4

Damián observaba desde la ventana de su cabaña cómo el amanecer teñía de naranja el horizonte. Tres días habían pasado desde que aquella loba herida y embarazada había irrumpido en sus tierras. Tres días en los que apenas había dormido, dividido entre la vigilancia constante y los recuerdos que su presencia había desenterrado.

Se pasó la mano por el rostro, sintiendo la aspereza de su barba descuidada. El reflejo en el cristal le devolvió la imagen de un hombre endurecido por el tiempo: cicatrices visibles cruzaban su rostro, pero eran las invisibles las que más pesaban. Cinco años atrás, él también había sido un Alfa respetado, con una manada próspera y una compañera que esperaba a su primogénito. Hasta que la traición lo destruyó todo.

La guerra entre manadas. La emboscada. El regreso a casa para encontrar solo cenizas y sangre.

Sacudió la cabeza, alejando los fantasmas. Ahora era solo Damián, el lobo solitario, el guardián de un territorio que nadie codiciaba, el Alfa sin manada.

—Deberías estar descansando —dijo sin voltearse, percibiendo el aroma de Valeria antes de que ella entrara a la habitación.

—No puedo dormir sabiendo que me observas como si fuera a robarte hasta los clavos de las paredes —respondió ella, apoyándose contra el marco de la puerta.

Damián se giró para mirarla. A pesar de su estado, mantenía una postura orgullosa. Sus ojos, de un verde intenso, lo desafiaban constantemente. Había algo en ella que le resultaba familiar: esa mezcla de vulnerabilidad y fiereza, de orgullo herido pero inquebrantable.

—No confío en ti —declaró él con franqueza—. Una Alfa desterrada siempre trae problemas.

Valeria avanzó hacia la mesa de la cocina y se sentó con dificultad.

—No pedí venir aquí. El destino, o mi mala suerte, me trajo a tus tierras.

—¿Y qué harás cuando nazca tu cachorro? —preguntó Damián, acercándose también a la mesa—. ¿Seguirás huyendo?

La pregunta quedó suspendida en el aire. Valeria desvió la mirada hacia la ventana, donde los primeros rayos de sol iluminaban el bosque.

—No lo sé —admitió finalmente—. Solo sé que debo mantenerlo a salvo.

Damián sirvió dos tazas de café, deslizando una hacia ella. El gesto, simple pero inesperado, pareció sorprenderla.

—¿Por qué me ayudas? —preguntó Valeria, envolviendo la taza con sus manos—. Podrías haberme entregado a mi manada o simplemente dejarme morir en el bosque.

Damián se tomó su tiempo para responder. Ni él mismo entendía completamente por qué había decidido protegerla.

—Quizás porque sé lo que es perderlo todo —dijo finalmente—. O tal vez porque ese cachorro no tiene la culpa de los errores de sus padres.

Un silencio se instaló entre ellos, no incómodo, sino cargado de entendimiento mutuo.

—Mi esposo era un buen Alfa —comenzó Valeria, sorprendiendo a Damián con su repentina confesión—. Fuerte, respetado, temido. Construyó la manada más poderosa del norte. Pero nunca me vio como algo más que un trofeo, una yegua de cría que debía darle herederos fuertes.

Damián la observó, notando cómo sus manos temblaban ligeramente.

—Y entonces conociste a alguien más —dedujo él.

Valeria asintió, con una sonrisa amarga.

—Alguien que me veía como una mujer, no como una posesión. Fue estúpido, lo sé. Arriesgué todo por momentos robados.

—El amor nos vuelve estúpidos —comentó Damián, con una sombra de dolor en su voz—. Nos hace creer que somos invencibles.

—¿Hablas por experiencia? —preguntó ella, estudiándolo con curiosidad.

Damián se levantó, incapaz de sostener su mirada inquisitiva.

—Mi historia no importa —cortó secamente—. Lo que importa es que no puedes quedarte aquí indefinidamente. En cuanto estés recuperada, deberás seguir tu camino.

Valeria se incorporó también, enfrentándolo.

—¿Y a dónde sugieres que vaya? ¿Sabes lo que significa ser una loba desterrada? Ninguna manada me aceptará, menos en mi estado.

—Ese no es mi problema —respondió él, aunque sin la dureza que pretendía.

—Claro que no —replicó ella con amargura—. El gran lobo solitario no necesita a nadie, ¿verdad? ¿Qué te pasó, Damián? ¿Qué te convirtió en esta sombra de Alfa?

La pregunta golpeó a Damián como un puñetazo físico. Se acercó a ella, invadiendo su espacio personal, sus ojos brillando con un destello dorado que delataba al lobo bajo la piel humana.

