Lucía es la asistente perfecta: discreta, eficiente y tan invisible como el aire en la imponente multinacional donde trabaja. Su vida es un compendio de rutinas y una timidez que la consume, especialmente cuando se trata de su enigmático y gélido jefe, Daniel, el CEO. Un hombre tan impecable como inalcanzable. Pero impulsada por la audacia de su mejor amiga y un secreto anhelo de desinhibición sexual, Lucía se aventura en un exclusivo club nocturno, un mundo clandestino de lujo y placer. Allí, bajo las luces tenues y la música seductora, se topa con "Marco", un hombre de una química arrolladora y una sensualidad desarmante. Marco es todo lo que Daniel no es: apasionado, libre, peligrosamente atractivo. Lucía queda fascinada, sin saber que este enigmático acompañante de lujo es, en realidad, su propio CEO, quien vive una doble vida alimentada por una adicción secreta al sexo. Lo que sigue es un hilarante y explosivo juego del gato y el ratón. En la oficina, Daniel intenta mantener a Lucía bajo control, mientras fuera, como "Marco", se ve irresistiblemente atraído por la curiosidad y la chispa oculta de su asistente. Los malentendidos se multiplican, las situaciones absurdas escalan y la tensión sexual se vuelve insoportable a medida que Lucía se debate entre su miedo al jefe y su fascinación por el amante, sin atar los cabos. ¿Podrá Daniel mantener su doble vida a salvo del escrutinio de Lucía, o el velo de su secreto se deshará, revelando una verdad que podría destruir su imperio... y encender un amor inesperado?
Ler mais«EL DESCUBRIMIENTO Y EL JUEGO PELIGROSO»
Shakespeare dijo que el mundo es un escenario. Muy bien, Willy, buena observación… pero te quedaste cortísimo. Porque no todos los actores se limitan a una sola obra. No, no. Hay quienes encadenan funciones dobles, triples, y sin cambiarse de peluca. Un día, Hamlet al mediodía; por la noche, estrella invitada en un cabaret donde el vestuario incluye lentejuelas, secretos y un whisky de treinta años. Y el público, encantado… sin sospechar que aplauden a la misma persona en dos mundos distintos, como si a Clark Kent le diera por hacer burlesque entre titulares. Algunos viven sus papeles con tal maestría que uno ya no sabe si están actuando… o si son directamente una creación del guionista más pícaro del universo. Caminan por los pasillos del poder como felinos de traje a medida, con una sonrisa calculada al milímetro y una mirada que dice “sé algo que tú no sabes”. Nadie —ni el más hastiado de los psicólogos laborales ni el detective más cotilla de la empresa— sospecharía que bajo esa fachada de CEO ejemplar late un corazón más ocupado que una agenda presidencial... y más travieso que un gato encerrado en una tienda de plumas. La oficina... ¡ay, la oficina! Una torre de cristal tan elegante que podría jurar que el edificio cobra comisión por cada trato cerrado. Allí dentro, las decisiones pesan toneladas, y una firma vale más que el Producto Interno Bruto de tres repúblicas bananeras juntas. Un santuario de eficiencia, poder y... apariencias. Porque mientras todos ven a un titán corporativo, él ya está pensando en la otra función del día. Una mucho más divertida. Más resbaladiza. Más... húmeda en varios sentidos. ¿Puede ese mismo hombre —el del traje impecable, el de la mirada que congela ascensores— llevar una vida paralela donde los contratos se sellan con carmín y promesas al oído? ¿Puede deshacerse del control, cambiar el Excel por un piano de cola, y bailar entre el humo azul y las risas apagadas de quienes no preguntan nombres, solo intenciones? Queridas, no solo puede. Lo hace. Con disciplina suiza, pasión italiana... y una pizca de cinismo francés. Y ella... ay, ella. La mujer que convierte el caos de la oficina en un ballet de eficacia suiza. Secretarias ha habido muchas, pero esta es una leyenda entre las agendas electrónicas. Tiene más poder del que admite y más autocontrol del que debería ser legal. Cada bolígrafo en su sitio, cada correo enviado antes de que su jefe lo imagine, cada documento archivado con