Mundo de ficçãoIniciar sessãoCuando el matrimonio por contrato de un año entra en su cuenta regresiva de 30 días, la siempre fría y calculadora Verónica comienza a preparar los trámites de divorcio. Alexander, quien nunca tomó en serio el matrimonio, de repente se da cuenta de que no puede aceptar que esta mujer desaparezca por completo de su vida.
Ler maisEn una cirugía cardíaca, todo es menos invasivo pero cada maniobra debe ser perfecta. Los pasos de cada intervención se planifican y se realizan con una máxima precisión y diligencia.
— Sudor —habla Verónica mientras sus ojos siguen en aquella cirugía. Las piernas las tiene cansadas, pero sus manos siguen trabajando con precisión después de casi ocho horas de un trabajo continuo. — Kowalski —habla nuevamente Verónica mientras un instrumentista le acerca una pinza. Verónica tiene una pasión casi impalpable con el corazón humano. Verónica Cox es una de los mejores doctores cirujanos cardiovasculares del país. Con la joven edad de veintiséis años, ha podido escalar hasta donde está en este momento. Aunque en el camino haya terminando con un matrimonio arreglado con nada más que Alexander Dixon. — Latidos bajando —informa el ayudante. — Un minuto —responde de inmediato Verónica— ¡Sudor! La enfermera le limpia el Sudor a Verónica, mientras el ayudante sigue notando qué los latidos del paciente siguen perdiendo fuerza. Verónica está poniendo empeño en terminar, pero el cansancio de horas y horas la hace ser un milisegundo más lenta. — ¡Latidos bajando! —vuelve a informar el ayudante mientras toma el reanimador preparándose para la peor situación. Verónica siguió concentrada en reparar la válvula cardíaca. Lográndolo en el tiempo pactado, volviendo a respirar con normalidad. — Está entrando en un paro cardíaco, doctora Cox —el segundo cirujano informa con un poco de pánico. En el mundo de la medicina cardiovascular, Verónica es considerada una novata por la poca edad que tiene. — Inyecte dos de epinephrine —habla Verónica con calma. La enfermera prepara la inyección casi de inmediato, el segundo cirujano prepara la máquina para reanimar con las manos temblorosas, el anestesiólogo solo observa impresionado a la única persona que mantiene la calma: Verónica Cox. — Latidos estables —informa Verónica cuando ha inyectado directo al corazón aquel medicamento— Cirugía terminada. Aún compañeros de Verónica se siguen impresionando cuando la ven trabajar. Ella puede mantener la calma en situaciones que a cualquiera pone nervioso. Los ayudantes, la enfermera, el doctor general y aquel segundo cirujano cardiovascular la observan dejar aquella fría sala de quirófano. Recordando que la doctora Cox es alguien de confiar. Verónica sale del quirófano quitándose los guantes, cuando su celular se enciende con varias notificaciones; "El señor Dixon desea informar sobre una cena benéfica esta noche a las siete, señorita Cox" "El señor Dixon desea que confirme la cita de inmediato" "Señorita Cox, por favor confirme la cita de inmediato" Aquella prisa, hizo que en la cara de Verónica apareciera una fugaz mueca, por lo recuerdos que esos mensajes le trajeron. FLASHBACK UN AÑO ATRÁS El escritorio de madera blanca de Verónica era tan grande, que nadie de las personas presentes podían notar el movimiento repetitivo de su pierna izquierda, lo que indica una sola cosa; miedo a la incertidumbre. Verónica había recibido una llamada de sus padre minutos atrás, donde le hacía saber su mal estado de salud y una nueva deuda a la familia. La quiebra de la familia Cox parecía haber llegado después de lo que su padre le ha contado; uno de sus mejores amigos le comentó de una nueva empresa que estaba cotizando muy bien, que todos deberían invertir en ella, así que sin pensarlo, invirtió millones en un lote de equipos médicos. En resumen, estaba recibiendo demandas por vender productos de mala calidad. Su padre le explicó lo mejor que pudo que esos equipos no fueron nada baratos. — Es un proyecto demasiado bueno, debemos encontrar a las personas dispuestas y correctas para que hagan esta inversión —habló Verónica fingiendo serenidad. María Hudson, la mujer de cuarenta años que lleva la parte administrativa de la empresa farmacéutica de Verónica, se acomodó sus lentes y negó con la cabeza— Estamos al borde, no podemos arriesgarnos con algo que puede o no funcionar. Verónica Cox, una mujer que no suele cometer errores, habia cometido uno, demasiado grande. Habían comprado aparatos médicos de una empresa que tenia buenas reseñas y además excelentes precios. El error fue no comprobar la calidad de aquella marca. — ¿Qué quieres decir? ¿Qué es exactamente lo que crees que deberíamos hacer para salvarnos ahora? —Verónica detuvo el movimiento de su pierna y se enderezó. — Pagar y arreglar las demandas generadas por la marca Bell. Manejar esa situación es primordial, evitemos caer aún mas bajo, tu