3

La noche envolvía el bosque como un manto espeso y frío. Mis pasos eran torpes, cansados, arrastrados por el peso de la incertidumbre y el miedo. No tenía un rumbo claro, solo quería alejarme del pasado, de la manada que me había desterrado, de Luca y de todo lo que alguna vez significó mi vida.

La oscuridad parecía querer tragarse cada uno de mis suspiros, pero fue en ese momento, cuando la soledad me abrazaba con más fuerza, que lo vi. Un hombre. De pie entre los árboles, como un guardián sombrío que emergía del silencio. Su presencia era imponente, pero había en él algo diferente, algo que no esperaba encontrar en aquel lugar inhóspito.

—¿Quién eres? —mi voz tembló, mitad miedo, mitad desafío.

Él no respondió de inmediato. Sus ojos, intensos y oscuros, me estudiaban con una mezcla de curiosidad y cautela. Vi en su mirada un poder distinto, uno que no buscaba dominar con brutalidad, sino con firmeza. Eso me desconcertó.

—No suelo encontrar damiselas perdidas en estos bosques —dijo finalmente con voz grave, cargada de un tono que hacía vibrar el aire entre nosotros.

—No soy una damisela —repuse con rapidez, alzando la barbilla, intentando ocultar el temblor en mis manos—. Solo busco un lugar donde no me señalen con desprecio.

Él soltó una ligera risa, áspera, como el roce de la piedra contra la madera. —Nadie te ha invitado a este lugar. ¿Por qué debería ayudarte?

Mi corazón se aceleró. No podía confiar en nadie, no después de lo que había pasado. Pero algo en su presencia, en esa mezcla de dureza y algo indescifrable, me hizo querer intentarlo.

—Porque no tengo a dónde ir —confesé en un susurro—. Y porque, a diferencia de ti, estoy perdida.

Hubo un instante de silencio, pesado y tenso, hasta que finalmente asintió con la cabeza.

—Ven conmigo —ordenó—. Pero no esperes que esto sea un cuento de hadas.

Lo seguí entre los árboles, cada crujido de las hojas bajo mis pies me recordaba lo frágil que era mi situación. Sin embargo, la figura que caminaba delante de mí irradiaba una seguridad que parecía capaz de desafiar cualquier peligro.

No tardé en darme cuenta de que estaba herido. La camiseta rota, la forma en que sujetaba el brazo con la otra mano, y la mueca de dolor que intentaba disimular me hicieron entender que no era solo un guardián, sino también un guerrero que había vivido batallas recientes.

—¿Qué te pasó? —pregunté, sorprendida por mi propia preocupación.

—No es asunto tuyo —respondió con brusquedad, pero no pudo ocultar la vulnerabilidad que se filtró en su tono.

Nos detuvimos en un pequeño claro donde un fuego moribundo esperaba ser avivado. Él se agachó para avivar las llamas y luego me miró.

—Tienes frío —dijo, despojándose de su chaqueta y tendiéndomela—. No aceptes esta ayuda si crees que te hará débil.

Tomé la prenda con manos temblorosas, la abracé contra mi cuerpo, y sentí el calor que me hacía falta desde hacía días.

—No busco ser débil —respondí—. Solo busco sobrevivir.

Aquellas palabras resonaron en el silencio. Él me observó con intensidad y luego, con una mezcla de dureza y algo parecido a respeto, me ofreció un trozo de pan y un poco de agua.

Mientras comía, sentí cómo una pequeña chispa de esperanza empezaba a prenderse en mi interior. No podía confiar plenamente en él, no todavía, pero por primera vez desde que había sido desterrada, no me sentí completamente sola.

Justo cuando la tensión entre nosotros parecía bajar, un ruido cortó el aire: un gruñido bajo y amenazante proveniente de la maleza cercana. Ambos nos pusimos en guardia, y sus ojos brillaron con la intensidad de un depredador.

—No te muevas —ordenó—. Si hacemos ruido, vendrán más.

Mis músculos se tensaron, mi corazón golpeaba con fuerza contra mi pecho. Pero su mano, firme y cálida, se posó sobre mi brazo, transmitiéndome una seguridad inesperada.

Cuando la amenaza pasó y el silencio volvió, él volvió a mirarme, esta vez con algo que no había visto antes: una chispa de ternura.

—Eres más fuerte de lo que pareces, Valeria —musitó, usando mi nombre como si fuera un hechizo.

Lo miré, sin saber qué decir, y por primera vez sentí que quizá, solo quizá, este encuentro inesperado podría cambiar el rumbo de mi destino.

El fuego crepitaba entre nosotros, y mientras la noche seguía su curso, una mezcla de curiosidad y miedo se enredaba en mi pecho, susurrándome que este hombre no era solo un desconocido más. Era el inicio de algo que no entendía del todo, pero que no podía ignorar.

