A veces, en medio de una conversación cualquiera, Julia cerraba los ojos y regresaba a esa primera tarde. Podía sentir el hormigueo en el pecho, la mezcla de nervios y euforia de cuando vio a Álvaro por primera vez, hace ya más de una década. Aún era una estudiante de veintitrés años, una becaria hambrienta de oportunidades, sin más riquezas que su talento y un diccionario mental de palabras complejas para sonar segura.Todo empezó en un auditorio frío, con sillas plegables, olor a café barato y galletas de cortesía. La Universidad había organizado una charla sobre innovación tecnológica y emprendimiento en América Latina. Ella, que estaba cursando los últimos semestres de Diseño y Comunicación Visual, se anotó porque necesitaba puntos extra y, en el fondo, ansiaba ver algo distinto a los muros agrietados de su barrio.El nombre del ponente no le sonaba: Álvaro Rivas. CEO de una start-up emergente que trabajaba en algo con inteligencia artificial. Hasta ese momento, IA era un concepto
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