precisión quirúrgica. Pero bajo su apariencia de contención británica hay un incendio de proporciones bíblicas. Fantasías, búsquedas anónimas en internet, libros escondidos detrás de informes de recursos humanos, y un gato que la mira como diciendo: “tarde o temprano, vas a explotar, humana”. Porque no se engañen: el deseo puede llevar gafas de secretaria y un moño perfecto, pero cuando se desata, no hay agenda ni protocolo que lo contenga. ¿Y si esa obsesión que crece en la oscuridad la arrastrara, sin saberlo, al mismo mundo secreto donde su jefe se transforma en leyenda nocturna? ¿Y si, por esas ironías divinas que solo ocurren en historias como esta, ambos mundos —el de la oficina y el del cabaret— colisionaran en una gloriosa tormenta de malentendidos, deseos reprimidos y escenas que harían sonrojar a una monja? Amigos míos, este no es solo el principio de una historia. Es el momento exacto en que dos líneas rectas deciden mandarse al diablo la geometría y cruzarse como si nada. Lo que sigue no es un simple cruce de caminos: es un accidente cósmico cargado de tensión sexual, errores logísticos y una comedia de enredos tan deliciosa que deberían vender entradas. Prepárense para confusiones épicas, para besos robados en ascensores, para encuentros enmascarados en la noche y para escenas donde el lector sabrá la verdad... pero los personajes no. Lo cual, admitámoslo, es el doble de divertido. Porque cuando el deseo se esconde tras trajes de oficina y las fantasías se alimentan a escondidas con cafés sin azúcar, el amor —o algo que se le parece peligrosamente— encuentra las rutas más enrevesadas para florecer. Como si el destino tuviera un fetiche por el caos bien maquillado. Como si el universo dijera: "¿Quieres normalidad? Mira para otro lado, cariño. Aquí estamos para jugar". Así que, adelante. Tomen asiento. Silencien sus móviles. Y prepárense para una historia donde el secreto es el nuevo afrodisíaco, la doble vida es el menú del día, y la tensión sexual podría iluminar una ciudad entera... si no la quema antes. La función está por comenzar. Y créanme: no querrán perderse ni un acto.El pensamiento lo golpeó como un martillazo. ¿Había visto la cicatriz? ¿Era eso lo que había estado buscando durante toda la semana? ¿La pequeña marca que lo conectaba irrefutablemente con Marco? Sus ojos se encontraron por un segundo que se sintió como una eternidad. En los de Lucía había algo que lo hizo sentir completamente desnudo. No físicamente —aunque esa idea también era perturbadora—, sino emocionalmente. Como si ella pudiera ver a través de todas sus capas de control y profesionalismo hasta el centro caótico de lo que realmente era. —¿Algo más, señor Márquez? —preguntó ella, y había una calidad diferente en su voz. Más suave. Más... íntima. “Definitivamente sabe algo”, pensó Daniel. La pregunta era: ¿qué exactamente sabía, y qué planeaba hacer con esa información? —Eso es todo por ahora —logró decir, aunque su voz sonó extrañamente ronca—. Puedes... puedes irte. Pero Lucía no se movió inmediatamente. Se quedó sentada por un momento más, estudiándolo con esa nueva i
La pequeña cicatriz se había convertido en el centro de gravedad de su universo.Lucía había intentado calcular cuántas veces había pensado en ella desde aquella noche en el hotel. Doscientas cuarenta y siete. No, doscientas cuarenta y ocho si contaba ahora mismo, mientras fingía revisar el informe de recursos humanos que Daniel le había pedido que analizara. “Patético”, se decía a sí misma. “Absolutamente patético. Eres una mujer adulta obsesionada con una marca de nacimiento que probablemente ni siquiera existe”.Pero existía. “Oh, sí que existía”.Estaba allí, en su antebrazo derecho, exactamente a tres centímetros de su muñeca. Tenía la forma de una media luna imperfecta, como si la naturaleza hubiera decidido firmar su obra con un pequeño sello de imperfección. Y cada vez que la veía —cada maldita vez que Daniel gesticulaba, se abrochaba los gemelos, o se servía ese café que tomaba negro como su alma corporativa—, algo en el estómago de Lucía se contraía como un puño cerrado.“Es