La soledad que me había acompañado hasta ahora parecía querer dar un paso atrás, y por primera vez en mucho tiempo, el futuro parecía tener una pequeña luz.

La noche avanzaba y el frío se hacía más intenso, pero bajo esa chaqueta que él me había dado sentía un calor extraño, diferente. No solo por la tela, sino por la presencia de ese hombre que, a pesar de su dureza, parecía ofrecerme algo que no esperaba: protección.

—¿Cómo te llamas? —me animé a preguntar, la voz casi un susurro.

Él levantó la vista hacia mí, sus ojos eran una mezcla de sombra y fuego, y en ellos leí algo que me hizo retener la respiración: no le gustaba dar información.

—Llamame Kael —respondió con voz firme—. No es bueno que te confíes, Valeria. La gente como tú y yo, que andamos al filo de la manada, tenemos pocos amigos y muchos enemigos.

Puse los ojos en blanco, recordando mi caída, cómo me desterraron, cómo me arrebataron todo con un juicio de fuego y hiel.

—Ya lo sé —contesté, mordiendo el borde del pan—. Me enseñaron bien.

Él soltó una sonrisa irónica, pero no de burla, sino de alguien que comprende el dolor y la rabia. Se sentó a mi lado junto al fuego y por primera vez, en mucho tiempo, sentí que podía respirar sin que me doliera el pecho.

—¿Y qué harás ahora? —preguntó, serio.

Esa pregunta me golpeó con fuerza. ¿Qué iba a hacer? ¿Cómo reconstruir mi vida sin manada, sin Luca, sin nada?

—No lo sé —confesé, con la voz quebrada—. Solo sé que tengo que seguir adelante. Que no puedo volver atrás.

Kael me observó con atención, como si pudiera ver a través de la máscara que siempre usaba para ocultar mis miedos.

—Eso está bien —dijo al fin—. A veces, seguir adelante es la única opción.

Me quedé callada, pero en mi mente revoloteaban imágenes que me torturaban: los ojos acusadores de la manada, la furia fría de Luca, y la culpa amarga de haber traicionado todo lo que creía.

Entonces, un dolor punzante me atravesó el estómago. Me llevé las manos al vientre, un temblor me recorrió entera.

—¿Estás bien? —preguntó Kael, alarmado.

—Solo un malestar —mentí, no queriendo preocuparlo—. Quizás hambre o cansancio.

Él frunció el ceño, pero no insistió. Me pasó una manta y volvió a mirar el fuego.

Durante un rato, la única compañía fue el crepitar de las llamas y el susurro del viento entre las ramas.

Sin embargo, la tranquilidad no duró mucho. Sentí la mirada de Kael sobre mí, intensa, inquisitiva.

—¿Estás segura de que solo es hambre? —dijo, con voz baja.

Me tensé, como si esa pregunta descubriera un secreto que no estaba lista para revelar.

—Sí —respondí—. No es nada.

Pero él no pareció convencido, y por un momento, su expresión se suavizó, casi como si quisiera ofrecerme ayuda sin palabras.

La noche continuó y el cansancio empezó a ganar terreno. Me apoyé contra un árbol, sintiendo la piel erizarse no solo por el frío sino por la mezcla de emociones que bullían en mi interior.

Recordé el último día en la manada, el juicio cruel que me condenó, las miradas de decepción y odio.

Recordé las risas furtivas con mi amante, las caricias robadas, y también la culpa que se instaló en mi pecho como un peso insoportable.

¿Quién era yo ahora? ¿Una traidora, una paria, o simplemente una mujer rota que aún buscaba su lugar?

Kael se acercó y sentó a mi lado. Esta vez no había palabras, solo la presencia compartida que hablaba de una manera que yo no entendía del todo, pero que sentía profunda.

Entonces, en medio de ese silencio, una pregunta me salió sin pensarlo.

—¿Y tú? —pregunté con voz baja—. ¿Quién eres realmente?

Kael me miró fijo, como si esa pregunta le quemara los labios.

—Soy el nuevo Alfa —respondió con voz grave—. El que llegó para cambiar las reglas.

Su confesión me sorprendió y, por un instante, el miedo y la curiosidad se mezclaron en un torbellino que no supe cómo manejar.

—¿Por qué estás aquí? —pregunté, sin ocultar la desconfianza.

—Porque también estoy desterrado —contestó—. Porque también sé lo que es perderlo todo.

El fuego lanzó chispas hacia el cielo y en ese momento, bajo las estrellas que parecían tan lejanas, entendí que ambos éramos sobrevivientes de una guerra que apenas comenzaba.

Mi corazón, herido y desconfiado, empezó a latir con una mezcla extraña: miedo, esperanza, y un impulso casi prohibido de acercarme a aquel hombre que, a pesar de todo, parecía ser mi única posibilidad.

La noche avanzaba, y mientras el frío del bosque se hacía más intenso, un fuego diferente comenzaba a arder dentro de mí.

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