La fachada del club se alzaba ante ellas como un secreto bien guardado. Ni un solo letrero revelaba su naturaleza; solo una puerta de roble macizo y una hilera de automóviles que brillaban bajo las farolas: un Aston Martin plateado, un Mercedes negro con cristales tintados, un Ferrari rojo que parecía ronronear incluso en silencio. Los vehículos formaban una sinfonía silenciosa de poder y dinero.
Lucía tiró del dobladillo de su vestido por décima vez en los últimos cinco minutos. La seda negra se deslizaba entre sus dedos como agua, negándose a cubrir lo que ella desesperadamente quería ocultar. Cada vez que bajaba las manos, la tela volvía a su posición original: peligrosamente alta sobre sus muslos pálidos, que parecían brillar bajo la luz de la calle como porcelana recién pulida.
El escote era otra batalla perdida. Había pasado veinte minutos frente al espejo de Sofía, tirando de la tela hacia arriba, solo para ver cómo sus pechos se alzaban desafiantes, amenazando con desbordarse