empresa tiene demasiado futuro, Verónica —María estaba hablando desde el corazón. Los hombres que estaban detrás de María Hudson, asistieron dándole la razón. — Pueden retirarse —dictó Verónica— A excepción de María, todos pueden retirarse. Los hombres trajeados no dudaron en salir, sabían que la orden había sido dada con fuerza que aseguraba ser "lo antes posible". — Cuando tengan el total —Verónica se dirigió a María— Necesito que se me informe de inmediato. Librar y limpiar nuestro nombre es primordial ahora. — Entendido —María fingió toser— Ahora, hablando de amiga a amiga, quisiera decirte que estás haciendo un excelente trabajo, Verónica. Todos aquí confiamos en que saldremos de esta situación. — Gracias, María. Así será. La situación para Verónica ahora misma es tan mala como la contaminación del mundo. Su empresa se enfrenta a demandas y su padre debe demasiado dinero, aunque todo se podría resumir a que solo necesitaba dinero, el dinero no es tan fácil de conseguir cuando solo millones te podrían ayudar. Verónica soltó un gran suspiro cuando por fin estuvo sola, aunque tenia muchas ganas de gritar, golpear y tirar cosas al suelo, contó hasta diez y siguió trabajando. Cuando la noche llegó a la ciudad, un hombre tan alto que llama la atención de cualquier persona, entró a un exclusivo bar. — Es Alexander Dixon —susurró una bella mujer rubia que lo reconoció al verlo— Qué suerte tenemos, escuché que ha terminado con Ana. — ¿Ana Bell? ¿En serio? Alexander sentía una gran necesidad de tomar alcohol. Era la primera vez que alguien lo había dejado, a él. — Deberíamos hacer algo con esta información —siguieron hablando aquellas mujeres. En el mundo hay muchas personas importantes, imponentes y frías. Y una persona que entabla esa lista es Alexander Dixon, CEO del grupo Dixon. — Otra —ordenó Alexander ignorando las miradas de las mayorías de las mujeres del lugar y dejando un vaso de vidrio vacío sobre la barra. El barman no dudó en prepararle otro trago, pero ahora lo preparó donde no fuera visto. Había recibido minutos antes un soborno para sabotear aquella bebida. Alexander que ya había tomado varios tragos no dudó en tomarse ese último tan rápido como fuera posible. Solo quería olvidarse de su ahora ex prometida Ana Bell. — Es ahora —dijo la mujer rubia que lo había reconocido al entrar, sacando su celular y tomando fotos de un Alexander Dixon ebrio y descontrolado. Alexander casi cinco segundos después de haberse tomado aquella bebida, había perdido la razón de si mismo. [...] "ALEXANDER DIXON EBRIO CAUSA DESTROSOS EN UN BAR" "ALEXANDER DIXON, CEO DEL GRUPO DIXON NO RESPETA LOS PEQUEÑOS NEGOCIOS" "A ALEXANDER DIXON LE HACE FALTA SENTAR CABEZA; DESTROZÓ UN BAR" Alexander miró con desdén a todos los títulos de aquellas noticias amarillentas mientras su mano derecha le quería sacar los ojos de las cuencas. — ¿Has perdido la maldita razón por una mujer, Alexander? ¿Sabes cuanto dañará esto la imagen al negocio? Jorge estaba tan enojado aquella mañana cuando las llamadas de los mas importantes inversores lo despertaron preguntando por su jefe. Todos los periódicos de la ciudad estaban repletos de la imagen de su jefe en un bar. — No perdí nada —repuso Alexander— No recuerdo nada de anoche. Yo estaba bien, no soy ningún niño pedante que no conoce sus propios límites con el alcohol. — Pues eso no parece. Al parecer ahora te dedicas a destrozar bares —Jorge tomó unas hojas qué había impreso minutos antes de llegar a la casa de Alexander— Necesito que elijas un nombre de aquí. — ¿Para qué? — Tenemos que arreglar la imagen del grupo Dixon y nuestros inversionistas mayoritarios han dado justo una solución. Alexander tomó la hoja que contenía aproximadamente quince nombres, edades, profesiones y algunas cosas de mujeres. — Te vas a casar, lo antes posible.Sonia terminaba de doblar la ropa limpia sobre la cama , una tarea sencilla que sentía como un castigo. Su rostro estaba tenso, y el pequeño ceño fruncido le marcaba la frente de una manera que Levi había aprendido a temer. Habían pasado apenas tres meses desde la boda, y el aire entre ellos ya se sentía pesado. Levi entró al dormitorio con una sonrisa forzada y llevó en la mano una taza de café que había preparado especialmente para ella. Se acercó con lentitud, esperando cualquier gesto de rechazo que confirmara sus peores miedos, aquellos que nacían de la culpa que llevaba tatuada en el alma. La culpa por los meses antes de casarse, cuando sus palabras habían sido duras y su trato, frío. Él depositó la taza sobre la mesita de noche, el pequeño ruido del cristal chocando contra la madera resonó con una estridencia innecesaria en el silencio. Cruzó los brazos y esperó, sintiendo cómo el amable y sonriente hombre que todos conocían en la calle se desvanecía ante la mirada evasiva d
