Jill, es una joven mujer de 20 años, proviene de una familia disfuncional y es demasiado ingenua para entregar su corazón al primero que le promete amor eterno. A base de su ingenuidad, termina entregándose a Eduardo, para descubrir al día siguiente que todo era parte de una broma cruel. A causa de eso, su padrastro termina sacándola de su casa y como castigo la manda a ser la sirvienta de los hermanos Fischer. Lo que jamás esperó Jill, es que en mano de esos dos hombres descubriría el placer y el verdadero significado del amor.
Leer másSe miró en el espejo por última vez, su aspecto impoluto le generaba cierta satisfacción, ya no quedaba rastro de esa niñita asustadiza que tanto temía ser herida. Al verse en el espejo podía ver a una mujer, una mujer valiente que había podido superar todos los sin sabores de la vida. Ya estaba completamente lista, luciendo el bonito vestido blanco veraniego que él le había regalado en su último cumpleaños. Con sus manos acarició la suave y fresca tela del vestido, para luego culminar con las caricias en su abultado vientre.
—Iremos a ver al tío cariño, creo que es hora de despedirnos de él... —Su voz salió temblorosa y un nudo se instaló en su garganta. —Jamas pensé que llegaría este día, el día en que diría adiós para siempre... De pronto la invadieron unas inmensas ganas de llorar, pero no lo hizo, soportó aquel impulso estoicamente. Antes de abandonar la comodidad de su habitación echó una rápida mirada por la ventana, notando que el sol estaba radiante en el firmamento. Después de todo, hacía bastante calor para estar entrando en otoño. En ese momento recordó que a él le gustaban los días soleados, realmente esos días hacían honor a la personalidad que poseía. Siempre radiante, sonriente y alegre. A excepción de sus últimos días de vida, donde se volvió sombrío y se fue apagando lentamente. Afuera de la propiedad la esperaba un taxi, Jill subió y saludó educadamente al conductor, quién correspondió a su saludo con entusiasmo. La joven se acomodó en los asientos traseros y fijó su melancólica mirada en el pintoresco paisaje del sur. Extrañaría sin lugar a dudas esos hermosos paisajes, pero era necesario cerrar el ciclo y decir adiós. De algún modo se sentía tan estancada, las heridas lacerantes aún en su pecho y era necesario sanar. Debí hacerlo por ella y por el bebé que venía en camino. Durante el trayecto del viaje se mantuvo en silencio, con la mirada fija en la ventanilla, observando los paisajes y a los transeúntes que iban y venían, luchando por no sumergirse en un espiral de recuerdos que podrían ser contraproducentes para su desición. Cuando pasaron por las afueras del cementerio, Jill posó su delicada mano sobre el hombro del conductor. —Disculpe, ¿podemos detenernos un momento? —Su vos salió suave y melodiosa. —Por supuesto, si gusta puedo llevarla con el auto hasta el sector del cementerio que usted necesite. —El hombre fijó su mirada en ella a través del espejo retrovisor. —Esta bien, voy al inicio del sector D. —Le dedicó una pequeña sonrisa a la cual el hombre correspondió con el mismo gesto. El conductor se adentró en el cementerio, atravesó los distintos caminos de piedra hasta llegar al sector D. Un sector conocido entre las personas del pueblo, ya que ahí solo se podían sepultar a los muertos de los más pudientes. Jill le pidió al conductor que se detuviera y la esperara ahí, justo en el cruce. Ella se bajó y caminó hasta el puesto de flores que estaba a pocos pasos de donde el auto estaba estacionado. Compró un gran ramillete de lirios blancos con narcisos, para luego cruzar la calle y buscar el mausoleo donde él descansaba. Al llegar a su destino, acomodó las flores a un costado y retiró del florero de cerámica las flores ya