La luna se alzaba imponente sobre el territorio, bañando con su luz plateada la cabaña donde Valeria y Kael se habían refugiado. El silencio de la noche contrastaba con la tormenta que se avecinaba en sus vidas. Mañana, al amanecer, enfrentarían la batalla que podría cambiarlo todo.
Valeria observaba por la ventana, sus dedos tamborileando nerviosamente sobre el alféizar. Su silueta recortada contra la luz lunar proyectaba una sombra alargada sobre el suelo de madera. Había pasado tanto tiempo huyendo, tanto tiempo temiendo, que la idea de enfrentar finalmente su destino le provocaba una extraña mezcla de terror y alivio.
—¿En qué piensas? —la voz de Kael, profunda y cálida, la sacó de sus pensamientos.
Ella se giró para mirarlo. Estaba apoyado en el marco de la puerta, con el torso desnudo y solo unos pantalones holgados. Las cicatrices que surcaban su piel contaban historias de batallas pasadas, de victorias y derrotas. Mañana, quizás, añadiría más a su colección.
—En todo lo que po