Amaris Günay creía que había encontrado el amor con el Alfa Claude, no le importó los consejos de su madre. Ella solo quería ser feliz. Pronto se dió cuenta que a ella no la amaban, solo la usaron para conseguir lo que querian y despues se convirtió en la esclava de su propia casa. Cuando apareció la compañera destinada del Alfa Claude ella ya no servia para nada y ahi fue cuando se desicieron de ella creyendola muerta. Solo que ella no murió y ahora volvía con ganas de vergarse. El Alfa Claude pagaría por todo el daño que le causó... aunque para hacer tuviera que recurrir al único hombre lobo que podía hacer templar de miedo a su excompañero: Elliot Velasquez.
Ler mais–¡No puedes hablar en serio!
–Hablo muy en serio madre. –Amaris miró a su madre determinada. –Lo amo. –Hija. Tienes solo diecinueve años. No sabes lo que es el amor. Lo que tú tienes es una obsesión. –Su madre trataba de hacerla entender. –No, no es así. Yo lo amo y eres tú quien no quiere que yo sea feliz. Amaris vió como el rostro de su madre mostraba dolor por su comentario. Pero era así. Toda su vida había tenido que estar encerrada, protegida, sin ver a nadie, porque según ella era peligroso. –Hija mía… entiende… ese hombre no te ama. –Si me ama. Él me lo dijo. –No… imposible. –Ella negaba. –Tú nunca lo has visto en persona. –Si lo conozco. –Amaris le aclaró. –Lo conozco desde hace meses. Él es dulce, comprensivo, respetuoso. Lo amo. –Repitió. –No… tú nunca has salido de aquí. No tienes como conocerlo. –¡Si lo conozco! –Gritó Amaris. –Entiéndelo de una buena vez. Nos amamos, vamos a casarnos. –¡No te ama! –Volvió a negar su madre. –¡No puede ser verdad! –¿Estas diciendo que a mí nadie me puede amar? ¿Entonces qué soy? ¿Una basura? –No pongas palabras en mi boca. ¡Yo no dije eso! –No quieres que sea feliz madre. –Amaris ya no podía contener las lágrimas. –¿Acaso no quieres que sea feliz? Su madre la abrazo. –Yo no dije eso, mi pequeña… yo quiero que seas feliz. –Entonces dame tu bendición. –No. Entiende. Algo quiere de tí, pero no te ama. –¿Eso es lo único que me dices? –Amaris no quería repetirse más. –¡Tú no eres su compañera destinada! –¿Y eso qué importa? ¡Seré su compañera elegida! Que los compañeros se encuentren es sumamente raro. Lo sabes. –Lo siento hija, pero no. La determinación en ese “no” hizo que Amaris se pusiera en alerta. Su madre la tomó del brazo y la arrastró hasta su habitación. –Esto es por tu bien. Un día me lo agradecerás. –Amaris escuchó a través de la puerta mientras su madre la encerraba con llave. –¡No puedes hacerme esto mamá! ¡Soy una adulta! Pero sus gritos cayeron en oídos sordos. Amaris se limpió las lágrimas y corrió hacia la ventana. No era la primera vez que se escapaba de su dormitorio. Estaba decidida a salir de ahí y nunca volver. Ella haría su vida como la luna de la manada Shadowmoon y su madre tendría que tragarse sus palabras. Conoció al Alfa Claude sin querer. Ella había comprado un par de hectáreas de bosque y este colinda con la Manada Shadowmoon. Así que un día mientras ella estaba dándose un baño en la laguna sintió que alguien la miraba y al buscar vio los ojos de un lobo. Se asustó. Con todo lo que su madre le había dicho, era normal que ella se asustara. Se metió más profundo en la laguna mirando hacia donde estaba el lobo. –¡Vete! ¡Esto es propiedad privada! –Le gritó. El lobo se dió la vuelta y después de unos minutos apareció un hombre que para Amaris era el más hermoso que podía existir. –Lo siento, no sabía que este bosque tenía dueña. –¡Estás desnudo! –A Amaris no le importaba lo que había dicho, solo que estaba ahí desnudo. –Lo siento, lo siento. –Él se disculpaba. –Es que no ando con ropa. –Trataba de explicarse. Amaris estaba muda; primera vez en su vida que veía a un hombre desnudo. –¡Tápate! –O mejor no. Aunque eso no lo dijo. Ella quería mirar, tenía curiosidad, pero sabía que era inapropiado. El hombre se alejó un poco más y con ramas se tapó. –¿Está bien así? Amaris asintió, pero no salió del agua, después de todo ella también estaba desnuda. –¿Qué haces aquí? Es propiedad privada. –Este bosque colinda con mi manada y estoy interesado en comprarlo. ¿No lo vendes? –No está a la venta. –Para Amaris ese era su lugar de relajo. Un lugar para escapar cuando su madre la asfixiaba. Y ahora meses después de esa primera reunión ella se encontraba escapando de su madre controladora para vivir su amor con su Alfa. Ella sería feliz.El salón principal estaba casi listo. El aroma a flores frescas y pan horneado flotaba en el aire, mientras las omegas iban de un lado a otro organizando los últimos detalles. Amaris, acomodando un ramo de peonías en la mesa principal, se volvió hacia Silvana, que revisaba todo con una expresión atenta.—¿Cómo te sientes? —preguntó Amaris—. Debe ser agotador estar organizando todo esto estando tan cerca de tener a tu bebé.Silvana la miró sorprendida por un instante, pero luego sonrió con dulzura.—He tenido días peores —dijo con una risa ligera, llevándose la mano al vientre—. Pero sí, a veces me pesa un poco más de lo que quisiera.Amaris bajó la mirada hacia su vientre redondeado.—¿Te falta mucho?—Unos dos meses, más o menos —respondió Silvana, su voz teñida de una mezcla de emoción y nerviosismo—. Ya quiero tenerlo en brazos… aunque también me aterra un poco.Amaris sonrió de manera genuina, a pesar del nudo que sentía en el estómago. —Supongo que es normal. Es un cambio enorme
