Mundo ficciónIniciar sesiónCassandra Montemayor siempre fue la segunda hija rebelde, la que jamás brilló bajo la estricta mirada del Conde Rodrigo Montemayor, su padre, ni bajo la sombra de su hermanastra perfecta, Danaé Montemayor. Sin embargo, oculta un secreto: posee un doctorado en medicina que nadie en su familia aristocrática conoce. Cuando Danaé, la hija ejemplar destinada a casarse con el poderoso heredero de los Blackwood, queda embarazada en secreto de su guardaespaldas Marco Torres y planea fugarse, Cassandra descubre la verdad. Para salvar la reputación de la familia y proteger a su madre, la Condesa Elena, se ve obligada a ocupar el lugar de su hermana en un matrimonio por contrato con el temido Sebastián Blackwood, un CEO brillante que, tras un accidente, sufre de afasia temporal. En la boda, Sebastián la rechaza con frialdad, convencido de que Cassandra es una oportunista que usurpó el lugar de su amada Danaé. Su familia política la humilla, prohibiéndole incluso la entrada a su nuevo hogar. Sin embargo, Cassandra se niega a doblegarse. Cuando una prestigiosa empresa biomédica le abre sus puertas, acepta el desafío de demostrar su valía… sin imaginar que el nuevo director general de la compañía es su propio esposo. Decidida a ocultar su identidad en la empresa, Cassandra brilla con su talento y rompe barreras en la investigación médica, sorprendiendo a todos… incluido Sebastián. Poco a poco, la mujer que él despreciaba comienza a transformarse en un enigma fascinante, alguien capaz de desafiarlo y sanar su corazón roto. Entre secretos, traiciones y la lucha por un amor que nunca debió existir, Cassandra descubrirá que el mayor peligro no es el odio de su esposo, sino el deseo imposible que empieza a nacer entre ellos.
Leer másEl castillo Montemayor se alzaba imponente contra el cielo del atardecer, sus torres medievales proyectando sombras alargadas sobre los jardines perfectamente cuidados. Para cualquier observador externo, aquella fortaleza de piedra representaba la solidez de una de las familias aristocráticas más antiguas de España. Para Cassandra Montemayor, sin embargo, aquellos muros centenarios no eran más que una elegante prisión.
—¡Date prisa, Cassandra! Tu padre ha regresado antes de lo previsto —susurró la Condesa Elena mientras ayudaba a su hija a quitarse apresuradamente la falda de tubo y la blusa de seda que había usado para la entrevista de trabajo.
Cassandra se mordió el labio inferior mientras su madre sacaba del armario un vestido largo de color azul pálido, apropiado para una joven de su posición social.
—Mamá, estuve a punto de conseguirlo. Los directores de área de Pharmatic Inc., una de las farmacéuticas lideres en el ramo, estaba impresionado con mi expediente académico —murmuró Cassandra mientras levantaba los brazos para que su madre le deslizara el vestido por la cabeza—. Dijo que pocas veces había visto a alguien con mi preparación.
La Condesa Elena sonrió con tristeza mientras abrochaba los pequeños botones de la espalda del vestido.
—Lo sé, mi amor. Y estoy orgullosa de ti, pero sabes cómo es tu padre con estas cosas.
La única que siempre la había defendido era su madre. Elena, consciente de la dureza del Conde, había decidido educarla personalmente, llenando sus días de afecto y enseñanzas. Para Cassandra, su madre era el único refugio en un hogar marcado por la hostilidad.
Cassandra asintió, sintiendo el peso familiar de la decepción asentarse en su pecho. Siete años de estudio en secreto, un doctorado en medicina obtenido con honores, y todo debía permanecer oculto como si fuera una vergüenza. A veces se preguntaba si su madre había hecho lo correcto al pagar a aquel misterioso hechicero para convencer a su esposo de que enviarla lejos traería buena fortuna a la familia. El Conde, supersticioso hasta la médula, lo aceptó sin sospechar que aquella distancia le daría a Cassandra la oportunidad de convertirse en la mujer que era ahora.
—¡Cassandra! —La voz del Conde Rodrigo resonó por los pasillos del castillo.
