No voy a mentir: ser Alfa es mucho más que un título. Es una carga, una corona de espinas que aprieta cada vez más. Yo lo sabía, lo sentía en la piel y en el alma, pero nunca imaginé que ese mismo poder me traicionaría.La sala de reuniones brillaba con la elegancia fría que siempre me rodeaba. Paredes de mármol oscuro, un largo mesa de roble pulido donde todos los miembros de la manada se sentaban en sus lugares, esperándome a mí. Yo era la reina, la líder indiscutible, la mujer que dirigía con mano firme cada movimiento, cada decisión, cada vida. Mis ojos recorrían a cada uno de ellos y sentía el peso de sus expectativas, sus lealtades, pero también sus juicios silenciosos.—Valeria —dijo mi esposo, Luca, desde el extremo opuesto de la mesa. Su voz era profunda, cargada de una autoridad que alguna vez amé, pero que ahora me helaba hasta los huesos.Él era el Alfa por derecho y por sangre. Mi esposo, mi compañero, y hasta hace poco, mi todo. Pero esa noche, en sus ojos había algo que
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