marchitas. En completo silencio, cambió el agua y colocó las flores frescas que había comprado. Definitivamente ahora lucía mucho mejor, al menos ese aire de abandono de hace unos momentos había desaparecido. —Lirios blancos y narcisos, tus favoritos... —Susurró bajito mientras los ordenaba. —recuerdo que la primera vez que me regalaste flores era un hermoso ramillete de lirios y narcisos... ¿Sabes? Esa fue la primera vez que alguien me regaló algo y no puedes llegar a imaginar lo bien que me sentí. Se sentó junto a la urna que contenía los restos de él, apoyó su cansada espalda en la fría pared de mármol y suspiró temblorosamente. No quería llorar, ya había llorado demasiado, pero a pesar de sus esfuerzos no logró contener por más tiempo las lágrimas. Hoy se cumplía un año desde su partida y a pesar del tiempo que había transcurrido, no lograba asimilar su ausencia. Todo fue demasiado rápido, un día era el hombre radiante y alegre del cual se enamoró y al siguiente, era solo la sombra de ese hombre. El cáncer no perdonó y el tiempo tampoco. En tan solo tres meses lo arrebataron de su lado, tres meses donde tuvo que ver cómo se deterioraba día tras día y cuando definitivamente él asimiló que iba a morir, fue entonces cuando cambió drásticamente sepultando ese hombre cariñoso y amable para transformarse en un monstruo autodestructivo, dañandose y dañando a todos a su alrededor. —Hoy se cumple un año desde tu partida, un año desde la última vez que vi tus ojos y a pesar del tiempo, sigo extrañándote tanto como el primer día en que te vi cerrar los ojos para siempre... —Tragó saliva e inhaló una gran cantidad de aire. —He venido a decirte adiós, porque necesito irme de aquí, empezar de nuevo, tratar de cerrar nuestro ciclo y dejar de sentirme tan malditamente culpable. Sé que antes de partir nos diste luz verde para seguir adelante, aún así, la culpa me come por dentro, al igual que lo carcome a él... No logramos ser felices como tú querías. Simplemente no pudimos, porque a pesar de amarnos la sombra de la culpa rompió lo poco que construimos... Se escuchan pisadas tras ella, pero Jill estaba tan absorta en su monólogo e intentando calmar su errática respiración, que no se percató de ello. En ese momento se sentía como encerrada en una burbuja donde solo existían ella y los restos de él. —Estoy embarazada, tengo seis meses de embarazo y según la ecografía que me hicieron, será un niño... No sé cómo te sentirías con la noticia si estuvieses con vida, después de todo, estoy embarazada de tu hermano. —Se cubre el rostro con ambas manos. —¿Sabes una cosa? Te amo, te amo muchísimo y te amé como no tienes la menor idea. Pero a pesar de eso, también lo amo a él y lo amo con una intensidad que llega a ser dolorosa. Sé que él también me ama, pero la culpa que ambos sentimos lo rompió todo y por más que en su momento intentamos salvar los restos de nuestro amor, no fue posible, él se fue. Me dejó... Jill, inhaló y exhaló profundamente tratando de mantener la calma, el estado en el que se encontraba no era bueno para su bebé. Cuando su llanto finalmente cesó, se puso de pies con cierta dificultad y se alejó un par de pasos de la urna. Necesitaba salir de ahí, respirar aire puro. Necesitaba romper esas ataduras que la ligaban a Erick, porque Erick ya estaba muerto y ella necesitaba seguir adelante. —Quiero que me perdones por amarlo tanto, porque lo amé incluso cuando tú y yo estábamos juntos... También perdóname por amarte a ti, por no haber puesto un límite desde el inicio. —Se limpia la nariz con un pañuelo. —Aunque no me arrepiento de nada a pesar de estar frente a tus restos pidiendo perdón. Gracias por los tres años más felices de mi vida, gracias por enseñarme otras perspectivas de la