Liam Hamilton, viudo y padre soltero de gemelos, intentaba hacer crecer la empresa de construcción que había heredado mientras cuidaba de sus hijos, pero sus suegros no estaban de acuerdo con el tipo de crianza que les daba y planearon quitarle la custodia. Él necesitaba de una esposa para evitar que eso sucediera, encontrando repentinamente a Emma, la mujer que en el pasado rompió su corazón, sin imaginar que ella estaba en esa ciudad escapando de un exnovio violento, uno que sería capaz de cualquier cosa por recuperarla.
Leer más—¡¿Dónde estabas?! —la voz de Marco retumbó en la pequeña sala del departamento. Emma se sobresaltó—. ¡¿Te pregunté dónde estabas?! —repitió con enfado.
—En la tienda. Me sentí un poco mal, por eso tuve que sentarme a descansar antes de venir —respondió con nerviosismo y dejó la bolsa con las compras sobre la mesa.
—¡¿Y se supone que tengo que creerte?! —El hombre se aproximó a ella, el olor a alcohol le golpeó el rostro—. Siempre tienes una excusa. ¡Siempre! Pero ya vas a decirme la verdad —desafió y la tomó con rudeza de un brazo para sacudirla.
—No es una excusa… yo… ¡Marco, me duele! —se quejó, tratando de librarse de su agarre.
—¡¿Ah, te duele?! —se burló—. Espero eso te ayude a no ser una mentirosa —dijo y la soltó como si le diera asco.
Emma retrocedió y posó sus manos sobre su vientre, de apenas tres meses de embarazo, en un gesto de protección. Él la observó indignado.
—¿Otra vez vas a ponerte en plan de víctima? —rió, sin humor—. Ya te dije que si sigues así…
—¡No empieces, por favor!
Emma lo interrumpió, harta de sus amenazas y sintiéndose de nuevo algo mareada.
Eso fue como una chispa que encendió la furia del hombre.
—¡¿Por favor?! ¡Soy yo el que debería pedir «por favor»! ¡Estoy cansado de que mi mujer me haga quedar como un idiota! —La tomó con rudeza de los hombros para sacudirla de nuevo—. ¡¿Quieres que crea que estabas sola en la tienda?! ¡¿CON QUIÉN ESTUVISTE?!
—¡Estaba sola! —exclamó asustada y con lágrimas en los ojos.
Odiaba que él se pasara de tragos. Cada vez que eso sucedía se volvía paranoico y violento.
—¡Mientes! ¡Siempre mientes! —vociferó, y le dio una fuete bofetada que casi la tumba al suelo.
—¡No me pegues! ¡No estoy mintiendo!
Marco rugió y la empujó con brusquedad. Emma perdió el equilibrio y golpeó su costado contra la esquina de la mesa.
Sintió un dolor agudo en el abdomen.
—¡Ay, Dios! —expresó con terror.
—¿De qué te quejas? Deja el drama. No vas a manipularme con tu carita triste.
Ella apenas podía respirar. Una punzada más fuerte la hizo doblarse.
—Me duele… Marco, creo que… —Su voz se quebró y sintió que algo le bajaba entre las piernas. Al meter la mano, esta le salió manchada—. ¡Estoy sangrando! —exclamó horrorizada.
Él la observó con una mezcla de confusión y fastidio.
—No exageres.
—¡Por favor, llévame a un hospital!
—No tengo tiempo para tus teatros.
—¡No es un teatro, por favor!
Él volvió a rugir, aunque igual tomó las llaves y abrió la puerta, pero al ver que ella no podía caminar y lloraba por el dolor, la cargó para bajar las escaleras e ir hasta el auto.
En urgencias, una enfermera la recibió con rapidez.
—¿Qué sucedió? —preguntó mientras la acostaban en una camilla.
La mujer notó el golpe que Emma tenía en la mejilla y su rostro aterrado.
—Tengo dolor abdominal y sangrado —respondió con voz temblorosa.
—Creo que está exagerando —añadió Marco estando a su lado.
La enfermera le clavó una mirada helada, pudo captar su aroma a alcohol.
—Señor, espere afuera.
—Yo soy su pareja, tengo derecho…
—¡Afuera! —repitió, firme.
Él le dirigió su odio con la mirada antes de cumplir la orden. Cuando la puerta se cerró, Emma soltó un suspiro de alivio.
—Tranquila. ¿Hace cuánto empezó el dolor? —quiso saber la enfermera.
—Hace unos quince minutos.
—¿Recibió algún golpe o caída?
Emma dudó, pero la enfermera le acarició los cabellos llenándola de valor.
—Sí —murmuró—. Un empujón.
La mujer no preguntó nada más y empezó a trabajar rápido. La limpió y preparó para que le hicieran la ecografía. Minutos después, un médico se le acercó con rostro preocupado.
—Lamento decirte que el embarazo no se ha podido mantener. Es necesario hacerle un legrado.
