital en su mesita de noche: 3:33 a.m. La hora de las brujas, como decía su abuela. Se llevó una mano temblorosa al rostro y respiró hondo, intentando calmar los latidos desbocados de su corazón.
—Solo un sueño —murmuró para sí misma—. El mismo maldito sueño de siempre.
Se levantó y caminó hasta el baño de su pequeño apartamento en Malasaña. El espejo le devolvió la imagen de una mujer joven de cabello oscuro y revuelto, con ojeras profundas bajo unos ojos color avellana que parecían demasiado viejos para sus veinticinco años recién cumplidos.
Veinticinco años. El pensamiento le provocó un escalofrío. Hoy era su cumpleaños, y aunque intentaba convencerse de que era un día como cualquier otro, el peso de la historia familiar se cernía sobre ella como una sombra.
"Cada mujer primogénita de la familia Cruz desaparece al cumplir veinticinco años, bajo la luna llena", le había contado su abuela cuando era niña, con esa mezcla de resignación y terror que Nerea nunca olvidaría. Su madre había desaparecido exactamente así. Y su abuela había perdido a su propia madre de la misma manera.
Nerea abrió el grifo y se echó agua fría en la cara. Fue entonces cuando sintió el ardor, un dolor punzante en la clavícula izquierda que la hizo sisear. Se apartó el cuello de la camiseta y lo que vio la dejó paralizada.
Una marca roja, como un tatuaje recién hecho, brillaba sobre su piel. Tenía la forma de una media luna atravesada por lo que parecía ser una garra. El contorno palpitaba con un resplandor carmesí que parecía emanar luz propia en la penumbra del baño.
—¿Qué demonios...? —susurró, tocándola con la punta de los dedos.
El contacto le provocó una descarga de dolor que la hizo retroceder. La marca ardía como si le hubieran aplicado un hierro al rojo vivo.
***
El Parque del Retiro estaba inusualmente tranquilo esa mañana de octubre. Nerea había elegido ese lugar para su sesión fotográfica con Clara, una modelo emergente que necesitaba actualizar su portfolio.
—Gira un poco hacia la izquierda —indicó Nerea, ajustando el enfoque de su Canon—. Perfecto, mantén esa expresión.
El obturador capturó la imagen, pero la mente de Nerea estaba dividida. Una parte se concentraba en su trabajo, en los ángulos, la luz, la composición. La otra no dejaba de pensar en la marca que ahora ocultaba bajo un pañuelo de seda anudado al cuello.
—¿Estás bien? Pareces distraída —comentó Clara durante una pausa.
—Solo cansada —mintió Nerea con una sonrisa forzada—. Mala noche.
Continuaron la sesión adentrándose en una zona más boscosa del parque. Mientras Clara posaba junto a un viejo roble, Nerea sintió un escalofrío recorrerle la espalda. La sensación de ser observada se intensificó hasta volverse casi insoportable.
Bajó la cámara y miró a su alrededor. No había nadie más en esa parte del parque, solo ellas dos. Y sin embargo...
Un movimiento entre los arbustos captó su atención. Entrecerró los ojos, intentando distinguir qué era. Por un instante, creyó ver un destello, como el reflejo de la luz en unos ojos.
—¿Viste eso? —preguntó a Clara, señalando hacia los arbustos.
La modelo negó con la cabeza, confundida.
—Espera aquí —dijo Nerea, y avanzó con cautela hacia donde había visto el movimiento.
Los arbustos se agitaron de nuevo y entonces lo vio: un lobo de pelaje negro como la noche emergió entre la vegetación. Era imposible. No había lobos en Madrid, mucho menos en el Retiro. Y sin embargo, ahí estaba, mirándola fijamente con unos ojos que parecían contener el fuego del infierno.
El mismo lobo de sus pesadillas.
Nerea se quedó petrificada. La cámara resbaló de sus manos y cayó sobre la hierba. El animal no se movió, solo la observaba con una intensidad que parecía atravesarla. La marca en su clavícula comenzó a arder de nuevo, pulsando al ritmo de su corazón acelerado.
—¡Nerea! ¿Qué pasa? —la voz de Clara sonaba distante, como si viniera de otro mundo.
