Thomas, un talentoso, pero temperamental jugador de rugby ve su carrera tambalearse tras un incidente en pleno partido que lo lleva a ser sancionado por conducta antideportiva. Como parte de su castigo, es obligado a realizar trabajo comunitario. Allí conoce a Sophia, una voluntaria que dedica su tiempo a leer cuentos a los pacientes que están alojados en diferentes hospicios. Sophia, con su calidez y amor por las historias, comienza a desarmar las barreras emocionales de Thomas. Sin embargo, Gabriel, un jugador carismático y rival de Thomas, también siente una fuerte atracción por ella. Entre la intensidad de Thomas y el encanto de Gabriel, Sophia se ve atrapada en un triángulo amoroso que pondrá a prueba sus emociones y desvelará las verdaderas personalidades de ambos hombres.
Leer másEl rugido de la multitud resonaba en el estadio. Era un mar de colores y banderas ondeando al viento mientras el partido de rugby alcanzaba su clímax. La gente gritaba, aplaudía y silbaba, mientras en el centro del campo, los jugadores se movían con una energía frenética, sus cuerpos chocaban con fuerza en cada tackle y ruck. El sol brillaba sobre ellos, haciendo brillar el sudor en sus frentes y acentuando cada golpe y empuje y sacando a lucir seductoramente la fuerza que reflejaban sus músculos, venas y tendones.
Thomas se limpió el sudor de la cara con la palma de su mano. Era una fuerza imponente en el campo. Su físico robusto y su barba crecida al estilo vikingo le daban una presencia intimidante. Sus ojos marrones, llenos de furia y concentración, seguían cada movimiento con una intensidad que hacía temblar a sus adversarios. Su cabello castaño claro, desaliñado, y la cicatriz en la nariz que le atravesaba la cara desde la altura del pómulo derecho hasta perderse en la mejilla izquierda, resultado de una batalla anterior en el campo, solo acentuaban su aura de dureza. Un enorme número uno se lucía en la espalda de su camiseta color azul, indicando su posición en el campo. Era el pilar izquierdo y capitán de su equipo.
Gabriel, por otro lado, era el centro de todas las miradas. Su encanto natural y su presencia magnética no solo lo hacían destacar en el campo, sino que también atraían la admiración de los espectadores y compañeros de equipo por igual. Con su físico atlético y su actitud arrogante, Gabriel jugaba con una confianza desbordante, luciendo con orgullo el número diez en su camiseta color verde que se ajustaba a su esculpido cuerpo. Sus pases eran precisos y sus movimientos ágiles, parecían calculados por una inteligencia artificial. Sus patadas al arco tenían una precisión absoluta, y era ovacionado por todo el público, tanto el femenino como el masculino. Y no sólo porque cada puntapié se convertía en puntos para su equipo, sino porque mientras Gabriel se tomaba al menos unos minutos para saludar a los aficionados, firmarles autógrafos y sacarse fotos con ellos —especialmente con los niños— Thomas no hablaba con nadie y salía de los enfrentamientos con cara de pocos amigos, ignorando a los pocos fanáticos que tenía.
Lucas, el fiel compañero de Gabriel, se acercó luciendo el número doce estampado en la camiseta y trayendo el “Tee”, aquel soporte de plástico en el que iba a ir depositada la pelota, para que su capitán pueda hacer la patada a los palos de la enorme H que era el arco. Con su cabello corto y arreglado, Lucas no perdía oportunidad para ofrecer elogios a Gabriel, siguiéndolo a todas partes y animándolo con fervor. Colocó el soporte en el césped y luego la pelota sobre él, dejando todo listo para que Gabriel pueda patear. Antes de hacerlo, Gabriel hizo su “ritual”: Miró a la tribuna, guiñó un ojo y sonrió para su público, siendo ovacionado y gritado con entusiasmo. Pateó con fuerza la pelota, haciendo que ésta haga un bonito arco en medio de los dos palos paralelos. Una nueva conversión a su racha invicta como capitán y apertura, su posición en el equipo.
El partido estaba en sus minutos finales, y el marcador estaba ajustado. Gabriel recibió el balón en una posición prometedora, con un espacio claro delante de él para avanzar. Su sonrisa arrogante brillaba mientras se preparaba para ejecutar un movimiento espectacular que, en su mente, le aseguraría el triunfo y consolidaría aún más su estatus de estrella.
Thomas, sin embargo, no estaba dispuesto a permitir que Gabriel se saliera con la suya. Sus ojos se encontraron con los suyos, y una chispa de desafío se encendió entre ellos. En un movimiento decidido, Thomas se lanzó hacia adelante, dispuesto a detener a Gabriel a toda costa. El choque fue brutal. Gabriel, sorprendido por la intensidad del impacto, cayó al suelo con un golpe seco que resonó en el estadio.
