Mundo ficciónIniciar sesiónEn el vibrante mundo empresarial de Miami, Álvaro, un empresario latinoamericano exitoso, ve cómo su vida se desmorona cuando una amenaza anónima con acento ruso le advierte que su mundo está a punto de cambiar. Mientras tanto, su esposa Julia se sumerge en una relación clandestina con Pablo, un joven ambicioso que busca ascender en la agencia de marketing que dirige Julia. La tensión aumenta cuando Lorena, la asistente de Álvaro, es confrontada por su jefe sobre posibles traiciones internas. Simultáneamente, Julia y Pablo viven un arrebato de pasión en la oficina, desafiando las normas y poniendo en riesgo sus carreras. La aparición de Andrey, un joven mafioso ruso con planes de apoderarse de Astrix, complica aún más la situación. Su objetivo es desmoralizar a Álvaro y demostrar que el poder ahora pertenece a los rusos. Lorena, involucrada en el plan de Andrey, comienza a cuestionar sus lealtades cuando es delatada por su cómplice. En medio de este huracán de conflictos, una llamada inesperada desde Cuba paraliza a Pablo y a Julia, revelando que las amenazas no solo vienen del exterior, sino también del pasado. "Bajo la piel del Silencio" es una novela que explora las complejidades de las relaciones humanas, la ambición desmedida y las consecuencias de las decisiones impulsivas, en un entorno donde el poder y la traición están a la orden del día.
Leer másJulia escuchó el sonido del portón antes de que el sol terminara de filtrarse por los ventanales. A las 7:14 en punto, como todos los días, Álvaro bajaría las escaleras. Podía medir su matrimonio por los segundos del reloj suizo que él llevaba en la muñeca. Puntual. Frío. Predecible.
El mármol bajo sus pies conservaba un frío elegante, el mismo que se había instalado entre ellos desde hacía años. La mansión olía a café, a silencio y a distancia. Ni un cojín fuera de lugar, ni una palabra de más. Todo perfecto. Todo muerto.
Acariciaba su taza con las yemas de los dedos, intentando sentir algo. La seda de su bata color champán se deslizaba sobre su piel como una caricia que no la tocaba del todo. Era hermosa, lo sabía. Pero esa mañana, frente al reflejo de la piscina, pensó que la belleza también podía ser una jaula.
Cuando Álvaro apareció —traje gris, mirada fija en el teléfono— ni siquiera la vio.
Silencio. El tipo de silencio que suena como un grito contenido.
Ella lo observó unos segundos más. Ese hombre había sido su obsesión, su premio, su pasaporte a una vida sin sobresaltos. Ahora solo era un huésped de paso.
—¿Y tú? —preguntó él sin mirarla—. ¿Cómo va la agencia?
Cuando él se marchó, la casa recuperó su silencio clínico. Julia lo miró cerrar la puerta y sintió que algo dentro de ella también se cerraba.
Pero ese día, algo distinto se movió. No un pensamiento, sino una sensación. Como si una grieta invisible se hubiera abierto en el mármol.
Más tarde, en la oficina, vio el portafolio de un diseñador cubano llamado Pablo Duarte. Y en esas ilustraciones —oscuras, provocadoras, vivas— Julia sintió algo que no recordaba: deseo.
Esa noche, cuando leyó la nota que Álvaro había dejado sobre la encimera —“no me esperes para cenar”— abrió una botella de vino y escribió un mensaje que cambiaría su destino:
“Confirma a Pablo para mañana. Quiero conocerlo.”
Pausa.
“Estoy lista para algo diferente.”
El vino, el silencio y el reflejo turquesa de la piscina la envolvieron como una promesa. Julia no lo sabía aún, pero esa noche no solo se atrevía a conocer a otro hombre.
Julia apagó el cigarro y observó cómo el humo se disolvía en el aire tibio de la noche. No era solo humo; era una despedida invisible, una forma de decirle adiós a la mujer que había sido hasta entonces. Por primera vez en mucho tiempo, no sintió miedo del vacío, sino curiosidad por lo que vendría. El viento movió apenas las cortinas del salón, y por un segundo tuvo la impresión de que la casa respiraba distinto, como si también ella estuviera esperando ese cambio. Entonces lo supo con una claridad inquietante: no bastaba con seguir viviendo. Había llegado el momento de empezar a vivir.