El lobo parpadeó una vez, lentamente, casi como un gesto humano. Luego, tan repentinamente como había aparecido, se dio la vuelta y se internó en la espesura.
—¡Espera! —gritó Nerea, y sin pensarlo, corrió tras él.
Pero cuando llegó al lugar donde el animal había desaparecido, no encontró nada. Ni huellas, ni ramas rotas. Como si nunca hubiera existido.
***
El buzón de su edificio contenía lo habitual: facturas, publicidad, una postal de su amiga Lucía desde Berlín. Y un sobre negro.
Nerea lo miró con recelo. No tenía remitente, solo su nombre escrito en una caligrafía elegante con tinta plateada. El papel era grueso, caro, y desprendía un leve aroma a sándalo y algo más primitivo que no supo identificar.
Ya en su apartamento, dejó el resto del correo sobre la mesa y contempló el sobre negro como si fuera una bomba a punto de estallar. Finalmente, lo abrió con dedos temblorosos.
Dentro había una única hoja del mismo papel negro. El mensaje, escrito con la misma tinta plateada, era breve y aterrador:
"Estás marcada. Él vendrá por ti."
La nota se le escurrió entre los dedos. La marca en su clavícula ardió con renovada intensidad, como si respondiera al mensaje. Nerea se acercó a la ventana, buscando aire. La noche había caído sobre Madrid, y la luna llena comenzaba a elevarse en el cielo.
Un movimiento en la calle captó su atención. Abajo, junto a una farola, una figura oscura la observaba. El lobo negro. Sus ojos brillaban en la oscuridad, fijos en ella. Pero lo que hizo que el aliento se le congelara en la garganta no fue su presencia imposible en pleno Madrid, sino lo que vio en esos ojos.
No eran ojos de animal. Eran ojos humanos. Ojos que entendían, que sabían, que querían.
Y en ese momento, Nerea supo que la pesadilla apenas comenzaba.
El frío fue lo primero que sintió Nerea al abrir los ojos. Un frío que se colaba por cada poro de su piel, a pesar de la manta que la cubría. La luz entraba a cuentagotas por las rendijas de una ventana con cortinas desgastadas. Parpadeó varias veces, intentando ubicarse. No era su apartamento. No era ningún lugar que conociera.Se incorporó de golpe, y el mareo la obligó a sujetarse a los bordes de lo que parecía una cama rústica. Estaba en una cabaña. Madera por todas partes, una chimenea apagada, muebles antiguos. El olor a pino y tierra húmeda impregnaba el ambiente.Los recuerdos llegaron como fragmentos de un sueño febril: Aleksei, sus ojos cambiando de color, aquella sensación de calor en su clavícula, y después... nada. Un vacío absoluto.—No, no, no... —murmuró, palpándose el cuerpo en busca de heridas.Estaba intacta, pero su ropa había sido cambiada. Ahora llevaba un suéter grande, que olía a él. A bosque y a algo salvaje que no podía nombrar.Se levantó tambaleante y corri
El silencio entre ellos se había vuelto denso, casi palpable. Nerea observaba a Aleksei mientras él caminaba de un lado a otro en la pequeña sala de estar de su apartamento. La luz del atardecer se filtraba por las ventanas, proyectando sombras alargadas que parecían danzar con cada movimiento del hombre."¿Vas a decirme de una vez qué está pasando?" preguntó Nerea, su voz más firme de lo que esperaba. "Llevas media hora dando vueltas como un animal enjaulado."Aleksei se detuvo y la miró fijamente. Sus ojos, aquellos ojos imposiblemente ámbar, brillaban con una intensidad que la hizo estremecer."Lo que voy a mostrarte cambiará todo lo que crees saber sobre ti misma," dijo finalmente. "Y sobre tu familia."Se acercó a la mochila de cuero que había traído consigo y extrajo un objeto envuelto en tela oscura. Con reverencia, lo colocó sobre la mesa de centro y retiró la tela, revelando un libro antiguo. La cubierta era de un cuero oscuro, agrietado por el tiempo, con símbolos grabados q
