Mundo ficciónIniciar sesiónNicolás Torres se ve obligado por su abuelo, el patriarca moribundo del conglomerado Torres, a casarse con Sofía Cheverri, hija del mayor inversor del grupo, si quiere heredar la presidencia. Sin importar que su corazón ya le pertenece a Martina, una mujer con la que ha compartido años de relación; por lo que accede al matrimonio con tal de tener lo que por derecho le corresponde. Desde el primer día, Nicolás le deja claro a Sofía que no la ama ni piensa hacerlo. Sofía, por lealtad a su familia, acepta el trato sabiendo que será solo un "acuerdo". Sin embargo, pronto se verá atrapada entre el desprecio de Nicolás, las humillaciones públicas, y las constantes infidelidades que él comete sin el menor reparo. No obstante, lo que el joven heredero no sabía, es que una mujer herida podía ser su peor pesadilla. Tarde él descubrirá que traicionar a quien te amó en silencio, tiene un precio y es alto.
Leer másEl aroma a caoba envejecida y tabaco impregnaba el despacho de don Guillermo Torres, un lugar donde el tiempo parecía haberse detenido, libros de t***s gruesas, marcos dorados con fotografías familiares, y una colección de relojes antiguos adornaban las repisas. Detrás de un escritorio de madera maciza, el patriarca de la familia observaba con mirada dura a su nieto, Nicolás, quien permanecía de pie frente a él, con los brazos cruzados y el ceño fruncido.
—No pienso casarme con una mujer que no amo —declaró Nicolás con voz grave, la mandíbula tensada—. No soy un peón en tu tablero. Guillermo Torres, aún en su vejez y postrado en una silla de ruedas, mantenía la dignidad y la autoridad de un rey. Su cabello blanco estaba perfectamente peinado hacia atrás, y su voz, aunque rasposa por los años, era firme. —No eres un peón —replicó con calma—. Eres el heredero de un imperio, y ese imperio, como puedes imaginar, tiene reglas. Así qué, si quieres la presidencia del grupo Torres, te casarás con Sofía Cheverri, sin discusión. El nombre de Sofía sonó como una sentencia, Nicolás apretó los puños, luchando contra la rabia. No era un niño, ¡maldita sea! Tenía treinta y dos años, una carrera intachable dentro del grupo, y había trabajado como nadie para llegar al lugar que merecía. ¿Y ahora le exigían que se casara con una mujer que apenas conocía solo para sellar una alianza financiera? —¿Y qué se supone que haga con Martina? —preguntó entre dientes—. Ella y yo llevamos años juntos, hasta nos íbamos a casar. Don Guillermo lo miró con la dureza de quien ha vivido demasiado. —Martina es una distracción —habló calmado, sin importarle los sentimientos de su nieto—. No tiene un apellido de renombre, ni educación, ni presencia. El apellido Cheverri nos abre puertas en Europa, y su padre está dispuesto a invertir el veinte por ciento del capital si ese matrimonio se concreta; por lo qué tú decides, ¿amor o poder? Amor o poder. Qué jodida elección. Nicolás salió del despacho sin responder, con el corazón en llamas y la mente nublada. El pasillo de mármol del piso superior retumbaba bajo sus pasos apresurados. Bajó al estacionamiento y subió a su Audi negro, con los nudillos blancos por la tensión en el volante. No pensaba perder a Martina, no después de todo lo que habían pasado juntos. La llamó, necesitaba verla. ☆☆☆☆ El departamento de Martina era moderno, lujoso, decorado con tonos oscuros y una iluminación tenue que buscaba imitar el estilo de una galería de arte. Ella lo esperaba en bata de seda negra, una copa de vino en la mano y un gesto coqueto que se desvaneció en cuanto vio la expresión sombría de Nicolás. —¿Qué pasa? —preguntó, dejando la copa sobre la mesa. Nicolás la tomó de la cintura y la besó con urgencia, necesitaba recordarse que aún tenía control sobre algo. Ella se dejó llevar, hasta que él detuvo el beso de golpe y apoyó la frente sobre la suya. —Mi abuelo me está obligando a casarme con Sofía Cheverri —dijo, con la voz quebrada por el enojo. Martina dio un paso atrás, congelada. —¿Qué? —Es un acuerdo de negocios —responde él, con frustración—. Si no lo hago, pierdo la presidencia del grupo, me lo dejó claro. Porque es eso o nada. Ella lo miró con ojos vidriosos, como si acabaran de romperle el alma. —¿Y qué… qué vas a hacer? Él la miró, y por primera vez, en mucho tiempo, dudó. ¿Qué importaba el imperio si perdía a la única persona que lo había amado sin condiciones? —Voy a aceptar, pero no voy a renunciar a ti —dijo finalmente—. Escúchame, Martina, no la amo, nunca la amaré. Es un contrato, un trámite,y en cuanto cumpla el tiempo necesario, me divorciaré para casarme contigo. Martina no dijo nada, estaba furiosa por lo que ese maldito viejo estaba haciendo, y ella no quería perderlo todo por esta situación. Se alejó en silencio y fue hacia la ventana. La ciudad brillaba abajo, indiferente a la tormenta que se estaba desatando en su interior. Sabía que debió hacer más para que Nicolás le pusiera un estúpido anillo en el dedo, pero ahora sus planes estaban tomando un rumbo distinto a lo original. Suspiró sintiéndose frustrada, necesitaba mantener todo bajo control. —¿Por cuánto tiempo será? —preguntó, fingiendo estar dolida. —Dos años —susurró Nicolás, abrazándola por la cintura. Martina apretó los puños con fuerza, pero se relajó lo mejor que pudo. Nicolás ya le había dicho que jamás amaría a esa mujer, y ser la amante no le molestaba en absoluto; no cuando al final iba a ser ella la que llevara el título de esposa al final. Dejó que Nicolás la desvistiera, sintiendo cómo empezaba a recorrer su cuerpo con sus manos. Todo iba a terminar saliendo bien, y por fin acabaría con ese maldito viejo. ☆☆☆☆ Cuando Nicolás volvió a la mansión, su abuelo y padres estaban hablando con una mujer, y no era cualquiera. Sofía se encontraba sentada al lado de su abuelo, quien le parecía emocionado de tenerla ahí. Evitó rodar los ojos e intentó dirigirse a su habitación para no ser molestado. Sin embargo, la voz de su abuelo lo hizo detenerse en seco. —Nicolás, ven aquí. —La voz de Guillermo salió con una orden, que debía ser obedecida sin réplica. Nicolás bufó, y caminó en dirección a la mesa, sentándose al lado de su prometida. —¿Para qué me necesitas, abuelo? —Para avisarte que Sofía aceptó el acuerdo, pero con un par de condiciones que deberías leer. Nicolás abrió los ojos con sorpresa, y agarró los papeles que su abuelo le estaba dando. ACUERDO PRENUPCIAL —¿Qué es esto? —preguntó sintiendo la rabia correrle por las venas. —Un acuerdo prenupcial, por supuesto —respondió Sofía, con frialdad. —¿Y de qué se trata? —volvió a preguntar, girándose a verla. —Que no obtendrás nada luego del divorcio, Nicolás —contestó ella, tranquila. —¡Eso es una m****a! —espetó, levantándose furioso—. ¡Ni pienses que voy a aceptar eso, maldita! —Lo harás, Nicolás, porque lo perderás todo. Sofía lo desafiaba con la mirada, incitandolo a hacer algo completamente estúpido. La odiaba, a ella y a todos los que estaban a favor de este maldito matrimonio. Suspiró frustrado, maldiciendo Internamente a su abuelo y firmó el acuerdo, no iba a darle el lujo a esa maldita de verlo caer, y cuando ya estuvieran casados la haría pagar esta humillación. —Ahí tienes mi maldita firma. —Sabía que terminarías haciendo lo correcto. —Esto no se va a quedar así, me las vas a pagar. —Quiero verlo, mi querido prometido. Nicolás se alejó, necesitaba salir de ahí y sacar de alguna forma su rabia. Pensó en llamar a Martina, pero descartó la idea, ella no merecía ser tratada mal por él. Antes de que pudiera llegar a la puerta, la voz de Sofía lo detuvo. —Nos casamos el sábado, Nicolás, no faltes. “Maldita perra” ☆☆☆☆ El sábado llegó sin prisa ni gloria, como una tormenta que arrasaba todo a su paso, y desaparecía como si nada. Nicolás se encontraba frustrado y furioso, con ganas de dejar todo atrás