Verónica caminaba por las calles impolutas del distrito financiero. El sol de la mañana, un disco radiante en el cielo de otoño, se reflejaba con violencia en el vidrio de los rascacielos. Iba hacia su nueva oficina, la cúspide de su empresa VIMED. Era un triunfo personal, forjado en la adversidad.Sus pasos eran firmes y cadenciosos, marcando el ritmo de su renovada ambición.Pero no estaba sola.A una distancia precisa, lo suficientemente cerca para actuar y lo bastante lejos para negar su presencia, iba Dominico. Llevaba una gabardina negra que parecía absorber la luz y gafas oscuras, intentando infructuosamente mimetizarse con los oficinistas.Para Verónica, él era tan sutil como una pared de ladrillos en medio de un campo de flores.Intentó concentrarse en la arquitectura moderna. En la lista de tareas pendientes. En la promesa de su día. Pero cada pensamiento regresaba a la incómoda certeza de su escolta. Dominico.Su cercanía, aunque guardando las distancias de un pacto no verb
El salón de conferencias brillaba con una luz fría y profesional. Los cientos de asistentes eran mentes brillantes de la medicina mundial Sonia Halls se sentía pequeña e insignificante junto a su esposo. Era la primera vez que asistía a la cumbre con Levi King. Él era un astro en ese universo. Todos lo conocían, querían saludarlo o, al menos, tocarlo con la mirada. Levi, alto y elegante con su traje oscuro, sonreía y estrechaba manos con facilidad. Parecía estar en su elemento natural. Sonia intentaba mantenerse cerca, anclada a su brazo. Se sentía como un accesorio hermoso pero silencioso, sin otra función que adornar. —Doctor King, es un honor tenerlo aquí —saludó un hombre de barba gris. —Por favor, llámame, Levi. ¿Cómo te fue con la publicación en The Lancet? —respondió Levi, inclinándose con genuino interés. Mientras hablaban de ensayos clínicos y moléculas complejas, Sonia se dedicó a asentir. No entendía ni la mitad de lo que decían. De pronto, un murmullo recorr
La noche era una tinta espesa sobre la ciudad. Habían pasado exactamente seis meses desde que la pesadilla del secuestro había terminado. Sin embargo, para Verónica, el final no había traído paz, sino una vigilancia perpetua. Seis meses se sentían como una vida. Verónica acariciaba el marco de la ventana blindada del apartamento en Crystal Waters. La ciudad brillaba abajo, pero ella solo veía sombras —Te lo juro, Dominico, no es necesario un rondín cada hora —susurró, aunque él no estaba ahí. La cuna de Dominico, ahora un bebé de ocho meses que reía con facilidad, estaba cerca. Dominico, el otro Dominico, no el bebé, el capo, estaba a dos calles, vigilando. Él no se permitía pisar ese edificio con frecuencia. Mantenía el perfil bajo que la mafia francesa exigía de su líder. Todas las madrugadas, sin falta, el programaba rondines. Daba vueltas a la manzana del edificio hasta las cuatro de la mañana. «Verónica necesita estar segura, y si no puedo estar a su lado, al
El motor del auto de Alessio rugía con un tono grave y constante. El sol de la tarde se filtraba por el parabrisas, calentando el tablero su auto deportivo mientras él se dirigía al departamento de Verónica. No era un viaje que disfrutara. Cada kilómetro recorrido aumentaba la presión en su pecho, una mezcla de culpa y una rabia ardiente que apenas podía contener. Se imaginaba la cara de Helena. Sabía que ella se sorprendería al verlo.«¿Cómo me atrevo a aparecer después de lo que pasó?», se preguntó. Pero la necesidad de ver a su hijo, el pequeño Mikkel, era un imán que lo arrastraba. No podía seguir separado de su propia sangre. Además, había algo más, un veneno que le corroía el alma. La revista. La maldita revista con Helena en la portada. Recordó el brillo en el papel cuché, la sonrisa profesional y fría que ella había puesto. Y las otras fotos, las que había visto en la internet, después de salir de la casa de su padre. Helena con lencería. Ropa pequeña, sugerente,
El humo de su puro ascendía hasta el techo de caoba, formando una neblina densa sobre el escritorio. El señor Dixon, patriarca de la familia, golpeó la mesa con el periódico doblado. Su rostro estaba congestionado por la rabia y la humillación pública. Silvia Mancilla, con su habitual elegancia inmaculada, se limitó a sorber su té con delicadeza. Sabía que contradecirlo en este momento solo empeoraría el ataque de ira. La noticia del secuestro seguía ocupando todos los titulares. —Alexander ha tirado todo por la borda —siseó el hombre, su voz grave—. Expuso nuestra vergüenza al mundo entero. —Lo hizo por su esposa, Alejandro —respondió Silvia con suavidad, evitando mirarlo a los ojos—. Verónica estaba en peligro, no podías esperar que… —¡Pude esperar que mantuviera nuestra dignidad! —la interrumpió, arrojando el periódico a un lado—. Ahora somos el hazmerreír de toda la ciudad, Silvia. El escándalo del secuestro era solo la punta del iceberg de su furia. Lo que realmente
Último capítulo