El olor a polvo y papel antiguo inundaba la biblioteca municipal de Robledal. Nerea había pasado las últimas tres horas entre estanterías de madera oscura, rodeada de tomos que nadie consultaba en años. La marca en su muñeca —aquella espiral con la luna creciente— ardía intermitentemente, como si supiera que estaba buscando respuestas sobre ella.—Tiene que haber algo —murmuró, pasando las páginas amarillentas de "Mitología Europea: Símbolos Olvidados".La bibliotecaria, una mujer de unos setenta años con gafas de media luna, la observaba con curiosidad desde su mostrador. Nerea había solicitado acceso a la sección de manuscritos restringidos, alegando una investigación fotográfica sobre simbolismo antiguo. Una mentira a medias.Finalmente, en un manuscrito titulado "Las Lunas y Los Hijos de la Noche", encontró algo que le heló la sangre."*La marca de la Luna Creciente dentro de la espiral representa a la Elegida, aquella cuya sangre despertará al Alfa Supremo. Las mujeres marcadas s
Nerea se miró en el espejo del baño por tercera vez. Las ojeras se habían intensificado durante la última semana, dibujando sombras violáceas bajo sus ojos. Llevaba siete noches sin dormir bien. Siete noches escuchando susurros en la oscuridad de su habitación.—Solo es estrés —murmuró para sí misma, aplicándose otra capa de corrector.Pero sabía que era mentira. El estrés no explicaba las sombras que veía por el rabillo del ojo, figuras que desaparecían cuando giraba la cabeza. Tampoco explicaba el calor que sentía en la marca de nacimiento de su muñeca, ese extraño símbolo que parecía una luna atravesada por una garra.Su teléfono vibró sobre el lavabo.**Claudia:** *¿Sigues viva o tengo que ir a sacarte de tu cueva? El taxi llega en 20 minutos.*Nerea suspiró. Lo último que necesitaba era salir de fiesta, pero Claudia había insistido tanto que acabó cediendo. "Necesitas distraerte", le había dicho. "Faltan dos meses para tu cumpleaños y pareces un fantasma."Un escalofrío le recorr
El aire viciado de siglos penetró en sus pulmones como cuchillas oxidadas. Aleksei Drakov abrió los ojos en la oscuridad absoluta, sintiendo cómo cada músculo de su cuerpo protestaba tras un letargo que había durado una eternidad. La cripta de piedra que lo había mantenido prisionero durante siglos parecía haberse encogido a su alrededor, como si la montaña misma quisiera aplastarlo.Pero ya no podía. Él estaba despierto.Un aroma dulce y metálico impregnaba el aire estancado. Sangre. No cualquier sangre. La sangre de la portadora de la Marca de Luna. Su Luna Designada.Aleksei se incorporó entre los escombros de lo que había sido su prisión. La piedra tallada con runas antiguas se había agrietado desde dentro, liberando al fin al ser que nunca debió ser encadenado. Sus ojos, de un dorado sobrenatural, se adaptaron rápidamente a la penumbra, revelando los restos de un ritual reciente. Velas negras derretidas, símbolos dibujados con ceniza y, en el centro, un pequeño cuenco de plata do
El sueño siempre comenzaba igual. Un bosque denso, la luna llena suspendida como un ojo vigilante, y el sonido. Ese aullido que le erizaba la piel y le aceleraba el pulso hasta sentir que el corazón se le saldría por la garganta.Nerea corría descalza entre los árboles. Las ramas le arañaban los brazos, las piedras le cortaban los pies, pero no podía detenerse. Algo la perseguía. Algo hambriento.Podía sentir su respiración en la nuca, el calor de su aliento. Cuando finalmente se atrevía a mirar atrás, lo veía: un lobo de pelaje negro como la obsidiana y ojos que brillaban con un fuego sobrenatural. No eran ojos de animal. Eran ojos que entendían, que sabían, que querían.Y entonces llegaba la sangre. Siempre la sangre.Nerea despertó de golpe, jadeando. La camiseta se le pegaba al cuerpo por el sudor frío. Miró el reloj digital en su mesita de noche: 3:33 a.m. La hora de las brujas, como decía su abuela. Se llevó una mano temblorosa al rostro y respiró hondo, intentando calmar los la
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