Valeria era la poderosa Alfa de la manada más temida, una mujer que siempre tuvo el control… hasta que un error la derribó. Descubierta en una traición que puso en jaque todo lo que amaba, fue desterrada sin piedad, marcada por la humillación y la soledad. Pero lo que nadie sabe es que Valeria lleva dentro de sí un secreto aún más grande: está embarazada. Lo que debería ser una bendición se convierte en una condena, porque no sabe quién es el padre — ¿su esposo Alfa, furioso y traicionado, o su amante, el único hombre que la hizo sentir viva? Ahora, desterrada y vulnerable, Valeria debe enfrentarse a sus demonios, a la incertidumbre de la paternidad y a los fantasmas de su pasado. En medio de la oscuridad, encuentra a un nuevo Alfa, un hombre con su propio tormento, que la desafiará y la hará cuestionar todo lo que creía sobre el amor, el poder y la redención.
Leer másEl aullido de Valeria rasgó el aire nocturno, y la manada entera se estremeció. No era un sonido cualquiera; era la voz del poder, el llamado de quien había nacido para dominar. Bajo la luz plateada de la luna llena, su figura se recortaba contra el cielo estrellado: esbelta pero musculosa, con el cabello negro como la obsidiana cayendo en cascada sobre sus hombros desnudos. Sus ojos, de un dorado sobrenatural, brillaban con la intensidad de quien conoce su lugar en el mundo.
La Alfa de la manada Lunaoscura.
Los lobos se congregaron a su alrededor, algunos en forma humana, otros en su estado animal, todos con la misma expresión de reverencia y temor. Valeria respiró profundamente, dejando que el aroma del bosque, de la tierra húmeda y de sus súbditos llenara sus pulmones. Este era su reino, su territorio, conquistado con sangre y astucia.
—La frontera norte ha sido violada por tercera vez este mes —anunció, su voz firme resonando en el claro del bosque—. Los Colmillo Rojo creen que pueden desafiarnos.
Un murmullo de indignación recorrió la asamblea. Damián, su Beta y mano derecha, dio un paso al frente.
—¿Cuáles son tus órdenes, Alfa?
Valeria sonrió, pero no había calidez en ese gesto. Era la sonrisa de un depredador.
—Envía un destacamento. Quiero que entiendan que cada centímetro que pisen en nuestro territorio les costará sangre.
—¿Y si responden con más violencia? —preguntó una voz desde el fondo.
Todos se volvieron. Mateo, su esposo y co-Alfa, emergió de entre las sombras. Alto, imponente, con cicatrices que cruzaban su rostro como recordatorios de batallas pasadas. Sus ojos, de un azul gélido, se clavaron en los de ella.
—Entonces les mostraremos por qué somos la manada más temida de los cinco territorios —respondió Valeria, sosteniendo su mirada sin pestañear.
La tensión entre ambos era palpable. Habían sido la pareja perfecta, la unión que había llevado a Lunaoscura a su apogeo. Pero últimamente, algo se había fracturado entre ellos. Pequeñas grietas que amenazaban con convertirse en abismos.
—Siempre tan sedienta de sangre —comentó Mateo, acercándose—. ¿No has considerado que tal vez la diplomacia podría...?
—¿Diplomacia? —lo interrumpió ella con desdén—. La diplomacia es para los débiles, para quienes no pueden defender lo suyo.
Mateo apretó la mandíbula, pero no respondió. En cambio, se dirigió al resto de la manada:
—Preparen el destacamento. Partirán al amanecer.
La reunión se disolvió lentamente. Valeria observó cómo su esposo se alejaba sin dirigirle otra palabra. Hubo un tiempo en que sus cuerpos hablaban el mismo lenguaje, en que sus almas parecían fundirse en una sola durante las noches de luna llena. Ahora apenas podían mantener una conversación sin que el hielo se interpusiera entre ellos.
Cuando el claro quedó casi vacío, Damián se acercó a ella.
—Alfa, hay algo más que deberías saber.
Valeria lo miró con curiosidad. Damián era leal hasta la médula, un Beta perfecto.
—Han visto a un lobo solitario merodeando cerca del río. No pertenece a ninguna manada conocida.
Un escalofrío recorrió su espalda. Por un instante, el rostro de Adrián, con sus ojos verdes y su sonrisa torcida, apareció en su mente. Adrián, el único hombre que había logrado hacerla sentir vulnerable. El único que había traspasado las murallas que había construido alrededor de su corazón.
Su amante.
—Me ocuparé personalmente —dijo, manteniendo su voz neutra—. Puedes retirarte.
Cuando Damián se alejó, Valeria se permitió un momento de debilidad. Se apoyó contra un árbol, cerrando los ojos mientras los recuerdos la asaltaban: las manos de Adrián sobre su piel, sus labios recorriendo cada centímetro de su cuerpo, las promesas susurradas en la oscuridad. Un amor prohibido, una traición imperdonable para alguien de su posición.
