A las 8:43 PM de ese mismo martes, el apartamento de Lucía existía en un estado de serenidad tan perfecta que podría haber servido como ejemplo en un manual de feng shui para perfeccionistas obsesivo-compulsivos. Cada objeto ocupaba su lugar asignado con la precisión de una exposición museística: los cojines del sofá alineados simétricamente, la mesa de centro despejada excepto por una taza de té de manzanilla que descansaba exactamente en el centro de un posavasos de corcho, y las plantas distribuidas estratégicamente para crear un equilibrio visual que habría hecho llorar de emoción a un decorador de interiores.
El silencio reinaba como un emperador benevolente sobre este reino en miniatura de orden doméstico. El único sonido audible era el ronroneo suave de Mr. Whiskers, su gato atigrado de ocho años que había adoptado la misma filosofía de vida minimalista que su dueña y que en este momento dormitaba en su cama felina premium, ubicada a exactamente metro y medio del radiador para optimizar la temperatura corporal. Lucía se había instalado en su sillón favorito —un mueble color beige que había elegido específicamente por su capacidad de no llamar la atención y su respaldo ergonómicamente diseñado para sesiones prolongadas de lectura— vestida con su pijama de franela que era, según todos los estándares de moda contemporánea, un crimen contra la sensualidad. El conjunto completo incluía pantalones de franela azul marino con un estampado de pequeñas nubes blancas que había parecido "alegre pero discreto" cuando lo compró hace tres años, y una camiseta de manga larga a juego que cubría todo desde el cuello hasta las muñecas como si fuera una armadura textil contra cualquier posibilidad de espontaneidad nocturna. Entre sus manos descansaba "Rosales: Una Guía Completa para el Cuidado y Cultivo", un tomo de 347 páginas que había tomado prestado de la biblioteca pública y que estaba resultando ser sorprendentemente absorbente. En este momento, se encontraba sumergida en el capítulo siete: "Técnicas Avanzadas de Poda para Maximizar la Floración", un tema que había descubierto tenía más complejidades estratégicas que una partida de ajedrez entre grandes maestros. Sus ojos seguían cada línea con la concentración de un cirujano leyendo instrucciones preoperatorias: "La poda debe realizarse en un ángulo de 45 grados, aproximadamente un centímetro por encima de una yema que mire hacia el exterior de la planta..." Lucía asintió inconscientemente, tomando nota mental de esta sabiduría botánica mientras se imaginaba aplicando estas técnicas a las dos macetas de rosas miniatura que adornaban su balcón de apartamento. El estado de trance botánico en el que se encontraba era tan profundo que cuando el timbre de su iPhone sonó con la melodía de "Clair de Lune" de Debussy —elegida específicamente por su capacidad de sonar elegante sin ser invasiva—, Lucía saltó en su silla como si alguien hubiera detonado fuegos artificiales en su sala de estar. El libro de rosales voló de sus manos en un arco perfecto, aterrizando en el suelo con un ‘thud’ que hizo que Mr. Whiskers abriera un ojo acusador, como si el universo acabara de cometer una violación grave contra las leyes del silencio doméstico. Lucía se llevó una mano al pecho, sintiendo cómo su corazón latía con el ritmo frenético de alguien que había sido sorprendido cometiendo un crimen, aunque en su caso el único crimen era leer sobre agricultura ornamental en horario nocturno. La pantalla del teléfono mostraba una foto de Sofía Hernández sonriendo con la intensidad de una estrella de cine que acabara de ganar un Oscar y decidiera celebrarlo bebiendo tres espressos seguidos. Solo ver esa imagen hizo que Lucía sintiera una mezcla de afecto y aprensión preventiva, como cuando uno ve nubes de tormenta en el horizonte pero todavía hay tiempo para buscar refugio. —¿Diga? —respondió Lucía con la voz ligeramente temblorosa de alguien que había sido arrancado bruscamente de un mundo donde la mayor preocupación era el ángulo correcto para cortar tallos. —¡LUCÍAAAA! —La voz de Sofía explotó a través del altavoz como una granada de alegría concentrada—. ¿Qué haces, mi hermosa ermitaña social? ¿Meditando con tus bonsáis? ¿Reorganizando tu colección de clips para papel por orden cromático? La voz de Sofía vibraba con una alegría tan contagiosa que parecía tener propiedades físicas medibles. Era el tipo de energía que los científicos deberían estudiar como fuente alternativa de electricidad renovable. Cada palabra salía disparada con la velocidad de una ametralladora de entusiasmo, creando un contraste tan marcado con la serenidad del apartamento de Lucía que parecía que dos dimensiones paralelas hubieran decidido colisionar a través de una conexión telefónica. Lucía no pudo evitar sonreír, a pesar de su determinación consciente de mantener la composure durante esta conversación que ya presentía iba a alterar el orden cósmico de su noche. Era imposible permanecer completamente inmune al huracán de positividad que era su mejor amiga, aunque eso no significaba que fuera a bajar la guardia completamente. —Estaba leyendo sobre la poda de rosales —respondió con el tono defensivo de alguien que sabe que está a punto de ser juzgado por sus elecciones de entretenimiento nocturno—. Es realmente fascinante. Sabías que el ángulo del corte puede determinar la dirección del crecimiento futuro de la planta? Un silencio de exactamente dos segundos siguió a esta declaración, un silencio que prácticamente gritaba "¿En serio?" con la fuerza de mil voces exasperadas. —¡Ay, por favor, Lucía! —Sofía exhaló con la dramaticidad de una actriz de telenovela que acabara de descubrir que su personaje había estado en coma durante tres temporadas—. Escucha, tengo algo que va a cambiar tu vida. Tengo una invitación para una fiesta. Pero no cualquier fiesta, mi querida amante de la botánica doméstica. Una fiesta ‘exclusiva’. De esas que te desinhiben el alma y te recuerdan que tienes menos de treinta años y un cuerpo que no debería estar escondido bajo flanela de abuela cada noche.