Emma sintió que el aire se le escapaba del pecho.
—No… no, no…
—Sé que es duro —continuó el médico—, pero ahora lo más importante es cuidarla.
La mujer lloró, devastada, aunque igual asintió.
Mientras la enfermera la preparaba para entrar en el quirófano, se inclinó para susurrarle al oído:
—No tienes que volver con él.
La frase quedó flotando en su mente, generando un ardor en su pecho.
Media hora después, Marco pudo entrar en la habitación para verla. Ya no olía tanto a alcohol, pero sí a cigarro barato.
—Así que perdiste el bebé —dijo a modo de reproche.
—Fue tu culpa. Me empujaste.
—¿Mi culpa? Eres tú quien me hace enfadar y perder el control.
La enfermera entró en ese momento y lo observó con desagrado.
—La paciente necesita reposo. Si va a quedarse, le exijo que no la moleste.
Marco se enfadado por los constantes regaños que recibía. Una vez que la mujer se fue, se aproximó a Emma.
—Cuando salgamos de aquí, vamos a hablar —expuso, amenazante.
Ella giró el rostro hacia la ventana. El miedo se le mezclaba con una extraña y nueva certeza: no podía seguir así.
Horas después, cuando Marco salió a fumar, la enfermera regresó.
—No tienes que soportar sus maltratos. Debes denunciarlo.
—Eso lo pondrá peor.
—¿Y volverás a casa con él, para que te siga lastimando?
Ella apretó los labios, buscando controlar sus temores.
—Quisiera huir lejos —susurró, con sus lágrimas corriendo por sus mejillas.
La enfermera miró con precaución hacia la puerta para asegurarse que el hombre no se hallaba cerca.
—Puedo ayudarte a escapar.
La mujer la observó incrédula.
—¿Cómo?
—Te sacaré del Hospital por la puerta trasera y pediré un taxi para que te lleve a la terminal de buses. Tengo una amiga que trabaja allí y te enviará a cualquier destino que decidas. ¿Te animas?
Emma tragó saliva.
—Sí —susurró—. Quiero irme. Él no sentirá compasión por la pérdida del niño, lo que hará será tratarme peor.
—Bien. Ya lo preparo todo.
La enfermera salió y Emma sintió un latido acelerado. Luego de largos meses de sufrimiento al lado de Marco, al fin iba a ser libre.
La enfermera volvió a los pocos minutos con unas prendas de vestir.
—Te conseguí ropa limpia y dinero para el taxi. Vamos para que te cambies.
—Pero… ¿y si él me busca? —preguntó mientras se ponía de pie con dificultad.
—Ve al lugar menos probable, uno que del que jamás le hayas hablado y escóndete un tiempo hasta que te olvide.
A pesar de sus miedos, Emma se vistió rápido, con manos temblorosas. Trataba de no acobardarse. Ya había soportado demasiado sufrimiento junto a ese hombre, si no aprovechaba ese empujón de la vida nunca lograría liberarse.
La enfermera la guió al exterior por la salida trasera y la subió a un taxi que esperaba.
—No mires atrás —aconsejó con una sonrisa dulce.
—Gracias —logró expresar Emma, con el corazón golpeando sus costillas.
Dentro del auto, mientras se alejaba del Hospital, sintió que algo dentro de ella se rompía, pero a la vez, algo nuevo ocupaba ese espacio. Era un eco de libertad.
Emma agradeció el silencio y la calma de la casa para pensar en su situación mientras doblaba mantas limpias y las colocaba dentro de un armario en el área de lavandería.Solo ella, la cocinera y los vigilantes se encontraban dentro de la propiedad, lo que le concedía un ambiente ideal para mantenerse serena y así tomar decisiones determinantes.Llamó a sus padres dispuesta a aclarar con ellos los temas que tenían pendientes. Por seguridad, y para mantener la paz mental de ellos, decidió ocultarles muchas verdades, como la difícil relación que tenía con Marco y el sitio donde había huido escapando de él.Era hora de sincerarse con sus padres y hacerlos partícipes de los cambios que su vida tendría en el futuro.—¿Emma? —respondió la voz de su madre, cargada de reproche y alivio a la vez—. ¡Por fin decides llamarnos! ¿Por qué nos castigas con tanto silencio?—Hola, mamá, disculpa —contestó en voz baja, sintiendo cómo su garganta se cerraba—. ¿Cómo están? Yo he tenido que ocuparme de va