—¡Eso es lo que pasa cuando te crees el rey del campo! —gritó Thomas, su voz grave retumbó sobre el ruido del público. La agresividad en su tono reflejaba años de frustración acumulada y un resentimiento profundo, especialmente por los dichos de los comentaristas y del público respecto a su actitud hosca para los aficionados del deporte.
Gabriel, aturdido, pero con su orgullo intacto, se levantó lentamente. Su expresión de sorpresa se transformó en una mueca de desdén mientras miraba a Thomas.
—¿Eso es todo lo que tienes, bestia? —lo retó, con su voz cargada de desprecio, llamándolo por el sobrenombre que la prensa le había puesto por su apariencia física y su brutalidad—. ¿Acaso no sabes jugar limpio?
Lucas se acercó rápidamente, colocándose a un lado de Gabriel y ofreciéndole una mano con una sonrisa exagerada.
—¡Vamos, Gabriel! No te dejes afectar por este tipo. ¡Eres el mejor en el campo! —decía, mientras echaba una mirada despectiva hacia Thomas, que mantenía su mirada fija en Gabriel.
Thomas no respondió, su concentración estaba en el juego. Aunque la actitud de Gabriel y el comportamiento adulador de Lucas lo irritaban, sabía que su foco debía permanecer en ganar el partido, no en las provocaciones, aunque él haya sido el provocador. Sin embargo, el altercado había dejado una marca en el ambiente. La tensión entre Thomas y Gabriel era palpable, y la rivalidad que se había cocinado a lo largo de la temporada estaba a punto de estallar como un polvorín. Y finalmente, estalló.
Cuando Thomas por fin tuvo posesión de la pelota, se dirigió hacia la zona de anotación, siendo rodeado por sus compañeros. Si lograba marcar ese try, ganarían el partido sólo por un punto, pero lo ganarían. Sólo tenía que llegar hasta la línea del in-goal y apoyar la pelota.
Pero una fuerza desconocida para él lo jaló hacia el césped, a sólo escasos centímetros de la línea de anotación. Alguien lo había tomado de la barba y jalado de ella en un tackle ilegal, aprovechándose de la cobertura de los miembros de su equipo y los del equipo rival. Sonó la bocina que indicaba el final del partido.
El silbato del árbitro se hizo escuchar, y mientras revisaban la partida en el TMO, Thomas se levantó del suelo con furia contenida pues había visto la sonrisa sínica de Gabriel mientras él caía al suelo.
—¿Quién es el del juego sucio, eh? —le gritó Thomas a Gabriel, arrojándole al pecho la pelota ovalada con gran ira.
—¿De qué estás hablando? ¡Estás cada día más loco! —exclamó Gabriel, fingiendo inocencia.
Los réferis tenían una decisión: Evidentemente no había sido try, pero tampoco habían visto el tackle ilegal que alegaba Thomas. El silbato del árbitro marcó el final del partido. Pero las broncas apenas comenzaban, porque Thomas, harto de la payaseada de Gabriel en el campo de juego, y sin ser capaz de contener más la ira acumulada por la injusta cometida por el equipo de árbitros, cerró el puño y se lo hundió en la cara a Gabriel. Más pronto que tarde, los treinta jugadores, y algunos suplentes, estaban intercambiando golpes en un burdo intento de detener la pelea iniciada.
El partido había terminado, pero la batalla entre Thomas y Gabriel apenas había comenzado. Los conflictos en el campo solo eran el preludio de una confrontación mucho más profunda que se avecinaba.
—¡Muy buenas tardes a todos los fanáticos del rugby que nos acompañan desde distintas partes del país y del mundo! ¡Aquí estamos, en un estadio repleto que vibra con una energía casi mística! No hay más entradas, Roberto. Estadio al máximo de sus capacidades. Hoy no es un partido más. Hoy es historia.—Así es, Claudio. Hoy no sólo abrimos los partidos del Mundial de Rugby, sino que hoy se cierra un círculo y se abre otro. Hoy vuelve un hombre que, por mucho tiempo, pensamos que no volveríamos a ver en una cancha. El vikingo. El monstruo. El capitán que cayó y volvió a levantarse.—¡Hoy vuelve Thomas Sclavi!El estadio vibraba a los pies de los comentaristas. Claudio y Roberto estaban ansiosos por ver entrar a la Bestia.—¿Quién hubiera creído que el capitán caído, el que lo perdió todo, el que casi no camina... iba a regresar para cerrar su historia en la cancha donde comenzó todo?—Permíteme, una pequeña aclaración, Claudio. Porque no quiero que la gente piense mal. Thomas viene, no
