Para saldar una millonaria deuda, mi padrastro ha decidido venderme al hijo del hombre más rico del país, pero también el más desagradable. El día de la boda, llega un hombre que parece sacado de un cuento de hadas, pero que en realidad me hace vivir un cuento de terror. No solo llega con otra mujer a nuestra boda, sino que en nuestro matrimonio solo me da indiferencia y...sexo. Mi único consuelo es mi fantástico trabajo como diseñadora de joyas anónima, el cual me permite ahorrar e iniciar la cuenta atrás para poder librarme de él, pero cuando llegue la hora, ¿él me dejará ir? Peor aún, ¿qué hará cuándo se entere de que llevo a su hijo en el vientre? -No, no puedes irte -me dice con una sonrisa cruel, luego de romper mi cheque-. Todavía tienes que pagarme los intereses.
Leer másÁmbar
Desearía que esta fuera una espantosa pesadilla y despertar pronto.
Al estar frente a las puertas de la iglesia, vestida de novia, las lágrimas recorren mis mejillas. Mi maquillaje se está arruinando, pero estoy tan aturdida que no me importa.
Siento la cercanía de mi hermanastra segundos antes de que llegue. Su perfume, inconfundible, me hace cosquillas en la nariz.
—Te envidio, hermanita —dice burlonamente mientras se para a mi lado—. Te casarás tan joven.
Más lágrimas caen, no de felicidad, sino de una amarga tristeza. Mi propia madre me ha obligado a casarme con el hijo del hombre al que le debe dinero por culpa de la adicción al juego de mi padrastro. Al principio me opuse con todas mis fuerzas, pero entonces mamá se puso aquella pistola en la sien y amenazó con dispararse.
—Tú serás la culpable de mi muerte —me había dicho, mirándome fijamente a los ojos.
A pesar de que ella no me quiere, no pude permitir que se matara. No sé si lo que siento por ella es amor, pero no podría vivir con ese cargo de conciencia. Aun así, hay noches en que sueño con escapar, especialmente desde aquel día en que conocí a ese espantoso hombre, con el rostro lleno de pliegues y dientes amarillentos por el cigarro. No solo su apariencia me resultó vomitiva, sino también su actitud.
No tengo pruebas, pero no dudo de que su hijo sea igual o peor que él.
—Mientras tú te casas y te llenas de lujos, yo tendré que estudiar en esa prestigiosa y aburrida universidad por ti —añade, casi bostezando.
Volteo a verla lentamente, con la ira bullendo en mi interior. No puede ser posible.
—¿Qué has dicho? —digo entre dientes.
Edna se ríe, y la amargura se vuelve una roca que no solo me aplasta, sino que me reduce a polvo. Mi vida ha sido miserable, salvo por la oportunidad de estudiar. Mi padrastro, consciente de que a los hombres de la alta sociedad les gusta tomar por esposas a personas inteligentes, me brindó una buena educación y siempre tuve a mi disposición mucho material de estudio.
Siempre supe que las cosas acabarían de esta forma, que siempre fui su moneda de cambio porque su amada hija jamás debía pasar por algo tan horrible. Aun así, encontré consuelo en estudiar y cultivarme. Aquello rindió sus frutos, pues recientemente recibí mi carta de admisión a la universidad, con una beca completa.
¿Quién diría que todo esto pasó cuando estaba a punto de escapar de esta asfixiante dinámica familiar? No puedo tener peor suerte.
—No quiero hacer esto —contesta, fingiendo fastidio, pero sé que en el fondo solo lo dice para hacerme sentir peor—. Esta universidad es tan prestigiosa que no podré salir con nadie interesante. Los cerebritos no suelen ser atractivos. ¿Cómo es que ese era tu sueño? No lo entiendo.
—Lo que dices tiene que ser mentira. A ti no te gusta tocar ni un libro, prácticamente eres alérgica a leer. ¿De qué estás hablando?
—Se tenía que aprovechar la beca. —Se encoge de hombros—. Como ahora te vas a casar, lo aprovecharé yo. No tiene caso que te opongas, ya es un hecho.
Aprieto las manos en torno al ramo, deseando que fuera el cuello de Edna. No quiero seguir escuchándola, me niego a hacerlo. Matar a alguien es un pecado, pero hacerlo en una iglesia sería un sacrilegio que no puedo cometer. Tengo muchas ganas de hacerlo, ya que ella se está quedando con todo lo que yo quería.
Sin esperar a que llegue mi padrastro para que me entregue, abro la puerta de la iglesia. La marcha nupcial comienza a toda prisa, y la gente me voltea a ver desconcertada.
El novio no me está esperando en el altar, pero sigo avanzando, intentando que los murmullos no me hagan explotar. El sudor corre por mis sienes y siento las piernas débiles. Quiero que esto termine, pero al mismo tiempo, que no comience. Esta boda es una locura. Ojalá el novio no llegue nunca, o que, si lo hace, todo sea muy rápido.