El humo del cigarrillo se elevaba lento, dibujando formas quebradas contra la lámpara amarillenta del sótano. Pablo tenía los ojos clavados en la laptop apagada, pero en realidad no veía nada. La guarida olía a encierro, a hierro oxidado y a una soledad que crujía en cada silencio.En un gesto automático, tanteó la vieja estantería del rincón. Apenas unos libros maltrechos, huérfanos de lector desde hacía años. Tomó uno al azar, quizá por aburrimiento o porque necesitaba escapar de sí mismo. Lo abrió al centro y se encontró con una página manchada, subrayada por una mano desconocida."Lágrimas negras corrían por su rostro. La mente andaba como un carrusel en movimiento, con subidas y bajadas. Clavó sus ojos en la tierra buscando una respuesta que no encontraba..."Pablo leyó en voz baja, al principio con indiferencia, luego con un pulso acelerado. Cada frase lo empujaba hacia una memoria precisa: Julia. Su cabello desordenado después de amarla, la ternura en su risa breve, la manera e
—¿Y ahora qué va a pasar contigo, Julia? —preguntó Maya, con esa serenidad que en realidad ocultaba una punzada de preocupación.Julia no respondió de inmediato. Se limitó a mirar el pocillo de café humeante entre sus manos. En la mesa, Doña Ana y Marcelito la observaban en silencio, como si esperaran que su respuesta pudiera alterar el rumbo de todo lo que estaba por venir.—No lo sé… —murmuró finalmente Julia, sin levantar la vista—. No sé en qué me he convertido… ni qué me queda por salvar.Doña Ana carraspeó, con la firmeza de quien sabe cuándo una mujer necesita escuchar la verdad, aunque duela.—Lo que te queda, hija, es una criatura que va a necesitarte entera. Y un nombre que ahora todos usan para ensuciar, pero que sólo tú puedes limpiar.Julia levantó la mirada, y se permitió que las lágrimas brotaran sin resistencia.Las oficinas de Astrix se habían convertido en un campo minado. El brillo metálico de los ascensores y el eco de los tacones en los pasillos ya no eran símbolo
Pablo repasaba los nombres en la pantalla con una calma que contrastaba con la rabia contenida en su pecho. Cada nombre era un eslabón de la cadena que lo había llevado a la muerte anunciada, y que, por pura obstinación, había logrado torcer.El Proyecto Centinela ya estaba en el aire, pero lo que pocos sabían era que la verdadera jugada apenas comenzaba. Aquello que los medios llamaban “filtración” era solo la capa superficial de un plan mucho más profundo. Había instalado miedo en los pasillos del poder, y el miedo siempre era un recurso más eficaz que las balas.En su guarida subterránea, rodeado de monitores y mapas con hilos rojos que unían ciudades y nombres, Pablo señalaba un punto en la pantalla. El rostro de un hombre mayor, cabello gris peinado hacia atrás, sonrisa impecable de empresario exitoso.—Víctor Salcedo —dijo en voz baja, como si probara el sabor del nombre.Joaquín, detrás de él, asintió.—Aliado directo de Tatiana. Tiene acciones ocultas en Astrix, aunque oficial
“Y en medio de la guerra, nació la luz”El aire olía a hospital, a desinfección y a ansiedad.Pero también a promesa.Julia tenía los dedos entumecidos de tanto apretar la mano de la enfermera. Las contracciones habían comenzado de madrugada, sigilosas como una revelación. Álvaro no estaba allí. Y aunque habían hecho el pacto de estar juntos por el bien del bebé, Julia decidió no llamarlo.Esta vez, quería estar sola.No por orgullo.Por paz.Y porque había entendido, como le dijo Maya, que su hija no venía a llenar sus vacíos, sino a enseñarle a vivir con ellos.Los gritos no fueron suaves.Fue un parto largo. Un desgarramiento físico… y emocional.Pero entre cada empuje, Julia sentía que se iba despidiendo de la mujer rota que fue.Que con cada dolor que cruzaba su pelvis, iba muriendo un viejo miedo y naciendo algo nuevo: el coraje.Y entonces, el llanto.Una bocanada de vida estalló en la sala como una flor salvaje.Y fue tan agudo, tan puro, que las lágrimas brotaron de los ojos
Mientras la ciudad ardía en sus pantallas, mientras los nombres de magnates, políticos y ejecutivos caían como piezas de dominó en las portadas digitales… muy lejos del ruido, en un barrio antiguo donde el tiempo parecía moverse más lento, Doña Ana regaba sus plantas en el patio trasero con una parsimonia que rozaba la terquedad.—No me mires así, muchacho. Estas flores no se cuidan solas —le dijo a Marcelito, que la observaba desde la sombra del limonero con una expresión entre cansada y curiosa.El niño ya no era el mismo que Julia recogió aquella noche de espanto. Había crecido rápido, con la piel endurecida por lo vivido y los ojos aún brillando como si supiera algo que el mundo había olvidado.—¿Y si se acaba todo? —preguntó de golpe, sin mirarla—. ¿Si se cae la ciudad y todo se vuelve ceniza?Doña Ana dejó la regadera a un lado. Se secó las manos con el delantal y se sentó junto al niño.—Entonces empezamos otra vez. Con una maceta, una semilla y una oración.Marcelito bajó la m
La lluvia golpeaba el asfalto como metralla. En el subsuelo del antiguo edificio de correos, escondido entre sótanos de concreto y laberintos olvidados, Pablo ajustaba los últimos engranajes de una maquinaria invisible que llevaba meses en construcción: el Proyecto Centinela.Joaquín colocó sobre la mesa un maletín negro, forrado de plomo, con un candado digital.—Acceso biométrico. Solo tú puedes abrirlo.Pablo lo hizo sin decir palabra. Dentro, algunos sobres manila, cada uno con un nombre escrito en mayúsculas:FERRER — TATIANA — ANDREYUna pantalla en la pared mostraba un mapa digital con puntos rojos parpadeando. Cada uno representaba una célula de la red que Pablo acababa de exponer. Proyecto Centinela no era una filtración cualquiera. Era un derrumbe en cámara lenta. Cuentas bancarias, grabaciones, transferencias, fotografías, registros de vuelo… todo había sido distribuido entre periodistas, hackers y fiscales internacionales.Era un tablero de ajedrez donde Pablo había sido p
Último capítulo