Lucía sintió cómo su estómago se contraía ligeramente ante la palabra "desinhibir", como si su sistema digestivo hubiera desarrollado una alergia específica a los conceptos relacionados con la espontaneidad social.
—Dicen que hay gente... interesante —continuó Sofía, y Lucía pudo prácticamente ver a través del teléfono cómo su amiga arqueaba las cejas con significado cómplice—. Gente sofisticada. Y discreta. Justo lo que necesitas para salir de tu burbuja de eficiencia administrativa y recordar que existe un mundo más allá de las hojas de cálculo y los manuales de jardinería.
La palabra "desinhibirse" rebotó en la mente de Lucía como una pelota de ping-pong en una habitación llena de obstáculos. No era una palabra que figurara en su vocabulario activo; de hecho, ocupaba el mismo espacio mental que conceptos como "paracaidismo" o "tatuajes espontáneos" o "hablar en público sin preparar un discurso por adelantado". Sonaba a caos puro. Y Lucía odiaba el caos con la misma intensidad con la que otras personas odiaban las colas en el supermercado o los spoilers de series de televisión.
—Sofía —respondió con la paciencia de una maestra de jardín de infantes explicando por décima vez por qué no se debe comer plastilina—, tú sabes que no soy de fiestas. Y menos de esas... 'discretas'. —Pronunció la palabra "discretas" como si estuviera hecha de material radioactivo y pudiera contaminar su apartamento solo por ser verbalizada.
—¡EXACTO! —gritó Sofía con el triunfo de alguien que acabara de resolver un teorema matemático particularmente complejo—. ¡Por eso precisamente tienes que ir! Necesitas un poco de caos controlado en tu vida. Estás marchitándote como esas plantas que riegas en exceso y que terminan muriendo por exceso de cuidado.
Lucía frunció el ceño. Técnicamente, el exceso de riego causaba podredumbre de raíces, no marchitamiento, pero decidió que este no era el momento apropiado para una lección de botánica correctiva.
—Además —continuó Sofía, su voz adoptando un tono conspirador que sugería que estaba a punto de revelar secretos de estado—, te prometo que es de alto nivel. Nada de locuras. Solo... exploración. Exploración sofisticada de adultos funcionales que saben cómo comportarse en sociedad. Y yo estaré contigo cada segundo. Seré tu guardaespaldas social. Tu guía espiritual en el mundo de las interacciones humanas no relacionadas con el trabajo.
Hubo una pausa dramática, durante la cual Lucía pudo escuchar a Sofía respirar con la intensidad de alguien preparándose para el argumento final y definitivo.
—¿Qué dices? ¿Una noche de aventura para la señorita Poda-Rosales?
Lucía miró su libro, que seguía en el suelo como evidencia física de su vida interrumpida, luego dirigió su mirada hacia la ventana de su sala de estar, donde su reflejo la miraba de vuelta con expresión de culpabilidad. Su pijama de franela azul marino con estampado de nubes parecía gritar "¡ABURRIMIENTO!" con letras mayúsculas fosforescentes, como un cartel publicitario para una vida sin sorpresas ni emociones fuertes.
Sus propios ojos en el reflejo parecían más grandes de lo normal, como si estuvieran dilatándose ante la posibilidad de una experiencia que no involucrara rutinas predecibles o actividades que pudieran ser categorizadas y archivadas en su sistema mental de organización. Por un momento, tuvo la extraña sensación de estar mirando a una desconocida que compartía su rostro pero que tenía secretos que ella misma no conocía.
La idea de la fiesta la aterrorizaba con la misma intensidad con la que un gato doméstico contemplaría la posibilidad de un safari africano. Pero también, y esto era lo que más la perturbaba, la intrigaba. Era como si una parte muy pequeña pero persistente de su cerebro hubiera estado esperando exactamente esta oportunidad para manifestarse, como una semilla que había permanecido dormida durante años y que ahora sentía las primeras gotas de una lluvia primaveral.
Un chispazo de curiosidad se encendió en algún lugar entre su esternón y su estómago, una sensación física tan inusual que por un momento se preguntó si no habría algo malo con el té de manzanilla. Era un anhelo de algo más, algo indefinido que no podía categorizar en ninguna de sus listas mentales de cosas deseables y razonables.
Sus ojos volvieron al libro en el suelo, luego a Mr. Whiskers, que la observaba con la expresión de juicio silencioso que solo los gatos han perfeccionado, como si pudiera leer sus pensamientos y los encontrara simultáneamente predecibles y decepcionantes.
—Está bien —suspiró finalmente, las palabras saliendo de su boca con la dificultad de alguien que estuviera confesando un crimen menor—. Pero si se pone raro, me voy. Si hay drogas, me voy. Si alguien menciona la palabra 'experimento', me voy. Si hay música más alta que el nivel de conversación normal, me voy.
El grito de victoria que Sofía soltó al otro lado de la línea fue tan potente que Lucía tuvo que alejar el teléfono de su oreja para evitar daño auditivo permanente. Mr. Whiskers saltó de su cama y corrió hacia el dormitorio como si hubiera decidido que los humanos finalmente habían perdido la cordura por completo.
—¡YESSSSS! —celebró Sofía—. ¡Sabía que ahí dentro había una aventurera reprimida! Te paso a buscar el sábado a las nueve. Y Lucía... usa algo que no sea beige.
Cuando terminó la llamada, Lucía permaneció sentada en su sillón, el teléfono todavía en la mano, sintiendo que acababa de firmar un pacto con el diablo. O al menos, con la diversión. Y en su experiencia personal limitada pero consistente, ambas entidades tendían a ser igualmente impredecibles y potencialmente destructivas para la tranquilidad doméstica.
Miró su agenda mental para el sábado, que hasta hace cinco minutos había consistido en "lavar ropa, limpiar baño, reorganizar especiero por orden alfabético". Ahora tendría que añadir "sobrevivir a fiesta misteriosa sin comprometer integridad moral ni salud mental".
Suspiro número dos de la noche. Mr. Whiskers asomó la cabeza desde el pasillo, como preguntándose si era seguro regresar a la sala de estar, o si los humanos seguían comportándose de manera irracional.
"¿En qué me he metido?", pensó Lucía, mientras se agachaba a recoger su libro de rosales, preguntándose si las técnicas de poda de emergencia podrían aplicarse también a las decisiones sociales impulsivas.