El aullido de Valeria rasgó el aire nocturno, y la manada entera se estremeció. No era un sonido cualquiera; era la voz del poder, el llamado de quien había nacido para dominar. Bajo la luz plateada de la luna llena, su figura se recortaba contra el cielo estrellado: esbelta pero musculosa, con el cabello negro como la obsidiana cayendo en cascada sobre sus hombros desnudos. Sus ojos, de un dorado sobrenatural, brillaban con la intensidad de quien conoce su lugar en el mundo.
La Alfa de la manada Lunaoscura.
Los lobos se congregaron a su alrededor, algunos en forma humana, otros en su estado animal, todos con la misma expresión de reverencia y temor. Valeria respiró profundamente, dejando que el aroma del bosque, de la tierra húmeda y de sus súbditos llenara sus pulmones. Este era su reino, su territorio, conquistado con sangre y astucia.
—La frontera norte ha sido violada por tercera vez este mes —anunció, su voz firme resonando en el claro del bosque—. Los Colmillo Rojo creen que pueden desafiarnos.
Un murmullo de indignación recorrió la asamblea. Damián, su Beta y mano derecha, dio un paso al frente.
—¿Cuáles son tus órdenes, Alfa?
Valeria sonrió, pero no había calidez en ese gesto. Era la sonrisa de un depredador.
—Envía un destacamento. Quiero que entiendan que cada centímetro que pisen en nuestro territorio les costará sangre.
—¿Y si responden con más violencia? —preguntó una voz desde el fondo.
Todos se volvieron. Mateo, su esposo y co-Alfa, emergió de entre las sombras. Alto, imponente, con cicatrices que cruzaban su rostro como recordatorios de batallas pasadas. Sus ojos, de un azul gélido, se clavaron en los de ella.
—Entonces les mostraremos por qué somos la manada más temida de los cinco territorios —respondió Valeria, sosteniendo su mirada sin pestañear.
La tensión entre ambos era palpable. Habían sido la pareja perfecta, la unión que había llevado a Lunaoscura a su apogeo. Pero últimamente, algo se había fracturado entre ellos. Pequeñas grietas que amenazaban con convertirse en abismos.
—Siempre tan sedienta de sangre —comentó Mateo, acercándose—. ¿No has considerado que tal vez la diplomacia podría...?
—¿Diplomacia? —lo interrumpió ella con desdén—. La diplomacia es para los débiles, para quienes no pueden defender lo suyo.
Mateo apretó la mandíbula, pero no respondió. En cambio, se dirigió al resto de la manada:
—Preparen el destacamento. Partirán al amanecer.
La reunión se disolvió lentamente. Valeria observó cómo su esposo se alejaba sin dirigirle otra palabra. Hubo un tiempo en que sus cuerpos hablaban el mismo lenguaje, en que sus almas parecían fundirse en una sola durante las noches de luna llena. Ahora apenas podían mantener una conversación sin que el hielo se interpusiera entre ellos.
Cuando el claro quedó casi vacío, Damián se acercó a ella.
—Alfa, hay algo más que deberías saber.
Valeria lo miró con curiosidad. Damián era leal hasta la médula, un Beta perfecto.
—Han visto a un lobo solitario merodeando cerca del río. No pertenece a ninguna manada conocida.
Un escalofrío recorrió su espalda. Por un instante, el rostro de Adrián, con sus ojos verdes y su sonrisa torcida, apareció en su mente. Adrián, el único hombre que había logrado hacerla sentir vulnerable. El único que había traspasado las murallas que había construido alrededor de su corazón.
Su amante.
—Me ocuparé personalmente —dijo, manteniendo su voz neutra—. Puedes retirarte.
Cuando Damián se alejó, Valeria se permitió un momento de debilidad. Se apoyó contra un árbol, cerrando los ojos mientras los recuerdos la asaltaban: las manos de Adrián sobre su piel, sus labios recorriendo cada centímetro de su cuerpo, las promesas susurradas en la oscuridad. Un amor prohibido, una traición imperdonable para alguien de su posición.
