La lluvia golpeaba el asfalto como metralla. En el subsuelo del antiguo edificio de correos, escondido entre sótanos de concreto y laberintos olvidados, Pablo ajustaba los últimos engranajes de una maquinaria invisible que llevaba meses en construcción: el Proyecto Centinela.
Joaquín colocó sobre la mesa un maletín negro, forrado de plomo, con un candado digital.
—Acceso biométrico. Solo tú puedes abrirlo.
Pablo lo hizo sin decir palabra. Dentro, algunos sobres manila, cada uno con un nombre escrito en mayúsculas:
FERRER — TATIANA — ANDREY
Una pantalla en la pared mostraba un mapa digital con puntos rojos parpadeando. Cada uno representaba una célula de la red que Pablo acababa de exponer. Proyecto Centinela no era una filtración cualquiera. Era un derrumbe en cámara lenta. Cuentas bancarias, grabaciones, transferencias, fotografías, registros de vuelo… todo había sido distribuido entre periodistas, hackers y fiscales internacionales.
Era un tablero de ajedrez donde Pablo había sido p