Al pararme frente al altar, me siento abrumada por la ansiedad. El sacerdote me observa con aire despectivo, como si fuera un pecado no venir acompañada y llegar tarde a la marcha nupcial.
«Acabemos con esto, por favor», pienso desesperada.
Me giro hacia los invitados, a quienes no reconozco. Mis avergonzados tutores recorren el pasillo con mi hermana, lanzándome miradas de reproche por mi exabrupto. «Hagas lo que hagas, no puedes agradarles», pienso para tranquilizarme.
Los segundos se vuelven minutos, que me parecen interminables. El novio sigue sin aparecer, lo que genera impaciencia en todos, especialmente en su padre, quien mira la hora cada treinta segundos.
—Parece que no vendrá —susurra alguien, y su interlocutor suelta una risita.
Me debato entre el deseo de que no llegue para librarme de este infierno y el de que sí lo haga para callar las bocas de todos. ¿Qué se cree David Ruiz para dejarme plantada en el altar?
«Lo siento, mamá, pero esta vez no es mi culpa si mueres», pienso en un arranque de rabia.
—Vendrá —les digo, pero mi voz se pierde entre el creciente rumor de los invitados.
No vendrá. Ese hijo de puta no va a venir.
Cuando estoy a punto de quitarme el velo y decido que lo mejor es salir corriendo, las puertas de la iglesia se vuelven a abrir.
Las voces se acallan bruscamente, y la atmósfera se carga de una tensión y expectación insoportables. Mi corazón vuelve a acelerarse mientras miro fijamente la puerta, sintiendo que tengo en las manos una bomba a punto de estallar, no un ramo de flores a las que creo que soy alérgica.
Mi espalda suda como nunca y estoy segura de que mi maquillaje está completamente arruinado. Según la maquilladora, debería resistir, pero podría jurar que me veo como un mapache… o un payaso.
Un hombre alto, con el cabello negro desordenado y el rostro rojizo, entra por la puerta. Con toda probabilidad, no está en sus cinco sentidos. Debió tomarse la segunda botella del día antes de venir.
Aunque no es un monstruo horrible como el señor Ruiz, sé que es el novio. El traje negro y la corbata de lazo son inconfundibles.
Pero esperen, no es lo peor, no es la «cereza» de este macabro pastel de bodas.
Mi flamante futuro esposo lleva en sus brazos a una hermosa mujer pelirroja, cuyo vestido negro deja mucho a la imaginación. Los invitados ahogan gritos, otros se ríen y murmuran sobre si habrá un cambio de novia.
Espero que tengan razón, por supuesto.
Mi padrastro y mi madre están rígidos en sus asientos, mientras que Edna, absorta en su celular, parece no haberse enterado de nada.
La reacción que aumenta en mí ese sentimiento de humillación es la sonrisa burlona y amarillenta que me dedica el señor Ruiz.
Si él y su hijo querían humillarme, lo han conseguido con creces.
ÁmbarCuando David estaciona frente a la empresa, se me encoge el estómago. Antes de que ocurriera todo esto, Grupo López era mi orgullo, mi refugio, la prueba de lo fuerte que me volví tras el divorcio. Ahora, en cambio, solo me recuerda lo podrida que está esta sociedad, de que pertenecer a las altas esferas tiene un costo muy alto y que, cualquier error, puede costarte todo.Tal vez todo se esté resolviendo, tal vez pronto todo quede atrás, pero yo no volveré a sentirme igual. —No tengas miedo, estoy contigo, Pecas —me dice David, besándome la mano.—No es miedo —suspiro—. El problema es que estoy decepcionada. —¿Decepcionada de mí?—No, decepcionada de la sociedad que nos rodea —sonrío con tristeza—. Creí que con esta empresa por fin me aceptarían, que dejaría de ser tratada como menos. Ahora veo lo fácil que es destruir una reputación. Que el dinero y los contactos…—El dinero, los contactos y la reputación no te dan amor —me interrumpe, mirándome a los ojos—. Nada reemplaza es
David —Será un paso complicado para ti, mi amor —me dice Ámbar en voz baja.La aprieto más contra mi cuerpo y aspiro el aroma de su cabello. No hay nada más relajante que olerla después de hacer el amor. Es como si los problemas se volvieran insignificantes o como si no existieran. Pero sé muy bien que a lo que nos enfrentamos es algo grande, jamás lo he perdido de vista.—Complicado, sí, pero no imposible. No le tengo miedo a las repercusiones.—¿Y si terminamos en la bancarrota?—No lo haremos, pero si llegara a pasar, nos quedan los hoteles. Venderé mi parte y obtendremos lo suficiente para montar otro negocio.—Un negocio que también caerá cuando se sepa que estoy detrás de todo esto. —¿Por qué eres tan pesimista, Pecas? —gruño—. La confianza volverá eventualmente, cuando todos se den cuenta de que todo fue una trampa.—Me sabe mal no poder recuperarla por mí misma, que tenga que depender de ti para lograrlo —confiesa.No respondo de inmediato, pero tampoco me aparto. Aunque lo