Camila y Julián decidieron desayunar en el restaurante de un hotel antes de acudir a un chequeo médico en una clínica cercana. Hojeaban el menú del día cuando de pronto se encontraron con Becca Donnelly y su madre Frances, que en ese momento entraban al negocio.—¡Qué alegría verlos! —exclamó Frances con una sonrisa amable mientras se inclinaba hacia Camila para darle un beso.Julián se puso de pie para saludar a las dos mujeres e invitarlas a sentarse en su mesa.—Qué agradable sorpresa. De haberlo planificado, tal vez, no habríamos podido coincidir —expuso el hombre.—Cierto, siempre hay infinidad de asuntos por hacer —respondió Becca—. Aunque yo llevo un par de día pensando en llamarlos.—Lo hubieses hecho —reprochó Camila—. Nos habríamos reunido al menos unos minutos a charlar en casa.El mesero se acercó y tomó las órdenes de todos, luego se marchó dejándolos solos.—¿Cómo van los preparativos para la inauguración de la nueva tienda? —quiso saber Julián.—Excelente. Ya todo está
Ya al final de aquel día, Emma se quitaba los pendientes frente al espejo, con movimientos lentos, como si aún le costara soltar el peso que llevaba sobre los hombros. Detrás de ella, Liam se sacaba la camisa por la cabeza y la dejaba sobre el respaldo de una silla mientras se abría el cinto del pantalón.Ella no pudo evitar mirarlo con deseo, detallando su torso perfecto y definido, marcado por músculos.Aunque, al verlo a la cara, pudo descubrir su expresión cansada y sus facciones aún tensas por los problemas que los agobiaba.—Te ves agotado.—Lo estoy —admitió él, y se quitó los pantalones para dejarlos también en la silla—. Pero, más que cansado, estoy preocupado.—¿Por lo que sucedió con tus suegros esta tarde?El hombre suspiró hondo.—No solo se molestaron porque no los dejamos llevarse a los niños de paseo, sino porque se enteraron de nuestro compromiso de la peor manera.—No dieron tiempo a nada. Ellos siempre son así, llegan como una tormenta y se van de la misma manera.—
Liam hizo pasar a sus suegros al despacho y luego cerró la puerta con firmeza, quedándose unos segundos de espaldas. Respiró hondo, sabía que aquella conversación no iba a resultar sencilla. Julián y Camila no eran fáciles de manejar, pero no dejaría de intentarlo.Al girarse, notó que Julián lo observaba con los brazos cruzados, el ceño fruncido y una rigidez en la mandíbula que revelaba más de lo que su voz le diría. Camila, en cambio, mantenía una mezcla de preocupación y ofensa. Sus ojos estaban puestos en los moretones que Liam tenía en el rostro, incapaces de apartarse de ellos.—Quiero saber qué ha pasado —exigió Julián, cortando el silencio con una voz seca.Liam caminó a su escritorio, pero no se sentó. Solo apoyó las manos en el respaldo del sillón.—Anoche salí con Emma, Darryl y unos amigos a tomarnos una copa en un bar. Intentaron robarme cuando ya estábamos de salida. Pude defenderme, pero ya ven el resultado.Camila se llevó una mano a la boca, incrédula.—¿Un robo? ¿Ac
En el patio, los gemelos seguían correteando con su pelota inflable ajenos a la tensión que se gestaba entre los adultos.Camila se había acercado hasta sus nietos para abrazarlos y besarlos, luego se reunió con su esposo en la terraza saludando a Lidia y a Carla con cortesía, aunque las evaluó de pies a cabeza con recelo.Emma, luego de enviarle un mensaje de urgencia a Liam, fue con ellos.—Camila, Julián —dijo con amabilidad forzada—, agradezco mucho que quieran llevar a los niños de paseo, pero no puedo permitir que lo hagan hasta que Liam regrese. Él seguramente querrá decidir qué hacer con ellos.El rostro de Camila se puso rígido, pero intentó sonreír.—Querida, somos sus abuelos. Solo pensamos en darles un domingo distinto porque Liam siempre los tiene solos en casa. No hay nada de malo en eso.Julián asintió, con las manos cruzadas detrás de la espalda.—Han estado mucho tiempo encerrados. Un paseo les hará bien.Emma apretó los labios. Sintió la mirada expectante de Carla y
Carla y Lidia fueron a visitar a Emma luego del mediodía, para saber cómo se encontraba luego del amargo momento que vivieron la noche anterior con Marco.Se ubicaron en la terraza a tomar una limonada fría mientras los niños jugaban en el patio con una pelota inflable. El sonido alegre de sus risas contrastaba con la tensión que todavía mantenían las mujeres en su pecho.—Sigo con el terror atrapado en mis huesos —reveló Carla—. Aun no entiendo como ese hombre pudo haber aparecido así, tan de repente y con esa violencia.Emma suspiró con pesar. No podía dejar de sentir la presión de las manos de Marco en sus brazos y su aliento agrio en su cara.—Él es muy astuto para ubicar a alguien, esa es su profesión. No debí subestimarlo y pensar que había logrado esconderme lo suficiente.—Tiene que haber una forma de detenerlo. Es un peligro que esté allá afuera, suelto —opinó Lidia antes de darle un trago a su bebida.Emma estuvo pensativa un instante, imaginándose a Marco escondido entre la
Último capítulo