Pero no podía evitarlo. Con Mateo tenía poder, respeto, una alianza forjada en la ambición mutua. Con Adrián... con él tenía pasión, libertad, la sensación de ser simplemente una mujer y no un símbolo de autoridad.
El sonido de una rama quebrándose la sacó de sus pensamientos. Se giró bruscamente, todos sus sentidos en alerta.
—¿Quién anda ahí?
De entre los árboles emergió Lidia, la hermana menor de Mateo. Sus ojos, idénticos a los de su hermano, brillaban con malicia.
—Así que es cierto —dijo, su voz cargada de veneno—. La gran Alfa tiene un secreto sucio.
El corazón de Valeria se detuvo por un instante.
—No sé de qué hablas.
Lidia soltó una risa cruel.
—Te he seguido, Valeria. Te he visto con él. ¿Qué crees que diría la manada si supieran que su poderosa líder se revuelca con un lobo de otra sangre? ¿Qué diría mi hermano?
El miedo dio paso a la ira. En un movimiento fluido, Valeria acorraló a Lidia contra un árbol, su mano cerrándose alrededor de su garganta.
—Ten cuidado con tus palabras, cachorra —gruñó—. Sigo siendo tu Alfa.
Lidia, a pesar del miedo evidente en sus ojos, sonrió.
—No por mucho tiempo.
***
La noticia se extendió como fuego en un bosque seco. Para el amanecer, toda la manada sabía de la traición de su Alfa. Valeria fue arrastrada al centro del claro, donde Mateo la esperaba, su rostro una máscara de furia y dolor.
—¿Es cierto? —preguntó, su voz apenas un susurro roto.
Valeria levantó la barbilla, negándose a mostrar miedo.
—Sí.
Un rugido colectivo de indignación se elevó entre los presentes. Mateo levantó una mano, silenciándolos.
—¿Por qué? —exigió saber—. Te di todo. Poder, respeto, una manada que te adoraba.
—Pero nunca me diste amor —respondió ella, las palabras escapando antes de que pudiera detenerlas—. Solo ambición disfrazada de afecto.
El rostro de Mateo se contorsionó en una mueca de dolor antes de endurecerse nuevamente.
—Por las leyes de nuestra especie, la traición de un Alfa se castiga con la muerte —declaró, y el corazón de Valeria se congeló—. Pero no puedo... no puedo matarte.
Un murmullo de sorpresa recorrió la asamblea.
—En lugar de eso, quedas desterrada. Despojada de tu rango, de tu manada, de todo lo que te define. Saldrás de nuestro territorio antes del anochecer, y si alguna vez regresas, no tendré la misma misericordia.
Valeria sintió cómo el vínculo que la unía a la manada, esa conexión casi tangible que había sido parte de su ser durante toda su vida, se desgarraba dolorosamente. Era como si le arrancaran una parte del alma.
—Mateo, por favor... —comenzó, pero él ya le había dado la espalda.
—Ya no soy nada para ti —sentenció—. Y tú ya no eres nada para nosotros.
***
Horas después, con solo lo que podía llevar en una mochila, Valeria se encontraba en el límite del territorio. El sol comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo de tonos rojizos y dorados. Miró hacia atrás una última vez, hacia el bosque que había sido su hogar, hacia la vida que había construido y destruido con sus propias manos.
Una náusea repentina la dobló por la mitad. Se aferró a un árbol mientras su cuerpo se convulsionaba. Cuando finalmente pudo enderezarse, una realización terrible la golpeó con la fuerza de un mazo: los mareos, las náuseas, los cambios en su olor que había estado ignorando...
Estaba embarazada.
Y lo peor de todo: no sabía quién era el padre.
Con una mano temblorosa sobre su vientre aún plano, Valeria dio el primer paso hacia lo desconocido, dejando atrás todo lo que alguna vez había sido, cargando un secreto que podría ser tanto su salvación como su condena final.