La joven respiró hondo, cruzó las manos delante del vientre y, con pasos medidos y controlados, salió de su habitación. El balanceo natural de sus caderas, que tanto disfrutaba cuando caminaba libremente por las calles de la ciudad, quedó suprimido bajo el peso de las expectativas aristocráticas.
El Gran Salón, con sus tapices medievales y retratos de antepasados severos, parecía engullir a Cassandra mientras avanzaba hacia su padre. El Conde Rodrigo Montemayor, un hombre de sesenta años con porte militar y mirada penetrante, la observaba desde su posición junto a la chimenea. A su lado, Danaé, la perfecta primogénita, lucía un vestido impecable y una sonrisa calculada.
—Padre, bienvenido a casa —saludó Cassandra, ejecutando una reverencia precisa.
El Conde la estudió con ojos críticos. Desde pequeña, Cassandra había aprendido a temerle. Su padre nunca había ocultado el rencor que sentía hacia ella; estaba convencido de que su nacimiento había marcado el inicio de la decadencia de la familia. Para él, Cassandra no era más que un símbolo de mala suerte.
—Llegas tarde, como siempre. Danaé ha estado aquí desde hace una hora, ayudándome a revisar los documentos de mi viaje a Londres.
Cassandra mantuvo su expresión neutra, aunque por dentro imitaba burlonamente el gesto severo de su padre. "Danaé ha estado aquí desde hace una hora", repitió mentalmente con sarcasmo.
—Mis disculpas, padre. Estaba ayudando a madre con los preparativos para la cena de esta noche.
Danaé sonrió con suficiencia.
—Los sirvientes podrían haberse encargado de eso, querida hermana. Pero supongo que te sientes más cómoda en la cocina que en los asuntos importantes de la familia.
Cassandra contó mentalmente hasta diez. Danaé no era realmente su hermana, sino su hermanastra, fruto del primer matrimonio del Conde. Pero esa distinción nunca parecía importar cuando se trataba de establecer la jerarquía familiar.
—Danaé ha demostrado nuevamente por qué es el orgullo de esta casa —declaró el Conde, colocando una mano sobre el hombro de su hija mayor—. Ha gestionado perfectamente las inversiones durante mi ausencia. Los Montemayor necesitamos mentes agudas para los negocios, no soñadoras que pierden el tiempo queriendo ser médicos.
Cassandra dejó de sentir las ganas de respirar, su corazón latía con tanta fuerza que temía fuera escuchado por alguien más.
La indirecta era tan clara que Cassandra casi podía sentirla como un golpe físico.
—Padre, yo... —tartamudeó Cassandra.
—No es necesario que quieras explicarte, hermana—. Danaé sacó el diploma que le había otorgado la Universidad por Excelencia académica, que robó del bolso de Cassandra mientras esta se cambiaba, y se la entregó al Conde.
El hombre lo tomó con brusquedad, y al leerlo, su rostro se contrajo en una mueca oscura.
—¿Un doctorado? —escupió con desprecio—. Así que mientras yo me sacrificaba por esta familia, tú me ocultabas esto —rugió, lanzando una mirada cargada de odio hacia Elena—. Me hiciste creer que apartarla traería buena fortuna, y en cambio la convertiste en la burla de mi autoridad.La Condesa Elena palideció, retrocediendo un paso.
—Rodrigo, yo solo…
El Conde levantó el bastón en dirección a su esposa, furioso. Pero antes de que pudiera descargarlo sobre ella, Cassandra se interpuso de manera instintiva.
—¡No fue culpa de madre! —exclamó, con los ojos brillando de determinación—. Fui yo quien insistió en estudiar, yo la convencí de mantenerlo en secreto.
El gesto provocador bastó para que el Conde redirigiera su furia hacia ella. Con un movimiento seco, rompió en pedazos el diploma y, acto seguido, descargó el bastón contra la espalda de Cassandra. Dos golpes alcanzaron sus muslos, arrancándole un jadeo de dolor.
