El amanecer llegó teñido de rojo, como si el cielo mismo presagiara la sangre que pronto mancharía la tierra. Valeria despertó sobresaltada, con el corazón martilleando contra su pecho. No fue un ruido lo que la arrancó del sueño, sino un silencio antinatural que envolvía el territorio. Un silencio que gritaba peligro.
Se incorporó de un salto, su instinto de Alfa rugiendo en su interior. Apenas había terminado de vestirse cuando el primer aullido de alarma rasgó el aire, seguido por el estruendo inconfundible de cuerpos chocando contra la barrera perimetral.
—Han llegado —murmuró, mientras acariciaba instintivamente su vientre abultado.
La puerta se abrió de golpe y Damián apareció, con el rostro tenso y los ojos brillando con determinación.
—Están atacando por tres flancos —informó con voz grave—. Son más de los que esperábamos.
Valeria asintió, procesando la información con la frialdad estratégica que la había convertido en una Alfa temida.
—¿Cuántos?
—Al menos doscientos. Reconocí