Ruth Gustavo nos saca a mí y a Charlie de la casa y nos lleva al jardín. Odio que mi bocota haya arruinado lo que debía ser el momento más lindo para mi amiga, pero simplemente no pude más. Mi conciencia me traicionó. Ahora no sé qué voy a hacer para evitar que Charlie nos mate a los dos. Porque lo hará. Nos está mirando con esa furia muda, con los brazos cruzados, igual que cuando está a punto de explotar como un volcán de categoría apocalíptica. —¿Por qué la tía Ámbar dijo que Gustavo es mi papá? —pregunta al fin.—Porque es verdad —se adelanta a decir Gustavo antes de que yo pueda inventar cualquier cosa. Bueno, ya no hay marcha atrás. Fue lindo vivir mientras duró. —Pero tú eres tonto, no puedes ser mi papá. —Pues lo soy, Charlie —Gustavo se encoge de hombros—. Soy tu padre, y si no te lo dijimos fue porque no queríamos que te enojaras como lo estás haciendo ahora. Ya sé que no te agrado, que quizás hubieras querido tener otro papá, pero eso es algo que no se puede controlar
Ámbar La felicidad que siento por anunciar que estamos esperando dos hijos se ve opacada cuando Mía me pide que hablemos en privado. —Joshua vino —me confiesa—. Subió a mi habitación y me rogó que volviera con él.—Espera, ¿entro a la casa? —ahogo un grito—. ¿Estás bien? —Sí, estoy bien. Bueno, emocionalmente... estoy hecha m****a, pero no me hizo daño, ni tampoco le hizo nada a Ana.—Pero ella no me dijo nada. —Porque le pedí que me dejara contártelo yo —me aclara—. Joshua me suplicó que me fuera con él, que lo apoyara, pero también me dijo que…—¿Qué? —sonrío—. ¿Que te ama? —Eh… —Sí, tengo razón. Te dijo eso. —Bueno, sí —asiente, bajando la mirada—. Me dijo que me ama, que quiere que nos vayamos lejos, que desea terminar con todo esto. —Y entonces…—No, Ámbar, no te traicionaré —me asegura, tomándome de las manos—. Lo último que quiero es causarte problemas. Voy a declarar a tu favor, y no pienso cambiar de opinión. —Te lo agradezco —le sonrió—, pero me hace sentir mal que
Mía Aprovechando que no hay nadie más en casa, me atrevo a bajar al primer piso para buscar algo de comer. En la cocina, encuentro a Ana preparando algo que huele delicioso. —Huele bastante bien —elogio, y ella me dedica una amable sonrisa. Nadie me trata mal aquí, ni me hace muecas de desprecio ni nada parecido, pero aun así no me siento merecedora de su amabilidad ni de que me alimenten. —Me alegro, ya iba a subirle su comida, señora Mía. —Gracias, Ana, pero no, no acepto que me subas la comida, ya te lo he dicho. —Pero apenas quiere bajar, así que asumo que no le gusta.—Lo que pasa es que no me lo merezco —me encojo de hombros—. Quiera o no, sigo siendo la esposa del hombre que intentó arruinar la imagen de Ámbar, y eso va a costar mucho trabajo reconstruirlo, por más que yo intervenga. —Sí, costará un poco, pero mi niña siempre ha sabido levantarse. Además, el señor Ruiz la está ayudando muchísimo. —Ese hombre recibiría balas por ella —sonrío—. Ámbar lo merece; a pesar de
Ámbar Durante los siguientes días, Mía trata de no dar molestia alguna y prefiere comer sin que nadie esté cerca. Nadie le ha hecho nada para que se sienta de esa forma, pero ella misma sabe la situación con Joshua. —No puedo, Ámbar. Aquí no puedo convivir, sino que me estoy escondiendo de ese tipo —me respondo cuando la reprendo por milésima vez. —Mía, eso no te hace bien —replico, sentándome en su cama—. No puedes esconderte aquí para siempre, y además…—No, sé que no. Solo lo haré hasta que tengan la reunión con los abogados. David me dijo que todo está en marcha y que será una pelea campal. —Sí, algo de eso hay —me encojo de hombros—. Y sí, te verás involucrada en algo grande, pero eso no es motivo para que… —¿Te puedo confesar algo y no te enfadas? —me pregunta, volviéndose hacia mí—. Sinceramente, tengo mucho miedo de que me encuentre, porque no sé qué haré cuando lo vea. —Tienes sentimientos por él, ¿verdad?—Me casé muy enamorada y con la esperanza de que él también me qu
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