Cuando finalmente se separaron, el aire entre ellos quedó cargado con algo que no tenía nombre en el manual de recursos humanos. Daniel carraspeó —un sonido pequeño, casi vulnerable— y se enderezó en su asiento.—Las cifras parecen... correctas —dijo, pero su voz sonó ligeramente ronca, como si hubiera estado corriendo.Correctas. Las cifras están correctas. Pero nosotros... nosotros estamos completamente incorrectos.Lucía asintió, no confiando en su propia voz para formar palabras coherentes. Se concentró en la pantalla de su laptop, donde los números flotaban como jeroglíficos incomprensibles. Su brazo aún hormigueaba donde él la había tocado, como si llevara la marca de su temperatura corporal impresa en la piel.Concéntrate en el trabajo. En los números. En cualquier cosa excepto en la manera en que sus dedos se movían sobre el papel, exactamente como los dedos de Marco se habían movido sobre...—¿Lucía? —la voz de Daniel cortó sus pensamientos como una navaja.—¿Sí, señor?—¿Se
Agujeros negros. Dos días después y las palabras aún resuenan en mi cabeza como el eco de una sirena de ambulancia. Sofía tuvo que arrastrarme literalmente fuera del Club Noir, mis tacones haciendo rayas en el pavimento como si fuera un personaje de dibujos animados escapando de una explosión. "Menos mal que no dijiste 'hoyos negros'", me consoló mientras reíamos hasta llorar en el taxi. Como si eso hubiera hecho la diferencia.El hangar privado de Consolidated Global Solutions se alzaba como una catedral del capitalismo moderno, sus líneas geométricas cortando el cielo madrileño con precisión quirúrgica. Lucía ajustó su blazer de lana —prudentemente conservador después del desastre del vestido violeta— mientras observaba el Gulfstream que los esperaba. Un depredador metálico dormido, elegante y peligroso.Valladolid. Reunión con proveedores regionales. Dos horas de vuelo. En un espacio cerrado. Con él.Daniel apareció como una aparición corporativa, su maleta de cuero italiano balanc
Si ahora… o nunca.Lucía enderezó los hombros, consciente de cómo el movimiento realzó el escote de manera que varios hombres en mesas cercanas derramaron sus bebidas simultáneamente. El poder femenino era embriagador, decidió. Debería usarlo más a menudo.—Marco —repitió, esta vez con voz más firme, más controlada, más... seductora—. Aquella noche... te fuiste muy rápido.¿Muy rápido? ¿Eso es lo mejor que puedes hacer? Suenas como si le estuvieras reprochando llegar tarde a una cita de negocios.Marco ladeó la cabeza, una sonrisa jugando en las comisuras de sus labios como un gato que ha encontrado un ratón particularmente entretenido.—¿Y esperabas que me quedara a ver los rosales crecer?La respuesta la golpeó como una bofetada amigable. Touché, pensó. Pero yo también puedo jugar a este juego.Los ojos de Marco bailaron con diversión, esperando su siguiente movimiento en este ajedrez erótico. Lucía sintió el peso de las expectativas: las suyas, las de Sofía, las de todas las novela
Confianza líquida en vaso de cristal. Dos copas, tres, ¿cuatro? Los números se difuminan como acuarelas bajo la lluvia. Sofía habla, sus palabras burbujeando con champagne y determinación: "Esta noche, Lucía, esta noche te conviertes en la mujer que eres realmente." ¿Y quién soy realmente? Una contadora asistente de una gran empresa multinacional que fantasea con ser Catherine Deneuve pero que probablemente se parece más a un pingüino en tacones.El Club Noir palpitaba como un corazón encendido a medianoche, su ritmo dictado por el jazz decadente que se colaba entre columnas de humo espeso y luces ambarinas que temblaban como llamas de velas a punto de apagarse. Las paredes respiraban secretos antiguos, susurros atrapados en terciopelo y mármol oscuro. Un perfume denso a madera, licor añejo y cuerpos demasiado cerca impregnaba el aire, creando una atmósfera cargada de posibilidades húmedas, de esas que sólo florecen entre copas vacías y pieles alertas.Lucía entró como una conspiració
Último capítulo