Lucía amplió la imagen con dedos que comenzaban a temblar imperceptiblemente. Era un gesto automático, nacido de esa intuición primitiva que le susurraba que algo no encajaba en el rompecabezas.
El zoom reveló detalles que la visión casual había pasado por alto. Alejandro sostenía algo en la mano derecha —un objeto pequeño, metálico, que capturaba la luz ambiente con un destello particular. Sus ojos entrenados para detectar inconsistencias se enfocaron en ese detalle aparentemente insignificante.
Un encendedor.
No cualquier encendedor. Era de plata bruñida, con esa pátina particular que solo adquieren los objetos de calidad después de años de uso cuidadoso. Y grabado en su superficie, apenas visible en la fotografía pero inconfundiblemente reconocible para ella, había una inicial: una “M” elaboradamente trabajada en tipografía art déco.
El mundo se detuvo.
Ese encendedor había estado en la sala de conferencias tres semanas atrás, olvidado sobre la mesa de caoba después de una reunión