6

El refugio de Kael era más acogedor de lo que Valeria había imaginado. Una cabaña de dos plantas construida con troncos robustos y piedra natural, escondida entre pinos centenarios que la protegían de miradas indiscretas. El interior olía a madera, a fuego y a algo indefinible que solo podía ser la esencia de Kael impregnada en cada rincón.

Valeria dejó caer su pequeña mochila junto a la entrada, sintiendo cómo el peso de su nueva realidad se asentaba sobre sus hombros. Desterrada. Embarazada. Y ahora, dependiente de la caridad de un Alfa extraño.

—No es gran cosa, pero es tranquilo —dijo Kael mientras encendía algunas lámparas, iluminando un espacio rústico pero ordenado—. La habitación de invitados está arriba, primera puerta a la derecha.

—Gracias —murmuró ella, incapaz de mirarlo directamente—. No pretendo quedarme mucho tiempo.

Kael se detuvo y la miró con esos ojos penetrantes que parecían leer más allá de sus palabras.

—Puedes quedarte el tiempo que necesites, pero hay reglas.

Valeria levantó la barbilla, un gesto instintivo de su naturaleza alfa que se negaba a morir.

—Por supuesto.

—Primera: nada de secretos que puedan poner en peligro a mi manada —enumeró él, acercándose hasta quedar a un paso de distancia—. Segunda: respetarás nuestra jerarquía mientras estés aquí. Y tercera: no interferirás en nuestros asuntos.

El espacio entre ellos parecía cargado de electricidad. Valeria podía sentir el calor que emanaba del cuerpo de Kael, su aroma a bosque y tierra húmeda mezclándose con el suyo propio.

—¿Algo más? —preguntó ella, intentando que su voz sonara firme.

—Sí —respondió él, y por un instante su mirada descendió hasta el vientre de Valeria—. Cualquier cosa que necesites para... tu condición, házmelo saber.

Valeria asintió, sintiendo un nudo en la garganta. La mención de su embarazo, aunque indirecta, la devolvía a la realidad de su situación.

—Voy a preparar algo de comer —dijo Kael, rompiendo la tensión mientras se dirigía a la cocina—. Debes estar hambrienta.

***

La cena transcurrió en un silencio incómodo, interrumpido solo por el sonido de los cubiertos contra los platos y el crepitar del fuego en la chimenea. Valeria observaba a Kael de reojo, estudiando sus movimientos precisos, la forma en que sus músculos se tensaban bajo la camiseta cuando se estiraba para alcanzar algo.

—¿Por qué vives tan alejado de tu manada? —se atrevió a preguntar finalmente.

Kael masticó lentamente antes de responder.

—A veces un Alfa necesita espacio para pensar con claridad.

—¿Y tu compañera? —Las palabras salieron antes de que pudiera detenerlas.

Una sombra cruzó el rostro de Kael.

—No tengo compañera.

Algo en su tono le advirtió que no debía indagar más, pero la curiosidad pudo más que la prudencia.

—¿Nunca has querido...?

—No todos estamos destinados a compartir nuestra vida —la interrumpió con brusquedad—. Algunos simplemente cumplimos con nuestro deber.

Valeria bajó la mirada hacia su plato, sintiendo el peso de sus propias decisiones. Ella había tenido todo: un compañero, una manada, respeto. Y lo había arriesgado por momentos robados de pasión.

Al terminar de cenar, Kael le mostró el resto de la cabaña. Al subir las escaleras, el espacio se estrechó, y sus cuerpos se rozaron accidentalmente. Valeria sintió una descarga recorrer su piel, y por la forma en que Kael contuvo la respiración, supo que él también lo había sentido.

—El baño está al final del pasillo —dijo él, abriendo la puerta de la habitación de invitados—. He dejado toallas limpias y... algunas prendas que podrían servirte.

La habitación era sencilla pero acogedora: una cama con colcha de lana, una cómoda de madera oscura y una ventana que daba al bosque.

—Gracias, Kael. Por todo esto.

Él se quedó en el umbral, como si dudara entre entrar o marcharse.

—No me agradezcas todavía. Mañana conocerás al resto de la manada, y no todos estarán contentos con tu presencia.

—Puedo manejarlo —respondió ella con más seguridad de la que sentía.

Kael esbozó una media sonrisa que transformó su rostro severo.

—No lo dudo. Buenas noches, Valeria.

***

La noche se extendía interminable mientras Valeria daba vueltas en la cama. El colchón era cómodo, las sábanas olían a limpio, pero el sueño la eludía. Su mente no dejaba de repasar los acontecimientos que la habían llevado hasta allí, las decisiones que había tomado, las consecuencias que ahora enfrentaba.

Y por debajo de todo eso, la presencia de Kael al otro lado del pasillo. Podía sentirlo, su energía, su fuerza. ¿Estaría él también despierto, pensando en ella?

Se levantó y caminó hasta la ventana. La luna llena bañaba el bosque con su luz plateada, revelando siluetas de árboles que parecían centinelas silenciosos. En noches como esta, su manada solía correr libre, celebrando su naturaleza salvaje. Ahora estaba sola, atrapada en un cuerpo humano que cargaba una vida dentro.

Un crujido en el pasillo la alertó. Pasos que se detenían frente a su puerta. Contuvo la respiración, esperando. Pero tras unos segundos de silencio, los pasos se alejaron.

Valeria volvió a la cama, envuelta en una mezcla de alivio y decepción. Cerró los ojos, intentando ignorar el calor que se había instalado en su vientre, la forma en que su piel anhelaba un contacto que su mente sabía que debía evitar.

Porque bajo este techo, junto a este Alfa desconocido, había algo más peligroso que los secretos que guardaba: el deseo que comenzaba a despertar en ella, amenazando con complicar aún más su ya precaria situación.

  

   

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