Tras la muerte de Ethan Hudson y al descubrir que Adrián (El joven que la visitaba en sueños es real) Victoria Montesinos parte de regreso a su país para superar el dolor de su pérdida y descubrir quien es en realidad. Ella se dirige inadvertidamente hacia un destino incierto que la llevará a enfrentarse a nuevos miembros del clan Palacios, entre ellos el tercero anunciado en sus sueños, Tristán Palacios, quien la hará cuestionar sus sentimientos y le hará descubrir que siempre volvemos a amar. A pesar de que la familia Palacios no es desconocida para ella, la curiosidad que la joven mujer siente por las vidas de cada uno de los miembros de esta familia, que habitan la hacienda «El Renacer» antiguo castillo oculto en las montañas, la motivan a entrar más en los secretos de estas extrañas personas. Sin embargo, pronto descubre que los miembros de la familia aristocrática la han estado esperando desde épocas inmemoriales. A pesar de su elegancia, gran belleza y singularidad, un secreto familiar y un oscuro halo de misterio recae sobre ellos, especialmente en Victoria Montesinos, cuyos descubrimientos la dejarán sin aliento.
Leer másA veces me pregunto: ¿Cuáles son los significados de nuestra vida y cuál es nuestro verdadero objetivo en ella? Llevo un largo período de tiempo tratando de encontrar un sentido a esa pregunta… Lamentablemente, todavía no he obtenido respuesta.
Durante la mayor parte del tiempo he caminado entre sombras, en caminos inciertos que me conducen a espejismos, en una supervivencia hueca e inactiva. A menudo he sentido la necesidad de tocar y sentir algo real, algo que me llene y me devuelva la paz; sin embargo, al ver a mi alrededor me doy cuenta de que la maldad es más sólida. En todos los lugares observo y oigo gritos de dolor; de nada sirve tener amor en el corazón cuando la oscuridad más profunda te consume y te lleva a caminos inesperados, un lugar que ni siquiera en tus sueños más oscuros has advertido e imaginado. Con solo tocarlo, podrá resquebrajar fácilmente lo que parece ineludible.
Todavía sigo intentando sobrevivir, con mi alma destrozada; contemplando cómo se pierde el sentido de la justicia. Aunque me oigo, por más que grite mi alma, tú no puedes oírme. ¡Estás muerta! Te has quedado en el pasado. El hecho de hablar sobre este tema es como hablar de una quimera, de una teoría que se extinguió hace mucho tiempo y que solo habita en la mente de unos cuantos. Este ardor que me abrasa por dentro es como una especie de esquizofrenia, una agonía incesante, historia de amor que jamás tuvo sitio y que únicamente dejó cicatrices en mi corazón que se han ido cerrando lentamente, pero que han dejado una marca indeleble y latente.
Las imágenes de mi pasado siguen apareciendo en mi mente, después de todo este tiempo nunca imaginé que continuaría sintiendo lo mismo; caería dormido solo con la esperanza de saber que todo fuese como antes, pero las noches así pasan fugazmente y desaparecen cuando la realidad se estrella contra el suelo.
No hay cabida para la debilidad, ahora mi misión es combatir la oscuridad. Todos nosotros, seres de la noche y cazadores, hemos sido manipulados; somos bestias controladas por la codicia y la maldad que habita en lo más hondo de nuestro ser, así como en nuestros líderes. Es una noche eterna de guerras ardientes entre el bien y el mal, una maldición que siempre ha estado presente, pero que nadie quería reconocer. No podemos vivir juntos, nos matamos unos a otros hasta que no quede nada.
Ahora que despertemos de este infierno, será muy tarde porque todo lo que conocimos ya no existirá. Al igual que un perro hace con un hueso, la despedazaremos y roeremos; aun de esta forma, yo estaré allí esperando a que aparezca ante mí y me libere de este Apocalipsis. Aún sueño con su vida… Estefanía, el rostro de mi pasado, la única mujer a quien amé profundamente, la que el destino y la oscuridad me arrebataron… y la que aún sigue teniendo una gran influencia en mis recuerdos y en lo que hago. Sigo abrazando su inmortal recuerdo, no pierdo la fe de encontrarla en uno de estos viajes eternos que llaman vida y muerte; albergo la esperanza de que mi inmortalidad me regalará la dicha de verla una vez más; reencontrar la luz que perdí, y con sus poderosos rayos me saquen y me alejen de todo este halo de horror.
Adrián.