Pero no podía evitarlo. Con Mateo tenía poder, respeto, una alianza forjada en la ambición mutua. Con Adrián... con él tenía pasión, libertad, la sensación de ser simplemente una mujer y no un símbolo de autoridad.
El sonido de una rama quebrándose la sacó de sus pensamientos. Se giró bruscamente, todos sus sentidos en alerta.
—¿Quién anda ahí?
De entre los árboles emergió Lidia, la hermana menor de Mateo. Sus ojos, idénticos a los de su hermano, brillaban con malicia.
—Así que es cierto —dijo, su voz cargada de veneno—. La gran Alfa tiene un secreto sucio.
El corazón de Valeria se detuvo por un instante.
—No sé de qué hablas.
Lidia soltó una risa cruel.
—Te he seguido, Valeria. Te he visto con él. ¿Qué crees que diría la manada si supieran que su poderosa líder se revuelca con un lobo de otra sangre? ¿Qué diría mi hermano?
El miedo dio paso a la ira. En un movimiento fluido, Valeria acorraló a Lidia contra un árbol, su mano cerrándose alrededor de su garganta.
—Ten cuidado con tus palabras, cachorra —gruñó—. Sigo siendo tu Alfa.
Lidia, a pesar del miedo evidente en sus ojos, sonrió.
—No por mucho tiempo.
***
La noticia se extendió como fuego en un bosque seco. Para el amanecer, toda la manada sabía de la traición de su Alfa. Valeria fue arrastrada al centro del claro, donde Mateo la esperaba, su rostro una máscara de furia y dolor.
—¿Es cierto? —preguntó, su voz apenas un susurro roto.
Valeria levantó la barbilla, negándose a mostrar miedo.
—Sí.
Un rugido colectivo de indignación se elevó entre los presentes. Mateo levantó una mano, silenciándolos.
—¿Por qué? —exigió saber—. Te di todo. Poder, respeto, una manada que te adoraba.
—Pero nunca me diste amor —respondió ella, las palabras escapando antes de que pudiera detenerlas—. Solo ambición disfrazada de afecto.
El rostro de Mateo se contorsionó en una mueca de dolor antes de endurecerse nuevamente.
—Por las leyes de nuestra especie, la traición de un Alfa se castiga con la muerte —declaró, y el corazón de Valeria se congeló—. Pero no puedo... no puedo matarte.
Un murmullo de sorpresa recorrió la asamblea.
—En lugar de eso, quedas desterrada. Despojada de tu rango, de tu manada, de todo lo que te define. Saldrás de nuestro territorio antes del anochecer, y si alguna vez regresas, no tendré la misma misericordia.
Valeria sintió cómo el vínculo que la unía a la manada, esa conexión casi tangible que había sido parte de su ser durante toda su vida, se desgarraba dolorosamente. Era como si le arrancaran una parte del alma.
—Mateo, por favor... —comenzó, pero él ya le había dado la espalda.
—Ya no soy nada para ti —sentenció—. Y tú ya no eres nada para nosotros.
***
Horas después, con solo lo que podía llevar en una mochila, Valeria se encontraba en el límite del territorio. El sol comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo de tonos rojizos y dorados. Miró hacia atrás una última vez, hacia el bosque que había sido su hogar, hacia la vida que había construido y destruido con sus propias manos.
Una náusea repentina la dobló por la mitad. Se aferró a un árbol mientras su cuerpo se convulsionaba. Cuando finalmente pudo enderezarse, una realización terrible la golpeó con la fuerza de un mazo: los mareos, las náuseas, los cambios en su olor que había estado ignorando...
Estaba embarazada.
Y lo peor de todo: no sabía quién era el padre.
Con una mano temblorosa sobre su vientre aún plano, Valeria dio el primer paso hacia lo desconocido, dejando atrás todo lo que alguna vez había sido, cargando un secreto que podría ser tanto su salvación como su condena final.