para escaparse con Martina. Sin embargo, sabía que hacer eso, provocaría que su abuelo lo desheredara. Suspiró hondo, necesitaba pensar con suma claridad lo que debía hacer a partir de ahora, y así al final dar el golpe de suerte. Debía, más temprano que tarde, encontrar una forma de quedarse con todo una vez el divorcio estuviera hecho, sin levantar sospechas. Para eso, necesitaba mantener contenta a Sofía lo suficiente, hasta que pudiera hacer algo para que el plazo de dos años acabara pronto, y él pueda seguir viéndose con Martina. Se levantó del sofá, y sonrió con arrogancia. Si iba a hacer esto, lo haría bien, así nadie sospecharía. Miró su reloj, caminó hacia la puerta, y salió de la habitación; ya era hora de esperar a su futura esposa en el altar. Pronto, el infierno que le haría vivir a Sofía, comenzaría. ☆☆☆☆ La ceremonia fue rápida, casi impersonal, un evento privado en una de las fincas del grupo Torres. Los invitados eran figuras empresariales, embajadores, miembros del círculo de poder. No hubo romanticismo, ni miradas dulces, ni votos escritos a puño y letra, solo el cierre de un negocio. Sofía Cheverri caminó hacia el altar con la cabeza alta y el vestido más elegante que se había visto en años. Era una mujer hermosa, cabello castaño claro, ojos miel, piel de porcelana, y una expresión fría, que ocultaba muchas cosas. Desde pequeña había sido entrenada para esto, para representar, lucir, y ceder cuando había que ceder, por lo que ese día no sería la excepción. Nicolás estaba allí, vestido con un impecable traje negro, el rostro pétreo, la mirada vacía. Cuando Sofía le sonrió con suavidad, él desvió los ojos. El “sí, acepto” fue una formalidad, una jaula, de la que sería difícil poder escapar. Cuando el sacerdote los declaró marido y mujer, ni siquiera se besaron, fue un pequeño roce amargo, que terminó por sentenciarlos. No hubo fiesta, ni baile, mucho menos una luna de miel, por lo que la boda pasó sin pena, y Nicolás regresó al trabajo dos días después. En casa, apenas cruzaban palabras, Nicolás no la soportaba, no la quería, y a duras penas podía aguantarla. Sin embargo, Sofía quería que por lo menos fueran capaces de llevar este matrimonio en paz, hasta ese día. —No tienes que esforzarte en agradarme —le dijo él una noche, mientras se servía un whisky—. No hay nada que puedas hacer para cambiar esto. Yo no quería casarme contigo. Sofía lo miró en silencio desde el otro lado de la sala, iba vestida con un conjunto de satén azul, elegante pero sencillo. —No estoy aquí para que me ames —respondió con calma—. Estoy aquí para cumplir el trato, nada más. Él sonrió con amargura. —Perfecto, entonces no interfieras en mi vida personal. —¿Te refieres a Martina? —Sí, Sofía sabía de la novia del hombre que amaba, y pensó en su momento de ingenuidad, que él la dejaría, pero no fue así. El nombre cayó como una piedra en el agua. —No te atrevas… —No me importa con quién te acuestas, Nicolás, pero hazlo con discreción. No por mí, por ti, porque la prensa te destrozaría si se entera de que estás engañando a tu esposa a la semana de casarte. La inteligencia de Sofía lo irritó. No entendía cómo esa mujer podía ser tan fría, tranquila, y precisa. Como si fuese una cirujana emocional. Sin embargo, algo le decía que pronto esa serenidad empezaría a resquebrajarse. ☆☆☆☆ Era una gala en honor a una fundación de salud mental. Estaban todos los grandes empresarios, políticos, y periodistas. Nicolás lucía como siempre, dominante, atractivo, impecable. A su lado, Sofía llevaba un vestido rojo de seda, ceñido a su cuerpo de forma sutil, elegante. No hablaron mucho entre ellos en toda la noche, solo lo justo para parecer una pareja estable, un matrimonio tranquilo que fingía llevarse bien. No obstante, Nicolás recibió un mensaje, y cometió el error de no ocultarlo. Sofía por curiosidad vió el nombre en la pantalla, y su corazón se desgarró. Había