vida. —Retrocede un par de pasos —algún día volveré, y cuando lo haga, te prometo que estaré bien. Porque el día en que vuelva a pisar este mausoleo, será porque ya he sanado y porque estoy preparada para volver a verte. Esbozó una sonrisa melancólica y algo cansada, sintiendo de pronto el peso de sus desiciones. Dejaría todo atrás y a pesar de ser una desición tomada, era bastante difícil de digerir. —Hasta pronto, Erick... —Mencionó aquello con voz quebrada. Para luego girar con cierta brusquedad. Al girar, lo que vió la dejó perpleja en su sitio. Ahí frente a ella estaba Alex, con el rostro empapado por las lágrimas, tan malditamente hermoso como el primer día en que lo vió. Ella se quedó quieta en su sitio, sin saber muy bien cómo actuar. El hombre frente a ella la recorrió con la mirada, centrando su total atención en el vientre de la joven. Ella por inercia se cubrió con ambas manos. —Jill... —Alex, sintió su corazón acelerado. Sin poder contenerse más, se acercó a ella, cortando la poca distancia que los dividía y finalmente, la envolvió con sus brazos en un abrazo apretado. Jill, al principio no supo cómo reaccionar. Su mente le gritaba que mantuviera distancia, pero su corazón gritaba todo lo contrario, su cuerpo ardía con su solo tacto, y de pronto sintió que estaba en el sitio correcto, con la persona adecuada. Jill cerró sus ojos, mientras aspiraba la masculina loción del hombre y se fundía en sus cálidos brazos. Se dejó llevar y de pronto, su mente la transportó al inició de todo...El ambiente en la discoteca era eléctrico, las luces estroboscópicas iluminaban la pista de baile mientras la música vibrante llenaba el aire. Erick, Alex y Jill ya llevaban varias cervezas, sus risas y conversaciones se mezclaban con el bullicio del lugar. Jill, con las mejillas sonrosadas por el alcohol y la euforia, se balanceaba al ritmo de la música en su sitio, sus movimientos fluidos y llenos de gracia. De repente, sonó una canción que Jill reconoció al instante. Sus ojos brillaron y una sonrisa amplia se dibujó en su rostro. —¡Me encanta esta canción! —exclamó, moviéndose con más energía. Alex, que había estado observándola desde su asiento, sintió un impulso irrefrenable. Se puso de pie rápidamente, casi derribando su silla, y extendió su mano hacia ella. —Jill, ¿bailas conmigo? —preguntó, su voz ligeramente temblorosa, pero llena de una emoción que incómodo a Erick. Jill lo miró, sorprendida por la intensidad de su mirada. Sus ojos buscaron a Erick, quien estaba sen
Podían ver el sol esconderse en el ocaso, después de un arduo día de trabajo se estaban tomando un merecido descanso. Erick, Jill y Alex estaban sentados en el porche de la casa disfrutando del aire fresco de la tarde. Los tres estaban en completo silencio, cada uno de ellos sumido en su propio y caótico mundo interno, el aire cargado de una tensión que ninguno de los tres mencionaba, pero que todos podían sentir claramente. Erick, con su camisa desabrochada y un cigarrillo entre los dedos, decidió cambiar un poco la asfixiante rutina.—¿Qué tal si nos vamos al pueblo a tomar unos tragos? Hace tiempo que no salimos. Nos vendría bastante bien despejar la mente —mientras hablaba recorría a Jill con la mirada.Jill alzó la mirada, sus ojos brillando con una mezcla de emoción y deseo que no pasó desapercibido para ninguno de los dos hermanos. La idea de pasar más tiempo con Erick, de sentir esa atención que tanto la hacía sentirse viva, era irresistible y esa noche podía ser su oportunida