—No sabes nada de mí —gruñó—. No tienes derecho a juzgarme.

Para su sorpresa, Valeria no retrocedió. En cambio, sus propios ojos destellaron en respuesta, el verde transformándose en ámbar.

—Entonces dime —lo desafió—. Dime qué te hizo esconderte en este rincón olvidado del mundo.

Durante un momento tenso, ambos se miraron, dos Alfas, dos predadores heridos reconociéndose mutuamente. Finalmente, Damián retrocedió.

—Tenía una manada —dijo con voz ronca—. Una compañera. Ella estaba embarazada.

Valeria contuvo la respiración, intuyendo el final de la historia.

—La manada del este nos atacó durante una luna llena —continuó él, mirando hacia el vacío—. Yo estaba lejos, negociando con aliados. Cuando regresé, no quedaba nada. Nadie.

—Lo siento —murmuró Valeria, y la sinceridad en su voz hizo que Damián la mirara realmente.

—Desde entonces, prefiero la soledad —concluyó—. Es más seguro así.

Valeria se acercó cautelosamente y, en un gesto que sorprendió a ambos, posó su mano sobre el brazo de Damián.

—La soledad también puede matarte, solo que más lentamente.

El contacto, simple pero cargado de empatía, despertó en Damián sensaciones que creía olvidadas. Se apartó, incómodo con la repentina intimidad.

—Deberías descansar —dijo, recuperando su tono distante—. Tu cuerpo necesita recuperarse.

Los días siguientes establecieron una rutina incómoda pero funcional. Damián cazaba y mantenía la vigilancia del territorio; Valeria, a medida que recuperaba fuerzas, se ocupaba de la cabaña. Hablaban poco, pero cada conversación revelaba más capas de sus personalidades.

Una tarde, mientras compartían una comida en silencio, Valeria rompió la quietud.

—¿Nunca pensaste en formar otra manada?

Damián la miró por encima de su plato.

—¿Para qué? ¿Para verlos morir también?

—Para vivir —respondió ella simplemente—. Los lobos no estamos hechos para la soledad, Damián. Es contra nuestra naturaleza.

—Mi naturaleza cambió —replicó él, pero sin convicción.

Valeria sonrió levemente, la primera sonrisa genuina que él le había visto.

—No, solo la enterraste. Pero sigue ahí. Lo veo cuando patrullas el territorio, cuando cazas. Sigues siendo un Alfa.

—Un Alfa sin manada —señaló él.

—Por elección propia —insistió ella—. Eso es lo triste.

Antes de que Damián pudiera responder, un aullido lejano cortó el aire. Ambos se tensaron, reconociendo la señal: lobos extraños acercándose al territorio.

Damián se levantó de inmediato, sus sentidos en alerta máxima.

—Quédate aquí —ordenó, dirigiéndose a la puerta.

—Son exploradores —dijo Valeria, pálida—. De mi antigua manada. Puedo sentirlos.

Damián la miró, evaluando la situación.

—¿Vienen por ti?

Ella asintió, protegiendo instintivamente su vientre con las manos.

—Si me encuentran... —no necesitó terminar la frase.

Damián dudó solo un instante antes de tomar su decisión.

—No te encontrarán —afirmó con determinación—. Este es mi territorio. Y mientras estés aquí, estás bajo mi protección.

La sorpresa en el rostro de Valeria fue evidente.

—¿Por qué arriesgarías tu seguridad por mí?

Damián no tenía una respuesta clara, solo la certeza de que no podía entregarla, no podía condenarla a ella y a su cachorro no nacido.

—Quizás porque estoy cansado de ver morir a inocentes —respondió finalmente—. O quizás porque, como dijiste, los lobos no estamos hechos para la soledad.

Otro aullido, más cercano, los interrumpió.

—Quédate dentro —repitió Damián, sus ojos transformándose completamente en los de su lobo—. Y si las cosas salen mal, hay un túnel bajo la despensa. Te llevará a las montañas del este.

Antes de salir, sintió la mano de Valeria agarrando la suya.

—Ten cuidado —susurró ella—. No quiero tener otra muerte en mi conciencia.

Sus miradas se encontraron, y por un momento, algo indefinible pasó entre ellos: una conexión, un entendimiento, quizás el principio de una confianza que ninguno esperaba encontrar.

—No moriré hoy —prometió Damián, apretando brevemente su mano antes de soltarla—. Tenemos una conversación pendiente.

Y con esas palabras, salió a enfrentar a los intrusos, consciente de que acababa de formar una alianza que cambiaría el curso de ambas vidas, una alianza tan frágil como necesaria.

  

    

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