En el vibrante mundo empresarial de Miami, Álvaro, un empresario latinoamericano exitoso, ve cómo su vida se desmorona cuando una amenaza anónima con acento ruso le advierte que su mundo está a punto de cambiar. Mientras tanto, su esposa Julia se sumerge en una relación clandestina con Pablo, un joven ambicioso que busca ascender en la agencia de marketing que dirige Julia. La tensión aumenta cuando Lorena, la asistente de Álvaro, es confrontada por su jefe sobre posibles traiciones internas. Simultáneamente, Julia y Pablo viven un arrebato de pasión en la oficina, desafiando las normas y poniendo en riesgo sus carreras. La aparición de Andrey, un joven mafioso ruso con planes de apoderarse de Astrix, complica aún más la situación. Su objetivo es desmoralizar a Álvaro y demostrar que el poder ahora pertenece a los rusos. Lorena, involucrada en el plan de Andrey, comienza a cuestionar sus lealtades cuando es delatada por su cómplice. En medio de este huracán de conflictos, una llamada inesperada desde Cuba paraliza a Pablo y a Julia, revelando que las amenazas no solo vienen del exterior, sino también del pasado. "Bajo la piel del Silencio" es una novela que explora las complejidades de las relaciones humanas, la ambición desmedida y las consecuencias de las decisiones impulsivas, en un entorno donde el poder y la traición están a la orden del día.
Leer másÁlvaro llegó tarde a la oficina aquella mañana. No por falta de puntualidad, sino por una extraña sensación de mareo que lo obligó a detenerse más de una vez en el camino. No se lo comentó a nadie. Estaba cansado de parecer vulnerable.Desde hacía semanas, sentía que algo no cuadraba. Las cuentas. Los silencios. Las miradas entre los socios. Como si una fuerza invisible estuviera empujando las estructuras desde adentro, con la intención de hacerlas colapsar.Y entonces, sucedió.La jugada de Andrey fue perfecta. Fría. Letal.Una transferencia importante —una inversión estratégica para un nuevo proyecto internacional— se desvió misteriosamente a una cuenta intermedia en Panamá, que jamás había sido autorizada por el consejo. El escándalo estalló en cuestión de horas. Proveedores llamando. Abogados en pánico. Una auditoría inmediata.Álvaro revisaba cada correo con los ojos ardiendo. La seguridad de la empresa pendía de un hilo. Y la sospecha, como una sombra pegajosa, caía directo sobr
La madrugada se filtraba apenas por las rendijas de la persiana, desdibujando la línea entre la noche y el alba. Julia, aún desnuda entre las sábanas revueltas, descansaba sobre el pecho tibio de Pablo. Su respiración acompasada era una melodía antigua, algo que su cuerpo reconocía sin haberlo vivido antes. Todo en esa escena parecía flotar, como si el tiempo se hubiera detenido en un parpadeo de eternidad.Y en ese soplo de quietud, Julia se quedó dormida.Fue un sueño, o quizás algo más.El aire era azul profundo y espeso como un océano sin fondo. Ella se encontraba de pie en un balcón suspendido sobre un abismo de agua y estrellas. No había ciudad ni calles, solo un cielo nocturno que temblaba con una quietud sobrenatural. Entonces, lo imposible ocurrió.Desde las profundidades del mar —un mar que no estaba bajo sus pies, sino en el cielo— comenzaron a emerger barcos. Uno tras otro, como si despertaran de siglos de silencio, ascendían lentamente, rotando sobre sí mismos, cargados d
El mensaje llegó sin aviso.Un correo sin remitente visible. Solo una palabra en el asunto: «¿Sabes con quién duermes?»Julia estaba en la oficina, revisando una propuesta para un cliente nuevo. Todo era rutina: diseño, estrategia, optimización de campañas. Nada la preparó para lo que vio al abrir el archivo adjunto.Era un video. Corto. Menos de un minuto.Pablo. En La Habana. Mucho más joven, pero inconfundible. Caminando por un callejón húmedo, entregando un sobre a un hombre con una camiseta del ejército. Luego otra escena: él, entrando en una casa con puertas metálicas, saludando con un gesto que parecía un código.Ella sintió que la garganta se le cerraba.Volvió a ver el video. Esta vez con más detenimiento. El rostro de Pablo no tenía la dulzura con la que le hablaba en la cama. Tenía frialdad. Precisión. Era otro.Debajo del video, una línea escrita:«Estás dentro. Te toca elegir: verdad o caída».El celular vibró. Un número desconocido.No contestó. Pero el teléfono volvió a
Hay silencios que protegen.Otros que castigan.Pero los más peligrosos son los que se heredan,como cicatrices invisibles que nadie se atreve a nombrar.ÁlvaroEl hipódromo no aparecía en sus declaraciones. Ni el whisky escondido en el compartimento secreto del escritorio, ni las tardes enteras en aquel bar donde nadie preguntaba si eras CEO o ex marido.Álvaro tenía el rostro de un hombre exitoso. Tenía los zapatos caros, el discurso fluido, la casa con sensores inteligentes. Pero también tenía una adicción bien vestida: a las apuestas, al riesgo, a perder para sentir algo.No hablaba de eso. Nunca lo había hecho. Ni con Julia, ni con sus socios. Su silencio era un escudo: si nadie sabía, nadie podía usarlo en su contra.Pero cada noche, al mirar la pantalla del celular con la app del hipódromo abierta, recordaba la voz de su padre diciéndole: «el silencio es de los hombres inteligentes». Y él, desde entonces, solo hablaba lo justo. Y callaba todo lo demás.JuliaHabía aprendido a s