El sol se elevaba sobre las montañas, bañando el territorio de la manada con una luz dorada que parecía bendecir cada rincón. Valeria observaba desde el porche de la casa principal, una taza de té caliente entre sus manos. La brisa matutina jugaba con su cabello, ahora más largo y con algunas hebras plateadas que ella llevaba con orgullo. Cicatrices de batallas ganadas, solía decir.Habían pasado tres años desde aquella noche en que todo cambió. Tres años desde que la manada se había reconstruido desde sus cimientos, no como una estructura de poder y miedo, sino como una familia unida por lazos más fuertes que la sangre o la jerarquía.El sonido de risas infantiles captó su atención. En el claro frente a la casa, un niño de casi cuatro años corría persiguiendo mariposas, su cabello oscuro brillando bajo el sol, sus ojos —una mezcla perfecta de los de ella y los de Kael— resplandeciendo con una alegría pura que hacía que el corazón de Valeria se hinchara de amor.—Mateo, no te alejes d
El dolor atravesaba su cuerpo como una daga incandescente. Valeria se aferró a las sábanas empapadas en sudor mientras otra contracción la sacudía sin piedad. La tormenta azotaba las ventanas de la cabaña, como si el cielo mismo quisiera participar de aquel momento crucial.—Respira, Valeria. Profundo —susurró Elena, la curandera de la manada, mientras colocaba paños húmedos sobre su frente—. El bebé está listo para venir.Valeria intentó asentir, pero otro espasmo la doblegó. Un grito desgarrador escapó de su garganta, resonando contra las paredes de madera. Jamás había sentido tanto dolor, ni siquiera cuando la desterraron, cuando la marcaron como traidora. Este era un dolor diferente, primitivo, ancestral.—¡Kael! —gritó, buscando desesperadamente la mano de quien ahora era su compañero, su nuevo Alfa, el hombre que había jurado protegerla cuando nadie más lo hizo.Pero Kael apenas podía mantenerse consciente. Recostado junto a ella, su torso vendado revelaba la gravedad de sus her
El bosque se había convertido en un campo de batalla. Los aullidos de dolor y furia se mezclaban con el olor metálico de la sangre que impregnaba el aire nocturno. La manada de Kael luchaba con valentía, pero estaban en clara desventaja numérica frente a los atacantes de Damián.Valeria, oculta en la cabaña que Kael había designado como refugio seguro, sentía cada golpe, cada herida de los suyos como si fuera propia. Su vínculo con la manada se había fortalecido tanto que podía percibir el dolor colectivo. Se aferraba al borde de la ventana, observando la batalla a lo lejos, impotente.—Tengo que salir —murmuró, sintiendo una contracción que la hizo doblarse.Maya, quien había sido asignada para protegerla, la sostuvo por los hombros.—No puedes, Valeria. Piensa en tu bebé. Kael dio órdenes específicas.—¡Al diablo con las órdenes! —gritó Valeria, enderezándose con dificultad—. Están muriendo por nosotros. Por mí.Un aullido desgarrador cortó la noche. Era Kael. Valeria sintió que su
El aire olía a sangre y tierra húmeda. Valeria se movía entre los cuerpos caídos, algunos aún respirando, otros ya inmóviles para siempre. La batalla había estallado al amanecer, cuando la manada rival había atacado sin previo aviso, aprovechando que muchos aún dormían. Ahora, el sol alcanzaba su cenit y la lucha continuaba con ferocidad implacable.—¡Kael! —gritó Valeria, buscando entre el caos la figura de su compañero.Lo vio a unos cincuenta metros, enfrentándose a tres lobos simultáneamente. Su forma humana se movía con la agilidad y precisión de un depredador nato, pero incluso él tenía límites. Valeria corrió hacia él, sintiendo cómo su vientre, ya notablemente abultado, le recordaba que no solo luchaba por ella misma.Cuando estaba a punto de alcanzarlo, lo vio. Damián, el Alfa de la manada enemiga, se acercaba sigilosamente por detrás de Kael, con una daga ceremonial en la mano. El metal brilló bajo el sol, un destello siniestro que anunciaba muerte.—¡Kael, detrás de ti! —el
El amanecer llegó teñido de rojo, como si el cielo mismo presagiara la sangre que pronto mancharía la tierra. Valeria despertó sobresaltada, con el corazón martilleando contra su pecho. No fue un ruido lo que la arrancó del sueño, sino un silencio antinatural que envolvía el territorio. Un silencio que gritaba peligro.Se incorporó de un salto, su instinto de Alfa rugiendo en su interior. Apenas había terminado de vestirse cuando el primer aullido de alarma rasgó el aire, seguido por el estruendo inconfundible de cuerpos chocando contra la barrera perimetral.—Han llegado —murmuró, mientras acariciaba instintivamente su vientre abultado.La puerta se abrió de golpe y Damián apareció, con el rostro tenso y los ojos brillando con determinación.—Están atacando por tres flancos —informó con voz grave—. Son más de los que esperábamos.Valeria asintió, procesando la información con la frialdad estratégica que la había convertido en una Alfa temida.—¿Cuántos?—Al menos doscientos. Reconocí
La luna se alzaba imponente sobre el territorio, bañando con su luz plateada la cabaña donde Valeria y Kael se habían refugiado. El silencio de la noche contrastaba con la tormenta que se avecinaba en sus vidas. Mañana, al amanecer, enfrentarían la batalla que podría cambiarlo todo.Valeria observaba por la ventana, sus dedos tamborileando nerviosamente sobre el alféizar. Su silueta recortada contra la luz lunar proyectaba una sombra alargada sobre el suelo de madera. Había pasado tanto tiempo huyendo, tanto tiempo temiendo, que la idea de enfrentar finalmente su destino le provocaba una extraña mezcla de terror y alivio.—¿En qué piensas? —la voz de Kael, profunda y cálida, la sacó de sus pensamientos.Ella se giró para mirarlo. Estaba apoyado en el marco de la puerta, con el torso desnudo y solo unos pantalones holgados. Las cicatrices que surcaban su piel contaban historias de batallas pasadas, de victorias y derrotas. Mañana, quizás, añadiría más a su colección.—En todo lo que po
Último capítulo