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DOBLE VIDA, DOBLE PROBLEMA
DOBLE VIDA, DOBLE PROBLEMA
Por: Cam D. Wilder
PRÓLOGO DE LA TEMPORADA 1

«EL DESCUBRIMIENTO Y EL JUEGO PELIGROSO»

Shakespeare dijo que el mundo es un escenario. Muy bien, Willy, buena observación… pero te quedaste cortísimo. Porque no todos los actores se limitan a una sola obra. No, no. Hay quienes encadenan funciones dobles, triples, y sin cambiarse de peluca. Un día, Hamlet al mediodía; por la noche, estrella invitada en un cabaret donde el vestuario incluye lentejuelas, secretos y un whisky de treinta años. Y el público, encantado… sin sospechar que aplauden a la misma persona en dos mundos distintos, como si a Clark Kent le diera por hacer burlesque entre titulares.

Algunos viven sus papeles con tal maestría que uno ya no sabe si están actuando… o si son directamente una creación del guionista más pícaro del universo. Caminan por los pasillos del poder como felinos de traje a medida, con una sonrisa calculada al milímetro y una mirada que dice “sé algo que tú no sabes”. Nadie —ni el más hastiado de los psicólogos laborales ni el detective más cotilla de la empresa— sospecharía que bajo esa fachada de CEO ejemplar late un corazón más ocupado que una agenda presidencial... y más travieso que un gato encerrado en una tienda de plumas.

La oficina... ¡ay, la oficina! Una torre de cristal tan elegante que podría jurar que el edificio cobra comisión por cada trato cerrado. Allí dentro, las decisiones pesan toneladas, y una firma vale más que el Producto Interno Bruto de tres repúblicas bananeras juntas. Un santuario de eficiencia, poder y... apariencias. Porque mientras todos ven a un titán corporativo, él ya está pensando en la otra función del día. Una mucho más divertida. Más resbaladiza. Más... húmeda en varios sentidos.

¿Puede ese mismo hombre —el del traje impecable, el de la mirada que congela ascensores— llevar una vida paralela donde los contratos se sellan con carmín y promesas al oído? ¿Puede deshacerse del control, cambiar el Excel por un piano de cola, y bailar entre el humo azul y las risas apagadas de quienes no preguntan nombres, solo intenciones? Queridas, no solo puede. Lo hace. Con disciplina suiza, pasión italiana... y una pizca de cinismo francés.

Y ella... ay, ella. La mujer que convierte el caos de la oficina en un ballet de eficacia suiza. Secretarias ha habido muchas, pero esta es una leyenda entre las agendas electrónicas. Tiene más poder del que admite y más autocontrol del que debería ser legal. Cada bolígrafo en su sitio, cada correo enviado antes de que su jefe lo imagine, cada documento archivado con precisión quirúrgica. Pero bajo su apariencia de contención británica hay un incendio de proporciones bíblicas. Fantasías, búsquedas anónimas en internet, libros escondidos detrás de informes de recursos humanos, y un gato que la mira como diciendo: “tarde o temprano, vas a explotar, humana”.

Porque no se engañen: el deseo puede llevar gafas de secretaria y un moño perfecto, pero cuando se desata, no hay agenda ni protocolo que lo contenga. ¿Y si esa obsesión que crece en la oscuridad la arrastrara, sin saberlo, al mismo mundo secreto donde su jefe se transforma en leyenda nocturna? ¿Y si, por esas ironías divinas que solo ocurren en historias como esta, ambos mundos —el de la oficina y el del cabaret— colisionaran en una gloriosa tormenta de malentendidos, deseos reprimidos y escenas que harían sonrojar a una monja?

Amigos míos, este no es solo el principio de una historia. Es el momento exacto en que dos líneas rectas deciden mandarse al diablo la geometría y cruzarse como si nada. Lo que sigue no es un simple cruce de caminos: es un accidente cósmico cargado de tensión sexual, errores logísticos y una comedia de enredos tan deliciosa que deberían vender entradas. Prepárense para confusiones épicas, para besos robados en ascensores, para encuentros enmascarados en la noche y para escenas donde el lector sabrá la verdad... pero los personajes no. Lo cual, admitámoslo, es el doble de divertido.

Porque cuando el deseo se esconde tras trajes de oficina y las fantasías se alimentan a escondidas con cafés sin azúcar, el amor —o algo que se le parece peligrosamente— encuentra las rutas más enrevesadas para florecer. Como si el destino tuviera un fetiche por el caos bien maquillado. Como si el universo dijera: "¿Quieres normalidad? Mira para otro lado, cariño. Aquí estamos para jugar".

Así que, adelante. Tomen asiento. Silencien sus móviles. Y prepárense para una historia donde el secreto es el nuevo afrodisíaco, la doble vida es el menú del día, y la tensión sexual podría iluminar una ciudad entera... si no la quema antes.

La función está por comenzar. Y créanme: no querrán perderse ni un acto.

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