Cloe siempre ha sido una chica alegre y de buenos principios, criada por su abuela, quien la ha cuidado toda su vida. Sin embargo, hay una condición para que Cloe herede la fortuna familiar: debe casarse. Aunque tiene novio, su abuela sospecha que él no es el indicado y le propone algo inesperado: tener tres citas a ciegas antes de tomar una decisión. Cloe, confiada en su relación, rechaza la idea y decide pedirle matrimonio a su novio. Pero lo que jamás imaginó fue escuchar las frías palabras que destrozarían sus ilusiones: —Quiero a Cloe, pero no me veo casándome con ella o viviendo un futuro a su lado. Mientras Cloe lidia con esta devastadora verdad, su destino toma un giro inesperado. Ethan Chandra, el Alfa Supremo, quien ha perdido a su primera luna, ha puesto los ojos en ella. Él, obligado por las circunstancias, ha decidido reclamarla como su segunda luna, y hará lo que sea necesario para conquistarla, aunque Cloe no tiene idea de que existen los hombres lobo. ¿Podrá una simple humana controlar a un lobo oscuro? ¿O se verá consumida por los secretos y peligros que acechan en su nuevo mundo?
Leer más—¡Isabella! —. Una voz llena de dolor y enojo resonó en el bosque. Un rayo negro se disparó sin rumbo a través de los árboles. Pero sólo el eco le respondió, devolviendo su propia desesperación en el vasto y cruel silencio.
Ethan, uno de los Alfas más poderosos, quedó completamente devastado por la pérdida de su luna, Isabella. Ya no estaba ahí, o no estaban. Su destinada luna, una loba tan pura y hermosa, su presencia es lo único que podía detener la oscuridad de su lobo. Pero Isabella ya no estaba allí, se había ido con su hijo, su hijo que nunca nacería, se lo llevaron en un brutal accidente aéreo, dejándolo solo y vacío.
Las lágrimas luchaban por salir de sus cuencas, pero él no se lo permitía. En su pecho, el lobo rugía, arañando las paredes de su mente, exigiendo liberarse, exigiendo sangre.
Ethan cerró los ojos, pero el pasado lo asaltó como una tormenta. Recordó aquella noche de luna nueva, la más oscura que había vivido.
Como furia lo había tomado por completo. Sin Isabella para calmarlo, su lobo había asumido el control, llevándolo más allá de los límites del bosque, hasta una carretera solitaria. Todo estaba envuelto en una neblina de ira y confusión, pero los fragmentos eran lo suficientemente claros como para mantenerlo despierto cada noche.
Había sido una noche de caza. No una caza de presa, sino algo peor, algo prohibido.
En su rabia descontrolada, había visto a la mujer. Una mujer humana, sola en la carretera.
Su corazón palpitaba aceleradamente con la imagen borrosa de su rostro, de sus ojos grandes y aterrorizados, de su respiración entrecortada. Y el pánico que emanaba de ella alimentaba a su lobo, lo incitaba, y lo enloquecía aún más.
—¡No! — había querido gritar en ese momento, pero ya era demasiado tarde. La bestia dentro de él había tomado las riendas, ignorando su lado humano.
La mujer corrió, pero tropezó, cayendo al suelo. El lobo la alcanzó en un instante, y sin misericordia, hundió sus colmillos en su nuca.
El grito de terror de la mujer aún resonaba en los oídos de Ethan, como una pesadilla que nunca terminaría.
La mordida había sido feroz, letal. Sentía la carne desgarrarse bajo sus fauces y el flujo cálido de sangre inundar su paladar, mientras la vida de la mujer se desvanecía en la fría noche.
Sabía que no había esperanza para ella, lo había sabido en el momento en que la atacó, pero no pudo detenerse. El lobo quería sangre, quería destrucción, y Ethan había sido incapaz de detener la masacre.
Abrió los ojos de golpe, con el cuerpo tembloroso. Había matado a una inocente, y aunque su lobo se regocijaba en esa noche, su alma humana lo destrozaba.
La culpa lo carcomía como un veneno lento, desgarrándolo desde dentro. Se puso de pie tambaleándose, respirando con dificultad.
Su lobo seguía rugiendo en su interior, hambriento, insaciable. Quería más.
—No. No más—murmuró Ethan, apretando los puños hasta que las uñas se le clavaron en las palmas. Pero incluso mientras lo decía, sabía que no podía prometerse eso. La bestia seguía ahí, siempre acechando, siempre esperando la oportunidad de desatarse de nuevo. Y la ausencia de Isabella, la única que había podido calmarlo, lo condenaba a una vida de lucha constante, una batalla que ya sabía perdida.
—Jamás permitiré que otra mujer tome el lugar que Isabella tuvo en mi vida y en mi corazón— juró.