Charles ingresó al hospital, caminando fuerte y seguro de sí mismo. Luciendo su traje gris y su ceño fruncido.Y por detrás del abogado, como un séquito aparte, hacían su entrada John y Vivian. La mujer al ver a su hija fue corriendo hacia ella. John hizo lo mismo.—Hermana… —lloriqueó John al ver a Sophia en ese estado—. ¿Estás bien?—Pero ¿qué te hizo ese maldito? —lloriqueó Vivian al ver a su hija tan golpeada.—¡Quién es usted para darle órdenes a mi cliente! —le gritó la abogada de Helena a Charles.Sophia miró a su padre, expectante. Pues sabía que si había algo que él no toleraba era la bravuconería de los recién graduados.—Primero que se te seque la tinta del título universitario, mocosa atrevida. Porque te faltan treinta y cinco años de ejercicio de la profesión para que me grites así —gruñó Charles—. Y segundo, soy Charles Milstein. Abogado de Thomas Sclavi. Y padre de esta señorita —miró a Sophia—. Y tengo aquí la orden judicial que prohíbe expresamente el acercamiento de
Dentro de la ambulancia, el aire era más denso que el barro que les cubría la piel.Sophia temblaba. No sabía si por el frío que calaba los huesos o por el miedo que se le había incrustado en la columna vertebral. Tal vez por ambas cosas. Las sirenas ululaban como fantasmas desesperados, anunciando una tragedia que aún no terminaba de escribirse. A su lado, Xavier no soltaba su mano, ni siquiera cuando el paramédico los cubrió con una manta áspera y seca que olía a hospital y desinfección.—Están tiritando —dijo el hombre, con voz curtida pero amable—. No los puedo secar, pero al menos con esto no se me congelan.Sophia asintió. No tenía fuerzas para hablar. La nariz le dolía como si le hubiesen clavado una estaca, y cada respiro le venía con aroma a sangre. Pero eso no era lo que más le importaba.Frente a ella, apenas sujetado por correas a la camilla, yacía Thomas.El gigante caído. Jadeaba. Se quejaba. El sudor le perlaba la frente. No sentía las piernas.—No puedo… moverlas —susu
El silencio que siguió al golpe fue más brutal que el propio impacto. Un segundo detenido en el tiempo. Como si el mundo contuviera el aliento.La mano de Sophia quedó flotando en el aire un instante antes de caer pesadamente al barro. Su cuerpo, frágil y ensangrentado, se desplomó sobre el de Thomas, como un escudo humano vencido. Como el cuerpo de una mariposa sin alas, luego de haber peleado contra un huracán y haber vencido.El barro la recibió con la indiferencia de quien ya ha sido manchado con demasiada sangre y demasiada historia. Su blusa era ya un trapo inservible, lleno de barro y plasma. Su nariz sangraba, sí, pero era algo más lo que se había roto: la idea de que aún quedaba un límite que Gabriel no cruzaría.Se sostenía la cara con una mano temblorosa. La sangre le brotaba feroz, dibujando un hilo oscuro sobre su piel pálida. Sus ojos estaban abiertos, pero empañados. No lloraba. Ya no. Llorar era para quienes aún tenían algo que perder. Y ella había ganado. Habían ganad
Thomas podía sentir cómo, bajo sus fuertes y poderosos dedos, la garganta de Gabriel se iba cerrando. Había soñado con ese momento tantas noches… La adrenalínica sensación de que, por fin, uno de los orígenes de todos sus males y pesares, estaba a punto de desaparecer. Sólo un poco más… Sólo un poco más…—Por favor… Thomas… —jadeó Gabriel, arañando las garras de su agresor—. Por favor…No. Así no. Esta no era la manera de solucionar las cosas. No era lo que quería que su hijo aprenda. No era lo que su madre le había enseñado. No eran los valores del rugby. Y no era lo que había aprendido de Sophia. No podía hacerlo.Y no pudo.Lento, muy lento… como quien deja a un bebé en su cuna, y con los ojos clavados en los celestes iris de Gabriel, volvió a su rival al suelo.Lo primero en tocar el suelo fueron las puntas de sus pies que, al sentir un lugar firme bajo él, y las enormes manazas de Thomas ir aflojando gradualmente el agarre sobre su cuello, la desesperación y el terror fue abandon
—¡No, Gabriel! ¡NO! —gritó Sophia, su voz desgarrada por el viento y la lluvia.Pero ya era tarde. El cartel publicitario ya no reposaba en el suelo. Elevado como una lanza improvisada, Gabriel lo blandía sobre su cabeza, apuntando directamente hacia Thomas. Un destello violento cruzó sus ojos: el brillo febril de alguien que ya no tenía nada que perder pues ya había sido expuesto por lo que en verdad era.No más máscaras. No más farsas ni actuaciones. No más perfeccionismo ni reacciones medidas conforme lo que el público quería de él. Ahora que, finalmente, la máscara de príncipe se había roto en mil pedazos, ya no tenía sentido seguir fingiendo. Ahora podía dejar salir la furia asesina que venía conteniendo hacía tanto tiempo.Y justo cuando la multitud contuvo la respiración —cuando el barro, la lluvia y el horror se combinaron en un segundo suspendido en el tiempo—, una mano se alzó desde el suelo.La mano de Thomas.La bestia.Sus dedos, temblorosos, llenos de callos, lastimadura
Último capítulo