esperado que su esposo le fuera fiel, que por lo menos hablara con Martina para dejarle las cosas claras, pero el resultado fue inesperado. Martina no se mantuvo al margen, ni mucho menos. Se convirtió en la amante oficial de Nicolás, comidas en hoteles, viajes breves bajo excusas de negocios, encuentros en su departamento. Al principio creyó que iba a ser solo eso, pero pronto empezaron los rumores, las fotos borrosas, y las columnas en las revistas del corazón. "El heredero infiel", decían algunos titulares, que sólo estaban provocando en Sofía humillación. —Vas a salir a mitad del evento, ¿verdad? —preguntó con voz baja. —No es asunto tuyo —respondió sin mirarla. Sofía tragó saliva, no iba a llorar, no en público. —Ya no es solo una humillación privada, Nicolás, estás haciendo el ridículo, y no quiero que me arrastres contigo. —Entonces pide el divorcio —murmuró él con indiferencia, sin inmutarse. —No, aún no. —¿Por qué? Sofía sonrió, por primera vez con algo más que cortesía. —Porque todavía no termino de calcular cuánto vale tu traición —respondió y se alejó, dejándolo solo. Aguantaría lo que tuviera que aguantar, porque lo amaba e ingenuamente esperaba que cambiara. Sin embargo, si por alguna razón no llegaba a ver cambios y él la seguía humillando, entonces se iría si miras atrás. ☆☆☆☆ Esa noche, Nicolás se acostó con Martina, cogiéndola con rabia y frustración, con una necesidad estúpida de reafirmar su decisión, pero cuando terminó, no sintió alivio se sintió vacío, y por primera vez, la imagen de Sofía alejándose con esa sonrisa segura no lo dejaba en paz. Y algo, muy en el fondo, le comenzaba a decir que un juego mucho más peligroso de lo que imaginaba, acababa de empezar. Porque los acuerdos pueden romperse, las heridas pueden sangrar, pero las traiciones, tarde o temprano, se cobran.Martina siempre había sido meticulosa. Observadora. Silenciosa y, sobre todo, paciente.Durante meses se había mantenido al margen, dejando que las consecuencias del caos se extendieran solas: el divorcio de Nicolás, la caída pública, la presión de los inversores, la nueva unión entre Sofía y Adrián. Ella no movió un dedo durante todo ese tiempo.Porque una buena venganza, una de verdad, no se improvisa.Se cocina lenta.Esa noche, sin embargo, finalmente decidió que el silencio terminaba.La tormenta empezaba ahora.El penthouse que había adquirido recientemente en Puerto Madero no tenía nada que ver con su antiguo departamento. Allí, las paredes eran de concreto blanco, los ventanales gigantes mostraban el río negro como tinta, y el aire olía a velas caras y a perfume francés. Martina se paseó descalza por el piso frío, con un vaso de vino en la mano, repasando en su cabeza los pasos del plan.Nicolás Torres la había humillado. Le había arruinado la carrera y, sobre todo, había eleg
El ambiente seguía pesado después de ese encuentro inesperado entre las dos familias, y aunque todos intentaron continuar con la tarde, nada volvió a la normalidad. Nicole había regresado al sector técnico para revisar luces y pantalla principal. Tomás, por su parte, se había quedado con Nicolás y Lucía, recibiendo una serie de preguntas que él respondió con la mínima expresión posible.“¿Qué hacías con ella?”“¿Desde cuándo la conoces?”“¿Ella fue quién te buscó?”Lucía intentó suavizarlo, pero Nicolás… Nicolás tenía esa tensión endurecida en la mandíbula que solo aparecía cuando algo lo inquietaba profundamente.Tomás no dijo mucho. No porque no quisiera, sino porque todavía estaba procesando todo.Nicole. La hija de Sofía. La hija de Adrián.Y aún así, no podía sacársela de la cabeza.Esa mirada tranquila.Esa forma de hablar.Esa sensación tan extraña de familiaridad.Nunca había sentido algo así.Cuando logró escaparse de su padre, caminó hacia la zona lateral del predio, donde h