Los últimos días habían sido un torbellino de preparativos. Desde que Amaris comenzó a ayudar a Silvana, el tiempo parecía haberse comprimido en una sucesión interminable de tareas: acomodar las mesas, revisar el menú, supervisar la llegada de los arreglos florales, probar combinaciones para el cóctel de bienvenida. Silvana no le delegaba demasiado, pero no podía negar que la presencia de Amaris le era útil. Ayudaba en todo lo que le pedía y tenía un excelente gusto en las decoraciones. La cena sería el sábado por la noche, y algunos alfas ya habían confirmado que se quedarían hasta el día siguiente. Los preparativos estaban casi listos, y Silvana le entregó una carpeta con la lista definitiva de invitados para que organizara las tarjetas de bienvenida. Amaris se sentó en una de las mesas aún vacías, alejadas del bullicio, y abrió la carpeta. Iba pasando los nombres, reconociendo a algunos por lo que había escuchado en la oficina de Elliot o nombres que había oído antes, cuando aún
La cabaña estaba en penumbra, iluminada apenas por la tenue luz de la lámpara sobre la mesa. Amaris, envuelta en una manta, daba vueltas con una taza entre las manos. La imagen de Silvana adentrándose en el bosque seguía firme en su memoria. No había podido contárselo a nadie aún… aunque la idea de hablar con Ralf empezaba a parecer más segura que seguir callando. No solo porque necesitaba que confiaran en ella, sino que también porque algo estaba ocultando y no creía que fuera bueno. Unos golpecitos sonaron en la puerta.“Llegó Ralf”, pensó Amaris antes de acercarse y abrir. Encontró a Ralf con su sonrisa fácil de siempre.—Hola chica misteriosa. ¿Molesto? —preguntó con voz baja.—Depende —respondió ella, cruzándose de brazos con una ceja levantada y una pequeña sonrisa en el rostro. Era fácil hablar con Ralf. Era como un pequeño hermano molesto. —No vine solo —dijo él, ladeando la cabeza.Detrás de él apareció Elliot con los brazos cruzados y la expresión neutral… o al menos eso i
Amaris se levantó para dejar todos los reportes en una esquina del escritorio de Elliot. Algunos sobresalían del montón y al querer enderezarlos, uno de los papeles resbaló.—Cuidado —murmuró Elliot al mismo tiempo que ella estiraba la mano para atraparlo.Ambos se agacharon a la vez. Sus manos se rozaron haciendo que ella se moviera apresuradamente perdiendo el equilibrio. Sin pensar, Elliot la sujetó por la cintura para evitar que se cayera.Quedaron así, congelados por un instante. Ella sostenida por él, sus rostros más cerca de lo que debería ser cómodo, con la respiración entrecortada por la cercanía. Amaris se enderezó enseguida, apartándose con rapidez. Pero no pudo evitar sentir como su corazón se aceleraba.—Gracias —dijo en voz baja, evitando mirarlo y con las mejillas sonrojadas.Elliot carraspeó y dio un paso atrás, incómodo, rascándose la nuca.—¿Y? —Elliot tosió en su mano antes de volver a hablar—. ¿Has recordado algo?Ella lo miró, sin saber si la pregunta era por cur
El leve chirrido de la puerta interrumpió momentáneamente el silencio del despacho. Amaris alzó la vista. Silvana entró con una bandeja entre las manos y una sonrisa suave que iluminaba su rostro. El aroma a pan recién horneado y té tibio se deslizó por la habitación con una calidez acogedora. Al verla, Elliot, dejó el bolígrafo sobre la mesa y se puso de pie. –Buenos días –dijo él, acercándose a ella. –Buenos días, amor –respondió Silvana, levantándose ligeramente de puntas para besar su mejilla–. Te traje algo de desayuno. Pensé que tal vez no habías comido nada desde anoche y… bueno, como no volviste a casa… supuse que estabas trabajando, pero me quedé esperando igual. Elliot le sostuvo la mirada por un instante. –Lo siento –dijo él en voz baja–. Perdí la noción del tiempo y después no quería despertarte tan tarde. Ella negó con la cabeza, comprensiva.–No importa. Ya sé cómo te pones cuando algo te inquieta –murmuró con ternura y le acarició el rostro con dulzura. Luego mir
La sala de archivo, era un cuarto oscuro, lleno de polvo que en cuanto Amaris lo vio, lo odió. Estaban todos los informes en cajas, puestos por todo el lugar sin un orden. Ordenar ese lugar iba a tomar tiempo. Mucho tiempo. Se arremangó su blusa y empezó con su tarea titanica. La mayoría de los archivos eran tediosos. Informes de rutina, horarios de patrullaje, rotaciones de guardia… solo que las fechas estaban revueltas y eso era lo que tenia que ir arreglando. Amaris había perdido la cuenta de las horas. Entre papeles rotos y registros medio ilegibles, el trabajo era más una prueba de paciencia que de habilidad. Le llevaron un sandwich a la hora del almuerzo que comió mientras seguía ordenando ese lugar. Solo que por momentos estaba encontrando algo que no cuadraba. No era constante, no aparecía todos los días, pero ahí estaba. Escondido entre los reportes de patrullaje. Cerca de la medianoche, nunca la misma hora, siempre distinta y solo una hora. Y nunca había dos vacíos segu
Último capítulo