La ciudad de Miami hervía en humedad, pero Lorena no sudaba. Ni una gota. Como si su cuerpo estuviera entrenado para soportar el calor igual que las mentiras: sin delatarse.Entró al lobby del hotel con paso firme. Llevaba un vestido blanco, limpio, ceñido, con un bolso que parecía más liviano de lo que realmente era. Subió al ascensor sin mirar a nadie. Piso 11. Habitación 1108.Antes de tocar la puerta, miró a ambos lados del pasillo. No por miedo. Por costumbre. Esa costumbre que no se aprende en las universidades ni en las pasantías de empresas tecnológicas, sino en las calles de Centro Habana, donde los secretos se compran al mismo precio que el pan.Tocó tres veces. Pausa. Dos más.La puerta se abrió sin sonido. Dentro, el aire olía a whisky barato, a cigarro viejo… y a pasado.—Llegaste tarde —dijo una voz ronca desde la penumbra.—Llegué. Y eso es lo que importa.Pablo estaba sentado junto a la ventana, con la camisa abierta y una botella en la mano. No era el mismo que Julia
El olor a pan tostado fue lo primero que Marcelito reconoció al abrir los ojos. No el sonido de los pájaros, ni el murmullo de la cafetera, ni siquiera la luz filtrándose entre las cortinas. El pan. Siempre el pan. Era su señal de que Doña Ana seguía allí. Que todo, al menos por la mañana, estaba en su sitio.Se sentó en la cama despacio, con los pies colgando. Llevaba el pijama de dinosaurios que ella le había cosido el año anterior, con parches en las rodillas y una etiqueta que decía «Valiente» escrita a mano. Era su favorita, aunque no sabía si se sentía valiente ese día.Caminó en silencio hasta la cocina. Doña Ana ya había puesto la mesa: pan, fruta picada, leche tibia. Ella no necesitaba decirle que comiera. Lo hacía con gestos, con el ruido del cuchillo untando mantequilla, con el tarareo bajito de una canción antigua.—Te despertaste tarde, mi rey —dijo sin girarse, pero sabiendo que él estaba allí.—Soñé con la cuchara otra vez —murmuró él, arrastrando la silla.—¿La cuchara
Pablo nunca hablaba de Cuba, no del todo. Decía que allá se aprendía a resistir con la boca cerrada y el corazón abierto, pero más allá de eso, dejaba el resto en silencio. Hasta que una noche, solo, sentado frente a la pantalla en blanco de su portátil, con una botella de ron Mulata a medio terminar, los recuerdos lo arrastraron como una corriente sucia de agua estancada. Y ya no pudo frenarlos.La Habana no era postal. Era sudor, humo y santo. Callejón con olor a fritanga y tambores lejanos que marcaban un ritmo que él llevaba en la sangre desde niño, aunque jamás lo dijera en voz alta. Su abuela, la Ñá, le decía que tenía «el muerto montado» desde pequeño. Que los orishas lo miraban de cerca, sobre todo Eleguá, el que abre y cierra caminos. Pero también le advertía que no todos los caminos llevaban a la luz.Pablo se crió en un solar donde el agua caía por caños oxidados y la gente bailaba para olvidar el hambre. Su madre vendía cigarros sueltos y rezaba a Yemayá cada vez que él sa
La noche no se había ido del todo cuando Julia llegó antes de la hora habitual a la oficina. Llevaba los hombros encogidos y el corazón embotado, como si su cuerpo supiera que algo —más allá de la razón— estaba desmoronándose. La imagen seguía flotando en su cabeza: ella en el balcón, expuesta, vigilada, vulnerada.Apenas cruzó la puerta, Pablo se levantó de su escritorio, visiblemente alterado. No había dormido. Sus ojos hinchados y su camisa arrugada lo delataban.—Julia —dijo, al verla.Ella no esperó a que la sala se vaciara. No había tiempo para códigos ni disimulos. Le hizo una seña con la cabeza y ambos entraron a su oficina. Cerró la puerta con seguro.—Tengo que hablar contigo —soltó ella con voz rasposa. Sacó el celular del bolso y le mostró la foto. Luego el mensaje. Pablo palideció.Silencio.Julia lo miró.—¿Tienes idea de quién pudo ser?Pablo la miró durante largos segundos. Y después, como si hubiera ensayado esa escena en su mente mil veces, inhaló hondo, se acercó y
Finalmente, Julia rompió el silencio:—¿Vas a seguir fingiendo que todo está bien?Álvaro la miró, sus ojos reflejaban cansancio y desconfianza.—No sé de qué hablas.—De nosotros, Álvaro. De las mentiras, de las ausencias, de las miradas esquivas.Él suspiró, dejando la taza de café sobre la mesa.—Tal vez deberíamos dejar de fingir que este matrimonio aún tiene salvación.Las palabras quedaron suspendidas en el aire, pesadas, definitivas.*...Lorena entró sin anunciarse, como solía hacerlo desde que su relación con Álvaro había trascendido lo profesional.—¿Me llamaste?Él se volvió lentamente, sus ojos reflejaban una mezcla de desconfianza y dolor.—Sí, necesito hablar contigo.Lorena notó la tensión en su voz y en su postura.—¿Qué sucede?La miró fijamente.—Recibí un mensaje anónimo esta mañana.—¿Y?—La voz tenía un acento ruso.Lorena sintió un escalofrío recorrer su espalda, pero mantuvo la compostura.—¿Qué tiene que ver eso conmigo?—Quiero saber si conoces a alguien cuyo