—Una Montemayor no se rebaja a trabajar como una plebeya insignificante —dijo con altivez, como si su violencia fuera un simple acto de disciplina—. Por otro lado —continuó, guardando el bastón con la misma calma con la que lo había usado—, mientras estaba en Londres, pude hacer un acuerdo beneficioso para nuestra familia.
—¿Qué tipo de acuerdo, querido? —preguntó Elena con cautela, tratando de desviar la atención de su esposo.
El Conde sonrió, pero el gesto no alcanzó sus ojos.
—Un matrimonio. Con la familia Blackwood.
El silencio que siguió fue tan denso que podría haberse cortado con un bisturí. Los Blackwood eran una de las familias empresariales más poderosas de Europa. Su imperio financiero era legendario, al igual que su influencia política.
—¿Matrimonio? —Danaé fue la primera en romper el silencio, su voz aguda traicionando su alarma—. ¿Con quién exactamente?
—Con Sebastián Blackwood, por supuesto —respondió el Conde como si fuera obvio—. El CEO del grupo empresarial. Es un partido excelente para ti, Danaé.
El rostro de Danaé palideció visiblemente.
—¿Sebastián Blackwood? ¿El que tuvo el accidente de coche hace seis meses? Padre, dicen que apenas puede hablar, que sufre de afasia y...
—¡Suficiente! —cortó el Conde—. Su condición es temporal, según los médicos. Y su fortuna es permanente, que es lo que importa. Los Montemayor necesitamos esta alianza.
Cassandra observaba la escena desde el suelo tragándose su dolor físico como había practicado durante tantos años de abuso.
—No puedes obligarme —murmuró Danaé, sus manos temblando ligeramente—. No me casaré con un inválido, por muy rico que sea.
El Conde dio un paso amenazador hacia ella.
—Lo harás. Por el bien de esta familia. Por el legado que representas como primogénita. Te casarás mañana por la mañana con ese hombre.
La discusión continuó durante la cena, con Danaé cada vez más alterada y el Conde cada vez más inflexible. Cassandra permanecía en silencio, observando cómo su hermanastra, habitualmente tan compuesta, perdía gradualmente el control.
Más tarde esa noche, incapaz de acostarse gracias a los moretones en el cuerpo, Cassandra deambulaba por los pasillos oscuros del castillo, cada paso le recordaba el precio de su decisión: la espalda ardía y sus muslos estaban cubiertos de moretones. Pero al menos su madre estaba a salvo, y eso era lo único que importaba.
De repente escuchó un ruido proveniente del ala este. Curiosa, siguió el sonido hasta llegar a una puerta lateral.
Con sigilo, se asomó por una ventana cercana justo a tiempo para ver a Danaé deslizándose fuera del castillo, envuelta en una capa oscura. La figura alta y musculosa de Marco Torres, su guardaespaldas personal, la esperaba junto a los arbustos.
"Así que por eso está tan reacia a casarse", pensó Cassandra con una sonrisa irónica. Decidida a descubrir más, se escabulló por una puerta secundaria y siguió a la pareja a distancia prudente.
En la penumbra del jardín, Cassandra pudo distinguir cómo Marco abrazaba a Danaé con familiaridad, sus manos recorriendo su espalda de una manera que ningún empleado se atrevería con su jefa. Cuando Danaé se giró ligeramente, el perfil de su vientre quedó visible bajo la luz de la luna.
Cassandra ahogó un jadeo. El vientre de Danaé mostraba una ligera pero inconfundible curvatura.
"Está embarazada", comprendió Cassandra, sintiendo cómo las piezas encajaban.
En su sorpresa, Cassandra pisó una rama seca que crujió bajo su peso. Danaé y Marco se separaron bruscamente, mirando en su dirección.
—¿Quién anda ahí? —la voz de Marco sonaba amenazadora.
Cassandra se aplastó contra el tronco de un árbol, conteniendo la respiración y ahogando su dolor.
Después de lo que pareció una eternidad, Danaé murmuró algo y la pareja se alejó hacia los establos.
Con la mente acelerada, Cassandra regresó sigilosamente al castillo. La situación era más complicada de lo que había imaginado. Danaé, la hija perfecta, la heredera ejemplar, llevaba en su vientre un secreto que podría destruir no solo su reputación, sino la de toda la familia.
