El sol apenas se asomaba entre las copas de los árboles cuando Valeria despertó. Por un instante, la desorientación la invadió al no reconocer el techo de madera sobre ella, pero el recuerdo de los últimos días cayó sobre sus hombros como un manto pesado. Ya no era la Alfa. Ya no tenía manada. Estaba en territorio ajeno, bajo la protección —o vigilancia— de un Alfa desconocido.
Se incorporó lentamente, sintiendo una punzada en el vientre que la hizo llevar instintivamente la mano a su abdomen. El cachorro. Su secreto. Su condena y su salvación.
Un golpe seco en la puerta la sobresaltó.
—Tienes diez minutos —la voz grave de Kael resonó desde el otro lado—. Es hora de que conozcas a la manada.
Valeria cerró los ojos un momento. Lo último que deseaba era enfrentarse a un grupo de lobos desconocidos que, sin duda, ya habrían olido su condición de desterrada. Los lobos podían oler la vergüenza, el miedo y la culpa. Y ella cargaba con las tres.
—No necesito conocer a nadie —respondió, intentando que su voz sonara firme—. Solo necesito recuperarme y seguir mi camino.
La puerta se abrió de golpe. Kael estaba allí, imponente, con el ceño fruncido y los brazos cruzados sobre el pecho.
—No fue una sugerencia, Valeria. Si vas a quedarte bajo mi techo, aunque sea temporalmente, mi manada debe conocerte. Y tú a ellos.
Sus miradas se encontraron en un duelo silencioso. Valeria había sido una Alfa; no estaba acostumbrada a recibir órdenes. Pero la realidad de su situación era innegable: estaba sola, embarazada y vulnerable.
—Dame cinco minutos —cedió finalmente.
Kael asintió y cerró la puerta. Valeria se vistió con la ropa que le habían proporcionado: unos vaqueros desgastados y una camisa holgada que ocultaba su vientre apenas abultado. Se recogió el cabello en una coleta alta y respiró hondo, preparándose para el escrutinio.
Cuando salió, Kael la esperaba apoyado contra la pared del pasillo. Sin mediar palabra, comenzó a caminar, y ella lo siguió en silencio. Atravesaron la casa principal hasta llegar a un amplio claro detrás de la construcción, donde un grupo de aproximadamente veinte personas realizaba diversas tareas.
El silencio cayó como una losa cuando aparecieron. Todos los ojos se clavaron en ella, y Valeria pudo sentir el peso de cada mirada, el juicio silencioso, la curiosidad malsana.
—Esta es Valeria —anunció Kael con voz neutra—. Permanecerá con nosotros durante un tiempo.
Los murmullos no tardaron en surgir. Valeria mantuvo la barbilla alta, como le habían enseñado desde pequeña. Una Alfa nunca agacha la cabeza, aunque ya no llevara ese título.
—¿La desterrada de la manada del Norte? —preguntó una voz femenina entre la multitud.
Valeria localizó a la dueña de aquella voz: una mujer alta, de cabello rojizo y ojos verdes que la miraban con desprecio mal disimulado.
—Sí, Nadia, es ella —respondió Kael con tono cortante—. Y está bajo mi protección.
Nadia dio un paso al frente, separándose del grupo. Su lenguaje corporal era un desafío abierto.
—¿Bajo tu protección? ¿Acaso sabes lo que hizo para ser expulsada de su propia manada? —Nadia miró directamente a Valeria—. Dicen que traicionó a su compañero, que deshonró su posición como Alfa.
El aire se volvió denso. Valeria sintió que su lobo interior se agitaba, deseando salir y enfrentarse a aquella mujer que se atrevía a juzgarla sin conocerla.
—Lo que haya hecho o dejado de hacer no es asunto tuyo, Nadia —intervino Kael, su voz cargada de autoridad—. Ni de nadie aquí.
—¿Y si trae problemas? —insistió Nadia—. Su antigua manada podría venir a buscarla. Podríamos estar en peligro por albergar a una traidora.
Valeria no pudo contenerse más.
—Mi antigua manada no vendrá —dijo con voz clara y firme—. El destierro significa que ya no soy su problema. Ni su responsabilidad. —Dio un paso hacia Nadia—. Y no necesito que nadie me defienda. He cometido errores, sí. Pero no soy una amenaza para tu manada.
Nadia soltó una risa despectiva.
—¿Errores? Así llamas a traicionar a tu compañero, a tu manada, a tu posición como Alfa? —Se acercó más a Valeria, invadiendo su espacio personal—. Aquí valoramos la lealtad por encima de todo. Algo que claramente tú no entiendes.
El aire entre ambas mujeres chispeaba con tensión. Valeria sentía su lobo arañando por salir, por demostrar que, desterrada o no, seguía siendo una Alfa en su interior.
—Suficiente, Nadia —la voz de Kael cortó el aire como un látigo—. Valeria está aquí porque yo lo he decidido. Si tienes algún problema con mis decisiones, sabes dónde está la puerta.
La sorpresa se reflejó en el rostro de Nadia, y no solo en el suyo. Varios miembros de la manada intercambiaron miradas confusas. Valeria misma no pudo ocultar su asombro ante la defensa inesperada.
Nadia retrocedió, pero la hostilidad en su mirada no disminuyó.
—Como ordenes, Alfa —dijo con una reverencia exagerada antes de alejarse.
Kael se dirigió entonces al resto de la manada.
—Valeria permanecerá con nosotros hasta que esté en condiciones de seguir su camino. Será tratada con respeto. —Su mirada recorrió a cada uno de los presentes—.