El bosque se había convertido en un campo de batalla. Los aullidos de dolor y furia se mezclaban con el olor metálico de la sangre que impregnaba el aire nocturno. La manada de Kael luchaba con valentía, pero estaban en clara desventaja numérica frente a los atacantes de Damián.
Valeria, oculta en la cabaña que Kael había designado como refugio seguro, sentía cada golpe, cada herida de los suyos como si fuera propia. Su vínculo con la manada se había fortalecido tanto que podía percibir el dolor colectivo. Se aferraba al borde de la ventana, observando la batalla a lo lejos, impotente.
—Tengo que salir —murmuró, sintiendo una contracción que la hizo doblarse.
Maya, quien había sido asignada para protegerla, la sostuvo por los hombros.
—No puedes, Valeria. Piensa en tu bebé. Kael dio órdenes específicas.
—¡Al diablo con las órdenes! —gritó Valeria, enderezándose con dificultad—. Están muriendo por nosotros. Por mí.
Un aullido desgarrador cortó la noche. Era Kael. Valeria sintió que su