Podían ver el sol esconderse en el ocaso, después de un arduo día de trabajo se estaban tomando un merecido descanso. Erick, Jill y Alex estaban sentados en el porche de la casa disfrutando del aire fresco de la tarde. Los tres estaban en completo silencio, cada uno de ellos sumido en su propio y caótico mundo interno, el aire cargado de una tensión que ninguno de los tres mencionaba, pero que todos podían sentir claramente. Erick, con su camisa desabrochada y un cigarrillo entre los dedos, decidió cambiar un poco la asfixiante rutina.—¿Qué tal si nos vamos al pueblo a tomar unos tragos? Hace tiempo que no salimos. Nos vendría bastante bien despejar la mente —mientras hablaba recorría a Jill con la mirada.Jill alzó la mirada, sus ojos brillando con una mezcla de emoción y deseo que no pasó desapercibido para ninguno de los dos hermanos. La idea de pasar más tiempo con Erick, de sentir esa atención que tanto la hacía sentirse viva, era irresistible y esa noche podía ser su oportunida
Erick estaba demasiado ansioso por regresar a Chile. La necesidad de ver a Jill lo consumía, y durante su estadía en Berlín, no pudo concentrarse en nada más, su esposa notó su extraño comportamiento, pero no pudo hacer nada para cambiar aquello. No sabía que tenía Jill, que lo atraía de esa enfermiza manera, pero cada día que pasaba lejos de ella era un tormento, y su mente estaba llena de fantasías que lo mantenían despierto por la noche. Finalmente, cuando el avión aterrizó en el aeropuerto de Santiago de Chile, una ola de alivio lo invadió, tan solo estaba a unas horas de verla.Al salir del aeropuerto su hermano Alex lo estaba esperando. Desde la distancia, podía observar como el menor caminaba de un lado al otro, notandose bastante ansioso. Sin pensarlo dos veces, Erick avanzó con prisa, se acercó y lo abrazó con fuerza, sintiendo un inmenso alivio al ver que su hermano estaba bien. Alex lo era todo para él, era la persona más importante de su vida, y durante la semana lo había
Alex la observó perplejo por un par de segundos, para luego levantarse bruscamente de la hamaca, sintiendo cómo su corazón se hundía en el fondo más alejado y oscuro de su pecho. La forma en que Jill lo encasilló en el grupo de "amigos" era como recibir una patada directa en las pelotas. Sabía que se conocían desde hace bastante poco, que él no fue el mejor en cuanto a hospitalidad y que siempre estuvo a la defensiva, aún así, que ella no le abriera la posibilidad a algo más era doloroso. Con una sonrisa torcida que ocultaba su verdadero descontento decidió acotar algo en la plática. —Estoy bastante agotado, me voy a la cama... Por cierto, tu secreto está a salvo conmigo. —Le da la espalda. —Buenas noches, Jill.Sin embargo, antes de que Alex pudiera alejarse del todo, sintió una mano que lo detenía. Jill le tomó de la muñeca con una suavidad casi dolorosa y él volteó rápidamente confundido. La mirada en sus ojos pardo era intensa y su corazón latía con fuerza mientras intentaba desc
Jill, no podía dejar de llorar. La humillación que había sentido hace unos momentos con Alex era demasiada. Se sentía tan expuesta y vulnerable en ese momento, que no sabía cómo actuar frente a esa situación. Se dejó caer con pesadez sobre la cama y se abrazó a la mullida almohada hundiendo su rostro en esta. Lloró, lloró con amargura, lloró hasta que los ojos les escocieron, lloró hasta quedar sin lágrimas que derramar. No supo cuánto tiempo pasó de ese modo, con el rostro hundido en la almohada, pero cuando volvió alzar el rostro afuera estaba completamente a oscuras. Unos golpes en la puerta lograron sobresaltarla y rápidamente se puso de pie. —¿Quién es? —Su voz se oyó apagada y bastante nasal a causa de tanto llorar.—Jill, necesito que me abras la puerta, tenemos que hablar. —Era Alex, la persona que menos deseaba ver en ese momento.—No quiero hablar contigo. ¡Largo de aquí! —Pegó su espalda contra la puerta.—No me iré a ningún lado. ¡Esta es mi maldita casa, así que aquí me
Último capítulo