4

Siempre pensé que mi vida era una condena sin redención. Desde que perdí la manada, mi mundo se redujo a sombras y silencios. Creí que estaba condenado a caminar solo, con las cicatrices marcándome la piel y el alma. Hasta que la encontré a ella: Valeria. La Alfa desterrada, envuelta en secretos y dolor, con un fuego en la mirada que ni la traición ni el frío lograban apagar.

No fue una decisión fácil ayudarla. En mi instinto, siempre fui protector, pero también desconfiado. Sabía lo que era ser rechazado, pero también entendía que ella cargaba un pasado que podía quemarnos a ambos. Cada vez que la miraba, algo en mí luchaba entre el deseo de protegerla y la necesidad de mantener la guardia alta.

—¿Por qué arriesgar tanto por mí? —me preguntó una noche mientras compartíamos el fuego. Sus ojos buscaban respuestas que ni yo tenía claras.

Le di una sonrisa amarga, esa que guardaba años de soledad.

—Porque también perdí todo —respondí—. Y sé que a veces, cuando caes, lo único que quieres es que alguien te ayude a levantarte.

La tensión entre nosotros era palpable. No solo por lo que había sido ella, sino por lo que yo era: un hombre marcado, con un pasado tan oscuro como el bosque que nos rodeaba. Sin embargo, en esas conversaciones a media luz, comenzamos a descubrir que nuestras heridas se parecían más de lo que queríamos admitir.

—¿Alguna vez sentiste que el mundo te daba la espalda? —me preguntó en una de esas noches largas, su voz quebrada por la vulnerabilidad.

Asentí, porque conocía ese sentimiento demasiado bien.

—Cada día —dije—. Pero también aprendí que la única forma de sobrevivir es encontrar a alguien que no te juzgue por las cicatrices.

Poco a poco, los silencios entre nosotros se llenaban de palabras, y esas pequeñas confesiones empezaron a tejer un lazo inesperado, frágil pero real. No éramos solo dos desterrados buscando refugio; éramos dos almas rotas que se negaban a rendirse.

Pero nuestra alianza no tardó en enfrentar su primera prueba. Una noche, mientras el viento susurraba amenazas entre los árboles, un grupo de cazadores apareció cerca, su intención clara: darnos caza. Fue el primer aviso de que el mundo exterior no nos perdonaría tan fácil.

Nos miramos, conscientes de que debíamos permanecer unidos, aunque nuestras desconfianzas aún ardieran entre nosotros.

—Esto apenas comienza, Valeria —le dije con voz firme—. Pero si vamos a sobrevivir, tendremos que hacerlo juntos.

Ella asintió, y en ese instante, bajo el cielo estrellado, supe que esta alianza, por frágil que fuera, sería la única esperanza para ambos.

Sentados junto al fuego, el crepitar de las llamas parecía intentar ahogar el eco de nuestras dudas. Miré a Valeria con detenimiento. Tenía el rostro marcado por el cansancio y el dolor, pero también había en ella una fuerza que me hacía preguntarme si estaba listo para enfrentar algo más que su pasado.

—No eres como los otros —murmuré, más para mí que para ella.

Sus ojos se entrecerraron, desconfiados.

—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó, con ese tono firme que había aprendido a respetar.

—Que no huyes de tu dolor. Lo llevas contigo, sí, pero no te escondes detrás de él —le dije.

Se tensó, y por un segundo creí que mi comentario la había herido.

—¿Y tú? —preguntó con voz baja— ¿No haces lo mismo?

Fue una pregunta que me golpeó más de lo que esperaba. Siempre me había definido como el protector, el Alfa que debía mantenerse fuerte para su manada, pero desde que todo se fue al infierno, esa fortaleza se había convertido en una coraza rígida y solitaria.

—No lo sé —respondí—. A veces creo que proteger a otros es la única forma que tengo de no sentirme completamente roto.

Ella bajó la mirada, y por primera vez, el muro de desconfianza que parecía levantar a nuestro alrededor se debilitó.

—Quizás eso es lo que necesitamos —dijo suavemente—, alguien que entienda que estamos rotos pero que no por eso dejemos de luchar.

La luna empezó a colarse entre las ramas, bañándonos en una luz pálida que hacía todo más real, más vulnerable. Por un momento, todo el ruido del mundo desapareció, y solo quedamos nosotros dos, con nuestras heridas abiertas y ese vínculo incipiente que nos unía.

Pero la tranquilidad duró poco. Un crujido en la maleza nos alertó. Kael se puso en guardia al instante, sus ojos se tornaron fieros y su postura rígida. Sabía que no estábamos solos.

—Cazadores —susurró—. Han encontrado nuestro refugio.

Sentí el miedo reptar por mi piel, un frío que no era solo por la noche. Nos ocultamos tras unos arbustos, observando cómo un pequeño grupo de hombres armados se acercaba, sus rostros duros, llenos de odio y decisión.

—¿Qué hacemos? —le pregunté, tratando de controlar el temblor en mi voz.

Kael me miró con esa intensidad que me hacía sentir tanto protegida como frágil.

—Nos vamos. Ahora.

En ese momento, la alianza frágil entre nosotros se volvió una necesidad absoluta. La sobrevivencia ya no era solo una cuestión personal, sino compartida.

Mientras corríamos entre la oscuridad, con el sonido de pasos y voces persiguiéndonos, me aferré a una idea: quizás este hombre, con su dureza y sus cicatrices, era la única persona en la que podía confiar en este mundo que me había dado la espalda.

En un claro del bosque, Kael se detuvo y me enfrentó, su respiración agitada pero su mirada firme.

—No confío en ti completamente —dijo—, pero necesito que confíes en mí. Ahora más que nunca.

Sentí cómo mi corazón latía desbocado, no solo por el esfuerzo, sino por la mezcla de miedo y algo que no sabía nombrar.

—No es fácil para mí —respondí—, he perdido demasiado.

—Lo sé —dijo, suavizando el tono—. Pero juntos, podemos intentar encontrar algo más. No solo sobrevivir, sino vivir.

El silencio que siguió fue pesado pero lleno de promesas no dichas. No había garantía de que esta alianza fuera más allá de la mera conveniencia, pero había una chispa, una esperanza, y eso bastaba por ahora.

Al caer la noche, mientras el frío nos envolvía, me permití una tregua. Cerré los ojos y dejé que un suspiro escapara de mis labios, una mezcla de alivio y temor.

Porque, en el fondo, sabía que esta alianza frágil sería el comienzo de algo que cambiaría nuestras vidas para siempre.

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