Gregor frunció el ceño.—¿Te duele? ¿Mucho? Vamos a tomar aire, amor —dijo, ayudándola a levantarse.Caminaron abrazados por el estacionamiento iluminado, y Gregor la rodeaba como si pudiera protegerla de cualquier dolor con sus brazos.—Inhala, exhala, amor… repite conmigo… —le decía mientras él mismo era quien hiperventilaba.—¡Eres tú el que necesita respirar, no yo! —rió Elyria a carcajadas, abrazándolo con cariño—. Estoy bien, tontito… solo necesito recostarme un poco. Vámonos a casa.Pero apenas subió a la camioneta, un sonido húmedo la interrumpió. Elyria se quedó inmóvil.—¡Gregor… rom… rompí fuente! ¡Estoy teniendo contracciones! ¡Ahhhh!—¡¿QUÉ?! —Gregor casi se cae de la silla del conductor—. ¡¡¿CÓMO QUE AHORA?! ¡¡¡NO TENEMOS SANADORES!!!Ethan salió corriendo como si tuviera veinte años menos. Cloe gritaba instrucciones mientras Thalia entraba en modo general militar. Nadie sabía qué hacer.—¡Al hospital! ¡Al hospital humano! ¡YA! —gritó Ethan.—¡¿Un hospital humano?! ¡Va
Cinco meses después. Lo que antes era un páramo seco, bajo el dominio infame de Ronald, comenzaba ahora a transformarse en un oasis. Elyria y Gregor, en un acto de ingenio conjunto, trazaron un plan maestro y construyeron un canal de riego que devolvió el aliento a la tierra. El agua fluía con vida, como si celebrara su libertad, y en cada surco nacían árboles fuertes, plantas exuberantes y flores que pintaban de esperanza el terreno. El gris de antaño se rendía, lentamente, ante el verde vibrante de un nuevo comienzo.El alfa supremo, Ethan, sorprendió a todos al comprar una vasta extensión de tierra al gobierno escocés, siendo este un territorio tan majestuoso como salvaje, y lo entregó a Elyria. No como un regalo de padre, sino como un reconocimiento de igual a igual. Aquel acto no respondía al amor familiar, sino al respeto profundo por la loba que ella se había convertido. Porque aunque Elyria era la luna de Gregor, su compañera destinada, también era un alfa por derecho prop
Pero su expresión cambió apenas un segundo después, cuando sus ojos barrieron el campo y solo notó que allí estaban los lobos de su manada, rodeando el espacio con respeto. Algunos en su forma humana, y otros aun conservando sus cuerpos animales, todos reflejando una devoción pura hacia su Luna. Sin embargo, el ochenta por ciento de la manada de Ronald no estaba allí. Elyria aspiró hondo, intentando disimular la punzada de decepción.En el centro del claro, una fogata de llamas doradas ardía imponente, viva, etérea. Su fuego no era común: estaba alimentado por la energía sagrada de la diosa de la luz y la creación. Elyria se detuvo frente a la hoguera. El fulgor de las llamas la envolvió, y su silueta se dibujó entre luces y sombras, como si fuera una aparición celestial. Cerró los ojos y alzó las manos, repitiendo el gesto que su madre le había enseñado. En un parpadeo, el vestido que llevaba se deshizo en hilos de luz, envolviéndola en una vestidura luminosa, como un reflejo de
La larga cola del vestido azul cielo de Elyria se deslizaba como un río de seda sobre el suelo empedrado, arrastrando tras de sí una estela de encanto y solemnidad. Los adornos plateados entrelazados en su cabello centelleaban bajo la tenue luz, como si las estrellas hubieran descendido a honrarla. Tomada de la mano de su madre, Cloe, y de su hermana Thalia, Elyria descendió con elegancia de la camioneta que las había llevado hasta el salón de eventos, ubicado en el corazón mismo de la manada que alguna vez la había rechazado.—Hermana… esta noche parece sacada de un cuento —susurró Thalia con voz temblorosa, maravillada por el sendero adornado con luces doradas que conducía a la entrada del salón. La atmósfera era mágica, como si el bosque entero hubiese retenido el aliento para presenciar ese instante.Elyria sonrió con ojos brillantes y mejillas suavemente sonrojadas. Una emoción cálida le trepaba por el pecho, más profunda que la vanidad o la nostalgia. —Querías vivir una hist
Al sentir el desgarrador vacío que deja la desconexión con su alfa, los lobos —niños, adolescentes, mujeres y ancianos— comenzaron a salir de sus casas, desorientados y con el instinto roto. Poco a poco, se fueron acercando, formando un círculo alrededor de Elyria y Gregor. Incluso los guerreros que ella había herido, pero no matado, se arrastraban con dificultad hacia ellos. Elyria no deseaba más sangre de la necesaria. Su objetivo siempre había sido claro: Ronald y Mairen. Nadie más le importaba. Nadie más merecía su furia.—¡Ganamos! —exclamó Elyria, sin poder ocultar la alegría que hervía en su pecho. Lo había prometido y lo había cumplido. El poder dentro de ella no la había fallado, y Gregor seguía a su lado, entero, firme, con la mirada más viva que nunca.—Así es, mi luna. Ganamos. Al fin podré dedicarme a cuidar de mi gente, sin que alguien sabotee cada paso ni planee herirme a través de los que amo.Gregor la rodeó por la cintura, fuerte y cálido, y con una mano le acarici
Pero para Ragnar, no era suficiente; con los ojos encendidos por la furia, no se detuvo. Abrió sus fauces y mordió el cuello del enemigo con una fuerza que le hizo crujir los huesos. La lucha terminó cuando, en un acto brutal y final, le arrancó la cabeza. La sangre salpicó la tierra y Ragnar, temblando de ira, la dejó caer como un trofeo.Alzó la cabeza al cielo y soltó un aullido que retumbó en todo el territorio.Mairen, que había presenciado todo con los ojos abiertos por el pánico, intentó huir a trompicones, pero Elyria alzó una mano con un gesto seco.—¿A dónde crees que vas, basura? —murmuró con una sonrisa cruel.Una ráfaga de poder divino la envolvió y la lanzó como muñeca de trapo contra el suelo y las estructuras cercanas. Mairen gritó, rebotando entre columnas, paredes y restos de piedra, como si fuera una simple pelota de béisbol. Escupía sangre, y su cuerpo era sacudido una y otra vez mientras Elyria avanzaba, implacable.Desde su interior, Emy, la loba de Elyria, rug
Último capítulo