—Entonces me esforzaré —afirmé.—¿Trato hecho? —pregunté, alzando la mano.—Acepto el trato. Sin embargo, yo también tengo una condición.—¿Cuál? —adopté un rostro serio.—Necesito que pruebes el caldo y me digas sinceramente qué opinas. Todos dicen que soy un pésimo cocinero, y duele que, tras siglos de intentos, mi sazón siga siendo un desastre —confesó con un humor que apenas disfrazaba cierta vulnerabilidad.—Si eso es tan importante para ti, acepto tu cláusula adicional. Pero con ella, el pacto queda sellado.
VICTORIAAbrí los ojos con lentitud. Tenía los párpados pesados. El techo de madera me daba la bienvenida con su calidez, y mis ojos recorrieron las paredes de piedra que envolvían la habitación. Estaba envuelta en gruesas mantas, cálida… pero ni todo ese abrigo podía sofocar el dolor que me consumía por dentro.Tristán.El recuerdo me hirvió bajo la piel.Intenté moverme. El cuerpo entero me dolía. Me quité la manta con esfuerzo y me senté en la cama. El mareo fue inmediato, pero logré resistirlo. Mi muslo estaba vendado y sangraba ligeramente por el esfuerzo. La visión de la sangre me devolvió la m
AdriánMientras sostenía a Victoria, aún resonaban en mi mente sus palabras sobre Tristán. Me hervía la sangre. Los celos eran una sombra rabiosa que trepaba por mi pecho, pero los contuve. No era el momento de pensar en mí, ni en mi orgullo herido. Ella estaba sufriendo, y mi deber era protegerla.Luego de llegar al refugio de mi clan: un sitio oculto entre la espesura, alejado de todo lo humano, seguro de las miradas ajenas.La tomé entre mis brazos con urgencia, había perdido el conocimiento. Me llené de ansiedad, sintiendo su cuerpo tan frágil, tan roto. Con cuidado, empujé la puerta y crucé el umbral.Dentro, la recosté sobre el sofá. Su cuerpo temblaba, especialmente el brazo y la pierna herida. Cerró los ojos con fuerza, mordiéndose los labios. Su rostro contraído me reveló un dolor que atravesaba más que la carne. Respiré hondo, intentando mantener la calma. Me quité la chaqueta y la arropé con ella.—Debo ser rápido —me murmuré, casi como un conjuro.Encendí la chimenea y ace
Victoria.Adrián me alzó entre sus brazos con determinación, aunque su rostro delataba la urgencia. Mi cuerpo, herido y empapado en sangre, temblaba sin control mientras los gritos de Lavied retumbaban como ecos malditos a nuestras espaldas.—¡Aguanta, Victoria! —murmuró Adrián, apretando los dientes mientras me acomodaba en la moto.El motor rugió con fiereza cuando lo encendió, y en un latido ya estábamos dejando atrás el umbral del Renacer. A mis espaldas, la batalla seguía rugiendo como una bestia hambrienta. Las luces de los rabihats teñían la noche de destellos violentos: azules, rojos, púrpuras… como almas en pena liberadas del inframundo.La moto se adentró en la oscuridad del bosque, veloz y zigzagueante. Yo me aferraba al pecho de Adrián, apenas consciente, mientras el frío de la noche se mezclaba con el calor punzante de la herida en mi pierna. Cada latido era un golpe seco, y mis párpados se cerraban por momentos, tentados por la oscuridad.—No te duermas, Victoria, escúch
VictoriaYa estábamos frente a la propiedad. Adrián apagó la moto, y yo bajé desesperada, corriendo hacia la entrada.—¡Espera, Victoria, detente! —me advirtió él, pero ignoré su voz. En ese momento, el desespero era más fuerte que cualquier razonamiento.Corrí hacia el Renacer sin pensar en las consecuencias que Adrián ya me había explicado. Impacté contra una pared invisible que me lanzó de bruces al suelo. Una fuerte descarga me recorrió entera, impidiéndome respirar. Caí convulsionando, con el cuerpo sacudido por una corriente eléctrica abrasadora. Adrián corrió a socorrerme.El dolor no cedía
La herida en el cuerpo de Arturo se cerraba lentamente, dejando la piel tersa e intacta, como si jamás hubiera sido desgarrada. Sus párpados se abrieron, y una sonrisa triunfal se dibujó en sus labios. Alzó las manos a la altura de sus ojos, contemplando con deleite el poder que volvía a fluir por su carne renacida. Anastasia, Leo y Lavied lo observaban en silencio, sabiendo que aún no era momento de acercarse. Respetaron su renacimiento, quedándose inmóviles ante el espectáculo sagrado del despertar de Arturo.—Es hora de que te eleves, hijo —ordenó Luthzer, solemne.Arturo se incorporó desde el regazo de mármol que por años fue su claustro, el mismo que envolviera su cuerpo inmóvil. Mi sangre había borrado sus llagas, renovándolo por completo.
Último capítulo