El vuelo a Lisboa salió puntual a las seis de la mañana. Cielo todavía oscuro sobre Madrid mientras avión ascendía a través de nubes bajas que prometían lluvia.Cassandra tenía asiento junto a ventana. Sebastián en pasillo. Y Victoria, con sonrisa satisfecha, se había instalado entre ellos.—Espero que no les moleste. —Había dicho mientras acomodaba su bolso de diseñador bajo asiento delantero—. Pero necesito mantenerlos vigilados. Órdenes de Fontaine.Nadie respondió. No había nada que decir.Media hora después del despegue, Victoria se quedó dormida. Cabeza inclinada contra respaldo, audífonos canceladores de ru
La oficina de Fontaine nunca había parecido tan grande ni tan fría. Ventanas panorámicas mostraban Madrid extendiéndose abajo, ciudad indiferente al sufrimiento que ocurría en este piso ejecutivo.Cassandra y Sebastián estaban parados frente al escritorio masivo de caoba. Victoria se apoyaba contra la pared lateral, laptop abierta en sus manos, sonrisa satisfecha en su rostro.Fontaine los observaba desde su silla de cuero. No hablaba. Solo observaba. Dejando que silencio se extendiera hasta que el aire mismo se sintiera denso.—Encuentro no autorizado. —Finalmente rompió el silencio—. Violación directa de términos contractuales.
El Parque del Retiro estaba bañado en luz dorada de tarde de primavera. Familias paseaban por senderos arbolados. Niños corrían entre fuentes. Parejas se besaban en bancas escondidas entre rosales.Cassandra se sentó en banca cerca del estanque, vestida con jeans y suéter simple. Primera vez en semanas que usaba ropa que no fuera bata de laboratorio o pijama de apartamento-prisión. Se sentía extraña. Expuesta. Como si cualquiera pudiera ver que estaba haciendo algo prohibido.Sus manos temblaban mientras revisaba su teléfono. Dos y cinco. Sebastián había dicho dos en punto.¿Y si algo había salido mal? ¿Y si Fontaine había descubierto el plan? ¿Y si...?
El laboratorio había vaciado gradualmente durante la última hora. Técnicos recogiendo sus cosas, despidiéndose con murmullos incómodos después de presenciar la explosión de Cassandra. Ahora solo quedaban ellos dos en espacio demasiado grande y demasiado silencioso.Cassandra seguía sentada en su silla, respirando como si hubiera corrido kilómetros. Sebastián permanecía a treinta centímetros de distancia, inmóvil, esperando que la tormenta pasara.No pasó.—Cuatro semanas. —Su voz salió ronca—. Cuatro semanas sin ver a mis hijos porque no pudiste mantenerla feliz.—Cassandra...
La oficina temporal de Sebastián era pequeña, sin ventanas, con escritorio metálico y silla que chirriaba cada vez que se movía. Fontaine le había asignado espacio apenas suficiente para trabajar, recordatorio constante de que estaba ahí por permiso, no por derecho.Sebastián revisaba especificaciones técnicas cuando la puerta se abrió sin que nadie tocara.Victoria entró como si el espacio le perteneciera. Cerró la puerta detrás de ella con click suave que sonó demasiado deliberado.—Pensé en nuestra conversación de ayer.Sebastián no levantó la vista de su pantalla.
Dos semanas de trabajar junto a Sebastián habían pasado como eternidad y parpadeo simultáneamente. Catorce días de proximidad forzada. Catorce noches de Cassandra llorando sola en su apartamento corporativo mientras su ex-esposo dormía a kilómetros de distancia en mansión donde sus hijos crecían sin ella.Pero hoy era diferente.Hoy era visita quincenal.Cassandra había limpiado el apartamento tres veces. Había comprado juguetes nuevos que Alessandro probablemente ya no recordaría. Había preparado biberón para Isabella con leche materna que bombeaba religiosamente cada cuatro horas, aferrándose a conexión que se desvanecía más cada día.
Más Capítulos





Último capítulo