La tarde caía sobre el predio del nuevo Centro de Investigación y Desarrollo del Grupo Torres-Varela, un complejo moderno levantado en las afueras de Pilar. Los árboles se movían suavemente con la brisa, el pasto impecable brillaba con restos de la lluvia del día anterior y, entre los edificios de cristal y acero, se escuchaban pasos apresurados de empleados, asistentes y ejecutivos que aún trabajaban en la inauguración del día siguiente.Adrián y Sofía llegarían recién en la noche. Nicolás y Lucía estaban allí supervisando detalles. Y entre todo ese movimiento, dos jóvenes caminaban en direcciones opuestas sin saber que estaban a punto de cruzarse por primera vez.Ella se llamaba Nicole Varela, hija única de Adrián y Sofía.Él se llamaba Tomás Torres, hijo de Nicolás y Lucía.Ambos nacidos en mundos que se detestaban durante años.Ambos criados con historias distintas de un mismo pasado.Ambos a punto de encontrarse sin la menor idea del peso que caía sobre sus apellidos.Nicole avan
El viento suave de la tarde acariciaba las flores blancas que decoraban el jardín del viejo casco de estancia que Sofía había elegido para la ceremonia. No era un salón lujoso ni un hotel de cinco estrellas: era un lugar rodeado de árboles añejos, mesas de madera y faroles colgantes que encendían una luz cálida que hacía brillar el entorno con un resplandor íntimo, casi mágico. Ella quería un lugar donde pudiera respirar sin sentir el peso del pasado, y esa finca, escondida entre los caminos rurales, era exactamente eso.Los invitados conversaban en voz baja mientras ocupaban sus asientos frente al arco principal, cubierto de jazmines y pequeñas luces. Adrián esperaba allí, de pie, con su traje azul oscuro perfectamente entallado, pero con las manos entrelazadas detrás de la espalda para disimular la ansiedad. Sus ojos recorrían el sendero cada veinte segundos, como si temiera perderse el primer segundo en que ella apareciera.—Respira, Adrián —murmuró Carlos a su lado—. No se va a es
El edificio central de Torres Global vibraba con un rumor inquieto que se filtraba entre los pasillos. No era un día común.Los directivos habían recibido la notificación urgente: reunión extraordinaria convocada por el Presidente Honorario, Don Guillermo Torres, pero solo dos personas sabían que esa reunión no era más que una excusa. El verdadero propósito era provocar un choque.Cuando Carlos Cheverri entró en la sala de juntas, el silencio cayó como un telón.No era un hombre habitual en ese recinto. No asistía a reuniones menores. No hablaba cuando no era necesario, y su presencia allí solo significaba una cosa:Había llegado a poner límites.Don Guillermo estaba sentado en la cabecera, altivo, traje azul marino, bastón apoyado al costado. Su mirada cargada de arrogancia se clavó en Carlos con un frío desprecio.—Cheverri —pronunció—. Qué sorpresa verte después de tanto tiempo.Carlos cerró la puerta con calma. No llevaba guardaespaldas. No los necesitaba.Cada uno de sus pasos re
Nicolás no había dormido en toda la noche. El edificio central del conglomerado estaba silencioso a esa hora, iluminado solo por las luces frías de los pasillos y el reflejo lejano del amanecer sobre las ventanales.Estaba sentado en la sala de reuniones privada del piso 32, con los informes dispersos frente a él: reportes financieros, análisis de mercado, y la proyección de daños ante la filtración que había expuesto el embarazo de Sofía.No era su problema, se repetía.Ya no era su esposa.Ya no estaban ligados más que por un apellido que ella había devuelto con dignidad, pero cuando había leído la noticia, algo dentro suyo había dolido como si un hierro ardiente se clavara en su pecho.No por celos, o eso se decía, sino porque sabía lo que esa información desataría.—Don Guillermo ya debe estar moviendo los hilos —murmuró para sí.Y lo conocía demasiado bien: el viejo jamás permitiría que un niño nacido de Sofía Cheverri perteneciera a otra familia, a otros intereses, a otro legado
Último capítulo